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lunes, 27 de enero de 2020

QUINCE DATOS SOBRE EL MUSEO DEL PRADO





1. Abrió sus puertas el 19 de noviembre de 1819 con el nombre de Museo Real de Pinturas.


2. Nació como iniciativa de la segunda esposa de Fernando VII, María Isabel de Braganza, aunque la reina murió antes de que abriese el museo.


3. El Edificio de Villanueva, sede principal del Museo, fue proyectado en tiempos de Carlos III para acoger el Gabinete de Historia Natural y la Academia de Ciencias pero no había sido utilizado para su propósito original. Es de estilo neoclásico (s. XVIII)


4. El Museo recibe su nombre actual del paraje donde se ubica el edificio: el prado de San Jerónimo. 


5. El Museo es heredero de la rica colección de pinturas de los Reyes de España, aunque, con los años, se ha ido ampliando.


6. Cuando abrió sus puertas, sólo exponía 311 obras, todas de pintores españoles. Doce años después, contaba ya con más de 4.000 cuadros procedentes del Palacio Real, el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial y el resto de reales sitios (Aranjuez, el Pardo, la Granja, etc.).


7. Al principio, sólo podían acceder al Museo quienes contasen con una autorización especial de la Corona. No estaba abierto, por tanto, al pueblo.


8. La mayor crisis del Museo llegó con la Guerra Civil. En 1936, el gobierno de la República decidió evacuar sus principales obras, primero a Valencia, después a Barcelona y, finalmente, a Suiza. Volvieron a Madrid finalizada la guerra, en 1939. Algunos cuadros sufrieron serios desperfectos (por ejemplo, el “Dos de Mayo”).


9. En 1936, Pablo Picasso fue nombrado director por el Gobierno de la República aunque, dada la situación de guerra, nunca llegó a ejercer.


10. Uno de los problemas del Museo ha sido siempre la falta de espacio. El Palacio de Villanueva se queda pequeño para todas las obras del Museo.


11. En 1981 llegó el “Guernica” a España procedente de EE.UU. En un principio fue custodiado en el Casón del Buen Retiro, dependiente del Museo del Prado, aunque posteriormente fue trasladado al Museo Reina Sofía.


12. En 2007 se culminó la ampliación más ambiciosa del Museo con la inauguración del Edificio de los Jerónimos, obra del arquitecto español Rafael Moneo. Se solucionaba, parcialmente, la falta de Espacio.


13. Hoy el Museo atesora 33.000 obras de las que “sólo” se exponen 1.700 en la exposición permanente.


14. El Museo del Prado es considerado una de las mejores pinacotecas del mundo. Tres millones de personas lo visitan cada año.


15. El artista más representado en el Museo es Francisco de Goya. No obstante, en ningún lugar del mundo se conservan tantas obras juntas de pintores como Velázquez, Ribera, El Bosco y El Greco. 

 



Esta es la primera de una serie de entradas sobre el Museo del Prado y sus principales obras que publicaré en los próximos meses en el blog.

sábado, 18 de enero de 2020

EL MONSTRUO DE FERNANDO VII Y SUS POBRES ESPOSAS


           Detalle del retrato de Fernando VII realizado por Goya


"No hace nada, ni lee, ni escribe, ni piensa." Con estas palabras describía la entonces princesa de Asturias, María Antonia de Nápoles, las tareas diarias y aficiones de su esposo, el príncipe Fernando. En una ocasión dijo de él que era "un obeso poco agraciado de voz aflautada". Con semejante sinceridad, la reina anticipaba de alguna forma lo que le esperaba a España cuando el Borbón subiese al trono. Por desgracia no lo llegó a ver, pues murió en Aranjuez en 1806.

La Historia ha aupado a Fernando VII a la primera posición en el ranking de peores reyes de España y eso que nuestra patria no ha sido precisamente dichosa con sus monarcas. En otras palabras, la primera posición está disputada, pero casi todos los historiadores lo señalan a él como el campeón. El genial Fernando no tuvo reparos en conspirar contra su propio padre, el débil Carlos IV; traicionó, después, a su pueblo vendiéndolo a Napoléon; no le tembló el pulso en ordenar la muerte o el exilio de miles de liberales que habían ganado la Guerra de Independencia invocando su nombre; y tampoco cuando firmó un documento en el que apartaba a su hija primogénita, la niña Isabel, de la sucesión al trono en favor del infante Carlos María Isidro. Crueldad y tiranía bien condimentadas con grandes dosis de estupidez y cobardía.

