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domingo, 12 de enero de 2020

EL CASO DREYFUS Y LA DECADENCIA DE LAS NACIONES LATINAS

 

 Degradación del Capitán Dreyfus

El llamado Caso Dreyfus es uno de esos pequeños detalles de la Historia, intrincados detalles, más bien, que resulta difícil comprender si uno no tiene la ferrea voluntad de desenmarañarlos. Y no vale sólo con leer el artículo de la Wikipedia sino que requiere un estudio mucho más detallado. Sin embargo, ésta es una de esas anécdotas que, al entenderlas, ilumina todo un periodo histórico en un país. Y más, en un continente.

Dreyfus era un capitán del ejército francés de origen judío que, en 1894, fue acusado de espionaje y condenado al destierro en una cárcel de la Guayana Francesa. Posteriormente se descubrió toda una red de corrupción en el ejército francés. Altos mandos habían acusado a Dreyfus con pruebas falsas y se negaron a reabrir el caso cuando se destapó que el espía alemán era otro militar, el comandante Ferdinand Esterhazy. El caso sacudió los cimientos del Ejército francés y de la Tercera República y agitó a la opinión pública francesa como en pocas ocasiones había sucedido.

El escándalo evidenció la corrupción de los altos mandos militares franceses y del gobierno republicano y sacó a la luz el antisemitismo imperante en una sociedad que se creía moderna, libre y avanzada. El escritor Émile Zola, en una carta abierta titulada "J'accuse" ["Yo acuso"], que a la sazón sería una de las más famosas misivas de la Historia, se lamentaba de la degradación moral de Francia y la hipocresía de una nación que se creía libre: 

"Es un crimen aprovechar el patriotismo para actos de odio y, por último, es un crimen hacer del espadón el dios de la modernidad, mientras toda la ciencia humana se empeña por el avance de la verdad y la justicia. Esta verdad, esta justicia que tanto hemos ansiado ¡ qué angustia verlas así abofeteadas, despreciadas, oscurecidas! (...)".

Este sentimiento de decadencia política, fracaso y degradación moral era compartido por numerososo intelectuales no sólo en Francia sino en otras naciones de la Europa suroccidental en la segunda mitad del siglo XIX. En Francia destacan Émile Zola y Victor Hugo; en España, Emilia Pardo Bazán, Benito Pérez Galdós, Pío Baroja, Azorín y Miguel de Unamuno. También en Italia y en Portugal se compartía este sentimiento de decadencia. Y es que muchos pensaron que las naciones latinas del sur de Europa, otrora pujantes potencias culturales y políticas, habían perdido el tren de la Historia en favor de las naciones germánicas y anglosajonas. 

Inglaterra, Alemania y los Estados Unidos eran las grandes potencias económicas y políticas del momento mientras que Francia, Italia, España y Portugal habían perdido el esplendor de otros tiempos. Para argumentar esa opinión se basaban en los acontecimientos de la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX, entre los que se encontraba el escándalo Dreyfus que hemos comentado.

La Francia de la Tercera República era una gran potencia económica y disfrutaba de un sistema político democrático; empero, el sentimiento de humillación y fracaso latía con fuerza en el alma de la nación. La derrota de Sedán en 1870 supuso la desaparición del Segundo Imperio Francés y la proclamación, en el Palacio de Versalles, del Imperio Alemán. Los ejércitos de Bismarck sitiaron París donde estalló la Comuna y desencadenó una guerra civil de corta duración. La derrota supuso, además, la pérdida de Alsacia y Lorena, territorios franceses habitados por alemanas, que fueron incorporados al nuevo Imperio Alemán. Hasta 1918 no se olvidó la humillación en Francia.

El desarrollo económico de Francia no podía compararse al de Inglaterra y al de Alemania y en la carrera colonial, quedó en un segundo puesto. La rivalidad imperialista de Londres y París fue claramente favorable a los británicos. El conflicto de Faschoda, por el control de territorios en África, se saldó también con victoria inglesa y no terminó en un enfrentamiento bélico gracias a la mediación de Rusia. Inglaterra pretendía conseguir el territorio desde Egipto hasta Ciudad del Cabo mientras que Francia luchaba por controlar el Sáhara de Oeste a Este. El encuentro, inevitable, se produjo en el actual Sudán del Sur. Francia acabó renunciando a él.

La crisis moral de la República fue destapada por el caso Deyfrus. Una potencia democrática, cuna de las revoluciones liberales y defensora del lema "Libertad, Igualdad y Fraternidad" escondía profundas tensiones sociales y raciales. El odio a los judíos era patente y su denuncia pública por el escritor Zola escandalizó a la opinión pública. La decadencia moral se sumaba a la derrota militar y el fracaso colonial.

De igual forma, el nacimiento del reino de Italia supuso una convulsión en las conciencias de los católicos. Para hacer posible la unificiación italiana hubo que destruir el poder terrenal del Papa. Precisamente la derrota francesa en Sedán en 1870 llevó a Napoleón III a retirar las tropas que protegían los Estados Pontificios de la entrada de las tropas italianas de Victor Manuel II. Fue un paseo militar. Los italianos ocuparon Roma mientras el Papa Pío IX se declaraba cautivo en el Vaticano y pedía a todos los católicos del mundo no reconocer al nuevo Estado italiano.

