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miércoles, 28 de julio de 2021

LA AVENTURA COLONIAL EN EL RIF (1906 - 1920)

EL DESASTRE DE ANNUAL, 100 AÑOS DESPUÉS (EPISODIO 1)


La zona de influencia en el norte de Marruecos que consiguió España en 1906, después de sucesivas negociaciones, no fue la muestra del poder que conservaba el país en el plano internacional sino todo lo contrario. Fue la constatación de una evidencia: el poco peso de España en Europa hizo que a las grandes potencias no les importase en absoluto su dominio sobre una pobre e inhóspita región al otro lado del estrecho de Gibraltar.

En la Conferencia de Algeciras (1906), Reino Unido, Francia y España acordaron establecer un protectorado franco-español en Marruecos. A Londres no le gustaba la idea de que Francia ocupase el norte de África y rivalizase con ellos por el control del estrecho de Gibraltar así que propuso la entrega de la región del Rif a España. El gobierno español aceptó sin dudarlo porque pretendía recuperar el prestigio militar perdido después del Desastre del 98 así como evitar la posibilidad de que Francia controlase las zonas fronterizas con Ceuta y Melilla.


Mapa del Protectorado español en Marruecos.

Pero España no estaba preparada para una empresa colonial como aquella. En realidad, España no estaba preparada para ninguna acción militar del tipo que fuese. El Desastre del 98 y la consiguiente pérdida de las últimas colonias en América y el Pacífico había sido el resultado de una errada política internacional basada en el retraimiento impulsada por Cánovas del Castillo desde los inicios de la Restauración en 1875. España no tenía aliados sólidos y, por si fuera poco, su Ejército estaba mal organizado, mal equipado y mal entrenado. Las armas eran antiguas, había un exceso de oficiales y el grueso de las tropas lo conformaban soldados obligados en el sorteo de las quintas. Las quintas eran muy impopulares.

El rey Alfonso XIII (apodado por algunos "el Africano"), el gobierno, los generales del Ejército y algunos grandes empresarios vieron en el Protectorado español en el norte de Marruecos una oportunidad de gloria militar, de prestigio y de fortuna. Se habían descubierto además algunas minas en las montañas del Rif que hicieron a muchos soñar con un nuevo El Dorado en el norte de África. Pero para lograr la explotación económica de la región y la obtención de beneficios primero había que someter a los belicosos rifeños, los habitantes del Rif que se habían opuesto desde tiempos inmemoriales a cualquier autoridad política  que consideraban extranjera.

Las operaciones militares españolas en el Rif se demoraron hasta 1909, lo que es una muestra más lo costoso que iba a ser controlar la zona. Fue el gobierno de Antonio Maura (precisamente uno de los políticos que menos entusiasmo mostraba por la aventura colonial) quien decidió la intervención militar presionado por el gobierno Francés, que había iniciado la expansión en su zona. Como era de esperar, el reclutamiento de reservistas en Barcelona para ser enviados a Marruecos provocó manifestaciones en la capital catalana. Más aún cuando los primeros contingentes españoles en el Rif fueron masacrados por los rifeños en la batalla del Gurugú y en el Barranco del Lobo, cerca de Melilla. Murieron más de 150 soldados españoles en julio de 1909.

El resultado de aquel desastre militar fue la famosa Semana Trágica de Barcelona, que comenzó el 26 de julio con una huelga general contra el gobierno. Las mujeres de los reservistas que estaban a punto de embarcar en el puerto de la ciudad condal para marchar a una guerra que les era ajena se amotinaron e iniciaron una insurrección que se prolongó una semana y terminó con la caída del gobierno de Maura. La empresa colonial en Marruecos estaba empezando a salir cara.

Las operaciones militares en Marruecos se suspendieron durante algún tiempo y se retomaron de forma muy tímida combinando la negociación, la corrupción y las acciones bélicas. La aventura colonial iba a suponer, también importantes cambios en el Ejército ya que los militares que hacían su carrera en Marruecos lograban ascensos más rápidos que aquellos que permanecían en la Península. La escisión de los Africanistas y los Juntistas resquebrajó al Ejército español. Los segundos incluso se amotinaron en 1917 (las famosas Juntas de Defensa) pidiendo cambios al gobierno en la política de promoción militar que hasta entonces premiaba más los éxitos militares que la antigüedad.

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial en 1914, las operaciones militares en el protectorado se volvieron a suspender a pesar de que España no participó en la contienda europea. Se retomaron tras la guerra, de nuevo siguiendo la estela de Francia que, victoriosa tras la guerra, había enviado grandes contingentes militares a su zona de Marruecos. Durante la guerra, sin embargo, el Ejército español no se había modernizado - su estructura seguía obsoleta y las armas eran antiguas - pero el gobierno de Madrid se decidió a acelerar el control del Rif. 