Estando Fernando cautivo en el palacio de Valençay, mientras su pueblo luchaba bravamente contra los ejércitos franceses, acostumbraba a mandar misivas a Napoleón en el que alababa su genio militar y sus destrezas en el campo de batalla. Felicitaba al emperador francés por cada batalla ganada en España y ofreció a su hermano Carlos para dirigir los ejércitos franceses en la campaña napoleónica en Rusia en 1812. Pero, además, no dudó en solicitar a Napoleón que le eligiera una esposa, la segunda tras la muerte de María Antonia, y al final de la Guerra de la Independencia española, le pidió poder acercar su pequeña corte de prisionero a París. Se ve que quería estar cerca de su secuestrador. Síndrome de Estocolmo, lo llaman. O felonía, más bien.

Por entonces, en España aún era Fernando VII "el Deseado". Las Cortes de Cádiz lo habían proclamado solemnemente rey constitucional de España y el Consejo de Regencia gobernaba en su nombre. Poco tardó en hacer méritos para cambiar su apodo por "el Felón", el traidor. Fue llegar a España y deshacer la laboriosa legislación liberal de Cádiz. En 1816 contrajo segundas nupcias, esta vez con su sobrina María Isabel de Braganza, infanta de Portugal, hija de su hermana Carlota Joaquina. Atractiva no era, pero sí mucho más joven que el rey. Era también culta e ilustrada, al contrario que el monarca español, pero al pueblo no le gustó:

"Fea, pobre y portuguesa,
¡Chúpate esa!" 

Poco bueno hizo Fernando VII en su vida. Entre ello, destacamos la fundación del Museo del Prado ("Museo Real de Pintura y Escultura" se llamaba entonces). Y tampoco podemos atribuirle al soberano el mérito, sino, más bien, a su esposa la portuguesa. Fue precisamente María Isabel de Braganza quien promovió la creación de una galería de pinturas similar al Museo del Louvre en París. Resulta que, estando ella en el Monasterio de El Escorial, vio la enorme cantidad de cuadros que había allí almacenados sin que nadie les prestase atención. Entre ellos se encontraban obras maestras de Velázquez, Tiziano, El Greco... Algunos habían sido trasladados después del incendio del Alcázar de Madrid en 1734, y allí seguían. Otros habían sido enviados por el propio Fernando VII a quien no gustaban esas pinturas antiguas y oscuras y no quería tenerlas en el Palacio Real. Lo que hace la ignorancia.

Maria Isabel de Braganza también fue desdichada. Murió en 1818 con apenas veintiun años y no pudo ver culminada su gran obra, el museo de pinturas. Fernando VII corrió a casarse por tercera vez, ahora con María Josefa Amalia de Sajonia que contaba apenas dieciséis años. Famoso es el relato de la noche de bodas que hace Prosper Mérimée a su amigo Stendhal. La joven salió corriendo cuando vio entrar a su soberano marido en la habitación con las intenciones que todos podemos imaginar:

"Resultó que la reina fue puesta en el lecho sin ninguna preparación. Entra su majestad. Figúrese a un hombre gordo, con aspecto de sátiro, morenísimo, con el labio inferior colgándole. (...) La reina no hablaba más que el alemán, del que Su Majestad no sabía ni una palabra, así que la reina escapa de la cama y corre por la habitación dando grandes gritos. El rey la persigue; pero, como ella es joven y ágil, y el rey es gordo, pesado y gotoso, el monarca se caía de narices, tropezaba por los suelos. (...)"

 La reina María Josefa Amalia de Sajonia

Al final tuvieron que convencer a la reina de que debía pasar la noche con su esposo. Lo hizo pero el deselance de la historia es vergonzoso y vergonzante. La pobre reina sufría de la tripa cuando se ponía nerviosa. Y aquella noche estuvo muy nerviosa... Debemos hablar también del problema del rey con su miembro viril que, al parecer, era desmesuradamente grande. Hay quien dice que padecía una deformación denominada "macrosomía genital". Prosper Mérimée da una decripción precisa de este asunto:

"Según la dama por quien sé la historia, su miembro viril es delgado como una barra de lacre en la base, y tan gordo como el puño en su extremidad; además, tan largo como un taco de billar"

Ahora podemos sentirnos identificados con la infeliz reina Maria Josefa. Imaginemos a la joven al ver el monstruo de su esposo. No es extraño que saliese corriendo. Murió en 1829 sin poder engendrar hijos ¿quizá por la deformidad que padecía el rey? El caso es que Fernando VII, que contaba ya cuarenta y cinco años, estaba sin herederos. Había tenido una hija con María Isabel de Braganza pero apenas había sobrevivido seis meses. Así que tenía que encontrar otra esposa, la cuarta, para engendrar un sucesor. La elegida fue María Cristina de Borbón-Dos Sicilias. Se conoce que también padeció la reina la enorme monstruosidad del esposo y por eso utilizaba una almohadilla que colocaba en su vagina durante el coito para amortiguar el tamaño del miembro de su marido.

