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jueves, 31 de octubre de 2013

LOS CUERVOS DE LOS HABSBURGOS

La historia que pretendo contaros hoy es una historia de tragedia, muerte y sufrimiento. Es una historia para no dormir que tiene como protagonista a una de las dinastías más poderosas de la Historia de Europa: los Habsburgos. Bueno, en realidad es una leyenda, una leyenda presente en la Historia.
 
En Europa, el cuervo siempre ha representado la mala suerte, la muerte y la desgracia. Quizá sea por su color negro, por su chillido tétrico o porque se alimenta de animales muertos. El caso es que cuando uno de estos pájaros sobrevolaba los campos de cultivo, los campesinos se persignaban para evitar el mal agüero. ¿Todo leyendas?
 
Quizá su fama de mensajeros de la desgracia esté justificada para la estirpe de los Habsburgo. Veréis:
 
Cuenta la leyenda que en el lejano siglo XI, unos cuervos salvaron al fundador de la dinastía, Radbot de Habsburgo, cuando estaba siendo atacado por una bandada de buitres hambrientos. En agradecimiento, el conde mandó construir una enorme atalaya sin muros y la llamó Habichtsburg ("castillo de los cuervos"). Allí, Radbot alimentaba y cuidaba a los cuervos. Tanto era así que el conde tomó el nombre de la torre para su dinastía: Habsburgo viene de Habichtsburg.
 
Años más tarde, los descendientes de Radbot transformaron la atalaya en un castillo, el actual Castillo de Habsburgo (que sigue en pie, por cierto). Para ello espantaron y mataron a los cuervos que con tanto cariño había cuidado el conde.
 
Desde entonces, los cuervos buscaron venganza y acosaron a los descendientes de Radbot hasta acabar con ellos. Se cuenta que los cuervos estuvieron presentes en todas las batallas en las que los ejércitos de los Habsburgos fueron derrotados y maldijeron a todos los monarcas de esta dinastía, tanto de la rama española como de la rama austriaca.
 
Esto podría explicar que casi la totalidad de los monarcas Habsburgos tuvieran un final atormentado y desgraciado y que muchos de sus objetivos y esperanzas no se viesen cumplidos. Ni Carlos I, ni Felipe III, ni Felipe IV tuvieron un final plácido, por no hablar del pobre Carlos II al que llamaban "el hechizado". Tampoco los soberanos austriacos consiguieron su aspiraciones en el Sacro Imperio y en Austria.
 
También se cuenta que horas antes de ser guillotinada en París en octubre de 1793, la reina Maria Antonieta (que era Habsburgo) vio por el ventanuco de su celda unos cuervos volando. Quien sabe si esperando que su cabeza rodase por el suelo.
 
Incluso el 28 de junio de 1914, algunos cuervos fueron vistos en el cielo de Sarajevo poco antes de que el archiduque Francisco Fernando de Habsburgo (heredero al trono de Austria) fuese tiroteado junto a su esposa. El atentado desencadenó la Primera Guerra Mundial y a su fin en 1918, ningún Habsburgo ocuparía ya un trono en Europa.
 
En todas las tragedias que han sacudido a la dinastía Habsburgo desde hace diez siglos estaban presentes los cuervos. Quizá advertían de la venida de la muerte y los desastres. Quizá eran ellos los que los causaban.
 
 
Dibujo del Castillo de Habsburgo en Suiza, de donde los cuervos fueron expulsados.
Quien sabe si ese fue el origen de la maldición de los Habsburgos.
 
 
¡¡Feliz noche de Halloween!!
 
 
 

viernes, 18 de octubre de 2013

CUANDO EL REY SOL ROMPIÓ LA TOLERANCIA RELIGIOSA


Un día como hoy en el año 1685, el rey de Francia Luis XIV revocaba el Edicto de Nantes, profundizando la intolerancia del Estado francés hacia la libertad de culto y obligando a miles de personas a abandonar su país. Pero este problema entre cristianos católicos y protestantes en la Francia del siglo XVII no era nuevo. Su origen se sitúa más de cien años antes. Veréis.

