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lunes, 8 de agosto de 2022

LOFOTEN, EL FINAL DEL MUNDO

Lo primero que uno siente cuando pone un pie en las Islas Lofoten es la lejanía. Este archipiélago se encuentra lejos de todos lados, en la provincia noruega de Nordland, al norte del Círculo Polar Ártico. Lo segundo quizá sea el vértigo ante un lugar inhóspito donde la naturaleza es poco amable con las sociedades humanas que intentaron y aún intentan vivir aquí. 

Cuando desembarcamos, el 3 de agosto, en el puerto de Moskenes, llovía a cántaros. Tan solo se escuchaban los insufribles graznidos de las gaviotas, las auténticas dueñas del lugar. En teoría el sol no se pone en esta época del año en las Lofoten, es el sol de medianoche, pero los nubarrones negros nos impidieron experimentar las noches blancas. Así fue durante todos los días que estuvimos allí.

El relieve de las Islas Lofoten se ha formado durante millones de años como resultado de la acción erosiva del viento, el agua y, sobre todo, el hielo. Los glaciares dejaron su huella en aquellas cumbres y las abrasaron durante milenios dando lugar al relieve que hoy contemplamos: valles en forma de U, fiordos, horns (que son las características cumbres puntiagudas) y morrenas aquí y allá. En las Lofoten, el océano se funde con el viejo macizo escandinavo, uno de las formaciones geológicas más antiguas del mundo.



El paisaje es impresionante allí donde mires. Las altas cumbres que alcanzan los 1.000 metros en algunos puntos, descienden vertiginosamente hacia el mar. El mar, además, es omnipresente, se cuela en todos lados, entrando y saliendo. A veces es difícil distinguir si la masa de agua que uno contempla es un río, un lago o el mar. Las frías aguas del Mar de Noruega parecen tranquilas cuando bañan las costas de estas islas, sus acantilados y sus playas de arena blanca.


Fácil es adivinar que las comunicaciones no son sencillas en este archipiélago. El periplo para llegar hasta ellas es largo y tedioso, sobre todo si uno quiere alcanzar las localidades más occidentales de las islas. Una opción es el ferry que conecta Moskenes con la ciudad de Bodø (capital de la provincia de Nordland). El trayecto dura unas cuatro horas. La segunda opción es volar a Svolvær o Leknes, las dos ciudades principales que se encuentran al este del archipiélago. Las carreteras, estrechas y tortuosas, convierten un viaje de pocos kilómetros en una aventura. 


Históricamente, las poblaciones de las Islas Lofoten se dedicaron a la pesca. Las capturas de bacalao, arenque y salmón eran la riqueza de estas tierras. El pescado se secaba al sol durante unos meses, siendo el principal alimento de estas gentes duras. La agricultura y la ganadería (ovejas y vacas) eran menos importantes, por lo inhóspito del terreno, poco apto para estas actividades.


Hoy en día, todas aquellas formas de vida han desaparecido en gran parte. Las Islas Lofoten se presentan ante el mundo como el archipiélago más bello del mundo, pero no son más que un decorado turístico. Nada es real. Pueblos como Reine (el más hermoso de Noruega, según dicen), Å (el pueblo con el nombre más corto del mundo), Nusfjord o Ballstad se han convertido en centros turísticos. Las antiguas cabañas de pescadores son hoy confortables apartamentos para turistas, pequeños museos o restaurantes de comida rápida. En estas cabañas, uno puede encontrar tan pronto una muestra sobre la pesca tradicional en las Lofoten o una exposición de obras del artista chino Ai Weiwei. Cuando el tiempo empeora (en septiembre) y los turistas se marchan, allí no queda vida.



La capital administrativa de la región, Svolvær, o algunas localidades, como Leknes, sí conservan cierta vitalidad social y económica. La muestran en sus centros comerciales, en sus polígonos industriales y en sus cafés. Otras, en cambio, son hoy el fósil de lo que un día fueron pueblos de pescadores. Actualmente, en las Lofoten viven unos 24.000 habitantes, unos 5.000, en la capital. El resto vive en asentamientos dispersos, en casas diseminadas por todas las islas. Sorprende que el vecino más cercano viva a un kilómetro de distancia. El turismo es hoy la única riqueza de estas tierras.

La vida es muy dura allí. Como lo fue siempre. El clima es frío y lluvioso. Los vientos empujan continuamente los centros de bajas presiones árticos sobre estas islas. Nosotros, en pleno agosto, tuvimos máximas de 13°C y lluvia intermitente durante varios días. En invierno, el frío es atroz. El cielo está siempre pálido. Se nota que los rayos del sol no tienen fuerza para calentar estas regiones tan septentrionales. Y en los meses de invierno, las Lofoten se sumen en la noche perpetua. Durante semanas no amanece.  ¿Quién va a querer vivir allí en esas condiciones?



Aún así, este archipiélago custodia una historia rica. Durante cientos de años, las gentes han convivido en armonía con una naturaleza hostil. Las sociedades florecieron y se desarrollaron durante siglos gracias a la pesca y al comercio. Dan cuenta de ello los templos centenarios que pueden contemplarse. Son pequeñas iglesias en medio de los campos, cuyos campanarios destacan entre el resto de edificaciones, pero empequeñecen ante los imponentes farallones esculpidos por los glaciares. También los cementerios dan cuenta de aquellas gentes que forjaron su existencia en estas tierras, lejos de todo y de todos. Gentes para las que era cotidiano contemplar estos maravillosos paisajes y que llamaban hogar a este inhóspito lugar en el fin del mundo.