Páginas

miércoles, 17 de octubre de 2018

EL ASUNTO DEL COLLAR Y LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Cuando se habla de un acontecimiento histórico, de cualquiera, los historiadores intentan siempre buscar un sinfín de causas y factores que ayuden a explicarlo, a comprenderlo. Si ese acontecimiento es de tamaña envergadura como la Revolución Francesa de 1789, fácil es imaginar el extenso listado de causas que, según los estudiosos, la desencadenaron: económicas, sociales, políticas, etc.

Por eso es muy curioso que para un observador de la propia Revolución y gran protegonista de la primera época posrevolucionaria, el desencadenante de la revolución fuese un lío de palacio, un escándalo que salpicó a la Corona, pero al fin y al cabo, simplemente eso, un entuerto. En esa época y en las venideras fue conocido como "el asunto del collar" y el mismo Napoleón Bonaparte dijo de él que había sido el "auténtico detonante de la Revolución de 1789".  

Se trata de un complejísimo entramado de traiciones, engaños y crímenes que se desarrollaron unos años antes del estallido revolucionario. Vayamos por partes.

Al parecer, el rey Luis XV de Francia encargó la fabricación de un collar a los joyeros de la Corona, los señores Bohemer y Bassenge. La destinataria era nada menos que su amante, antigua prostituta, Madame du Barry. Los joyeros crearon una valiosa joya compuesta por 647 diamantes unidos por oro puro. Algunos de los diamantes tenían el tamaño de una cereza.

Pero el azar es caprichoso y el collar nunca llegó a su destinataria. Antes de ser entregado, murió Luis XV y su favorita fue expulsada de palacio. Los nuevos reyes eran Luis XVI y su esposa, María Antonieta, que no mostraron mucho entusiasmo por el collar. De hecho, cuando Bohemer y Bassenge ofrecieron el collar a la reina, la joven de diecinueve años lo rechazó por dos veces provocando la ira de los joyeros. El collar fue ofrecido, después, al rey Carlos III de España pero éste también lo rechazó debido a su elevado precio, probablemente unos 4 millones de libras.

Por otro lado encontramos al cardenal Luis de Rohan, una de las más altas personalidades eclesíasticas de Francia y embajador en Austria durante largos años. Allí, en Viena, conoció a la emperatriz María Teresa de Habsburgo a quien no cayó en gracia debido a sus libertinas costumbres. María Teresa odiaba al cardenal-embajador y trasmitió ese rechazo por el francés a su hija María Antonieta. Fácil es suponer que cuando ésta llegó a Francia y contrajo matrimonio con el entonces Delfín en 1770, el cardenal cayera en desgracia. Seguía viviendo en el palacio de Versalles pero María Antonieta nunca le dirigió la palabra siendo marginado en las reuniones y banquetes.

Finalmente, encontramos a una farsante de nombre Jeanne de Valois, supuesta descendiente del rey Enrique II de Francia. La Valois, como era conocida, estaba casada con el presunto Conde de la Motte. La pareja formaba un auténtico tándem de criminales. Según se dice, ambos eran nobles venidos a menos que vivían en la más absoluta pobreza a finales de la década de los setenta del siglo XVIII. Igualmente, fácil es suponer también que ambos urdieran todo tipo de artimañas para recuperar al fortuna perdida.

Jeanne de Valois y su esposo tuvieron entonces conocimiento de la situación desesperada del Cardenal Rohan por obtener el favor de la reina. Por mediación del Conde Alejandro de Cagliostro, aficionado a la alquimia, la brujería y los exorcismos, la pareja de criminales tuvo acceso al antiguo embajador a quien conocieron en una velada nocturna en un suburbio parisino. La Valois se presentó ante Rohan como una íntima amiga de la reina María Antonieta (a quien, en verdad, nunca había visto) y el clérigo no tardó en pedir su mediación para ganar su favor de nuevo.

La Valois enseñó al cardenal incluso cartas de la reina falsificadas para hacerle creer cómo de auténtica era su amistad. Incluso urdieron un falso encuentro entre el cardenal y la reina. Utilizaron para ello a una prostituta parisina de nombre Nicole que, al parecer, era físicamente idéntica a la joven monarca. Ambos se encontraron y la muchacha no tardó en pedirle ayuda económica para financiar unas obras de beneficiencia que la Corona no podía sufragar por falta de dinero. Rohan aceptó financiar esa obra y entregó una abundante suma de dinero a la presunta reina. Claro está, cuando Nicole recibió el dinero lo entregó inmediantamente a la Valois y su esposo el conde de La Motte que lo gastaron en otros menesteres.

Un tiempo después, la Valois supo de la existencia del valioso collar que no encontraba comprador. Rápidamente tejió un curioso plan para ganar dinero engañando de nuevo a Rohan. En otra velada nocturna, La Valois relató al cardenal el gran apuro en que se encontraba la reina María Antonieta: ella deseaba de todo corazón comprar el valioso collar pero su esposo, el rey Luis XVI se lo impedía dado su elevado precio. Enseguida le ofreció la posibilidad de comprarlo para la reina: sería la prueba definitiva de la lealtad de Rohan a la reina y recuperaría definitivamente su favor.

