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viernes, 22 de septiembre de 2017

LA NAVE DEL ESTADO

¡Tú también, sigue navegando, oh Nave del Estado!
¡Sigue navegando, oh Unión, fuerte y grande!
¡La humanidad, con todos sus temores,
con toda la esperanza en los años venideros,
está sin aliento, pendiente de tu destino!

Platón (s. V a.C.)

Estas fueron las palabras que el presidente Roosevelt envió en una carta a Winston Churchill el 20 de enero de 1941. Las acompañaba diciendo: "Me parece que este verso puede aplicarse tanto a su pueblo como a nosotros". La metáfora del Estado como un gran barco en el que cabe la nación, en el que el gobierno controla el timón y surca los océanos de la Historia es, sin duda, maravillosa.

En estos días en los que nuestro Estado atraviesa sus horas más oscuras de, al menos, los últimos treinta y cinco años, se me vienen una y otra vez estas palabras a la cabeza. El historiador británico Norman Davies afirma que los Estados nacen, se desarrollan, envejecen y mueren. Como si se tratasen de un organismo vivo, pasan por horas de plenitud y declive. Algunos sobreviven más y otros menos. El Imperio Romano de Oriente vivió durante casi mil años hasta que sucumbió al avance de los turcos en 1453; la República de Rutenia, sin embargo, apenas sobrevivió un día, allá por 1939.

Es impensable que un organismo vivo no luche por su supervivencia. Nadie podría entender que la tripulación de un navío no tratase de llegar a puerto al descubrir que este se va a pique. ¿Quién puede dudar entonces de que cualquier Estado no intente defenderse de sí mismo?

Más aún cuando el mal que lo acecha, lo que trata de acabar con él, se encuentra dentro del propio Estado, de la propia nación. Cuando el mal es un cáncer que trata de destruir al Estado desde dentro, de devorarlo poco a poco hasta desmembrarlo. ¿No es lógico que el Estado trate de curarse, de reponerse?

Bien, pues esto es lo que el Estado Español trata de hacer desde hace semanas. Un sector de nuestro propio ser colectivo está intentado de forma reiterada destruirnos a nosotros mismos aprovechando, precisamente, los resortes y las instituciones que les brinda la estructura estatal. El independentismo se está aprovechando de las garantías del Estado de Derecho para acabar con él.

Pero no nos engañemos, el Estado, nuestro Estado, tienen todas las armas necesarias para detener el cáncer que lo come por dentro. Desde la legitimidad de la democracia hasta la fuerza bruta del ejército. Si la tripulación del navío se muestra decidido a no tolerar ultrajes como los cometidos en las últimas semanas por algunos individuos y organizaciones, la fuerza del Estado es imparable.

Si exceptuamos Portugal y, quizá, los Países Bajos, ninguna unidad territorial ha permanecido inalterable desde hace tanto tiempo como España. Desde comienzos del siglo XVIII no ha sufrido pérdidas o incorporaciones territoriales de relieve. Y si obviamos Gibraltar, esto no ocurre desde la Paz de los Pirineos de 1659. Ningún Estado ha sido tan fuerte como el español y ninguno, tampoco, ha sido tan débil como éste. Y, sin embargo, siempre ha sobrevivido. 

Pero es que, además, los argumentos de los rebeldes se desmoronan porque el Estado que pretenden destruir es perfectamente democrático; un Estado Social y de Derecho, garantista incluso con aquellos que quieren acabar con él. Sería legítimo, por ejemplo, luchar contra un régimen dictatorial, contra un Estado opresor o contra un Estado colonialista pero no contra un Estado como el español del siglo XXI.

¿Qué país del mundo toleraría que lo troceasen? ¿Qué país del mundo no protegería o trataría de proteger su integridad territorial? El caso del Reino Unido no es ejemplo válido puesto que el referéndum de independencia de Escocia en 2014 fue una apuesta personal del primer ministro británico D. Cameron para reforzar su posición dentro de su propio partido. Tampoco vale el ejemplo canadiense, donde el Acta Constitucional, permite este tipo de referéndums al tener en cuenta el engendro territorial que es el propio país, una agregado de territorios dispares colonizados sucesivamente por Francia e Inglaterra desde el siglo XVI.

¿Qué hizo EE.UU. cuando Texas y California pidieron referéndums de autodeterminación hace unos años? ¿Como respondió Alemania cuando Baviera hizo lo propio? ¿Qué hace Francia con los casos de Córcega y Bretaña? La respuesta a todas las preguntas es la misma: ignorar las peticiones. ¿Alguien se imagina al gobierno de Washington permitiendo la secesión de Texas o de California? ¿Y a Berlín dando carta blanca para la independencia de Baviera? Es impensable.

¿Y cómo evitarlo? Quizá el mal de nuestro Estado es no haber atajado el problema de raíz cuando se presentó a primera hora. Pero, en cualquier caso, tiene todas las herramientas disponibles a su disposición. Y la palabra "todas" tiene cualquier significado y connotación que se le quiera dar y que no merece mencionar aquí.

Nuestro Estado sobrevivirá. Quizá embarranque y atravesemos por momentos duros pero a la integridad del Estado le asiste el Derecho y a nuestras leyes las ampara la Democracia; una democracia auténtica y verdadera. La razón está del lado de la justicia, de la tolerancia y de la solidaridad. Y a todo ello da cobijo el Estado Español actual. Por eso, a pesar de todo, nuestro barco seguirá navegando. 

miércoles, 16 de agosto de 2017

RAMIRO II "EL MONJE" Y LA CORONA DE ARAGÓN

Ramiro II "el Monje"


Si uno fisgonea un poco en la Historia medieval se dará cuenta de que se trata de una prolongada serie de conflictos personales, rivalidades, alianzas y traiciones. El destino de los reinos se confunde con el de sus soberanos y las dinastías, las familias reinantes, se entrecruzan como ocurre en las telenovelas sudamericanas. Hoy quiero contaros la historia de un monje convertido en rey que hizo posible el surgimiento de uno de los Estados más importantes de la Europa Medieval: la Corona de Aragón.

A principios del siglo XI, la Península Ibérica era un mosaico de reinos cristianos que competían entre sí y contra los sucesivos poderes musulmanes asentados en Al-Ándalus. En el nordeste se encontraban el Reino de Aragón y el Condado de Barcelona, cada uno con sus soberanos. En Aragón reinaba la estirpe de Ramiro I (1034 - 1063), primer monarca aragonés; mientras que en la zona catalana lo hacía la estirpe que en el siglo IX fundase Wifredo el Velloso tras romper los lazos con los francos del norte.

Desde 1104 reinó en Aragón Alfonso I, conocido como "el Batallador", que impulsó la expansión hacia el Valle del Ebro y reconquistó Zaragoza (1118). Se casó con la reina Urraca de Castilla; con la que tuvo un matrimonio algo complicadillo (por no decir que no se aguantaban). Como no tuvieron descendientes, a su muerte, en 1134, dejó dispuesto que sus dominios (Aragón) quedaran bajo el poder de las órdenes militares. Pero los nobles aragoneses no lo permitieron y ofrecieron la corona a su hermano Ramiro, que entonces era obispo de Roda.

Claro está, en cuanto Ramiro "el Monje" se enteró de que era el sucesor de la corona aragonesa se apresuró a abandonar su puesto eclesiástico y corrió a encontrar una esposa. La afortunada fue Inés de Poitou, elegida porque se la consideraba una mujer muy fértil. Lo que buscaba el monje era engendrar descendencia lo antes posible (que es el primer deber de todo buen monarca, por otra parte). El enlace tuvo lugar en la Catedral de Jaca en 1135.

A todo esto, Castilla y Navarra, con el beneplácito de la Iglesia, atacaron Aragón porque no admitían la sucesión. Ramiro II tuvo que huir hacia el este, es decir, hacia Cataluña. Allí, el Conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV (1113 - 1162) que, por entonces, tenía 22 años, ayudó a Ramiro II a recuperar el trono aragonés. Corría el año 1137

En agradecimiento, Ramiro II ofreció a su única hija Petronila como esposa al conde de Barcelona. La niña había nacido en 1136 con lo que contaba apenas un año de edad. Se firmaron en Barbastro las capitulaciones matrimoniales en las que se recogía la unificación del Reino de Aragón y el Condado de Barcelona aunque ambos territorios mantendrían sus propias instituciones, tradiciones y leyes. Petronila sería la reina de Aragón mientras que Ramón Berenguer IV quedaba como princeps.

El rey Ramiro II debío de pensar que no tenía que hacer nada más así que cedió el poder a su yerno y se retiró a un monasterio en Huesca recuperando su vida monacal. Su esposa, Inés de Poitou, cumplido el trámite de la descendencia, volvió a Francia (su país de origen). La niña Petronila quedó bajo custodia de su esposo y fue educada en Barcelona. 

