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miércoles, 5 de diciembre de 2018

25 DATOS SOBRE LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA DE 1978

6 de diciembre de 2018. La Constitución española cumple 40 años. Fue aprobada en referéndum por el pueblo español el 6 de diciembre de 1978. Aquí encontrarás unos cuanto datos curiosos (algunos muy conocidos, otros no tanto) de aquel hito de la Historia reciente de España:

  1. El historiador español Javier Tusell enmarcó la Constitución española (y toda la Transición) en la "Tercera Ola Democratizadora" propuesta por Samuel Huntington. Esta se extendió desde 1974 hasta 1991 y afectó a los países mediterráneos primero, después a los sudamericanos y, finalmente, a los de Europa del Este. Todos avanzaron en ese periodo hacia la democracia liberal.
  2. El proceso constituyente español, iniciado tras las elecciones del 15 de junio de 1977, fue más complejo que en otros países, como Portugal o Grecia. Algunos de los problemas a los que se enfrentaba España eran el conflicto territorial, el terrorismo de ETA y otros grupos, la violencia callejera, la crisis económica y la influencia que mantenía el ejército.
  3. Si entendemos la Transición española como una obra de teatro, podríamos decir que el rey Juan Carlos I fue el productor; Torcuato Fernández Miranda, el guionista; y Adolfo Suárez, el actor principal. Los tres fueron figuras claves del proceso constituyente.
  4. El gobierno de la UCD, presidido por Suárez, podría haber elaborado una Constitución y haberla presentado a las Cortes o haber encargado su elaboración a un grupo de expertos pero, por indicaciones del Rey, se decidió abrir el proceso a todos los grupos parlamentarios. Se buscó deliberadamente el acuerdo de todos los grupos políticos.
  5. El proceso constituyente, que se prolongó más de un año, desde el verano de 1977 hasta diciembre de 1978, se caracterizó por la firme voluntad de concordia, consenso y olvido. Se trataron de olvidar de forma consciente las rencillas que enfrentaban a las dos Españas desde la Guerra Civil (1936 - 1939).
  6. La Comisión Constitucional de las Cortes, encargada de elaborar el proyecto de Constitución, estuvo formada por siete ponentes: Gabriel Cisneros, Miguel Herrero de Miñón y José Pedro Pérez-Llorca (de la UCD), Gregorio Peces-Barba (del PSOE), Jordi Solé Tura (del PCE), Manuel Fraga (de AP) y Miquel Roca (del grupo nacionalista catalán).
  7. El clima en el que se iniciaron las negociaciones fue calificado de idílico pero pronto surgieron las primeras discrepancias en temas como el aborto, la educación y el derecho a la huelga. Paradógicamente, temas polémicos tradicionalmente en la historia constitucional española no causaron problemas serios de entendimiento como los derechos individuales o el papel de la Iglesia.
  8. La Constitución española contiene una de las más largas relaciones de derechos individuales del constitucionalismo europeo reciente. "Si en Suecia, donde siempre ha existido la libertad de imprenta, no es necesario ponerlo en la Constitución, en España, es completamente pertinente" afirmó Peces Barba en una ocasión.
  9. Con el objetivo de satisfacer todas las opiniones, algunos artículos de la Constitución son autenticas generalidades que continene incluso errores gramaticales. Se les llama compromisos apócrifos que necesitaron desarrollarse posteriormente en la legislación ordinaria.
  10. Durante meses, la unión de los votos de la UCD y de AP permitieron aprobar rápidamente numerosos artículos. Como protesta, el representante del PSOE, Peces Barba, abandonó la Comisión Constitucional. Fue el momento más crítico. El propio Peces Barba lo definió como "una jugada de póquer que salió bien y a mi juicio, gracias a ello, tenemos una Constitución mucho más progresista".
  11. De hecho, aún hoy en día, la Constitución Española es considerada una de las más progresista del mundo y ejemplo para otros muchos países de la llamada Tercera Ola Democratizadora (como los del antiguo bloque soviético).
  12. Muchos artículos de la Constitución fueron sacados adelante gracias a los "Pactos del Mantel", reuniones informales en restaurantes entre las segundas espadas de la UCD y el PSOE: Fernando Abril Martorell y Alfonso Guerra.
  13. El Partido Nacionalista Vasco (PNV) se negó a apoyar la Constitución en el Congreso y pidió la abstención en el referéndum del 6 de diciembre. El motivo fue que no se había incluido una enmienda donde se reconocían los supuestos "derechos originarios" de los vascos. Joseba Arregi afirmó que "la abstención del PNV no fue una opción meditada".
  14. El 31 de octubre de 1978, el Congreso y el Senado, en sesión conjunta, aprobaron por una gran mayoría de votos el texto constitucional.
  15. El 6 de diciembre de ese año, se celebró el referendum para su ratificación. Era la primera vez (y única) que el pueblo español iba a votar su Constitución. 
  16. Entre los partidos políticos que apoyaron el "SÍ" en el referendum encontramos: la UCD, el PSOE, el PCE y AP. Hicieron campaña por el "NO" el Partido Carlista, el Partido Comunista de España (marxista leninista), Pro España Católica y otros grupos de ultraderecha. Defendieron la abstención el PNV y el Movimiento Comunista.
  17. Votó el 67% del electorado. Un 88,6% votó "SÍ", un 7,9% votó "NO" y un 3% se abstuvo. En Cataluña, votó a favor del texto el 93% de los votantes; en el País Vasco, lo hizo el 91% pero la abstención aquí superó el 50%.
  18. La Constitución entró en vigor el 29 de diciembre de 1978.
  19. Se trata de una de las constituciones europeas menos reformadas en la actualidad (sólo se ha reformado dos veces y para asuntos de poca importancia). Algunos señalan que uno de los problemas es que es "irreformable". La causa puede ser la necesidad de un acuerdo general, algo que se antoja muy complicado actualmente.
  20. Gabriel Cisneros afirmó que la Constitución "está hecha desde el consenso y para el consenso". Por eso se necesita una amplia mayoría en las Cámaras para reformarla con éxito. El consenso es necesario para hacer una reforma profunda del texto.
  21. Entre los mayores defectos de la Constitución encontramos que es derivada y poco original. Se inspira tanto en el constitucionalismo español desde el siglo XIX como en el europeo de la segunda mitad del siglo XX. Las Constituciones de la Alemania Federal y de Italia fueron los modelos seguidos. La Constitución no tuvo en cuenta, por ejemplo, la futura adhesión de España a la Comunidad Europea o la posible crisis del Estado del Bienestar. De hecho, la parte de Economía ha sido calificada de "frondosa", llena de brindis al sol y buenas intenciones difíciles de cumplir en realidad.
  22. El modelo territorial tampoco acabó bien definido y prueba de ello es que no fijó los límites del Estado de las Autonomías. En todo caso, sí estableció las bases para la descentralización territorial. España se convirtió en un Estado unitario pero fuertemente descentralizado. El modelo territorial fue el motivo de que algunos diputados de AP votarán "NO" en el Congreso.
  23. Entre las virtudes encontramos la superación de los tradicionales problemas de la política española (las relaciones entre la Iglesia y el Estado, por ejemplo; la educación, los derechos individuales, etc.). También su espíritu de concordia y reconciliación. Lejos quedaron las sectarias constituciones españolas del siglo XIX y el famoso "Trágala, perro".
  24. El régimen político nacido de la Constitución del 78 es una Monarquía parlamentaria y democrática, homologable a los imperantes en Europa Occidental. El sistema parlamentario es un bicameralismo muy atenuado donde el Congreso de los Diputados disfruta de gran protagonismo y el Senado es una especie de cámara territorial poco definida y de segunda lectura de las leyes.
  25. Si tenemos en cuenta los problemas con los que partía España en 1977, la convulsa historia del constitucionalismo español y la cruenta dictadura franquista anterior, podemos concluir que el proceso constituyente fue un rotundo éxito. Si a ello sumamos los 40 años de democracia plena que ha disfrutado la sociedad española desde entonces, podemos afirmar que la Constitución del 78 es la piedra angular que dio sentido al siglo XX español y sentó las bases del progreso del siglo XXI.

Si queréis leer más en este blog acerca de la Constitución de 1978, la Transición española a la democracia y las figuras clave de este periodo os dejo algunas entradas antiguas:


 

domingo, 25 de noviembre de 2018

"TIEMPOS MODERNOS" O CÓMO LUCHAR POR LA FELICIDAD

"Tiempos Modernos" (1936) es, para todos, una de las grandes obras maestras del genial Charles Chaplin. Para muchos, la última gran película de cine mudo. Para unos cuantos, la primera de cine sonoro. Y para mí, es un gran filme que cuenta una historia humana sencilla: la búsqueda desesperada de la felicidad.

El vagabundo Charlot, en esta película reconvertido en obrero, huelguista, vigilante nocturno, maître y bailarín, sólo persigue la felicidad en un tiempo de individualismo y miseria, los años treinta. La comida y una vivienda digna son los grandes sueños del protagonista y de su compañera, la joven Paulette Goddard (el nombre es de la actriz), una muchacha húerfana, separada de sus hermanas pequeñas tras la muerte de su padre. El papel de Chaplin aquí inspirará al dibujante Escobar en Carpanta, el famoso vagabundo español que vive bajo un puente soñando con comer un gran pollo asadado. Era otro espacio, España, y otro tiempo, los cincuenta, pero la miseria era la misma.

"Tiempo Modernos" refleja la crueldad de la Segunda Revolución Industrial. Los obreros son meros autómatas en la cadena de montaje diseñada por Taylor y perfeccionada por Ford. Reduciendo su labor a movimientos sencillos y automáticos se ahorra tiempo y se aumenta la producción. Tuercas y martillo, tuercas y martillo, tuercas y martillo. Con estas palabras se puede resumir la primera parte de la película. Charlot apreta las tuercas de forma automática, sin pensar, hasta apretar con la palanca la nariz del jefe y los botones de la falda de la secretaria. Una confusión la tiene cualquiera. Se trata de una desternillante caricatura que enseña las trágicas condiciones laborales de principios del siglo veinte.