Rohan compró entonces el collar a los joyeros reales pagando su precio en cuatro plazos de un millón de libras cada uno. El cardenal mantuvo la joya en su palacio hasta que una noche se presentó un enviado de la Corona para recogerla y llevarla a Versalles. Claró está, el enviado lo era de la Valois y el conde de Le Motte y no de María Antonieta, pero el ingenuo cardenal no se dio cuenta. Sólo empezó a sospechar tiempo después, cuando la reina seguía sin dirigirle la palabra en palacio y nunca aparecía en público con el collar. Además, se supo en París que alguien estaba vendiendo valiosísimos diamantes a bajo precio. Eran, por supuesto, la Valois y su esposo que estaban haciendo pingüe beneficio con la joya. 

Todo se destapó el 15 de agosto de 1784. Al parecer, los joyeros habían informado al rey y a la reina de la compra del collar por parte del cardenal Rohan. En una recepción pública con motivo de la onomástica de la reina, María Antonieta no dirigió la palabra a Rohan pero quien sí lo hizo fue el rey. Luis XVI le preguntó por el collar y los negocios que había hecho con él a costa de la reputación de la reina. Durante unos meses, Rohan fue despojado de su condición de ministro de la Iglesia y encarcelado en la Bastilla hasta que la prostituta Nicole se personó en Versalles y destapó el auténtico complot.

Jeanne Valois y su esposo fueron arrestados, torturados y, tras su confesión, encarcelados de forma perpetua aunque posteriormente pudieron salir de prisión. La Valois sufrió la humillación de ver como su piel era marcada con la "v" de "voleuse" (ladrona), muriendo unos años después, en 1791, en Inglaterra. Rohan, sin embargo, nunca recuperó el favor de la reina y partió al exilio cuando estalló la revolución, muriendo en Alemania en 1803.

Los verdaderos perjudicados fueron, sin embargo, los reyes. El escándalo, el mayor que sufrió nunca la Corona en Francia, causó gran conmoción entre la naciente opinión pública francesa. Se estima que más de 300.000 personas en Francia y en otros países estuvieron pendientes de lo que ocurría con el asunto del collar a través de los pasquines que corrían de pueblo en pueblo. La imagen de María Antonieta, a pesar de no tener nada que ver y ser la auténtica víctima del plan, se vió perjudicada, reforzando la negativa imagen que de ella ya tenían los parisinos. Se destapó, en definitiva, el entramado de falsas lealtades, traiciones y engaños que rodeaba a los monarcas en Versalles.

Todo ello quedó grabado en la mentalidad colectiva de los franceses y probablemente influyó en los juicios celebrados en 1792-1793 contra Luis XVI y María Antonieta. El final todos lo sabemos: ambos fueron condenados por conspirar contra la República francesa y guillotinados poco después. Muchos de los representantes del pueblo en la Convención que votaron a favor de la ejecución de los reyes quizá recordaban también los escándalos que habían sacudido Versalles en los últimos años y, especialmente, el asunto del collar. 

lunes, 15 de octubre de 2018

"MARIA ANTONIETA", ENTRE EL PODER Y EL MIEDO


Cuando uno visiona por primera vez  "María Antonieta" de Sofía Coppola (2006), enseguida se da cuenta de que no es una película de temática histórica al uso. La propia directora del filme reconoció que su objetivo no fue nunca crear una historia de época como tantas otras, llena de planos impersonales y escenas frías. Quería, en otras palabras, que el relato tuviese personalidad, transmitiese calor. En definitiva, que fuese muy humano.

Y en verdad la película recrea a la perfección el espíritu de la Corte francesa de Versalles del siglo XVIII. Un ambiente barroco, encorsetado, frívolo. Aunque para ello tenga que recurrir, en una mezcla anacrónica extraordinaria, a la música pop y rock del siglo XXI y a un colorido en vestidos y zapatos que no pocos historiadores ponen en duda. Incluso se cuelan por ahí unas zapatillas de la marca "Converse" del último tercio del siglo XX, en un maravilloso guiño al consumismo actual, no tan distinto, por cierto, de la pasión de la reina María Antonieta por la fiesta y los vestidos.

La historia personal de la desdichada María Antonieta y su marido, el rey Luis XVI de Francia, apenas se ve salpicada, en la película, por unas cuantas pinceladas de la Historia con mayúscula, la de los libros y las clases del Instituto. Se menciona de pasada la alianza entre la Francia borbónica y la Austria de los Habsburgos en la segunda mitad del siglo XVIII, de la que María Antonieta era la pieza clave; la primera de las tres particiones que acabaron con el reino de Polonia, devorado a la sazón por Rusia, Austria y Prusia; la guerra de independencia de los Estados Unidos; y los primeros chispazos de la Revolución Francesa. "Majestad, una muchedumbre ha tomado la fortaleza de la Bastilla" le dice un jadeante consejero al rey Luis XVI mientras este juega en el jardín con sus hijos. Ni levanta la mirada...