Esto que se cuenta amenudo con sorna, a modo de chascarrillo, supuso un serio problema para Fernando VII, que sufría molestias terribles. Obviamente, también sus mujeres lo padecieron, causándoles desgarros y dolores. Hasta 1830 no tuvo descendencia el bueno de Fernando, ¿fue precisamente por este problema? Y la primogénita fue una niña, Isabel. Otra niña, Luisa Fernanda, nació dos años después.

El asunto de la sucesión cambió de tonalidad. Si hasta 1830 el problema había sido que el rey no tenía hijos, a partir de entonces, fue que el rey sólo tenía dos niñas, ningún niño. Felipe V, el primer Borbón en el trono español había introducido en España la Ley Sálica que impedía reinar a las mujeres así que, siguiendo esta norma, la niña Isabel no sería reina y heredaría el trono el infante Carlos María Isidro, un fanático absolutista como Dios mandaba. Sin embargo, Carlos IV había dictado una Pragmática anulando la Ley Sálica que habia sido aprobada por las Cortes pero no promulgada. Atendiendo a esta pragmática, legalmente, podría reinar Isabel lo que dejaba fuera de juego al infante Carlos. Con esto antecedentes, la conspiración se sirvió en bandeja.

En septiembre de 1832, Fernando VII cayó gravemente enfermo mientras se encontraba en el Palacio de la Granja de San Ildefonso. Aprovechando su estado de semiinconsciencia temporal y su estupidez e indecisión naturales, la camarilla absolutista que le redobaba le hizo firmar una documento en el que restablecía la Ley Sálica. El artífice de la artimaña fue Francisco Tadeo Calomarde, ministro de Gracia y Justicia y ferviente defensor de los derechos dinásticos del infante Carlos como garante de la pervivencia del absolutismo monárquico. La pequeña Isabel quedaba al margen.

La situación se recondujo gracias a la infanta Luisa Carlota de Borbón, hermana de la reina María Cristina y esposa de Francisco de Paula (hermano de Fernando VII). La infantona, que defendía los derechos de su sobrina Isabel con el objetivo de casarla, cuando fuese reina, con su hijo Francisco de Asís, llegó apresuradamente al palacio de la Granja se abrió paso a bofetadas y entró en la alcoba de Fernando VII como un elefante en una cacharrería. Convenció a su cuñado de que había cometido una estupidez como las que habitualmente cometía y le recomendó que destruyese el papel. De hecho, ya lo había hecho ella arrebatando el documento que había firmado Fernando VII y rompiéndolo en mil pedazos.

Firmó entonces el moribundo rey la Pragmática Sanción que suprimía, otra vez, la Ley Sálica permitiendo a su hija heredar el trono. Cuando entró en la habitación el ministro Calomarde, sorprendido por la situación pero guardando las formas, se atrevió a decir que la decisión era errónea y recomendó de nuevo valorar la situación. Pero la infanta Luisa Carlota no le dejó acabar y le pegó tal bofetada que el pobre ministro no se atrevió a abrir la boca otra vez. El trono de Isabel se había salvado gracias a su tia y a pesar de la traición de su padre.

Aún vivió "el Felón" un año más. Su vida fue tragicómica, llena de comedias y dramas. Su incapacidad para el gobierno, su holgazanería y su intreransigencia fueron una tragedia para el país y lo condenaron durante décadas al oscurantismo. Su indecisión llevó a España a tres guerras civiles, las guerras carlistas. Y sus problemas matriominales evidenciaban que aquel hombre era mundano como todos, lleno, repleto de defectos. No era un rey elegido por Dios por más que los fanáticos absolutistas siguiesen defendiendo la ya desfasada idea del origen divino del poder absoluto del rey.