Unos trabajos más de máquinas que de personas. Un jefe onmipresente, que recuerda al Gran Hermano de George Orwell en "1984". Unos ritmos de trabajo frenéticos. El trabajador no puede ni espantar una amenazadora avispa. Si lo hace retrasa la cadena de montaje. Todo ello acab provocando una crisis nerviosa en el pobre Charlot, que se vuelve loco. Hasta se convierte en el conejillo de indias de un artilugio para dar de comer a los obreros mientras trabajan y con ello ahorrar tiempo y acelerar la producción.

Cuando sale del psiquiátrico los tiempos han cambiado. Los felices años veinte han quedado atrás y la Gran Depresión sume al país en la miseria. Sin comerlo ni beberlo (y nunca mejor dicho), nuestro protagonista es confundido con un comunista en medio de una manifestación. Entra en la cárcel varias veces. Comprende incluso que se está mejor dentro que fuera. Al fin y al cabo, en prisión tiene comida asegurada y no necesita trabajar. Fuera hay hambre y poco trabajo.

Bien lo sabe el padre de la pobre muchacha Paulette. Es ella quien se las ingenia para buscar algo que llevarse a la boca. La muerte del padre por disparos en una manifestación refleja la crudeza de la represión estatal durante los años treinta. Separada de sus hermanas pequeñas, Paulette huye durante toda la película. Y Charlot con ella. La vida se ha vuelto dificil: incluso el antiguo colega de nuestro protagonista, Big Bill, se ha convertido en un criminal: "No somos ladrones - tenemos hambre", dice a Charlot cuando asalta el centro comercial del que éste es el vigilante.

Charlot y la muchacha sueñan con comer pasteles, patinar libres y dormir sin preocupaciones. Sueños sencillos pero imposibles en aquellos tiempos. La vivienda destartalada de la pareja es otra metáfora más de la realidad. Los barrios de chabolas, las "hoovervilles", surgieron por doquier en Estados Unidos durante la Gran Depresión y recibieron su nombre en honor (dudoso) del presidente Herbert Hoover. Una chabola de madera en un descampado junto a un lago de aguas fecales y frente a fábricas otrora prósperas y ahora paradas. Así es el hogar de los protagonistas, muy lejos del sueño americano, del famoso "American Way of Life" tantas veces pregonado. 

Al fin y al cabo, toda la película transcurre entre fábricas, huelgas y prisiones. Varias veces aparece Charlot trabajando junto a enormes máquinas de engranajes y correas (donde por cierto, no es muy habilidoso). Varias veces también se ve envuelto en manifestaciones y huelgas. Y varias veces acaba en prisión, bien por ser confundido con un líder comunista, por robar un pan para comer o por su mala pata. Fábricas, huelgas y prisiones son las tres palabras esenciales en la vida de los años treinta en Estados Unidos y en otros países. La cuarta es desempleo, paro.

Al final, resulta que la joven pareja encuentra un hueco en el mundo del espectáculo, como bailarines. Pero olvidan que su destino es huir siempre. Los agentes del gobierno que persiguen a la muchacha los obligan a abandonar su trabajo y escapar lejos. "¿De qué sirve intentarlo?" se pregunta la joven al final. Charlot contesta: "No te rindas, anímate. ¡Nos las arreglaremos!". De nuevo apunta al futuro, a la felicidad.

Eso es "Tiempos Modernos", un canto a la felicidad, al amor, a los valores puramente humanos, a la libertad personal. Charlot y la joven Paulette se rebelan contra un mundo en el que los pobres son máquinas, en el que sólo importa la masa uniforme que acude a trabajar a las fábricas, en el que los obreros son autómatas fácilmente sustituibles. Una sociedad donde importa el individuo como fuerza de trabajo pero no la persona. Un gran rebaño de ovejas se confunde con la cola de trabajadores que esperan entrar en la fábrica al comienzo del filme. Así veía Chaplin la sociedad de los años treinta. Así eran los "Tiempos Modernos".

 

EL FIN DE LA PROSPERIDAD

Livingston, Nueva Jersey
31 de octubre de 1932.

No recuerdo si fue Joe Kennedy o Jhon D. Rockefeller quien dijo, durante una velada, la frase que a todos nos sobrecogió: "Cuando un limpiabotas sabe tanto como yo del mercado de valores, es el momento de que lo deje". Poco después, ambos dejaron sus negocios en Wall Street y yo también. ¡Y qué gran acierto fue aquella decisión! Era una fría noche de invierno, pero no recuerdo bien el día. Todo sabíamos que la espiral especulativa en la que habían entrado las inversiones no acabaría bien.

No os voy a engañar, en enero de 1928 yo había hecho una fortuna invirtiendo en Bolsa. Hacía seis años que el azar me había llevado a conocer a importantes inversores de Wall Street, entre otros, a Joe y a Jhon. Por entonces, Jhon era ya multimillonario, propietario de la petrolear Standard Oil, y Joe, hijo de inmigrantes irlandeses, había creado una fortuna gracias a su astucia. Me dieron buenos consejos y gracias a ellos multipliqué mi dinero.

Mucha gente hizo fortuna en los años veinte. Los felices años veinte los llamaban, ¡qué ilusos! El acceso al crédito era facilísimo así que muchos decidieron pedir préstamos a los bancos para comprar acciones de grandes empresas. Y todo por la idea del presidente del National City Bank, Charles Mitchell, a quien se le ocurrió sacar a la venta acciones de su banco a bajo precio para que la gente normal las comprase. La Reserva Federal, fundada en 1922, bajó los tipos de interés y esto abarató el crédito.

Hasta entonces, la Bolsa de Nueva York era un grupo cerrado en el que sólo invertían expertos. Por supuesto, yo no era un experto aunque, como saben, mi familia tenía extensas propiedades de tierra en Nueva Jersey. Cuando la Bolsa se abrió a todo el mundo, vi una oportunidad para invertir los ahorros familiares. Acudía Manhattan al menos una vez a la semana y el resto de días iba a la agencia de corretaje de Livingston, donde vivo, a veinteseis millas al oeste de Manhattan. Las agencias de corretaje permitían invertir en Bolsa sin tener que estar físicamente en Wall Street. 

En dos años multipliqué por diez mi dinero. Fue fantástico, no voy a mentir. Así fue como un hijo de terratenientes adinerados - pero no miltimillonarios - como yo, destinado a heredar todas las tierras de mis padres se metió en el mundo de las finanzas. Claro, el mundo de Wall Street me introdujo también en la fiesta de Manhattan, los clubes, los teatros de Brodway, las veladas noctunas y los cabarets. Así fue como conocí a Joe y Jhon. Soliamos acudir a los mismos clubes.

Mucha gente de orígenes humildes invirtió también su dinero. Otros muchos utilizaron préstamos a bajo interés para comprar acciones. Un banco que después acabó quebrando se anunciaba diciendo "Compre ahora y pague después". Hasta yo acabé pidiendo un crédito para comprar más acciones allá por 1925.

Hubo un momento en el que parecía tonto quien no invirtiese en bolsa para hacerse rico. Yo participé en ese juego y arrastré a mi primo Frank de Monclair. La burbuja financiera se inflaba cada vez más. Los precios de las acciones subían sin parar. Los bancos, obviamente, concedían créditos a todo el mundo. Creían que, como las acciones siempre subían su precio, los compradores siempre podrían venderlas para devolver el préstamo.

Herbert Hoover ganó las elecciones presidenciales de 1928 utilizando un eslógan que decía: "La prosperidad está a la vuelta de la esquina". Realmente muchos creímos que la prosperidad, el futuro, estaba en la Bolsa, y en las fáciles ganancias que nos ofrecía. Al fin y al cabo, estábamos viviendo el sueño americano.

Poco después, las voces de algunos expertos empezaron a alertar de que la situación podría cambiar. El primero creo que fue Paul Warburg, un economista que trabajaba entonces en la Brookings Institution para el gobierno. Yo no lo conocía personalmente, pero había oído hablar de él. Sería marzo o abril de 1929. Pocos le hicieron caso. Entre esos pocos, mis colegas, Joe y Jhon, ambos expertos economistas, y afortunadamente me convencieron a mí. En pocas semanas vendimos todas nuestras acciones recuperando casi todo el dinero aunque la tendencia alcista de los valores ya había comenzado a invertirse.

El 23 de octubre de 1929, Wall Street sufrió la mayor caída de su historia, las acciones perdieron el 7% de su valor. No me acuerdo qué estaba haciendo ese día pero sí que no me encontraba en Nueva York. Supongo que estaría en la mansión de mis padres en Livingston. El día siguiente, jueves 24 de octubre, temiendo la nueva caída de las acciones, miles de personas quisieron venderlas - justo lo que yo había hecho meses antes -. Las cotizaciones cayeron tanto que las acciones perdieron un tercio de su valor y nadie quería comprarlas. Yo me enteré de todo el viernes. Algún periodico ya denominó aquella jornada como "El Jueves Negro".

Viajé a Manhattan los días siguientes a ver qué ocurría. Miles de curiosos como yo nos agolpamos delante de Wall Street. La situación era caótica y yo me había librado de la ruina de milagro. El pánico se extendió por todos los sitios y llegaron rumores de que había gente saltando desde las ventanas de los rascacielos. Yo pensaba: "Esto no puede estar pasando". Se había terminado el sueño americano.

A mediodía supe que los presidentes de los principales bancos de Wall Street se habían reunido para buscar una solución. Inyectaron dinero en algunas empresas que estaban próximas a la quiebra por la debacle de sus acciones. John hizo lo mismo esperando que la tendencia cambiase. 