Italia había estado dividida en múltiples principados, ducados y pequeños reinos durante siglos. La franja central de la Península Italiana estaba en poder del Papado. Ahora, el nuevo Estado unificado ponía en entredicho precisamente el poder temporal del Papa que quedaba confinado en la Basílica de San Pedro. Los católicos vieron en aquellos hechos la decadencia del pueblo italiano, capaz de destruir las posesiones de la Iglesia. Italia que había sido cuna del Imperio Romano, del Renacimiento y del Barroco, la nación más culta de Europa, actuaba entonces como los bárbaros, conquistando Roma, la ciudad santa del Catolicismo. El asunto del Papado no se solucionó hasta 1929.

El nuevo Estado nació, además, con graves desigualdades territoriales y llegó tarde al reparto colonial. El desastre de Adua en 1896 significó el fracaso de las pretensiones coloniales italianas. El ejército italiano, disciplinado y con armamento moderno, se enfrentó a las tropas etíopes, un ejército medieval. Y fue derrotado. En el Tratado de Addis Abeba, Italia reconoció la independencia de Abisinia y se retiró de la zona. La humillación no se superó hasta que Mussolini atacó de nuevo Abisinia en los años treinta.

En España el sentimiento de decadencia militar y política, lejos del esplendor de otros tiempos, marcó la política internacional del régimen político de la Restauración (1874 - 1931). De hecho, Cánovas planteó una política internacional de recogimiento y conservación de los territorios españoles consciente de la inferioridad del país con respeto a sus posibles competidores, Inglaterra y Estados Unidos. Cánovas fue asesinado en 1897 y un año después se producía el gran Desastre del 98. España, en una guerra desigual contra Estados Unidos, perdió toda las colonias que le quedaban en América y Asia: Cuba, Puerto Rico, Filipinas y algunos archipiélagos en medio del Océano Pacífico.

Aunque las consecuencias económicas no tuvieron la importancia que se esperaba, las consecuencias psicológicas fueron terribles. Muchos pensaban que el país había tocado fondo. En el momento en el que todas las naciones europeas estaban creando sus imperios coloniales, España, que había creado el suyo mucho antes que otros, perdía sus últimos despojos. "Escuela, despensa y siete llaves al sepulcro del Cid", esa fue la propuesta del intelectual Joaquín Costa ante el Desastre: la alfabetización de los españoles y el olvido del pasado imperial, mítico, que había terminado.

El impacto del Desastre del 98 en la cultura fue tan grande que incluso dio nombre a una generación de escritores: Valle Inclán, Blasco Ibáñez, Baroja, Azorín, Machado, etc. Proponía la modernización del país siguiendo el modelo europeo para sacarlo del atraso económico y social. El impulso renovador del Regeneracionismo, llegó incluso a la política y marcó los gobiernos de las primeras décadas del siglo XX. Había que revivir a la "España sin pulso", como la había denominado Francisco Silvela, quien asumió el gobierno del país después del desastre. 

Hay quien propuso incluso la unión ibérica. Si Alemania e Italia habían conseguido la unificiación y esta se veía como ejemplo de modernidad política y progreso económico, ¿por qué no unificar España y Portugal? Algunos propusieron una especie de Zollverein ibérico, una unión económica entre las dos naciones de la península. Pero sólo fueron propuestas utópicas de intelectuales. Los pueblos portugués y español se daban la espalda, como desde hacía siglos...

Portugal no escapó tampoco al sentimiento de fracaso. Su pretensión de unir las colonias de Angola y Mozambique en el África meridional chocó con el proyecto inglés de unir Egipto y Ciudad del Cabo. La iniciativa portuguesa dio lugar al llamado "ultimatum británico" el 11 de enero de 1890. Londres exigía la retirada de las tropas portuguesas "aquella misma tarde". Desde Lisboa se transmitieron inmediatamente las instrucciones británicas al gobernador colonial de Mozambique lo que supuso una gran humillación. Inglaterra era la gran aliada de Portugal desde principios del siglo XVIII y ahora la había humillado de forma cruel.

Aunque en 1890 las relaciones entre Londres y Lisboa se restablecieron de nuevo, la humillación nunca se olvidó. Dicen que fue en aquellos momentos cuando comenzó la decadencia final de la Monarquía portuguesa. Años después, además, Portugal vio cómo un tratado secreto entre Inglaterra y Alemania pretendía la partición y el desmembramiento del imperio colonial portugués. Sólo la guerra anglo-boer lo impidió. El reino luso era un corderillo frente a los lobos alemán y británico. Sólo la casualidad impidió que perdiese su imperio.

Viendo todos estos acontecimientos, que ocurrieron en el mismo periodo, 1870 - 1910, podemos entender a los intelectuales franceses, españoles o portugueses que clamaron contra la decadencia de los latinos frente al poder germánico y anglosajón. El sentimiento, común pero con matices en los diferentes países, marcó la llamada crisis finisecular del siglo XIX y llevó, en el caso francés e italiano, al establecimiento de alianzas militares con otras potencias que culminarían en el estallido de la Primera Guerra Mundial.

 

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