Fernando VII con su cuarta esposa, María Cristina de Borbón
 


BIBLIOGRAFÍA:

AD ABSURDUM (2017): "Historia absurda de España", Madrid: La Esfera de los Libros.
ESLAVA GALÁN, J. (2019): "La familia del Prado: un paseo desenfadado y sorprendente por el museo de los Austrias y los Borbones", Madrid: Planeta.

 

domingo, 12 de enero de 2020

EL CASO DREYFUS Y LA DECADENCIA DE LAS NACIONES LATINAS

 

 Degradación del Capitán Dreyfus

El llamado Caso Dreyfus es uno de esos pequeños detalles de la Historia, intrincados detalles, más bien, que resulta difícil comprender si uno no tiene la ferrea voluntad de desenmarañarlos. Y no vale sólo con leer el artículo de la Wikipedia sino que requiere un estudio mucho más detallado. Sin embargo, ésta es una de esas anécdotas que, al entenderlas, ilumina todo un periodo histórico en un país. Y más, en un continente.

Dreyfus era un capitán del ejército francés de origen judío que, en 1894, fue acusado de espionaje y condenado al destierro en una cárcel de la Guayana Francesa. Posteriormente se descubrió toda una red de corrupción en el ejército francés. Altos mandos habían acusado a Dreyfus con pruebas falsas y se negaron a reabrir el caso cuando se destapó que el espía alemán era otro militar, el comandante Ferdinand Esterhazy. El caso sacudió los cimientos del Ejército francés y de la Tercera República y agitó a la opinión pública francesa como en pocas ocasiones había sucedido.

El escándalo evidenció la corrupción de los altos mandos militares franceses y del gobierno republicano y sacó a la luz el antisemitismo imperante en una sociedad que se creía moderna, libre y avanzada. El escritor Émile Zola, en una carta abierta titulada "J'accuse" ["Yo acuso"], que a la sazón sería una de las más famosas misivas de la Historia, se lamentaba de la degradación moral de Francia y la hipocresía de una nación que se creía libre: 

"Es un crimen aprovechar el patriotismo para actos de odio y, por último, es un crimen hacer del espadón el dios de la modernidad, mientras toda la ciencia humana se empeña por el avance de la verdad y la justicia. Esta verdad, esta justicia que tanto hemos ansiado ¡ qué angustia verlas así abofeteadas, despreciadas, oscurecidas! (...)".

Este sentimiento de decadencia política, fracaso y degradación moral era compartido por numerososo intelectuales no sólo en Francia sino en otras naciones de la Europa suroccidental en la segunda mitad del siglo XIX. En Francia destacan Émile Zola y Victor Hugo; en España, Emilia Pardo Bazán, Benito Pérez Galdós, Pío Baroja, Azorín y Miguel de Unamuno. También en Italia y en Portugal se compartía este sentimiento de decadencia. Y es que muchos pensaron que las naciones latinas del sur de Europa, otrora pujantes potencias culturales y políticas, habían perdido el tren de la Historia en favor de las naciones germánicas y anglosajonas. 

Inglaterra, Alemania y los Estados Unidos eran las grandes potencias económicas y políticas del momento mientras que Francia, Italia, España y Portugal habían perdido el esplendor de otros tiempos. Para argumentar esa opinión se basaban en los acontecimientos de la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX, entre los que se encontraba el escándalo Dreyfus que hemos comentado.

La Francia de la Tercera República era una gran potencia económica y disfrutaba de un sistema político democrático; empero, el sentimiento de humillación y fracaso latía con fuerza en el alma de la nación. La derrota de Sedán en 1870 supuso la desaparición del Segundo Imperio Francés y la proclamación, en el Palacio de Versalles, del Imperio Alemán. Los ejércitos de Bismarck sitiaron París donde estalló la Comuna y desencadenó una guerra civil de corta duración. La derrota supuso, además, la pérdida de Alsacia y Lorena, territorios franceses habitados por alemanas, que fueron incorporados al nuevo Imperio Alemán. Hasta 1918 no se olvidó la humillación en Francia.

El desarrollo económico de Francia no podía compararse al de Inglaterra y al de Alemania y en la carrera colonial, quedó en un segundo puesto. La rivalidad imperialista de Londres y París fue claramente favorable a los británicos. El conflicto de Faschoda, por el control de territorios en África, se saldó también con victoria inglesa y no terminó en un enfrentamiento bélico gracias a la mediación de Rusia. Inglaterra pretendía conseguir el territorio desde Egipto hasta Ciudad del Cabo mientras que Francia luchaba por controlar el Sáhara de Oeste a Este. El encuentro, inevitable, se produjo en el actual Sudán del Sur. Francia acabó renunciando a él.