La bolsa empezó a subir lentamente aunque unos días después, el martes 29 de octubre, se desplomó bruscamente de nuevo. Nunca antes se había producido semejante catástrofe. Mi padre me había hablado del pánico que siguió a la quiebra de Jay Cooke and Company, un banco de Filadelfia, en 1873, pero esto fue mucho peor.

El 29 de octubre me encontraba también en Nueva York buscando a mi primo Frank. No había podido convencerle de que vendiese sus acciones a tiempo y se había arruinado - lo había intentado desde marzo de ese año, pero había sido imposible convencerlo. Estaba fascinado por la posibilidad de ganar dinero fácil. No le bastaba, como a mí, con amasar una pequeña fortuna además de las tierras familiares. Frank llegó a hipotecar sus tierras. Fue la peor decisión de su vida.
 
Acudí a los cafés que solía frecuentar, recorrí todas las calles y avenidas cercanas a Wall Street pero no lo encontré. Desesperado, se había ahorcado en la habitación de un hotel donde había gastado los últimos dólares que le quedaban. ¡Qué terrible desgracia! ¡Y todo por mi culpa, yo le convencí para que invirtiese! ¿Qué iban a hacer ahora su esposa y sus dos hijos?

Yo también perdí parte de mi dinero pero afortudamente no me arruiné. Lo tenía depositado en varios bancos y otra parte en la caja fuerte de casa, el lugar más seguro. No me extraña que muchos guarden sus dineros ahora debajo del colchón. Es el único sitio en el que no corren peligro. También cerraron muchas fábricas y millones de personas se quedaron sin empleo. Yo mismo he tenido que despedir a parte de los trabajadores de mis tierras. No hay futuro. No vendemos ni un tercio de lo que vendíamos antes. A unos pocos kilómetros de mi casa hay una de esas "hoovervilles", los barrios de chabolas que llevan el nombre del presidente Hoover. Dudoso honor para el presidente del país.

Han pasado tres años de todo aquello y la economía aún no se ha recuperado. Hoy es 31 de octubre de 1932. En unas semanas se celebran elecciones presidenciales y voy a votar por el candidato Franklin D. Roosevelt, del Partido Demócrata. Tiene ideas reformistas y pretende invertir activamente en la economía. Propone un plan al que llama "New Deal" para reactivar la economía. En mi familía siempre hemos votado a los republicanos pero es necesario cambiar. No puede ocurrir otra vez lo mismo y es necesario que la prosperidad regrese.


Benjamin Smith

martes, 6 de noviembre de 2018

"LOS ÚLTIMOS DE FILIPINAS", NI LOCOS NI HÉROES

"1898: Los últimos de Filipinas", de Salvador Calvo (2016), no es una historia de héroes ni de locos. Porque no eran héroes ni locos los hombres que defendieron la ermita de Baler durante casi un año, entre 1898 y 1899, por más que la propaganda franquista los situara en la línea de don Pelayo, el Cid y Hernán Cortés. Y por más, también, que a la luz del siglo XXI su hazaña nos parezca cosa de lunáticos.

Los últimos defensores de la soberanía española en Filipinas no fueron héroes porque, sencillamente, nunca fueron conscientes de lo que estaban haciendo. Y probablemente, de haberlo sido, la Historia hubiera sido también diferente. No supieron que su empecinada resistencia en vano sería puesta como ejemplo después de un patriotismo que quizá ni siquiera tenían. No fueron tampoco locos, porque ninguno de ellos se apartó nunca de la realidad que estaban viviendo, aunque esa realidad particular no fuese la misma en todos lados. Los cincuenta soldados que defendieron Baler simplemente cumplieron con su deber: defender la posición.

El filme nos muestra unos soldados mal preparados y mal pertrechados, ataviados con uniformes que parecen pijamas, unas botas de varias tallas menos y unos sombreros inútiles. Vemos a los desgraciados jóvenes de familias humildes que no habían podido pagar la cuantía que les evitaba marchar a la guerra. Así se nutría el ejército español de finales del siglo XIX y principios del XX, el ejército de los quintos, aquel que en teoría (no en la práctica) debía defender un imperio que ya no existía. Es la figura de Carlos, el humilde extremeño cuyo sueño era entrar en la Real Academia de San Fernando para estudiar pintura y cree, ingenuo, que la guerra puede ser la oportunidad que estaba buscando para alcanzar su meta. Al final la guerra acabará con su inocencia y con su sueño, pues perderá el brazo derecho.

Pero muchos de los soldados que defendieron Baler no eran novatos sino expertos militares, aunque la película los oculte. Los jefes, el capitán Enrique de las Morenas, el teniente Saturnino Martín Cerezo y el sargento Jimeno, por más crueles y obstinados que la película intente retratarlos, no cumplieron más que las órdenes que recibieron: mantener la plaza bajo soberanía española y esperar noticias de Manila. No fueron tercos ni implacables sino coherentes con su misión, aún sabiendo el sufrimiento que provoca la guerra y lo injusta que siempre es.

Para entender la Historia que esconde el filme, tenemos que centrar nuestra atención en tres momentos clave. El primero es la llegada del correo de Manila. El mensajero, malherido, transmite el mensaje que cambia el curso de los acontecimientos aunque en la iglesia de Baler nadie se dé cuenta: los Estados Unidos han declarado la guerra a España, la flota española ha sido destruida en Cavite, Manila permanece sitiada. ¿Qué más necesitaban saber los defensores de la ermita? El imperio español estaba a punto de sucumbir aunque hablar de imperio español ya en 1898 puede parecer pretencioso pues no era más que los despojos de lo que había sido en los siglos XVI, XVII y XVIII. Los de Baler no lo creían. Pensaban que era un engaño de los rebeldes filipinos del Katipunán y así siguieron resistiendo.

El segundo momento clave es la conversación entre el soldado español Carlos y el comandante de las tropas filipinas en el cuartel de éste en algún lugar de la Sierra Madre, a medio camino entre Manila y Baler. El militar filipino le dice al español que ahora luchan contra los norteamericanos, que han comprado Filipinas a España por 20 millones de pesetas. El Tratado de París se había firmado en diciembre de 1898 y la soberanía de las Filipinas, igual que la de Cuba y Puerto Rico había sido transferida a Estados Unidos. Cuando vuelve a la ermita siguen sin dar crédito a lo que oyen. ¡Y es lógico! pues cuando desembarcaron en Baler, nadie preveía que la potencia norteamericana interviniese, ni que el poder español en las colonias colapsase tan rápido.

Por último, el final de la historia está en una casualidad, en una terrible casualidad. El teniente Martín Cerezo se da cuenta de que lo que cuentan los periódicos es verdad, de que todo es cierto, cuando lee una notificación de un traslado de un general del ejercito español. Es imposible que los filipinos sepan algo así por tanto los periódicos no están falsificados: las Filipinas no son ya españolas. ¿Y para qué han estado resistiendo atrincherados en una ermita durante casi un año? En ese momento termina todo, la cruda realidad se abre ante sus ojos.

Como todas las películas históricas, "Los últimos de Filipinas" se toma algunas licencias. No hubo un fraile entre los defensores de Baler sino tres pero ninguno de ellos fue adicto al opio, al menos que se sepa. Nadie amputó el brazo a ningún desertor porque no hubo tampoco ningún sargento Jimeno aunque dos soldados que intentaron huir fueron fusilados junto a la tapia de la iglesia. Y los fusiles que portaban los españoles no se corresponden con los de la cinta, que son de los años veinte. Pero sí es cierto que el beriberi causó estragos entre los españoles. Y que las filipinas cantaban frente a la ermita para distraer a sus defensores. Y hubo miedo, y sufrimiento, y desesperación. Los últimos de Filipinas no fueron grandes héroes de la Historia pero sí héroes humanos, como tantos otros que tuvieron y tienen que luchar en guerras que les eran o les son ajenas. Ese y no otro es el mensaje antimilitarista que quiere transmitir la película.

sábado, 3 de noviembre de 2018

1898: UN DESASTRE ANUNCIADO



Antonio Cánovas del Castillo no fue sólo el arquitecto del sistema político de la Restauración (1875 - 1931) sino también de las líneas maestras de la política exterior y colonial de España en el último tercio del siglo XIX. Una política que conduciría irremediablemente al conocido "Desastre de 1898" en el que España perdería sus últimas colonias en América y en el Pacífico.

Cánovas era un profundo conocedor de la situación en Cuba y en Filipinas gracias a un informe que había encargado cuando estuvo al frente del Ministerio de Ultramar durante el Gobierno de O'Donnell (1865 - 1866), en el último periodo del reinado de Isabel II. También era un audaz observador de la política internacional en Europa y, sobre todo, estaba convencido de la decadencia española en el concierto de las naciones, lejos ya del esplendor imperial de los siglos XVI y XVII.

En realidad la idea de la decadencia no era algo exclusivo de los españoles de finales del siglo XIX. Se enmarcaba ésta en un sentimiento más amplio de decadencia de los países latinos fundamentado en la derrota francesa ante los alemanes en Sedán y la entrada de las tropas italianas en Roma, ambos acontecimientos acaecidos en 1870.

Por ello, Cánovas diseñó una política exterior española de perfil bajo y profundamente conservadora en el plano colonial. España debía evitar los conflictos internacionales y la rivalidad con otras potencias mucho más poderosas. Se trataba de mantener lo que se tenía (aunque fuese poco) y no establecer alianzas con otros países que pudiesen hipotecar los territorios coloniales españoles. Por eso Cánovas se limitó a firmar acuerdos puntuales con otras potencias cuando lo consideró necesario pero sin romper la "política de recogimiento" que creía vital

Lo cierto es que el imperio colonial español a finales del siglo XIX era poco más que los despojos del otrora imperio mundial en el que nunca se ponía el sol. Las colonias españolas se reducían entonces a Cuba, Puerto Rico, Filipinas, unos cuantos archipiélagos en el Océano Pacífico (las Carolinas, las Palaos y las Marianas) y algunos territorios en la costa occidental africana. Unos territorios tan disperos por el globo que era imposible defenderlos en caso de guerra. Si a ello sumamos la reducida capacidad operativa del ejército español, un conflicto colonial supondría la pérdida de todas las colonias.