La reforma protestante llevada a cabo a mitad del siglo XVI partió por la mitad Europa. Así, mientras el norte se acogía a la reforma en sus múltiples variantes: anglicana, luterana, calvinista, etc. el sur del Viejo Continente permanecía fiel a Roma. Pero este proceso no fue tan sencillo en algunos países, algunos se partieron en dos como fue el caso del Sacro Imperio (que desencadenó la Guerra de los 30 Años) y por supuesto la propia Francia.

En Francia se extendió en la segunda mitad del siglo XVI la reforma calvinista impulsada por Calvino en Ginebra. En la ciudad helvética, los calvinistas fueron masacrados con lo que muchos huyeron a Francia. En el país galo, se les comenzó a conocer con el término peyorativo de “huguenots” (en castellano, se ha deformado el vocablo a “hugonotes”).

El caso es que parte de la nobleza francesa se convirtió al protestantismo, entre ellos la familia de Borbón. Todo ello, en un momento de graves tensiones políticas en Francia entre diferentes familias nobiliarias. La Casa de los Guisa, tremendamente influyente en la familia real, era una acérrima defensora del catolicismo y no admitió ninguna disidencia religiosa con lo que se desencadenaron una sucesión de guerras civiles, llamadas Guerras de Religión.

Entre tanto, la corona de San Luis cayó en manos de Enrique de Navarra (de la casa de Borbón, protestante) así que debió adjurar del calvinismo y retornar al catolicismo si quería el trono. Pronunció aquella frase de “París bien vale una misa”. Después de esto, nada le impidió perseguir a los hugonotes como el mejor católico. La contienda se prolongó durante años y algunos episodios fueron verdaderamente crueles como la matanza de San Bartolomé, que supuso la muerte de miles de hugonotes en París en agosto de 1572.

Al final, para pacificar el país, que estaba desangrado por décadas de guerras, Enrique IV (el primer Borbón rey de Francia) se vio obligado a promulgar el Edicto de Nantes en 1598. Pero ¿qué suponía este edicto?

El edicto era verdaderamente generoso con los hugonotes: se les garantizaba la libertad de religión y de culto, se les reservaba ciudades en las que la población protestante era mayoritaria y algunos puestos de la administración del Estado estaban reservadas a ellos. En la práctica se configuró un Estado hugonote dentro del Estado francés.

El Edicto supuso la paz durante décadas, a costa de la desunión religiosa del país. Sin embargo, el hijo de Enrique IV, Luis XIII, ya vio que los hugonotes suponían un problema para el Estado. Ya en 1627, el cardenal Richelieu se vio obligado a sitiar y arrasar la ciudad de la Rochelle (en la costa oeste de Francia) que era un bastión hugonote. Ésta fue una guerra de complicados orígenes. En esencia se puede resumir en que Francia e Inglaterra estaban compitiendo por el comercio colonial y al mismo tiempo, los hugonotes de la Rochelle permitían a los barcos ingleses atracar en ese puerto que era de su enemiga. Claro, hay que saber también que mientras el Estado francés era católico, Inglaterra era protestante, como sus amigos los hugonotes.
Luis XIV de Francia, el Rey Sol
 

Décadas después, Luis XIV subió al trono en Francia. El Rey Sol es el paradigma de monarca absoluto por excelencia y el absolutismo se asentaba sobre la centralización política y la uniformidad de la sociedad. Claro está, una sociedad con dos religiones no es uniforme y además puede suponer un peligro potencial para el reforzamiento constante del poder del monarca que estaba impulsando el rey.

Por entonces, los hugonotes seguían disfrutando de amplios privilegios y derechos a pesar de que tras la guerra de la Rochelle, Richelieu ya había suprimido algunos cuantos, especialmente los políticos (Edicto de Gracia de Alés en 1629). Los protestantes franceses seguían constituyendo un Estado dentro del Estado francés y eso era intolerable para Luis XIV.