La crisis moral de la República fue destapada por el caso Deyfrus. Una potencia democrática, cuna de las revoluciones liberales y defensora del lema "Libertad, Igualdad y Fraternidad" escondía profundas tensiones sociales y raciales. El odio a los judíos era patente y su denuncia pública por el escritor Zola escandalizó a la opinión pública. La decadencia moral se sumaba a la derrota militar y el fracaso colonial.

De igual forma, el nacimiento del reino de Italia supuso una convulsión en las conciencias de los católicos. Para hacer posible la unificiación italiana hubo que destruir el poder terrenal del Papa. Precisamente la derrota francesa en Sedán en 1870 llevó a Napoleón III a retirar las tropas que protegían los Estados Pontificios de la entrada de las tropas italianas de Victor Manuel II. Fue un paseo militar. Los italianos ocuparon Roma mientras el Papa Pío IX se declaraba cautivo en el Vaticano y pedía a todos los católicos del mundo no reconocer al nuevo Estado italiano.

Italia había estado dividida en múltiples principados, ducados y pequeños reinos durante siglos. La franja central de la Península Italiana estaba en poder del Papado. Ahora, el nuevo Estado unificado ponía en entredicho precisamente el poder temporal del Papa que quedaba confinado en la Basílica de San Pedro. Los católicos vieron en aquellos hechos la decadencia del pueblo italiano, capaz de destruir las posesiones de la Iglesia. Italia que había sido cuna del Imperio Romano, del Renacimiento y del Barroco, la nación más culta de Europa, actuaba entonces como los bárbaros, conquistando Roma, la ciudad santa del Catolicismo. El asunto del Papado no se solucionó hasta 1929.

El nuevo Estado nació, además, con graves desigualdades territoriales y llegó tarde al reparto colonial. El desastre de Adua en 1896 significó el fracaso de las pretensiones coloniales italianas. El ejército italiano, disciplinado y con armamento moderno, se enfrentó a las tropas etíopes, un ejército medieval. Y fue derrotado. En el Tratado de Addis Abeba, Italia reconoció la independencia de Abisinia y se retiró de la zona. La humillación no se superó hasta que Mussolini atacó de nuevo Abisinia en los años treinta.

En España el sentimiento de decadencia militar y política, lejos del esplendor de otros tiempos, marcó la política internacional del régimen político de la Restauración (1874 - 1931). De hecho, Cánovas planteó una política internacional de recogimiento y conservación de los territorios españoles consciente de la inferioridad del país con respeto a sus posibles competidores, Inglaterra y Estados Unidos. Cánovas fue asesinado en 1897 y un año después se producía el gran Desastre del 98. España, en una guerra desigual contra Estados Unidos, perdió toda las colonias que le quedaban en América y Asia: Cuba, Puerto Rico, Filipinas y algunos archipiélagos en medio del Océano Pacífico.

Aunque las consecuencias económicas no tuvieron la importancia que se esperaba, las consecuencias psicológicas fueron terribles. Muchos pensaban que el país había tocado fondo. En el momento en el que todas las naciones europeas estaban creando sus imperios coloniales, España, que había creado el suyo mucho antes que otros, perdía sus últimos despojos. "Escuela, despensa y siete llaves al sepulcro del Cid", esa fue la propuesta del intelectual Joaquín Costa ante el Desastre: la alfabetización de los españoles y el olvido del pasado imperial, mítico, que había terminado.

El impacto del Desastre del 98 en la cultura fue tan grande que incluso dio nombre a una generación de escritores: Valle Inclán, Blasco Ibáñez, Baroja, Azorín, Machado, etc. Proponía la modernización del país siguiendo el modelo europeo para sacarlo del atraso económico y social. El impulso renovador del Regeneracionismo, llegó incluso a la política y marcó los gobiernos de las primeras décadas del siglo XX. Había que revivir a la "España sin pulso", como la había denominado Francisco Silvela, quien asumió el gobierno del país después del desastre. 

Hay quien propuso incluso la unión ibérica. Si Alemania e Italia habían conseguido la unificiación y esta se veía como ejemplo de modernidad política y progreso económico, ¿por qué no unificar España y Portugal? Algunos propusieron una especie de Zollverein ibérico, una unión económica entre las dos naciones de la península. Pero sólo fueron propuestas utópicas de intelectuales. Los pueblos portugués y español se daban la espalda, como desde hacía siglos...