A la luz de todos estos datos, la política exterior de Cánovas no parece descabellada. El principal inconveniente fue que, al no contar España con aliados sólidos entre las naciones europeas, en caso de un conflicto no deseado, como efectivamente ocurrió en 1898, se encontraría aislada. Pero en los años 70, Cánovas parece que no contempló esa posibilidad.

En un escenario internacional donde predominaban las tesis darwinistas de la supervivencia del más fuerte, España tuvo que proteger, durante varias décadas, sus escasas e insignificantes colonias como pudo. En 1875 ya se produjeron crisis en el Pacífico con Gran Bretaña y Alemania por la soberanía del archipiélago de Joló (al sur de Filipinas) y en las Islas Carolinas. Claro está, la débil España cedió derechos a las grandes potencias a cambio de mantener la paz.

Al mismo tiempo tanto en Cuba como en Filipinas empezaron a resurgir los movimientos independentistas que habían aparecido a mediados de siglo. En 1878, la Paz de Zanjón consiguió poner fin a la Guerra de los Diez Años en Cuba aunque al año siguiente hubo otro chispazo violento, la llamada Guerra Chiquita. En Filipinas, la situación no era mejor: el descontento por la mala administración de la colonia estalló en el Motín de Cavite, en 1872. Todos estos conflictos eran, para Cánovas, asuntos internos de la metrópoli en los que ninguna potencia extranjera debía injerir. Pero el problema se encontraba en que algunas potencias extranjeras ya tenían intereses en aquellos territorios...

A comienzos de los años 90, España tuvo que hacer frente a algunas revueltas independentistas en Ponapé (una diminuta isla en la Carolinas) y en Mindanao (la gran isla del sur de Filipinas). El conflicto definitivo estalló, sin embargo, en 1895 cuando se reactivó la guerra en Cuba. La historiografía cubana la conoce como la Segunda Guerra de Independencia, que se inició con el Grito de Baire. Aprovechando la debilidad española, en Filipinas estalló también una rebelión liderada primero por el nacionalista José Rizal y, poco después, por Andrés Bonifacio, fundador del Movimiento Katipunán. Aunque en 1897 los españoles consiguieron firmar con los independentistas filipinos una tregua en Biac-Na-Bató, la guerra se recrudeció en Cuba.

En todo este lío colonial, en el que España debía sofocar rebeliones en dos frentes situados a casi 16.000 km de distancia, en dos océanos y dos continentes distintos, los Estados Unidos vieron una oportunidad de oro para hacerse con los territorios españoles en las Antillas. En realidad, la colonización estadounidense de Cuba había comenzado décadas antes. El principal destino de las exportaciones azucareras cubanas no era España, la metrópoli, sino Estados Unidos, la gran potencia emergente cercana. Las compañías norteamericanas operaban libremente en la isla controlando las plantaciones de azúcar y, como es de imaginar, la inestabilidad política en la isla no les interesaba.

En cualquier caso, hasta 1898, Estados Unidos se mantuvo a la expectativa, sobre todo porque su opinión pública no quería una guerra con España. Todo cambió tras la voladura del acorazado Maine que Washington había enviado a La Habana para proteger los intereses estadounidenses. Los medios de comunicación norteamericanos se encargaron de presentar el accidente como un acto intolerable, el colmo de unos crueles españoles que estaban masacrando a los cubanos. El 25 de abril de 1898, Estados Unidos declaraba la guerra a España y se disponía a arrebatarle todas las colonias, no sólo en las Antillas.

La guerra fue desigual. Estados Unidos era la gran potencia emergente, con una gran fuerza militar. España hizo lo que pudo. La flota española fue literalmente borrada del mapa en las batallas de Cavite (en Filipinas) y Santiago de Cuba, donde los norteamericanos hundieron una a una las naves españolas que salían del puerto. En agosto, la contienda estaba finiquitada: el imperio colonial español en América y el Pacífico había desaparecido.

Ninguna potencia europea movió un dedo por España. Francia y Gran Bretaña se frotaron las manos ante las oportunidades que se abrían tras la salida de los españoles de las Antillas y Filipinas. Alemania y Austria-Hungría emitieron comunicados de condena de la intolerable agtesión estadounidense a una nación amiga como era España. Nada más. Era el precio de la ausencia de alianzas fuertes que durante tanto tiempo había evitado Cánovas. Por cierto, Cánovas no vio el desastre pues había sido asesinado junto un año antes, en agosto de 1897. España se vio sola e indefensa cuando se encontró ante una guerra no deseada.

A final de año, se firmó la Paz de París en la que se cedieron Filipinas, Guam y Puerto Rico a Estados Unidos. También se reconoció la independencia, más teórica que real, de Cuba, que a partir de entonces sería un protectorado de Washington. Sólo le quedaban a España las diminutas islas del Pacífico (las Marianas y las Carolinas). ¿Qué hacer con ellas? Aquellos minúsculos territorios ni eran importantes ni productivos pudiendo traer más problemas que beneficios. El gobierno de Silvela los vendió a Alemania por veinte millones de pesetas, poniendo fin a trescientos años de presencia española en el Pacífico.

El "Desastre del 98" evidenció la decadencia española en el concierto de las naciones. El sentimiento de Cánovas era cierto: España no podía mantener unas colonias tan dispersas creía el estadista española y, en verdad, no pudo. El sentimiento de humillación fue más grande que las consecuencias económicas de la pérdida de las colonias. Muchos intelectuales apostaron por la regeneración del país. "Pan, escuela y doble llave al sepulcro del Cid" dijo Joaquín Costa. En otras palabras, desarrollo y progreso siguiendo el modelo europeo olvidando el glorioso pasado imperial que ya no existía. Pero el progreso resultaría difícil, al menos, de momento.
 

miércoles, 17 de octubre de 2018

EL ASUNTO DEL COLLAR Y LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Cuando se habla de un acontecimiento histórico, de cualquiera, los historiadores intentan siempre buscar un sinfín de causas y factores que ayuden a explicarlo, a comprenderlo. Si ese acontecimiento es de tamaña envergadura como la Revolución Francesa de 1789, fácil es imaginar el extenso listado de causas que, según los estudiosos, la desencadenaron: económicas, sociales, políticas, etc.

Por eso es muy curioso que para un observador de la propia Revolución y gran protegonista de la primera época posrevolucionaria, el desencadenante de la revolución fuese un lío de palacio, un escándalo que salpicó a la Corona, pero al fin y al cabo, simplemente eso, un entuerto. En esa época y en las venideras fue conocido como "el asunto del collar" y el mismo Napoleón Bonaparte dijo de él que había sido el "auténtico detonante de la Revolución de 1789".  

Se trata de un complejísimo entramado de traiciones, engaños y crímenes que se desarrollaron unos años antes del estallido revolucionario. Vayamos por partes.

Al parecer, el rey Luis XV de Francia encargó la fabricación de un collar a los joyeros de la Corona, los señores Bohemer y Bassenge. La destinataria era nada menos que su amante, antigua prostituta, Madame du Barry. Los joyeros crearon una valiosa joya compuesta por 647 diamantes unidos por oro puro. Algunos de los diamantes tenían el tamaño de una cereza.

Pero el azar es caprichoso y el collar nunca llegó a su destinataria. Antes de ser entregado, murió Luis XV y su favorita fue expulsada de palacio. Los nuevos reyes eran Luis XVI y su esposa, María Antonieta, que no mostraron mucho entusiasmo por el collar. De hecho, cuando Bohemer y Bassenge ofrecieron el collar a la reina, la joven de diecinueve años lo rechazó por dos veces provocando la ira de los joyeros. El collar fue ofrecido, después, al rey Carlos III de España pero éste también lo rechazó debido a su elevado precio, probablemente unos 4 millones de libras.

Por otro lado encontramos al cardenal Luis de Rohan, una de las más altas personalidades eclesíasticas de Francia y embajador en Austria durante largos años. Allí, en Viena, conoció a la emperatriz María Teresa de Habsburgo a quien no cayó en gracia debido a sus libertinas costumbres. María Teresa odiaba al cardenal-embajador y trasmitió ese rechazo por el francés a su hija María Antonieta. Fácil es suponer que cuando ésta llegó a Francia y contrajo matrimonio con el entonces Delfín en 1770, el cardenal cayera en desgracia. Seguía viviendo en el palacio de Versalles pero María Antonieta nunca le dirigió la palabra siendo marginado en las reuniones y banquetes.

Finalmente, encontramos a una farsante de nombre Jeanne de Valois, supuesta descendiente del rey Enrique II de Francia. La Valois, como era conocida, estaba casada con el presunto Conde de la Motte. La pareja formaba un auténtico tándem de criminales. Según se dice, ambos eran nobles venidos a menos que vivían en la más absoluta pobreza a finales de la década de los setenta del siglo XVIII. Igualmente, fácil es suponer también que ambos urdieran todo tipo de artimañas para recuperar al fortuna perdida.

Jeanne de Valois y su esposo tuvieron entonces conocimiento de la situación desesperada del Cardenal Rohan por obtener el favor de la reina. Por mediación del Conde Alejandro de Cagliostro, aficionado a la alquimia, la brujería y los exorcismos, la pareja de criminales tuvo acceso al antiguo embajador a quien conocieron en una velada nocturna en un suburbio parisino. La Valois se presentó ante Rohan como una íntima amiga de la reina María Antonieta (a quien, en verdad, nunca había visto) y el clérigo no tardó en pedir su mediación para ganar su favor de nuevo.