Poco a poco, el Rey Sol aumentó la presión sobre los hugonotes restándoles cada vez más derechos y concediendo beneficios fiscales a quienes se reconvirtiesen al cristianismo. La persecución era ya imparable. Poco después se hizo más violenta y cruel. Luis XIV ordenó a las ciudades hugonotes acoger a las tropas del ejército con lo que eso suponía: saqueos, violaciones, abusos, etc. Cientos de pueblos y ciudades abjuraron del protestantismo ante la llegada de las tropas.

Para rematar la persecución, Luis XIV revocó el Edicto de Nantes mediante el Edicto de Fontainebleau el 18 de octubre de 1685. Se rompía el “régimen de tolerancia” impuesto por Enrique IV hacía ochenta y siete años y se prohibía el protestantismo en suelo francés. Miles de hugonotes se convirtieron al catolicismo mientras la mayoría opto por emigrar a otros países como las Provincias Unidad (Holanda), Prusia o Suiza.

Luis XIV consiguió la homogeneidad religiosa de su reino pero se ganó la enemistad de las naciones protestantes como la propia Holanda o Inglaterra. Tres años después, en 1689, una gran coalición le declaraba la guerra. El poder hegemónico de la Francia del Rey Sol estaba a punto de empezar a retroceder.

domingo, 13 de octubre de 2013

CUANDO LOS ESPAÑOLES ÉRAMOS CATALANES

En 1282, el rey Pedro III de Aragón conquistó la isla de Sicilia. Años más tarde, en los siglos XIV y XV, Alfonso V de Aragón anexionaba los reinos de Cerdeña y Nápoles. Por aquel entonces, la Corona de Aragón se encontraba en su máximo esplendor político, militar y económico. Las necesidades comerciales de los catalanes debían ser satisfechas encontrando y anexionando nuevos mercados y los reyes de Aragón se afanaban en conquistar tierras en el Mediterráneo.
 
Fue en aquellos años cuando en Italia se forjó un idea distorsionada de los habitantes que venían de la antigua Hispania. Para colmo de males, en 1455, el cónclave eligió papa a un valenciano, Alonso de Borja (o Borgia) que tomó el nombre de Calixto III (1455 - 1458) y que no se caracterizó precisamente por su piedad. Décadas más tarde, en 1492,  fue elegido pontífice su sobrino Rodrigo como Alejandro VI (1492 - 1503). La reacción fue tan violenta en Roma que se desató una persecución contra los españoles. No querían más papas españoles.
 
Tanto fue el odio hacia lo que viniese de Iberia que uno de los cardenales (el futuro papa Julio II) definió a Rodrigo de Borja como "catalán, marrano y circunciso" (lo de llamarle circunciso era como llamarle judío, lo demás, ya lo entienden...)
 
Unos años después, las tropas del emperador Carlos V de Alemania (I de España) saquearon Roma el seis de mayo de 1527 y el pontífice del momento, Clemente VII, tuvo que refugiarse en el Castillo de San Ángelo (el antiguo Mausoleo de Adriano). Todos estos acontecimientos no ayudaron a mejorar la imagen que tenían los italianos de los habitantes de la Península Ibérica.
 
Pero el odio que sentían los italianos hacia lo español se centraba en el odio visceral hacia los aragoneses. En especial a los catalanes que además de tener todos los defectos de los aragoneses, también les hacían la competencia en el comercio. Catalanes, genoveses y venecianos competían por colocar sus productos en los mercados de Italia y del Mediterráneo.

Así, en el siglo XVI, Aragón, y en especial Cataluña, representaba a toda España en Italia. De la costa oriental de la Península, especialmente de los condados catalanes, la única con la que habían tenido contacto los italianos, los prejuicios se extendieron a todos los reinos peninsulares.
 
