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domingo, 5 de febrero de 2023

GRANDES HOMBRES, PEQUEÑOS HOMBRES





Nikita Jruschov y Jackie Kennedy


A finales de noviembre de 1963, la primera dama viuda de Estados Unidos, Jackie Kennedy, pasaba sus últimas noches en la Casa Blanca. Eran días terribles para su familia, de una desesperación tormentosa. Su marido, John F. Kennedy, había sido asesinado el día 22 de ese mes en Dallas, Texas. El magnicidio había impresionado al mundo entero y había destrozado su familia. 

En aquellos turbulentos instantes, Jackie Kennedy escribió una breve y emotiva carta al líder de la Unión Soviética, Nikita Jrushchov. Firmada el primero de diciembre de 1963, apenas nueve días después del asesinato, la viuda quiso agradecer al líder soviético las muestras de cariño que había recibido. El embajador soviético asistió al funeral en Washington y la esposa de Jrushchov abandonó entre lágrimas la embajada estadounidense en Moscú tras firmar en el libro de condolencias. 

John F. Kennedy y Nikita Jruschov eran adversarios políticos, líderes de las dos superpotencias que se repartían el mundo. Sus personalidades eran también muy diferentes. El norteamericano era un galán atractivo y culto, perteneciente a la high class de Estados Unidos. Jruschov había nacido en una familia pobre de Rusia y tenía un temperamento impulsivo y brutal. Estas diferencias no les impidieron buscar un entendimiento incluso en los peores momentos de la Guerra Fría, como la Crisis de los Misiles (octubre de 1962). 

En su misiva, enviada después de los funerales de su marido, Jackie Kennedy destaca todo ello. Y anima al líder soviético a continuar las relaciones cordiales con el nuevo presidente estadounidense, Lyndon B. Johnson. Una de las frases de la carta llama la atención por la profunda sinceridad con la que está escrita:

"Mientras los grandes hombres son conscientes de cuán necesarios son el autocontrol y la contención, a veces los pequeños se dejan llevar por el miedo y el orgullo."

Jackie Kennedy destaca aquí el valor de la prudencia en aquellos cuyo destino es dirigir el mundo. Dice: "El peligro que inquietaba a mi esposo era que la guerra podían empezarla no tanto los grandes hombres como los pequeños." Aludía a la necesidad de evitar a toda costa una guerra entre las dos superpotencias que llevaría, inevitablemente, a la destrucción del planeta. 

Pero con estas palabras, la primera dama da también una lección de vida. ¡Cuántas veces son necesarias la templanza y la sangre fría en la vida diaria! ¡En cuántas ocasiones la altura de miras y la serenidad nos permiten lograr grandes metas!

La impaciencia y la impulsividad pueden provocar, según Jackie Kennedy, las peores tragedias imaginables. Y por eso se deben prevenir los impulsos irracionales propios de mentes poco despiertas, de pequeños hombres que se dejan llevar por instintos incontrolables. En la vida ocurre algo así también. Los deseos desenfrenados, viscerales nos hacen, algunas veces, errar y nos alejan de las metas marcadas.

La inteligencia, sin embargo, nos obliga a actuar con esmero y sobriedad. La prudencia es, en todos los casos, una virtud porque evita decisiones irreflexivas y precipitadas. Las grandes empresas de nuestra vida requieren esfuerzo y grandes dosis de moderación y prudencia para elegir los caminos y las estrategias acertadas. La toma de decisiones (de cualquier decisión) lleva su tiempo y requiere una reflexión previa que debe ser más o menos profunda dependiendo de la magnitud de la meta a la que nos enfrentemos. 

Eso es, en definitiva, lo que diferencia a los "grandes hombres" de los "pequeños", según Jackie Kennedy: la capacidad para valorar la situación en la que estamos, estudiar la metas que queremos lograr y actuar en consecuencia. Los "grandes hombres" son capaces de hacerlo, actúan con mesura y culminan con éxito su trabajo. Los "pequeños hombres" se apresura, actúan instintivamente, y fracasan, poniendo en riesgo, también la ilusión que acompaña cualquier proyecto, cualquier designio. De nuevo, la Historia nos da una lección de vida.