La Valois enseñó al cardenal incluso cartas de la reina falsificadas para hacerle creer cómo de auténtica era su amistad. Incluso urdieron un falso encuentro entre el cardenal y la reina. Utilizaron para ello a una prostituta parisina de nombre Nicole que, al parecer, era físicamente idéntica a la joven monarca. Ambos se encontraron y la muchacha no tardó en pedirle ayuda económica para financiar unas obras de beneficiencia que la Corona no podía sufragar por falta de dinero. Rohan aceptó financiar esa obra y entregó una abundante suma de dinero a la presunta reina. Claro está, cuando Nicole recibió el dinero lo entregó inmediantamente a la Valois y su esposo el conde de La Motte que lo gastaron en otros menesteres.

Un tiempo después, la Valois supo de la existencia del valioso collar que no encontraba comprador. Rápidamente tejió un curioso plan para ganar dinero engañando de nuevo a Rohan. En otra velada nocturna, La Valois relató al cardenal el gran apuro en que se encontraba la reina María Antonieta: ella deseaba de todo corazón comprar el valioso collar pero su esposo, el rey Luis XVI se lo impedía dado su elevado precio. Enseguida le ofreció la posibilidad de comprarlo para la reina: sería la prueba definitiva de la lealtad de Rohan a la reina y recuperaría definitivamente su favor.

Rohan compró entonces el collar a los joyeros reales pagando su precio en cuatro plazos de un millón de libras cada uno. El cardenal mantuvo la joya en su palacio hasta que una noche se presentó un enviado de la Corona para recogerla y llevarla a Versalles. Claró está, el enviado lo era de la Valois y el conde de Le Motte y no de María Antonieta, pero el ingenuo cardenal no se dio cuenta. Sólo empezó a sospechar tiempo después, cuando la reina seguía sin dirigirle la palabra en palacio y nunca aparecía en público con el collar. Además, se supo en París que alguien estaba vendiendo valiosísimos diamantes a bajo precio. Eran, por supuesto, la Valois y su esposo que estaban haciendo pingüe beneficio con la joya. 

Todo se destapó el 15 de agosto de 1784. Al parecer, los joyeros habían informado al rey y a la reina de la compra del collar por parte del cardenal Rohan. En una recepción pública con motivo de la onomástica de la reina, María Antonieta no dirigió la palabra a Rohan pero quien sí lo hizo fue el rey. Luis XVI le preguntó por el collar y los negocios que había hecho con él a costa de la reputación de la reina. Durante unos meses, Rohan fue despojado de su condición de ministro de la Iglesia y encarcelado en la Bastilla hasta que la prostituta Nicole se personó en Versalles y destapó el auténtico complot.

Jeanne Valois y su esposo fueron arrestados, torturados y, tras su confesión, encarcelados de forma perpetua aunque posteriormente pudieron salir de prisión. La Valois sufrió la humillación de ver como su piel era marcada con la "v" de "voleuse" (ladrona), muriendo unos años después, en 1791, en Inglaterra. Rohan, sin embargo, nunca recuperó el favor de la reina y partió al exilio cuando estalló la revolución, muriendo en Alemania en 1803.

Los verdaderos perjudicados fueron, sin embargo, los reyes. El escándalo, el mayor que sufrió nunca la Corona en Francia, causó gran conmoción entre la naciente opinión pública francesa. Se estima que más de 300.000 personas en Francia y en otros países estuvieron pendientes de lo que ocurría con el asunto del collar a través de los pasquines que corrían de pueblo en pueblo. La imagen de María Antonieta, a pesar de no tener nada que ver y ser la auténtica víctima del plan, se vió perjudicada, reforzando la negativa imagen que de ella ya tenían los parisinos. Se destapó, en definitiva, el entramado de falsas lealtades, traiciones y engaños que rodeaba a los monarcas en Versalles.

Todo ello quedó grabado en la mentalidad colectiva de los franceses y probablemente influyó en los juicios celebrados en 1792-1793 contra Luis XVI y María Antonieta. El final todos lo sabemos: ambos fueron condenados por conspirar contra la República francesa y guillotinados poco después. Muchos de los representantes del pueblo en la Convención que votaron a favor de la ejecución de los reyes quizá recordaban también los escándalos que habían sacudido Versalles en los últimos años y, especialmente, el asunto del collar. 

lunes, 15 de octubre de 2018

"MARIA ANTONIETA", ENTRE EL PODER Y EL MIEDO


Cuando uno visiona por primera vez  "María Antonieta" de Sofía Coppola (2006), enseguida se da cuenta de que no es una película de temática histórica al uso. La propia directora del filme reconoció que su objetivo no fue nunca crear una historia de época como tantas otras, llena de planos impersonales y escenas frías. Quería, en otras palabras, que el relato tuviese personalidad, transmitiese calor. En definitiva, que fuese muy humano.

Y en verdad la película recrea a la perfección el espíritu de la Corte francesa de Versalles del siglo XVIII. Un ambiente barroco, encorsetado, frívolo. Aunque para ello tenga que recurrir, en una mezcla anacrónica extraordinaria, a la música pop y rock del siglo XXI y a un colorido en vestidos y zapatos que no pocos historiadores ponen en duda. Incluso se cuelan por ahí unas zapatillas de la marca "Converse" del último tercio del siglo XX, en un maravilloso guiño al consumismo actual, no tan distinto, por cierto, de la pasión de la reina María Antonieta por la fiesta y los vestidos.

La historia personal de la desdichada María Antonieta y su marido, el rey Luis XVI de Francia, apenas se ve salpicada, en la película, por unas cuantas pinceladas de la Historia con mayúscula, la de los libros y las clases del Instituto. Se menciona de pasada la alianza entre la Francia borbónica y la Austria de los Habsburgos en la segunda mitad del siglo XVIII, de la que María Antonieta era la pieza clave; la primera de las tres particiones que acabaron con el reino de Polonia, devorado a la sazón por Rusia, Austria y Prusia; la guerra de independencia de los Estados Unidos; y los primeros chispazos de la Revolución Francesa. "Majestad, una muchedumbre ha tomado la fortaleza de la Bastilla" le dice un jadeante consejero al rey Luis XVI mientras este juega en el jardín con sus hijos. Ni levanta la mirada...

Mas allá de los datos históricos, me gustaría destacar dos aspectos. En primer lugar, el retrato psicológico de los personajes que hace Sofia Coppola en la película. ¿Cómo pudo sentirse una muchacha de 14 años cuando es llevada a Francia para casarse con el Delfín, a quien no conoce? El rostro de temor, de incertidumbre, refleja un desconcierto amargo y natural al mismo tiempo. La joven austriaca viaja a un país extranjero donde no pocos la miran con desdén (como en la escena de su llegada a Versalles) y donde debe adaptarse a nuevas costumbres, a una nueva etiqueta. "Esto es ridículo" dice sinceramente cuando se levanta de la cama y observa a treinta personas contemplándola en su alcoba y rivalizando por ver quién le ayuda a vestirse. María Antonieta fue acusada de llevar una vida desenfrenada mientras el pueblo de Francia se moría de hambre pero ¿qué iba a hacer ella, una niña de catorce años que es tratada como una diosa y que tiene todo a su alcance y a todos a su disposición? Quizá poco pudo hacer para no implicarse en las intrigas de una corte rimbombante y falsa de la que ella era el centro.

Debo hablar también del pobre Luis XVI, el torpe monarca (no sólo en el lecho) que se pasa las dos horas de película con cara de susto. Cuando contrae matrimonio con María Antonieta cuenta 15 años de edad y cuando asume la Corona de Francia, sólo 19. En esa situación, si lo pensamos fríamente, no es extraño que no le preocupase lo más mínimo consumar el matrimonio con la consorte, a juzgar por la avalancha de asuntos que habría que despachar. Rápido se deja convencer el joven rey cuando uno de sus consejeros le dice que es necesario enviar ayuda a los revolucionarios norteamericanos contra Inglaterra a pesar de que, en un primer momento, él mismo acertadamente había creído que era una contradicción apoyar a quienes se habían rebelado contra su legítimo soberano. Pero le dio lo mismo. Poco tuvo que hacer el consejero para convencerlo. La misma cara de incapaz tiene cuando está bailando en Versalles tras su boda o en la última escena de la película, cuando María Antonieta le dice que se está despidiendo del palacio. Al final, sin intención de hacer un spoiler, tanto su cabeza como la de su reina acabarían rodando por el patíbulo en París en 1793.

El segundo y último aspecto que me gustaría comentar y que se observa muy bien en la película es la exhibición de poder en el Antiguo Régimen. Todo cuanto rodeaba a los reyes estaba encaminado a resaltar su poder de origen divino. Desde los fabulosos vestidos de María Antonieta y sus peinados que luchaban contra la ley de la gravedad hasta los atuendos de Luis XVI heredados de los auténticos  disfraces de su bisabuelo Luis XIV que ocultaban unas carencias físicas naturales. Las fiestas, los juegos de azar, el teatro y la ópera, todo era parte de un complejo programa iconográfico y visual que tenía como finalidad crear un aura divina alrededor de los monarcas.  Nadie aplaudía al finalizar la función en la ópera por deferencia al rey. Treinta personas contemplaban a la reina cuando se despertaba. Otras tantas lo hacían mientras tomaban el almuerzo. Es difícil no creerse elegidos por dios en este ambiente, ¿no pensáis?

La propia María Antonieta busca liberarse de ese asfixiante protocolo mandando edificar su pequeña granja donde refugiarse de la Corte de Versalles. La etiqueta barroca y rígida está representada por los estrechos corsés y los pomposos vestidos que visten la reina y las mujeres aristócratas en las fiestas y los banquetes. La libertad corresponde en este caso a los vestidos blancos de estilo griego que la protagonista luce cuando disfruta de sus hijos en la casita de campo. Estos vestidos, sueltos, sin corsés y sin corpiños, se estaban poniendo de moda en Gran Bretaña a finales del siglo XVIII y eran la vestimenta habitual de las mujeres plebeyas francesas e inglesas en aquel tiempo. María Antonieta, aficionada, como puede verse en la película, a estos vestidos, rompe así con la etiqueta parisina y se convierte en una autentica revolucionaria. Una revolucionaria, en todo caso, a su manera, porque la auténtica Revolución, con mayúscula, la francesa, se la acabará llevando por delante.