Portugal no escapó tampoco al sentimiento de fracaso. Su pretensión de unir las colonias de Angola y Mozambique en el África meridional chocó con el proyecto inglés de unir Egipto y Ciudad del Cabo. La iniciativa portuguesa dio lugar al llamado "ultimatum británico" el 11 de enero de 1890. Londres exigía la retirada de las tropas portuguesas "aquella misma tarde". Desde Lisboa se transmitieron inmediatamente las instrucciones británicas al gobernador colonial de Mozambique lo que supuso una gran humillación. Inglaterra era la gran aliada de Portugal desde principios del siglo XVIII y ahora la había humillado de forma cruel.

Aunque en 1890 las relaciones entre Londres y Lisboa se restablecieron de nuevo, la humillación nunca se olvidó. Dicen que fue en aquellos momentos cuando comenzó la decadencia final de la Monarquía portuguesa. Años después, además, Portugal vio cómo un tratado secreto entre Inglaterra y Alemania pretendía la partición y el desmembramiento del imperio colonial portugués. Sólo la guerra anglo-boer lo impidió. El reino luso era un corderillo frente a los lobos alemán y británico. Sólo la casualidad impidió que perdiese su imperio.

Viendo todos estos acontecimientos, que ocurrieron en el mismo periodo, 1870 - 1910, podemos entender a los intelectuales franceses, españoles o portugueses que clamaron contra la decadencia de los latinos frente al poder germánico y anglosajón. El sentimiento, común pero con matices en los diferentes países, marcó la llamada crisis finisecular del siglo XIX y llevó, en el caso francés e italiano, al establecimiento de alianzas militares con otras potencias que culminarían en el estallido de la Primera Guerra Mundial.

 

miércoles, 1 de enero de 2020

"POR EL BIEN DE LA PATRIA Y DE LAS TROPAS"



 Rafael de Riego y los soldados liberales

Aquel pronunciamiento no fue preparado con meses de antelación ni fue fruto de una conspiración bien orquestada. Más bien fue el resultado de la desesperación, la miseria y la incertidumbre. A finales de 1819, alrededor de quince mil soldados se encontraban acantonados en Cádiz y Sevilla. Habían esperado durante meses su embarque en los buques que los llevaría a América pero el momento no llegaba. Se trataba de una de las mayores expediciones militares de la historia de España y tenía el objetivo claro de recuperar el control de los territorios americanos para el rey Fernando VII.

Sin embargo, la mayor parte de los soldados acantonados allí no sabían por qué iban a luchar, ni cuál era el objetivo, ni a qué enemigos se tenían que enfrentar. Sabían poco de lo que estaba pasando en América y las noticias que llegaban no eran buenas. Muchos eran veteranos de la Guerra de la Independencia (1808 - 1813) y estaban hartos de la lucha. Querían vivir en paz. Además, llevaban tiempo esperando, más de lo que la prudencia militar recomendaba, y la hora no llegaba. Pasaban frío y hambre. La falta de recursos financieros y operativos de la monarquía era evidente. No había medios para trasladar a aquellos hombres a las colonias americanas.

El general Rafael de Riego era uno de aquellos hombres. Había luchado en la Guerra de Independencia y había estado preso en Francia unos años. Defensor de los principios liberales de la Constitución de 1812, tras el regreso de Fernando VII en 1814 y la restauración de la Monarquía absoluta, se unió a una logia masónica y conspiró para restablecer el régimen liberal. En 1819 se encontraba al frente del Batallón de Asturias en Cabezas de San Juan (Sevilla), destinado a embarcar a América. El 1 de enero de 1820, cansado de la situación dio un pronunciamiento militar junto con otros correligionarios, todos ellos defensores de los principios liberales. El manifiesto, al parecer redactado por Alcalá Galiano, dejaba claro que miraba "por el bien de la Patria y de las tropas"

Su objetivo era "impedir que (se) verifique el embarque proyectado y establecer en nuestra España un gobierno justo y benéfico que asegure la felicidad de los pueblos y de los soldados". Afirmaba que "entre tanto que en España reine la tiranía que ahora la oprime, no hay que esperar remedio a males tan enormes". Sólo podrían ser felices "bajo un gobierno moderado y paternal amparado por una Constitución que asegure los derechos de todos los ciudadanos". Terminaba con la tradicional proclama: "¡Viva la Constitución!".

Nadie sabe muy bien por qué triunfó el pronunciamiento de Riego pues no contaban con un sólido respaldo ni en el ejército ni entre la población. De hecho, en un principio, la sociedad andaluza mostró indiferencia a la iniciativa de Riego. Una parte de los sublevados, liderados por el general Quiroga, intentó tomar la ciudad de Cádiz pero quedó bloqueada en la Isla de León. Nada auguraba un destino fructuoso para el alzamiento. Otros muchos, como Lacy, Espoz y Mina, y Porlier habían intentado algo similar en los años anteriores y habían fracasado. Pero el caso es que aquellos soldados destinados a luchar contra la independencia de América nunca llegaron a embarcar.

Rafael de Riego, pertinaz en su propósito, inició un peregrinaje por toda Andalucía junto con 2.000 soldados liberales animando a la población a adherirse al pronunciamiento por la Constitución de 1812. "La Pepa" se había convertido en el gran mito de los liberales españoles, una especie de libro de recetas que pondría fin no sólo al Antiguo Régimen sino a todos los males de España. Aquellos soldados liberales confiaban en implantar un régimen liberal que restaurase los derechos y las libertades y mejorase la grave situación económica que sufría el país destruido por la guerra.

Los sublevados marcharon de Cádiz a Vejer de la Frontera y de ahí a Algeciras, Málaga y Antequera proclamando la Constitución. La población no mostró entusiasmo por el alzamiento y no ayudó a los liberales. El invierno azotaba Andalucía y el frío hacía mella en los soldados. Carecían de lo más básico y pasaron hambre en quellos meses, de enero a marzo de 1820, por las tierras andaluzas. Ante la actitud de la población, Riego tuvo que imponer contribuciones forzosas en las poblaciones donde el pronunciamiento "había triunfado". Se trataba de una especie de impuesto obligatorio para ayudar al mantenimiento del ejército liberal.

La penuria llegó a tal punto que en Vejer Riego tuvo que sustituir la contribución en metálico y alimentos por ¡doscientos pares de zapatos! Los desmoralizados soldados no tenían con qué cubrirse los pies e iban descalzos. En aquella situación se encontrabael ejército de Riego, que evitó por todos los medios enfrentarse a las tropas de Fernando VII. Muchos empezaron a convencerse del fracaso del alzamiento.

Pero entonces llegó la sorpresa. Algunas ciudades del resto de España se unieron inesperadamente al golpe de Estado: La Coruña, Ferrol, Vigo, Zaragoza y Barcelona. El conde de Labisbal, uno de los hombres de confianza de Fernando VII, que estaba dirigiendo en aquellos momentos al ejército que debía enfrentarse a los liberales, dio otra sorpresa y proclamó la Constitución de 1812 cuando sus tropas se encontraban acantonadas en Ocaña. Poco a poco, con más pena que gloria, a trompicones, la revolución liberal estaba triunfando.

Entre tanto, Fernando VII se encontraba en el Palacio Real de Madrid. Al conocer la noticia del pronunciamiento confió en su fracaso, como el de otros anteriores. Sin embargo, después de la sublevación de Labisbal, la situación se complicó. Intentó apaciguar a los liberales convocando Cortes según el estilo tradicional (con representación estamental) pero fue insuficiente. El pueblo de Madrid se arremolinaba en torno al palacio y en el interior cundió el pánico. Los más radicales acompañantes del rey, el infante Carlos María Isidro y el Duque del Infantando propusieron disparar a la multitud, lo que hubiese desatado una carnicería.

Fernando VII, siguiendo la misma tónica que durante el resto de su vida, dudó. Entonces, el general Ballesteros, jefe de la Guardia Real, se negó a disparar a la multitud y secundó la sublevación, y el rey otrora "Deseado" y ahora "Felón" se dio por vencido. No era momento de oponerse a los liberales que contaban con "tantos" apoyos y mucho menos, poner en riesgo su real vida. Algo, por otra parte, que el cobarde de Fernando VII nunca hizo.

Fernando VII, "el Deseado" o "el Felón", depende del momento

El 7 de marzo, Fernando VII afirmó que "siendo la voluntad general del pueblo, me he decidido a jurar la Constitución promulgada por las Cortes generales y extraordinarias en el año 1812". Como era tradición en todos los procesos revolucionarios españoles, se formó una Junta provisional que asumió el poder hasta la formación del primer gobierno liberal. El 9 de marzo, el rey juró la Constitución con una frase que a la postre resultaría irónica y terrible: "Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional".