El matrimonio entre Petronila y Ramón Berenguer IV se consumó catorce años después. En la práctica Ramón Berenguer IV gobernaba Cataluña y Aragón al tiempo que metía sus regias narices en Castilla y León, donde había mandado a su hermana Berenguela para casarse con el rey Alfonso VII. Como bien puede verse, nada tiene que olvidar esta historia al intrincado argumento de "Juego de Tronos", por ejemplo...

Del matrimonio entre Aragón y el Condado de Barcelona nació la llamada "Corona de Aragón", aunque nunca se empleó ese término en el Medievo. Del matrimonio entre Petronila y Ramón Berenguer nacieron nada menos que cuatro niños y una niña.

Ramón Berenguer murió en 1162 con cuarenta y nueve años; su esposa Petronila lo hizo en 1173 con tan sólo treinta y siete. Los sucedió su hijo Ramón Berenguer quien, al acceder al trono, cambió su nombre catalán por el de Alfonso, en memoria del hermano de su abuelo, Alfonso I el Batallador.

Alfonso II de Aragón y I de Barcelona fue el primer soberano de la Corona de Aragón. A partir de entonces una larga lista de monarcas se titularían doblemente "reyes de Aragón" y "condes de Barcelona", impulsando la influencia catalano-aragonesa o aragonesa-catalana por todo el Mediterráneo Occidental. Después se incluirían nuevos territorios como el Reino de Valencia y el Reino de Mallorca.

Territorios bajo control de Ramón Berenguer IV en la Península Ibérica



Y todo este lío viene porque un día como hoy, 16 de agosto, pero del año 1157 murió aquel que hizo posible el surgimiento de la Corona de Aragón: Ramiro II "el Monje".



  

domingo, 13 de agosto de 2017

TENOCHITLÁN: 13 DE AGOSTO DE 1521



El 13 de agosto de 1521, la capital azteca de Tenochitlán se rindió a las tropas españolas de Hernán Cortés. Todo el imperio de los méxicas quedaba en manos de los conquistadores europeos y la monumental capital, arrasada por completo. Sobre sus cenizas, Hernán Cortés fundaría de inmediato la Ciudad de México, capital del nuevo Virreinato de Nueva España.

Este es, sin duda, uno de los grandes episodios de la Historia de España: el inicio de la conquista de la América Continental. Pero todas las grandes hazañas del pasado esconden una parte no tan épica. Una parte oscura, poco heroica, se presenta tras la evocadora (casi mítica) idea simplificada que se nos viene a la mente cada vez que recordamos, por ejemplo, la conquista de México por los españoles.

Hernán Cortés partió de Cuba el 10 de febrero de 1519 en dirección al continente con una armada compuesta por unos 550 soldados. Pero su expedición no había sido autorizada por el gobernador de la isla, Diego Velázquez. Poco importó este pequeño detalle al extremeño que, decidido, puso rumbo a la isla de Cozumel donde encontró a un español, llamado Jerónimo de Aguilar, que llevaba ocho años viviendo con los indígenas.

Después, la expedición recorrió la costa del Yucatán donde entabló contactos con los indígenas. Por cierto, por aquellas tierras, Hernán Cortés conoció a la que sería su amante, compañera y esposa, la Maliche, una indígena que sería bautizada como Marina poco después. Doña Marina ayudó a los españoles en la conquista de México  haciendo las funciones de traductora, como puedes leer aquí.

Por entonces, Diego Velázquez había declarado traidor y prófugo a Cortés desde Cuba. Además, Moctezuma, soberano del Imperio Azteca, ya sabía de la llegada de extraños a las cercanías de su imperio. Moctezuma envió más de una vez, emisarios a Cortés preguntándole, primero, cuáles eran sus intenciones y, después, ofreciéndole regalos para que se marchase..

Pero Cortés estaba decidido a hacer algo grande y siguió adelante a pesar del gobernador de Cuba y del soberano azteca. Fundó la ciudad de Veracruz y, para evitar que sus hombres retornasen a Cuba, ordenó estrellar los navíos contra los acantilados. Ya no había marcha atrás: la única opción era internarse en el continente.

¿Cómo es posible que 550 españoles, por muy bravos y fieros que fuesen, lograsen conquistar un imperio bien organizado de 25 millones de habitantes? La realidad el Imperio Azteca esta dominado por los méxicas y habitado por multitud de pueblos sometidos a su poder. Lo que hizo Cortés fue ganarse la confianza de todos esos pueblos que odiaban el yugo méxica.