En definitiva, "María Antonieta" es a la vez un filme bizarro y extravagante y una historia muy humana. La historia de una niña convertida en reina de un país que ya estaba en bancarrota cuando ella nació en la lejana Viena en 1755 y que la Historia y la leyenda la han hecho responsable de una Revolución que ya se estaba gestando cuando llegó a Francia en 1770.

domingo, 9 de septiembre de 2018

LA INSTANTÁNEA DE LA RECONCILIACIÓN



 Fotografía de A. Schommer (1987)

Hace algunos días encontré esta foto en Twitter, ese lugar que a veces es una jaula de grillos y otras ofrece cosas maravillosas como ésta. No conocía la instantánea pero, al verla, enseguida supe que mostraba algo especial, algo que merecía ser contado. Así que investigué un poco.

Su autor fue el fotógrafo hispano alemán Alberto Schommer (1928 - 2015). En los últimos años del Franquismo y los primeros de la Democracia, Schommer realizó numerosas series de fotografías relacionadas con la vida política española del momento. En 1976, el recién fundado diario "El País" publicó sus series "La Iglesia española en levitación", "Grupos políticos" y "El desmontaje del Franquismo". Algunas muestras de estos trabajos pueden consultarse hoy en la página web oficial de Schommer (aquí).

En los años 80 realizó una serie de fotografías que trataban de desmitificar a las figuras más importantes de la Transición a la democracia (1975 - 1982). En la web pueden verse algunas de las instantáneas que tomó a personajes de la relevancia de Adolfo Suárez, Felipe González, Manuel Fraga y Santiago Carrillo. Los políticos de entonces se prestaron a ser retratados de una forma nunca antes vista. A esta serie, titulada elocuentemente "La Transición", pertenece nuestra fotografía.

En 1987, Schommer reunió, para ser retratados juntos, a personajes que, si bien tuvieron un papel secundario en la Transición, habían sido figuras de extrema relevancia durante la Segunda República, la Guerra Civil o el Franquismo. Los retrató a todos juntos en una sala oscura, sin decoración, con la única excepción de la bandera nacional que puede verse en el extremo izquierdo de la imagen. La bandera no es ni la republicana de 1931 ni la franquista con el escudo del águila de San Juan, sino la rojigualda constitucional con el escudo adoptado en octubre de 1981 y despojado de toda simbología franquista.

Los nombres de los personajes que aparecen en la fotografía causan escalofríos, tanto por su edad y por su ideología como por su relevancia histórica y su papel en la Guerra Civil o los primeros años del Franquismo.

Abajo a la izquierda, sentado en una silla se encuentra Ramón Serrano Suñer que en el momento de la instantánea tenía 86 años (moriría en 2003, con 101 años). Suñer fue un destacado miembro del primer gobierno de Franco, que era también su cuñado. Abogó por que España entrase en la Segunda Guerra Mundial (1939 - 1945) al lado de la Alemania de Hitler. Junto a él, también sentado, encontramos al general republicano Enrique Líster. En ese momento contaba 80 años (moriría a los 87). Líster fue miembro del Partido Comunista de España (PCE) y dirigió al Ejército Popular en la Guerra Civil. Tres la derrota de la República marchó a la URSS donde participó en la Segunda Guerra Mundial. Regresó a España en 1977, tras las primeras elecciones democráticas.

A su izquierda se encuentra José María de Leizaola (de 90 años), lehendakari del gobierno vasco en el exilio entre 1960 y 1978. Regresó a España en 1979 y participó en los primeros gobiernos autonómicos vascos tras el regreso a la democracia. Junto a él vemos a Pilar Primo de Rivera, hermana de José Antonio, hija del dictador Miguel Primo de Rivera y fundadora de la Sección Femenina de Falange. Durante la Segunda Guerra Mundial mantuvo encuentros con Hitler (con quien hubo planes de matrimonio auspiciados por algunos sectores franquistas), con Musolini y con Salazar, el dictador portugués. En el momento de la foto contaba 80 años y murió en 1991.

En la segunda fila, de pie, encontramos a la izquierda al empresario e ingeniero Aguirra Gonzalo (de 89 años), quien fue procurador en las Cortes Franquistas entre 1971 y 1976. Dirigió el Banco Español de Crédito durante el Franquismo. A su lado aparece el dirigente socialista Ramón Rubial que fue presidente del PSOE y lehendakari preautonómico del gobierno vasco. En 1937 fue condenado a la pena de muerte por un tribunal militar, sentencia que fue conmutada posteriormente por treinta años de cárcel. Escapó de la prisión y fue capturado de nuevo en 1947. Salió de la cárcel en 1956 aunque posteriormente volvió a ser arrestado en numerosas ocasiones. Murió en 1999 a los 92 años de edad.

A su lado encontramos a Raimundo Fernandez Cuesta, que en el momento de la foto tenía 91 años (murió en 1992 a los 95). Fue amigo personal de José Antonio Primo de Rivera y uno de los fundadores de Falange. Durante el Franquismo ocupó cargos en diversos ministerios y tras la muerte de Franco se opuso a la Transición a la democracia durante los primeros años. Por último a su izquierda encontramos a Ignacio Gallego, el más joven de todos, con 73 años (murió en 1990 a los 76). Comunista convencido, participó en el Ejército Popular Republicano durante la Guerra Civil y posteriormente huyó a la URSS. Durante la Segunda Guerra Mundial se alistó en el Ejército Rojo y combatió al nazismo. Formó parte del sector prosoviético del PCE, regresando a España de incógnito en 1976.

Ocho nombres, ocho personas, ocho historias y dos Españas. Las "dos Españas" que se habían enfrentado en la Guerra Civil de los años treinta. En el momento en que se tomó la foto habían pasado nada menos que 51 años desde el golpe de Estado fallido del 17 de julio de 1936 y 12 años de la muerte del dictador Franco el 20 de noviembre de 1975. En los años siguientes, el país inició una transformación política sin precedentes que llevó a la dictadura franquista a convertirse en una Monarquía parlamentaria y democrática homologable con el resto de sistemas políticos de Europa Occidental.

En aquellos años se optó por la reconciliación y la concordia, por el consenso y la voluntad de entendimiento. Se pretendió olvidar intencionadamente los años de las confrontaciones y de la violencia y perdonar al que había sido el enemigo. Sólo si tenemos en cuenta esto podemos entender nuestra Transición a la democracia y la fotografía de arriba.

Los retratados por Schommer habían sido enemigos y quiero hacer especial hincapié en la palabra. En la Guerra Civil fueron enemigos con todas las dimensiones del término. Hubo vencedores y vencidos. Aquellos que pertenecían al bando vencedor, el sublevado, gobernaron el país durante casi cuarente años. Los vencidos, los del bando republicano, marcharon al exilio o afrontaron represalias de una crueldad inimaginable. Pero después de todo, y pese a todo, se encontraron cincuenta y un años después del comienzo de la guerra y se retrataron juntos.

Los personajes de la fotografía no eran amigos pero toleraron hacerse una fotografía conjunta. Serrano Suñer combatió contra Enrique Líster en los años treinta del siglo XX pero en los ochenta, ambos se sentaron codo con codo para que el fotógrafo Schommer los retratase. Ignació Gallego era un ferviente comunista defensor de la Unión Soviética pero en 1987 no le importó posar detrás de Pilar Primo de Rivera, una de las figuras femeninas más destacadas del Franquismo. Eso fue la Transición española a la democracia. Eso fue nuestra Transición.

El propio fotógrafo comentó a unos colegas que en los momentos anteriores y posteriores a la instantánea, los retratados intercambiaron algunas palabras cordiales y hablaron sobre sus problemas de salud: - "Tengo el colesterol alto, me lo ha dicho el médico"; - "Yo también y tomo este medicamento que me va muy bien". Conversaciones sencillas, palabras normales y ningún reproche, ningún desprecio. Schommer no apreció rencor en sus palabras, en sus miradas, en sus gestos. De hecho, si alguno de ellos  lo hubiese tenido, no hubiese permitido retratarse.

¿Olvidó en algún momento Ramón Rubial los años en los que estuvo preso sufriendo torturas y humillaciones? Rotundamente no. ¿Y Enrique Líster e Ignacio Gallego los años en el exilio? Tampoco. ¿Olvidó Pilar Primo de Rivera el fusilamiento de su hermano días después del gole de Estado? Ni mucho menos. Pero todos se dieron cuenta en los años setenta y en los ochenta (y quizá décadas antes) que la etapa de confrontación había pasado y la guerra no había resuelto sus diferencias. Por eso, en la Transición se prefirió silenciar los enfrentamientos del pasado y abrir una nueva etapa marcada por el diálogo y la tolerancia. La Transición fue sinónimo de renconciliación aunque a algunos se les haya olvidado. Y esta fotografía es el mejor ejemplo de ello.

sábado, 25 de agosto de 2018

¿QUÉ HACER CON EL VALLE DE LOS CAÍDOS?


 

Hace unas semanas visité el Valle de los Caídos con dos amigas. En contra de lo que pueda parecer, nuestra excursión no estuvo motivada por la polémica en torno a los restos de Franco. De hecho llevábamos hablando sobre la idea cerca de un año y fuimos cuando tuvimos oportunidad. El plato fuerte de la excursión era nada menos que el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial que no tiene nada que ver ni con Franco ni con el Valle.