Por entonces, a los españoles en Roma se les llamaba despectivamente "catalanes".Ya Farinelli dijo: "de un extremo de España, de Cataluña, la más cercana para los italianos, se sentenció a todo el país".
 
En el siglo XV los españoles éramos simplemente catalanes en Italia...



Grabado de la ciudad de Génova en la Edad Moderna. Los comerciantes catalanes competían con los genoveses y los venecianos por colocar sus productos en Italia y en otros puntos del Mediterráneo. El factor económico también contribuyó  crear una imagen negativa de los catalanes (y por tanto de todos los españoles).
 
 
  

sábado, 12 de octubre de 2013

DE HISPANIA A ESPAÑA


Según la tradición, cuando los fenicios llegaron al extremo occidental del mundo hacia el siglo X a.C., se encontraron con una tierra inhóspita, tan pronto seca como húmeda, tan pronto fría como calurosa. Una tierra contradictoria. Aquellos fenicios, que buscaban crear una colonia donde comerciar con los indígenas necesitaron tres viajes hasta dar con el lugar exacto, más allá de las columnas de Hércules. Allí fundaron Gadir.

Pero Gadir sólo era la puerta de entrada a una tierra inmensa, habitada por gentes que unas veces eran hospitalarias y otras guerreaban sin cesar hasta expulsar a los extranjeros de su territorio. Allí, donde abundaban los metales y unos extraños animales, los conejos. Quizá por eso, a aquel lugar lo llamaron “I-Span-ya”, según unas fuentes “tierra de conejos”, según otras “tierra donde se forja el metal”.

A esa inmensa isla, pues para los fenicios era isla, los griegos la llamaron Iberia y en el siglo III a.C. los romanos la llamaron Hispania. Una tierra inmensamente rica, inmensamente inhóspita y con habitantes hostiles. Las legiones romanas tardaron dos siglos en conquistarla por completo mientras otros países de Europa como la Galia fueron conquistados en cincuenta años.

Pero Hispania era más que una división administrativa del Imperio Romano. Era un región del mundo conocido, a la Península Ibérica se la conocía como Hispania y siempre se la tomó como un todo. Hispania era tierra de filósofos, de emperadores y de buen vino para los romanos.
 
Moneda con la efigie del Emperador Adriano, de origen hispano. En reverso se puede ver la alegoría a su tierra natal, Hispania.
 

Siglos más tarde, a esa tierra, los árabes la llamarían al-Ándalus, siendo sinónimo de Hispania. También la llamaron Hésperis en alusión a una de las horas, las guardianas que custodiaban el tiempo desde el alba hasta el anochecer. La tierra donde se pone el sol.

Por aquel entonces, en el siglo VIII d.C. en el norte de Hispania se habían hecho fuertes algunos irreductibles visigodos en cuya mente se encontraba ya la idea de reconquistar “la España perdida”. Y es que estaba claro que Hispania era mucho más que una región, era ya una tierra con identidad propia, ocupada por el Islam pero con un corazón común.

Se dice también que los francos llamaban “hispani” a todos los habitantes del sur de los Pirineos que llegaron a la Galia huyendo del Islam. Todos aquellos “hispani” tenían un sentimiento común de pertenencia a algo superior, a una tierra legendaria: Hispania.Tanto es así que en plena Edad Media, cuando la Península se encontraba dividida en multitud de reinos, algunos monarcas se titulaban “Rex Hispaniae” haciendo referencia al “Regnum Hispaniae”.

Había muchas Españas, tantas como reinos peninsulares, pero sólo había un sentimiento, el de pertenencia a una nación. En el horizonte se encontraba la unificación y esta debería ser con los reinos de Castilla y Aragón. Portugal, perteneciente a la región de Hispania, no se unió y cuando lo hizo sería ya demasiado tarde.