Así triunfó la revolución del general Riego que abrió una nueva etapa política en el reinado de Fernando VII, lo que la historiografía ha venido en llamar "Trienio Liberal" (1820 - 1823). El periodo, a pesar de su fracaso, fue uno de los más importantes intentos por empujar a España a la modernidad, realizando una notable labor legsilativa que desmontó el Antiguo Régimen en pocos meses.

Sin embargo, las amenazas eran numerosas. La primera, la ruptura de la unidad de los liberales, que se dividieron en dos grupos: los "doceañistas" que, con el recuerdo de la represión de Fernando VII en 1814, eran más moderados; y los "veinteañistas", liberales más jóvenes, sin memoria política, que aspiraban a acelerar las reformas. Reformas sí hubo, desde luego, - se reinstauró la Constitución de 1812, con sus derechos y libertades, se suprimió la Inquisición, se abolieron los señoríos jurisdiccionales, se liberalizó la economía, se creó la Milicia Nacional -,  pero para unos no eran suficientes y para otros fueron excesivas.

La situación económica no mejoró, más bien al contrario, lo que hizo que el régimen liberal perdiera el apoyo de las clases populares. La libertad económica encareció los productos de primera necesidad y el hambre se extendió por el país. La nobleza y el clero, sobre todo tras la aprobación de la ley "de monacales" que suprimía numerosos conventos, se pusieron definitivamente en contra del régimen liberal y a favor del retorno al absolutismo. 

América, además, se había independizado por completo y fue imposible retomar su control a pesar de que los liberales españoles creyeron, ingenuos, que la simple implantación de su régimen satisfacería las aspiraciones criollas. Al contrario, los bastiones absolutistas de México y Perú, que habían permanecido fieles a la Monarquía española, iniciaron sus procesos de independencia por oposición a los liberales.

Y por último, el rey. Había dicho que marchaba por la senda liberal "francamente" y él el primero pero ni lo uno ni lo otro. Asumió el régimen liberal por imposición y se convirtió en un auténtico lastre. Tumbaba todas las reformas liberales que podía gracias al derecho a veto que le reservaba la Constitución y conspiraba sin cesar contra el gobierno. Los absolutistas, que los había, eran muchos y entusiastas, conspiraron contra el régimen de 1820 e incluso llegaron a declarar que el rey estaba preso de los liberales. Una sublevación estalló en Urgell (Lérida) e instauró una regencia hasta "liberar" al rey de su cautiverio.

Por si fuera poco, la situación internacional no acompañaba. El pronunciamiento de Riego fue bien acogido por Inglaterra, que mostró enseguida sus simpatías hacia el régimen liberal. La Rusia zarista, sin embargo, mostró su preocupación porque los sucesos de España perjudicasen la tranquilidad en Europa; y Prusia y Austria compartían la misma opinión. La Francia de Luis XVIII no sólo acogió con escepticismo el régimen liberal de España sino que apoyó siempre a los absolutistas españoles, suministrándoles armas y ofreciéndoles protección. 

Al final el régimen liberal fue un auténtico desastre y entre todos lo deshauciaron. La puntilla vendría, paradógicamente, de la traidora Francia. En 1822 se reunió la Santa Alianza (es decir, las potencias absolutistas europeas más Francia e Inglaterra) en un Congreso en Verona. Uno de los puntos a tratar fue la intervanción en España. Al año siguiente, un ejército francés, los "Cien Mil Hijos de San Luis", entró en la Península, tumbó el gobierno liberal y repuso a Fernando VII como monarca absoluto. Os podeís imaginar, la represión desatada por "el Deseado" fue terrible. Riego acabó humillado públicamente, paseado en una tinaja por las calles de Madrid y ahorcado en la plaza de la Cebada de la capital.

Fernando VII es repuesto en el trono como monarca absoluto.

Hoy se cumplen doscientos años de aquel pronunciamiento. Nadie lo recuerda pero fue el segundo gran intento de instaurar un régimen político basado en los principios liberales en España. En aquel momento tuvo un gran eco en Europa, dentro del ciclo revolucionario de 1820 que afectó a países como Grecia, Parma, Módena, Saboya, la Confederación Germánica, Portugal e incluso Polonia y Rusia. En Atenas, en Turín y en Nápoles se llegó incluso a reclamar la instauración de la moderna y liberal Constitución española de 1812. Hasta ahí llegaba el influjo renovador y revolucionario español. Pero eso es otra historia.