El caso es que la visita no nos dejó indiferentes. Dentro de la enorme basílica esculpida en las rocas de la Sierra de Guadarrama, en un lugar teóricamente sagrado para los católicos y reservado a la oración, un hombrecillo emperifollado y con cara avinagrada se situó delante del sepulcro del dictador, levantó el brazo y gritó a viva voz: "¡Francisco Franco presente!" y mirando al resto de visitantes que contemplábamos semejante escena espetó: "¡Y a quién no le guste, que se marche! ¡Ya está bien de rojos!".

Hubo quien le aplaudió susurrando "¡eso es: viva Franco!" (ojo porque el susodicho lleva 43 años muerto). Otros, en cambio, nos quedamos atónitos ante semejante espectáculo. Yo no es que me considere progresista ni de izquierdas, más bien al contrario, pero aquella situación me avergonzó y me ofendió.

Luego, un muchachito que no pasaría de los veinte años y ataviado con camisa azul claro, pantalón beige y zapatos mocasines se situó al otro lado de la tumba y alzó el brazo. Su novia (imagino que sería novia) le hizo una foto, supongo que para colgarla en Instagram. Esto casi me avergonzó más que lo otro. Entre otras cosas porque mientras el hombrecillo emperifollado probablemente había vivido los últimos años del Franquismo (tendría unos 50 o 55 años, tampoco más), el muchachito de los mocasines había nacido a finales del siglo XX (¡veinticinco años después de la desaparición de Franco!). 

Algo hemos hecho mal en esta sociedad en las últimas décadas y lo seguimos haciendo. Quizá estas dos escenas sirvan como ilustración de las razones de por qué es necesario un cambio en el Valle de los Caídos. La democracia española no puede tolerar por más tiempo que un lugar patrimonio nacional se siga utilizando para exaltar una dictadura. Y el primer paso debe ser exhumar los restos del dictador.

Es cierto: España tiene otros problemas más graves. También es cierto: la sociedad española no está pidiendo esto en este momento. Pero eso no quita para que sea necesario y en algún momento tenga que hacerse. Hace unos días, a propósito de las intenciones del gobierno socialista de exhumar los restos del tirano, el bisnieto de Franco y pretendiente al trono de Francia, Luis Alfonso de Borbón Martínez-Bordiú afirmó que el Valle de los Caídos "simboliza la reconciliación de las dos Españas". Esto es falso y grave.

El lugar fue concebido en sus orígenes para exaltar la victoria y los muertos del mal llamado "bando nacional" que no era otro que el bando que se sublevó en 1936 contra la legalidad republicana, es decir, el bando sublevado o rebelde. También es cierto que cuando la basílica fue consagrada por el papa Juan XXIII en 1960 se proclamó que el monumento lo era para todos los caídos en la guerra, de un bando y de otro. Esto se hizo, entre otras cosas, por las reticencias de la Iglesia Católica de entonces (la del Concilio Vaticano II) a consagrar un templo dedicado a unos muertos y "en contra" de otros. Pero no nos engañemos, obviamente las alusiones al bando republicano y sus muertos brillaron por su ausencia. Y así seguimos.

Varios ejemplos ayudan a evidenciar que el Valle de los Caídos fue diseñado sólo y exclusivamente para los muertos del bando sublevado. El primero es los dos imponentes escudos franquistas que pueden contemplarse en los muros exteriores del templo. Si el templo era para todos los muertos, ¿por qué no se esculpió también el escudo de la II República? (¡Qué locura!). El segundo es la gran cruz y el hecho de que sea una basílica. La Iglesia siempre se situó a favor del bando sublevado y en contra del republicano. Si el templo era para todas las victimas, ¿por qué no se planteó que fuese laico, con pocas connotaciones religiosas? (¡Qué locura!). El tercer ejemplo son las dos capillas laterales que dan acceso a los lugares donde se depositaron restos de victimas de la guerra trasladadas desde toda España. En ellas puede leerse "Caídos por Dios y por España". ¿A qué bando hacen alusión estas palabras? No es muy dificil saberlo...

Es cierto: en el Valle de los Caídos también hay algunos muertos republicanos sepultados pero, seamos honestos, son los menos. Los demás se encuentran en cunetas y en fosas comunes repartidos por todo el país si es que no se han recuperado en las últimas décadas. El Franquismo siempre distinguió entre vencedores y vencidos. Desenterró, honró y sepultó los restos de los "muertos vencedores", de sus muertos, y olvidó y repudió a los "muertos vencidos", es decir, los muertos republicanos. Eso se ve en el Valle de los Caídos. Eso es el Valle de los Caídos

En la excursión con mis dos amigas, nos sentamos frente a la basílica, debajo de la cruz y nos pusimos a divagar sobre qué se podía hacer con el monumento. Una de ellas decía que lo mejor era destruirlo. Otra, que se debía cerrar y olvidar. Que el Estado se desentendise. Si esto ocurriese en unas décadas estaría en ruinas porque otra cosa no, pero el Valle necesita una restauración profunda (¡menudas humedades se pueden ver en el interior!).

Yo creo que estamos ante una gran oportunidad para transformarlo en un verdadero lugar de reconciliación de las mal llamadas "dos Españas" que se enfrentaron en la Guerra Civil. No puede seguir siendo La Meca de los nostalgicos franquistas y de neofascistas. No se puede tolerar que allí se entre con símbolos de la dictadura y se grite "¡Franco Presente!" sin que pase nada. Quizá si el lugar se convirtiese en un museo de la Guerra, donde pudiese honrarse de verdad a los muertos de ambos bandos y se enseñase al público lo irracional de la guerra, lo terrible de la confrontación y la crueldad de la dictadura (de cualquier dictadura) todos estos neofascistas y nostálgicos del Franquismo aprenderían las ventajas de vivir en una sociedad democrática, abierta y tolerante (incluso con ellos), como la que vivimos. A lo mejor conseguíamos algo y todo.

Pero la transformación del Valle de los Caídos debería ser integral, empezando por exhumar y retirar los restos de Franco pero siguiendo por trasladar a otro lugar dentro de la basílica los restos de Jose Antonio Primo de Rivera. Sí, es cierto: Jose Antonio fue una víctima de la guerra pues fue fusilado a las pocas semanas de comenzar la contienda, estando preso en una cárcel en Alicante. Pero no es menos cierto que también fue el fundador de la Falange, un partido que en sus orígenes se inspiró en el Fascismo Italiano y propuso la llamada "dialectica de los puños y las pistolas", siendo ilegalizado por la democracia republicana tras las elecciones de febrero de 1936. Por tanto, el fundador del fascismo español no puede disfrutar de un lugar preeminente en un monumento que quiere ser para todas las victimas de la guerra.

Sé que el tema de la exhumacion de los restos de Franco hace aflorar en mucha gente sentimientos viscerales que muestran, una vez más, que las heridas de la guerra no han cicatrizado del todo. Y es por ello que se deben atender a estas cuestiones. La reconciliación consiste en perdonar y olvidar pero es imposible hacer ambas cosas si continúa habiendo un lugar al que los nostálgicos acuden para poner flores a un dictador y gritar contra los que no piensan como ellos. Y como muestra me remito a la escena que presencié hace pocas semanas en la propia basílica.

En otra ocasión hablaré de la Memoria Histórica y de lo que se podría hacer con todos los cadáveres de la Guerra Civil que hay en cunetas y en fosas comunes. Por hoy basta.







domingo, 19 de agosto de 2018

DEL TAPIZ DE ONCALA Y LA RENDICIÓN DE BREDA

En la pequeña localidad soriana de Oncala, en la comarca de Tierras Altas, la iglesia neoclásica de San Millán atesora diez fabulosos tapices, dos de ellos renacentistas y los restantes, barrocos. El relato de cómo esos tapices llegaron a este pueblecito de pastores trashumantes es bien curiosa: a finales del siglo XVIII, el arzobispo de Valencia, D. Juan Francisco Ximénez del Río, natural de Oncala, donó estas obras a su tierra natal. Desde entonces, se custodian en la iglesia construida para tal fin. A finales del siglo XX fueron restaurados tapices y templo.

Los ocho tapices barrocos pertenecen a la serie titulada "El Triunfo de la Eucaristía" que en origen estaría formada por nada menos que dieciocho tapices. A Oncala sólo llegaron los que se conservan. En ellos pueden verse las siglas del tejedor que los elaboró, F·V·H (Frans Van de Hecke) y el lugar en que lo hizo, B·B (Bruselas - Bravante). Los tapices han sido datados entre 1625 y 1627.

Al parecer fue la gobernadora de los Países Bajos, Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II, quien los encargó para enviarlos al convento madrileño de las Descalzas Reales donde llegaron hacia 1628 o 1629. Posteriormente se realizarían más copias.  El famoso pintor y diplomático flamenco Pedro Pablo Rubens realizó bocetos que sirvieron de modelo para el tejedor. Por cierto, los bocetos de estos tapices se conservan en el Museo del Padro (en Madrid) y han podido contemplarse recientemente en una exposición titulada "Rubens, pintor de bocetos".

Hoy en día, se sigue conservando en dicho convento madrileño la serie completa de tapices y la colección de Oncala sería una serie posterior aunque también pudo ser realizada simultaneamente a la primera. El tema de todos los tapices era el triunfo de la Iglesia frente a la herejía (entiendase la Reforma protestante). Los tapices fueron encargados y elaborados en plena Contrarreforma católica.