Desde entonces, Hésperis, Hispania, al-Ándalus, España, las Españas o Iberia ha permanecido unida. Los españoles, esos seres peculiares que habitaban aquella tierra inhóspita y rica, han permanecido siempre juntos.

viernes, 11 de octubre de 2013

A TROMPICONES CON LA FIESTA NACIONAL


La Fiesta Nacional es el día en el que todos los españoles celebramos nuestra pertenencia a una Nación. Se trata de un símbolo como lo es también el himno o la bandera. Hoy en día, los españoles la celebramos el 12 de octubre conmemorando la llegada de Cristóbal Colón a América en 1492. Pero no siempre la hemos celebrado ese día aunque fuimos pioneros en establecer en el calendario un día simbólico que celebre la pertenencia a la Nación Española, mucho antes que otros países.

En 1811 se estableció el dos de mayo como fiesta nacional. Las Cortes de Cádiz querían honrar en ese día la memoria de los fundadores de la libertad española. Un dos de mayo, pero de tres años antes, el pueblo de Madrid había estallado contra el invasor francés.

El estado de guerra en el que se encontraba España impidió que se celebrase en todo el país. Sólo en 1814, una vez expulsado el francés, se celebró  el dos de mayo en Madrid. No fue sin embargo, una celebración como la que conocemos hoy en día. No se buscaba celebrar nada sino conmemorar el acto glorioso de los insurrectos contra la opresión y exhibir duelo por los caídos en la guerra.

Numerosos decretos se promulgaron para establecer el protocolo de la fiesta patriótica. Se buscaba conmemorar “las glorias de la Nación y trasmitir a la eternidad la memoria de la lealtad a la patria de los mártires de nuestra gloriosa insurrección” (del dos de mayo de 1808, se entiende).

El día del dos de mayo se celebró con duelo y luto en toda España. Era un día teñido de fuerte fervor patriótico, unidad política y conmemoración ciudadana. Tanto es así, que el acto principal era una procesión ciudadana cívica que realizaban los descendientes de los caídos durante la Guerra de Independencia.

En Madrid, se estableció un pebetero siempre encendido para el culto público. La intención era destacar sobre todo al pueblo como poseedor de la soberanía. Sin embargo, a lo largo del siglo XIX el protagonismo ciudadano quedó relegado ante el protagonismo militar, del ejército español. Todo ello unido a graves convulsiones políticas que hacían incómodo recordar aquella gloriosa fecha.

Ya en el siglo XX, el gobierno conservador de Maura estableció por ley el 15 de junio de 1918,  el día doce de octubre como fiesta nacional. Se llamó el día de la Raza y celebraba la llegada de Colón a América en 1492 y los lazos culturales entre España e Iberoamérica. Se exaltaba el sentimiento de pertenencia a una cultura española. Mientras, el dos de mayo quedaba relegado a una fiesta local de la ciudad de Madrid.

Y así se ha mantenido desde entonces. En la Segunda República se celebraba el catorce de abril pero también el doce de octubre. Igual ocurrió durante el Franquismo ya que el dieciocho de julio se celebraba conjuntamente con el doce de octubre.

En la transición no se tomaron iniciativas legislativas en referencia a la fiesta nacional. Fue tras la conmoción del intento de golpe de Estado del 23-F cuando un decreto del gobierno de UCD estableció el 12 de octubre como Fiesta Nacional de España, el 27 de noviembre de 1981.

A comienzos de los años ochenta el Partido Socialista (PSOE) también propuso el 6 de diciembre como fiesta nacional para conmemorar el triunfo de la democracia pero esta festividad ha convivido desde entonces con la de la Hispanidad. Curiosamente en la ley de 1987 en la que se regula el protocolo del doce de octubre no hay mención a la Hispanidad, al descubrimiento de América ni a Colón. Se trataba de evitar cualquier alusión incómoda a la Historia.

Y así fue cómo los españoles fijamos un día para celebrar nuestra pertenencia a la Nación española. A trompicones, como siempre… pero lo hicimos.

 
 
 

* Información extraída de la explicación ofrecida por la profesora Ángeles Lario en un programa radiofónico en el CanalUNED el 12 de octubre de 2012.