Mas allá de los datos históricos, me gustaría destacar dos aspectos. En primer lugar, el retrato psicológico de los personajes que hace Sofia Coppola en la película. ¿Cómo pudo sentirse una muchacha de 14 años cuando es llevada a Francia para casarse con el Delfín, a quien no conoce? El rostro de temor, de incertidumbre, refleja un desconcierto amargo y natural al mismo tiempo. La joven austriaca viaja a un país extranjero donde no pocos la miran con desdén (como en la escena de su llegada a Versalles) y donde debe adaptarse a nuevas costumbres, a una nueva etiqueta. "Esto es ridículo" dice sinceramente cuando se levanta de la cama y observa a treinta personas contemplándola en su alcoba y rivalizando por ver quién le ayuda a vestirse. María Antonieta fue acusada de llevar una vida desenfrenada mientras el pueblo de Francia se moría de hambre pero ¿qué iba a hacer ella, una niña de catorce años que es tratada como una diosa y que tiene todo a su alcance y a todos a su disposición? Quizá poco pudo hacer para no implicarse en las intrigas de una corte rimbombante y falsa de la que ella era el centro.

Debo hablar también del pobre Luis XVI, el torpe monarca (no sólo en el lecho) que se pasa las dos horas de película con cara de susto. Cuando contrae matrimonio con María Antonieta cuenta 15 años de edad y cuando asume la Corona de Francia, sólo 19. En esa situación, si lo pensamos fríamente, no es extraño que no le preocupase lo más mínimo consumar el matrimonio con la consorte, a juzgar por la avalancha de asuntos que habría que despachar. Rápido se deja convencer el joven rey cuando uno de sus consejeros le dice que es necesario enviar ayuda a los revolucionarios norteamericanos contra Inglaterra a pesar de que, en un primer momento, él mismo acertadamente había creído que era una contradicción apoyar a quienes se habían rebelado contra su legítimo soberano. Pero le dio lo mismo. Poco tuvo que hacer el consejero para convencerlo. La misma cara de incapaz tiene cuando está bailando en Versalles tras su boda o en la última escena de la película, cuando María Antonieta le dice que se está despidiendo del palacio. Al final, sin intención de hacer un spoiler, tanto su cabeza como la de su reina acabarían rodando por el patíbulo en París en 1793.

El segundo y último aspecto que me gustaría comentar y que se observa muy bien en la película es la exhibición de poder en el Antiguo Régimen. Todo cuanto rodeaba a los reyes estaba encaminado a resaltar su poder de origen divino. Desde los fabulosos vestidos de María Antonieta y sus peinados que luchaban contra la ley de la gravedad hasta los atuendos de Luis XVI heredados de los auténticos  disfraces de su bisabuelo Luis XIV que ocultaban unas carencias físicas naturales. Las fiestas, los juegos de azar, el teatro y la ópera, todo era parte de un complejo programa iconográfico y visual que tenía como finalidad crear un aura divina alrededor de los monarcas.  Nadie aplaudía al finalizar la función en la ópera por deferencia al rey. Treinta personas contemplaban a la reina cuando se despertaba. Otras tantas lo hacían mientras tomaban el almuerzo. Es difícil no creerse elegidos por dios en este ambiente, ¿no pensáis?

La propia María Antonieta busca liberarse de ese asfixiante protocolo mandando edificar su pequeña granja donde refugiarse de la Corte de Versalles. La etiqueta barroca y rígida está representada por los estrechos corsés y los pomposos vestidos que visten la reina y las mujeres aristócratas en las fiestas y los banquetes. La libertad corresponde en este caso a los vestidos blancos de estilo griego que la protagonista luce cuando disfruta de sus hijos en la casita de campo. Estos vestidos, sueltos, sin corsés y sin corpiños, se estaban poniendo de moda en Gran Bretaña a finales del siglo XVIII y eran la vestimenta habitual de las mujeres plebeyas francesas e inglesas en aquel tiempo. María Antonieta, aficionada, como puede verse en la película, a estos vestidos, rompe así con la etiqueta parisina y se convierte en una autentica revolucionaria. Una revolucionaria, en todo caso, a su manera, porque la auténtica Revolución, con mayúscula, la francesa, se la acabará llevando por delante.

En definitiva, "María Antonieta" es a la vez un filme bizarro y extravagante y una historia muy humana. La historia de una niña convertida en reina de un país que ya estaba en bancarrota cuando ella nació en la lejana Viena en 1755 y que la Historia y la leyenda la han hecho responsable de una Revolución que ya se estaba gestando cuando llegó a Francia en 1770.