Lo interesante de todo ello es la serie de conexiones que estos tapices tienen con otras obras, algunas de ellas muy célebres. Fijémonos en uno de ellos que lleva por título "Abraham ofrece el diezmo a Melquisedec":



Se trata de un tema muy recurrido en el arte cristiano. La escena se desarrolla en un pórtico y muestra el momento en el que el rey Melquisedec recibe a Abraham victorioso en la guerra contra Codorlaomor, ofreciéndole pan y vino, los alimentos de la Eucaristía. Aquí tenemos el boceto de Rubens, un óleo sobre tabla conservado en el Museo del Prado, a partir del cual el maestro tejedor flamenco elaboró el tapiz:


Como puede verse, la composición en ambas obras se centra en las figuras de Melquisedec y Abraham. Melquisedec, aparece como un anciano de barba blanca vestido con los atributos de un rey del siglo XVII: manto de armiño y túnica. Ofrece pan a Abraham, vestido como un general romano, quien se inclina ante el soberano. El vino está presente en las ánforas de primer plano. En el tapiz, para cubrir todo el espacio, el tejedor incluyó otros personajes, como los siervos que portan las ánforas de vino, que no se encuentran en el boceto de Rubens. El caballo o las picas sí han sido incluidas.

La pregunta ahora es la siguiente: ¿en qué se inspiró el maestro Rubens para elaborar el boceto en 1625? Muchos creeréis que el genio flamenco no necesitaba inspiración pero la respuesta es errónea. Como todos los artistas, Rubens se basó en obras de otros artistas de su época o anteriores. En concreto, aquí presento el grabado del mismo tema, Abraham y Melquisedec, que se encuentra en el origen de la obra de Rubens y por tanto, en los tapices de las Descalzas Reales de Madrid y de la iglesia de Oncala:

  
Se trata de un dibujo del pintor manierista flamenco Martín de Vos, quien vivió en Amberes entre 1532 y 1603, fecha de su muerte. Entre 1580 y 1585 realizó una serie de grabados sobre temas bíblicos, entre ellos este que lleva por título "Abraham y Melquisedec". En el grabado aparecen todos los elementos que Rubens copia en su boceto y son reproducidos posteriormente en los tapices: las lanzas de los soldados de la derecha y la izquierda, las ánforas de vino e incluso la postura de los protagonistas y la composición de la escena.

Hasta aquí todo bien: entre 1626 y 1627, un tejedor flamenco realiza una serie de tapices basados en unos bocetos pintados por el genio flamento Rubens un año antes, en 1625; Rubens para realizar los bocetos se inspira, a su vez, en unos grabados que otro pintor, de nombre Martín de Vos, había realizado cuarenta años antes. Los tapices acaban, unos en el Convento de las Descalzas Reales de Madrid, y otros en la iglesia de San Millán, en Oncala, un pueblo perdido en el norte de la provincia de Soria.

Ahora os presento un cuadro de 1635 que seguro que conocéis bien:


Exacto, es "La Rendición de Breda" o "Las Lanzas", una obra maestra de Diego Velázquez que actualmente puede contemplarse también en el Museo del Prado. Lo interesante de todo es que si os fijáis la composición es exactamente igual a la de las obras anteriores. 

Aquí, Velázquez ha cambiado al rey Melquisedec por Ambrosio de Spínola, general de los tercios españoles en Flandes; y a Abraham por Justino de Nassau, general de las tropas holandesas. Aquí no hay ningún recibimiento sino la claudicación del holandés que se inclina ante un Spínola clemente y magnánimo. Aquí, no se entrega ni pan ni vino sino las llaves de la ciudad de Breda que los españoles acaban de arrebatar a los rebeldes holandeses. ¡Pero todo lo demás, las picas, la postura de los protagonistas es lo mismo!

Velázquez no inventó nada, copió la composición de obras ya realizadas y puso todo ello al servicio de la Monarquía Hispánica para alabar las grandes gestas de los tercios en Flandes y decorar con ello el Palacio del Buen Retiro en Madrid. Obviamente, el maestro sevillano se inspiró en el boceto de Rubens para pintar su obra maestra y quizá también conocía el pequeño grabado de Martín de Vos que hemos descrito antes.

Se ha documentado que Pedro Pablo Rubens, un reputado diplomático además de gran pintor, viajó en al menos dos ocasiones a España en la década de los veinte del siglo XVII. Durante sus viajes a la Corte de los Austrias se hospedó en el Alcázar de Madrid y conoció al entonces joven pintor Diego Velázquez. De hecho, Velázquez viajó por primera vez a Italia en 1629 por consejo del propio Rubens quien le recomendó formarse siguiendo a los grandes maestros italianos. 

En aquel momento, hacia 1628 cuando Velázquez y Rubens se encuentran en Madrid, el flamenco ya ha pintado el boceto de Abraham y Melquisedec y en Bruselas se están tejiendo los tapices basados en él. Por entonces, además, ya se había ganado Breda para los españoles (en 1625), una plaza que permanecería en manos españolas durante una década, hasta 1636 cuando la recuperaron los herejes y rebeldes holandeses, sólo un año después de que el sevillano rubricase su obra maestra. Parace claro, por tanto, que los artistas flamencos, Rubens y, quizá en menor medida, Martin de Vos (quien había muerto en 1603) influyeron en el cuadro "La Rendición de Breda" de Velázquez de forma tan decisiva que sin ellos, probablemente, habría sido otra cosa.

En esta composición de las obras que hemos estado analizando se puede observar de forma clara la evidente relación que existe entre todas ellas:

  

jueves, 16 de agosto de 2018

BIARRITZ Y LA VIRGEN DE VLADIMIR

ANOTACIONES SOBRE EL PAÍS VASCO FRANCÉS (II)




 Palacio de Eugenia de Montijo (izq.), cúpula de la iglesia ortodoxa (der.)

En Biarritz hay muchos lugares con Historia que se pueden visitar, como el faro de la localidad (construido a mediados del siglo XIX), la Capilla Imperial de Eugenia de Montijo (la española que enamoró a Napoleón III) o el puente de hierro, obra de Gustave Eiffel (sí, el mismo que el de la torre), que da acceso a un santurio mariano en una peña junto al mar. También es interesante el Hotel du Palais, antiguo palacio de Eugenia de Montijo, hoy reconvertido en un hotel de lujo, donde probablemente no te dejen entrar si te ven con cara de turista sin dinero.

El caso es que yo no quería hablaros de todos estos sitios, que en cualquier caso son muy interesantes (quizá en otra ocasión...), sino de otro que me pareció extremadamente curioso: la iglesia ortodoxa de Biarritz. Se encuentra en la interessión entre la Avenida de la Emperatriz (detrás del Hotel du Palais) y la Calle de Rusia y su nombre oficial es "Iglesia Ortodoxa de la Protección de la Madre de Dios y de San Alejandro de Neva".

La primera pregunta que se viene a la cabeza es: ¿qué hace una iglesia ortodoxa en un pueblo de marinos vascos balleneros como Biarritz? La respuesta (¡cómo no!) tiene mucha Historia:

 Iglesia ortodoxa de Biarritz

Resulta que a finales del siglo XIX había en Biarritz una numerosa colonia de comerciantes rusos, afincados allí desde hacía unas décadas. Supongo que habían sido atraidos a Biarritz por la relevancia que adquirió la localidad gracias a que la emperatriz Eugenia de Montijo (esposa, como he dicho, de Napoleón III), se fijó en ella como lugar de veraneo (construyendo su fabuloso palacio). El traslado de la corte imperial durante los meses de verano a la localidad vascofrancesa supuso también que Biarritz se convirtiera en centro de veraneo de las más importantes familias burguesas y nobles de Francia y, por supuesto, de otros colectivos extranjeros, entre ellos la colonia de ricos mercaderes rusos.

En el año 1892 se encargó al arquitecto biarrota Tisnés el diseño de un templo que satisfaciera las demandas religiosas de los rusos. Por supuesto, el Estado francés no pagó nada (la Tercera República Francesa era laica y muy laica); fueron los propios fieles ortodoxos los que sufragaron los gastos de su construcción. Al parecer, por lo que he podido leer, el Zar de todas las Rusias Alejandro III sí envió dinero para contribuir a su construcción. Por eso, quizá, el templo se dedicó a la Virgen María y a San Alejandro.

Desde el exterior, el templo tiene las características propias del estilo bizantino: planta centralizada o de cruz griega, gruesos muros y una gran cúpula bizantina (tiene otra más pequeña sobre el nartex). Sus características son similares (salvando las distancias) a las de Santa Sofía de Constantinopla (hoy mezquita mayor Estambul) o San Basilio de Moscú (Rusia). Ésta, obviamente, es mucho más reducida y modesta, pero para hacernos una idea...

La iglesia de Biarritz cobró importancia a principios del siglo XX. Después del triunfo de la Revolución Comunista en Rusia, muchos burgueses ricos y nobles marcharon al exilio y uno de sus destinos preferidos fue Biarritz en Francia. En Niza, por cierto, también se puede contemplar una Iglesia ortodoxa mucho más rica en decoración y materiales, construida en 1912. Esto evidencia la importancia que tuvieron estos núcleos franceses en el exilio de los rusos que huyeron del Terror soviético. Casi todos las imágenes que decoran el interior de la iglesia fueron enviados desde San Petersburgo antes del estallido revolucionario.

Catedral ortodoxa de San Nicolás (Niza)

En el interior, hoy el templo biarrés llama la atención por su pobre estado de conservación. La falta de mantenimiento es evidente en los muros, llenos de humedades. Creo que el exterior fue restaurado hace algunos años y actualmente, se recogen donativos para contribuir a su restauración interior.

Entre todas las imágenes e iconos que decoran el interior de la iglesia destacan algunas reproducción de la Virgen de Vládimir. Este icono de orígenes bizantinos, el más venerado en Rusia, data del siglo XII. Fue trasladado por un príncipe ruso desde Constantinopla a Kiev y posteriormente a la ciudad de Vládimir, en el noroeste de Rusia. Por último, se llevó a la Catedral Ortodoxa de la Asunción, en el Kremlin de Moscú; y de allí, en época soviética, a la Galería Tretiakov de la capital rusa. Representa a la Virgen María con el Niño en brazos y es quizá la más célebre imagen de la Iglesia Ortodoxa.

Icono de la Virgen de Vládimir