El Imperio Azteca no era precisamente un paraíso de convivencia y paz sino el fruto del expansionismo de un pueblo que había sometido militarmente a otros. Estos pueblos debían pagar cuantioso tributos que, incluían, por supuesto, hombres para sacrificios humanos.

El caso es que, poco a poco, Cortés engrosó sus tropas a base de indígenas y avanzó por en dirección a la capital imperial. Tenochitlán era una ciudad monumental situada en una zona pantanosa (el lago Texcoco). Se accedía a ella a través de cuatro largos puentes. El ocho de noviembre de 1519 entraron, por fin, en la capital y Moctezuma los recibió con una ceremonia espectacular.

El tlatoani (señor) azteca y, en general, todos los líderes méxicas no se enteraron muy bien de qué ocurría. De hecho, se pensaban que los españoles eran descendientes de Quetzalcoatl, una divinidad que había marchado hacia el este (justo de donde venían los españoles). El caso es que los conquistadores fueron recibidos con gran hospitalidad, se ordenó que no se les hiciese ningún daño y hasta se les mostró los dominios y las riquezas del país. Podemos imaginar las caras de los harapientos españoles cuando contemplaban los enormes templos del centro de Tenochitlán y las riquezas que se acumulaban en su interior.

Moctezuma sólo comprendió que los españoles buscaban la destrucción de su imperio con la insistencia de Cortés de que olvidase sus dioses y abrazase la fe cristiana. Hernán Cortés, consciente de la debilidad de su posición, ordenó el arresto de Moctezuma en su palacio pero, en ese momento, conoció la llegada de tropas a la costa con ordenes de detenerle. Diego Velázquez había movido ficha y no iba a permitir que Cortés se saliese con la suya.

Cortés marchó entonces a Veracruz dejando en Tenochitlán un grupo de hombres al mando de Alvarado. En la costa, tras una escaramuza, convenció a los recién llegados de la gran oportunidad que se presentaba ante ellos: la conquista de una tierra riquísima.

Cuando regresaron a Tenochitlán la situación había cambiado y los aztecas se mostraban hostiles hacia los españoles. ¡Qué diferencia con la primera vez que entraron en la ciudad! Una multitud se manifestaba delante del palacio de Axayácatl donde se atrincheraban los españoles y donde estaba preso Moctezuma. Los españoles decidieron que Moctezuma saliese a una terraza y pidiese a sus súbditos que se calmasen pero, cuando lo hizo, le abrieron la cabeza con una piedra. A los pocos días el tlatoani murió.

La situación de los españoles era insostenible y el 30 de junio de 1520 Cortés ordenó la evacuación de la ciudad. Este episodio es de todo menos honroso: los españoles huyeron de la ciudad aprovechando la noche y sabiendo que una batalla contra los méxicas supondría su aniquilación. En la huida cargaron con todo el oro que pudieron y que, por supuesto, fueron perdiendo por el camino cuando los indígenas les atacaron. Cientos de españoles y miles de indios aliados perecieron aquella noche, la Noche Trieste...

Los españoles huyeron a Tlaxcala, una región aliada, pero volvieron a encontrarse con sus perseguidores en Otumba, donde les derrotaron. Lejos de Tenochitlán, Herán Cortés planeó el retorno y la definitiva conquista.

En abril de 1521 los españoles sitiaron la capital azteca. La conquista fue posible gracias a las alianzas con otros pueblos indígenas, la disciplina de las tropas españolas y el uso de pequeños bergantines botados en el lago Texcoco. Has leído bien, los españoles construyeron barcos para sitiar Tenochitlán. 

La resistencia azteca fue heroica. El jefe militar de Tenochitlán, Cuautemoc fue decisiva y sólo rindió la ciudad cuando era absolutamente imposible la resistencia, que había sido llevada hasta el límite. En sus "Cartas de Relación", enviadas al emperador Carlos V, Hernán Cortés dice que "murieron más de cincuenta mil ánimas". La guerra cesó el 13 de agosto de 1521, día de San Hipólito:

"De manera que desde el día que se puso cerco a la ciudad... hasta que se ganó, pasaron setenta y cinco días, en los cuales vuestra majestad verá los trabajos, peligros y desventuras que éstos sus vasallos padecieron [los conquistadores españoles], en los cuales mostraron tanto sus personas, que las obran dan buen testimonio de ello"

Como puedes imaginar, Tenochitlán quedó completamente destruida pero Cortés inició de inmediato su reconstrucción. Se fundó así la Ciudad de México, capital de la Nueva España, el primer virreinato español en el Nuevo Mundo.