En 1919, el general Dámaso Berenguer fue nombrado nuevo Alto Comisario de España en el Protectorado de Marruecos. Poco más de un año después, en 1920, su amigo el general Manuel Fernández Silvestre, tomó posesión de la Comandancia General de Melilla. Los dos eran muy diferentes (Berenguer pausado y prudente, Silvestre temerario e irreflexivo), pero ambos compartían un claro objetivo: pacificar la zona y afianzar definitivamente el control español sobre la región del Rif. 

Izq.: General Berenguer; Der.: General Fernández Silvestre



Para leer más:

sábado, 17 de julio de 2021

LOS MONJES DE MIRAFLORES

Retablo mayor, obra de Gil de Siloé


En 1441, el rey de Castilla Juan II de Trastámara cedió a la Orden de la Cartuja un palacio que su padre, Enrique, había construido en el bosque de Miraflores, cerca de Burgos. Bajo la protección de la Corona, los cartujos iniciaron la construcción de un monasterio y una iglesia con la dirección de Juan de Colonia. Los trabajos se iniciaron en 1454, año de la muerte del rey, y se prolongaron hasta 1488, ya durante el reinado de Isabel "la Católica".

Cuando uno entra en el monasterio se da cuenta rápidamente que la impronta de la reina Isabel se encuentra en todos lados. La reina católica patrocinó las obras y protegió a los monjes cartujos confiándoles la custodia del lugar donde estarían enterrados sus padres y su hermano. Y es que Isabel escogió el lugar como panteón familiar. La Cartuja de Miraflores es, por ello, mucho más que un monasterio: es el templo donde descansan los restos de Juan II de Castilla, su segunda esposa Isabel de Portugal y el primogénito Alfonso, apodado por la historiografía "el de Ávila".


Detalles de los sepulcros y del retablo


Juan II no tuvo un reinado fácil pues hubo de hacer frente a la guerra civil protagonizada por distintas facciones nobiliarias entre 1437 y 1455. Además, la política de la Corona estuvo mediatizada por la enorme influencia de Álvaro de Luna, favorito del rey. Por su parte, Isabel de Portugal, segunda esposa de Juan II, sufrió durante sus últimos años de vida graves trastornos mentales que la llevaron a recluirse en Arévalo. Y el infante Alfonso, "el de Ávila", también sufrió los intentos de dominación de la intrigante nobleza castellana, siendo proclamado rey precisamente en Ávila frente a su hermanastro Enrique IV. Su temprana muerte en julio de 1468, con apenas quince años, abrió las puertas a su hermana Isabel para reclamar la corona del reino.

El maravilloso retablo que el escultor Gil de Siloé realizó para la iglesia de la Cartuja de Miraflores es la muestra del amor de la reina Isabel por sus padres y su hermano. Se trata de un retablo gótico realizado en madera de nogal, dorada y policromada. Para su elaboración, se empleó parte del oro que Cristóbal Colón trajo de América después del descubrimiento.

El retablo es un enorme y refinado tapiz que despliega un complejo programa iconográfico. Destaca la gran corona de ángeles que forma una gran Hostia Sagrada en torno al centro del retablo, donde se encuentra Cristo en la Cruz. También están representados Dios Padre, el Espíritu Santo, la Virgen María, San Juan, San Pedro y San Pablo, María Magdalena y San Juan Bautista que flanquean la cruz. Los evangelistas, algunas escenas de la vida y pasión de Cristo, así como imágenes de otros santos, completan la detallada obra que deslumbra a cuantos visitan la Cartuja.


Vistas interiores y exteriores de la Cartuja de Miraflores


A los pies del retablo se encuentran los sepulcros de los padres de Isabel, que son también obra de Gil de Siloé. A su izquierda, podemos contemplar el del infante Alfonso, con una escultura del difunto en actitud orante. Los sepulcros, elaborados en alabastro de Guadalajara, presentan casi tanto detalle como el retablo y son un alarde de la exuberancia y riqueza del arte gótico isabelino, de finales del s. XV. 

Desde hace más de quinientos años, los monjes cartujos de Miraflores custodian los sepulcros tal y como la reina Isabel les confió. Allí protegen también la obra maestra del escultor castellano Gil de Siloé, el tesoro de la cartuja. Medio milenio de oración y contemplación; generaciones y generaciones de monjes dedicados a la protección y conservación del lugar. Aún hoy, en el siglo XXI, quince cartujos continúan la labor. Toda una eternidad. 


1) "La Crucifixión" de Joaquín Sorolla; 2) "La Anunciación" de Berruguete; 3) Cáliz donado por Juan II a los monjes cartujos; 4) Réplica del retrato de Isabel "la Católica"; 5) Vista exterior del templo.



Para saber más: