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miércoles, 24 de junio de 2020

LA MONARQUÍA ESPAÑOLA Y LOS DERECHOS DE LOS INDÍGENAS


En abril de 1493, Colón fue recibido por los Reyes Católicos en Barcelona para rendir cuentas de su expedición a las Indias. El encuentro fue discreto y pocas crónicas lo narran. De hecho, Isabel y Fernando recibieron al almirante genovés con gran escepticismo después de conocer que había desembarcado antes en la corte el rey de Portugal en Lisboa. Colón tenía que dar explicaciones de todo aquello.

En aquella audiencia, el navegante mostró a sus señores ejemplos de la hazaña que había logrado culminar con éxito: llegar a las Indias navegando hacia Occidente. Según el cronista Francisco López de Gómara, les mostró objetos elaborados en oro, alimentos como el ají y la batata y animales exóticos como papagayos de diversos colores. Fácil es imaginar que lo que más honda impresión causó a los soberanos fue contemplar la entrada de seis indígenas semidesnudos y de piel canela. El cronista dice que "los seis indios se bautizaron...; y el rey, la reina y el príncipe don Juan, su hijo, fueron los padrinos...".

Al parecer, Colón había embarcado a más indígenas en las naves de vuelta a la Península y a su llegada había vendido a la mayoría como esclavos: ¡unos cincuenta hombres y mujeres! El artífice del diseño de la colonización de las Indias durante el reinado de los Reyes Católicos, Juan Roríguez de Fonseca, debió de tener especial protagonismo en esta venta. Muchos de esos indios fueron a parar a las galeras de un tal Juan de Lezcano y murieron por las pésimas condiciones de vida que sufrieron, el frío y las enfermedades.

La reina Isabel fue reticente a autorizar la venta de los indígenas antillanos como esclavos y convocó una Junta de Letrados para el estudio del caso. La Junta se manifestó contra la esclavitud de los indígenas y la reina ordenó que todos los que habían sido vendidos en Castilla fueran puestos en libertad y enviados de regreso a las Indias. La Corona siguió con los nativos americanos la misma política que había puesto en marcha con la población guanche en las Canarias: los consideraba súbditos de la Corona y hombres libres, aunque paganos.

Es cierto, sin embargo, que los Reyes Católicos nunca superaron las tesis esclavistas de la época puesto que, mientras impedían la esclavitud de sus nuevos súbditos, autorizaron para el seguno viaje de Colón el transporte de determinadas mercancías a los nuevos territorios, entre ellos, "oro, plata e perlas e esclavos negros e loros". En el viaje de regreso a las Antillas, los esclavos negros debieron de confabularse con los indígenas libres y al desembarcar huyeron juntos así que la empresa no llegó a buen puerto.

En cualquier caso, la exploración, conquista y colonización de las Antillas fue sangrienta. Los conquistadores veían en aquellos territorios una especie de tierra sin ley dada la lejanía de la Corona. La brutalidad con la que se produjo la conquista de las islas del Caribe no se debió al racismo de los europeos ya que inmediatamente después del contacto con los indígenas americanos, no pocos conquistadores se casaron con nativas como símbolo de unión y de paz entre ambos pueblos. El mestizaje se comenzó de inmediato.

Este proceso no impidió que se cometieran atrocidades propias de una guerra de conquista. Mismas atrocidades, por cierto, que se habían producido en la Guerra de Granada unos años antes. Esto, unido a la explotación de los indígenas que fueron utilizados como mano de obra forzosa y el llamado "choque microbiano", acabó provocando la extinción de los nativos antillanos. Los indígenas padecieron enfermedades para las que no tenían defensas como la viruela y la rubeola, y también otras infecciosas, como la gripe, que causaron gran mortandad. Los casi 300.000 antillanos que había en 1492 desaparecieron en pocos años.

Nadie puede negar, en todo caso, que los conquistadores españoles cometieron atrocidades en las islas americanas recién descubiertas. Fueron evidentes desde el principio. Sin embargo, esta brutalidad, normal en esa época histórica y comparable a la que se había sufrido en todas las guerras en Europa durante la Edad Media, no se debió al racismo. Desde el principio, la reina Isabel consideró que la Corona debía amparar y proteger a sus nuevos súbditos. En 1510 ya nadie ponía en duda que los indígenas americanos eran cien por ciento humanos, aunque idólatras que debían ser evangelizados.

En 1511, el dominico Antonio de Montesinos denunció la crueldad con la que los españoles trataban a los indígenas y negó el derecho a someter a los nativos a la servidumbre o a hacerles la guerra. De regreso en España, emprendió una enérgica defensa de los indios que impresionó al Rey Fernando. Había diferentes posturas en Castilla: unos defendían la libertad de los indios y justificaban la presencia europea en América en la predicación el Evangelio; otros pensaban que Dios había entregado América a los españoles como entregó la Tierra Prometida a los judíos y que podían matar y esclavizar a sus habitantes por infieles.

El rey dictó las famosas Leyes de Burgos en 1512 y 1513 que mantenían el trabajo forzoso de los indios aunque limitándolo y humanizándolo. En ellas se abolía la esclavitud de los indígenas americanos y se organizaba la conquista y el gobierno de las Antillas. Se crearon para ello dos instituciones importantes: el requerimiento que consistía en pedir a los indígenas su sometimiento al Rey de España antes del uso de las armas; y la encomienda, una polémica institución mediante la cual los índígenas cambiaban su trabajo por su evangelización.

Visto hoy en día la encomienda era una trampa para los antillanos. No debemos olvidar, sin embargo, que la mentalidad de los europeos del siglo XVI era muy diferente a la actual y la religión constituía una parte fundamental en la vida diaria de cualquier persona en aquellos momentos. Además, el cambio del trabajo por la evangelización se consideraba por muchos un deber moral dictado por la Iglesia. Esto no impidió que se produjesen evidentes situaciones de explotación que contribuyó a la extinción de los indígenas pero por primera vez, la Corona intentaba regular la conquista de un territorio y las relaciones entre conquistadores y conquistados.

Bartolomé de las Casas fue otro de los grandes defensores de los indígenas americanos. La primera vez que viajó a las Indias, este fraile dominico quedó impresionado de la crueldad con que se trataba a los indígenas. Publicó una obra titulada “Relación de la destrucción de las Indias” en la que sostenía que los indígenas debían ser tratados como seres libres, con plenitud de derechos, como súbditos del rey de Castilla y justificaba la conquista y la colonización de América con un fin exclusivamente evangelizador (para extender la fe cristiana) y siempre que fuera pacífica.

La presión de los dominicos obligó a la Corona a promulgar una serie de leyes para proteger a sus súbditos americanos que, en palabras del profesor Céspedes del Castillo, "hubieran sido admirables si se hubiesen cumplido en las colonias". En cualquier caso, por primera vez en la Historia, una Monarquía se convenció de la obligación moral de proteger a los habitantes nativos de los territorios que acababa de conquistar, y de intentar construir una nueva sociedad en la que conquistados y conquistadores conviviesen en paz. Nunca antes se había hecho y no se repetiría hasta el siglo XX.

También repudió la crueldad con la que se trataba a los indios otro de los grandes teóricos de la conquista de América, Juan Ginés de Sepúlveda. Justificaba la conquista en el deber que tenían los españoles de civilizar a los indígenas y evangelizarlos siguiendo el mandato expreso del Papa. Con estas tesis, que rechazaban la violencia pero justificaban la colonización americana, Sepúlveda estaba sentando las bases del imperialismo moderno, del que después harían uso los británicos, los franceses, los holandeses y los belgas para justificar su expansión ultramarina hasta el siglo XX. Sepúlveda, no lo olviemos, vivió en el siglo XVI.

Por último, Francisco de Vitoria, considerado el padre del derecho internacional moderno, elaboró una teoría que establecía los casos en los que la conquista estaba justificada. Para Vitoria toda nación tenía derecho a viajar y comerciar pacíficamente por todo el planeta pero el erecho a la conquista sólo estaba justificado en algunos casos (ayuda a una nación amiga, antropofagia, tiranía, etc.). Los españoles tenían todo el derecho de predicar el Evangelio en América pero no estaban autorizados a la conquista del continente porque se apartaba de todas las leyes divinas y humanas.

Tanto Bartolomé de las Casas como Francisco de Vitoria fueron invitados por el emperador Carlos V a la junta legislativa que se iba a reunir en la Universidad de Salamanca en 1540. Después de dos años de arduos debates sobre la legitimidad de la conquista de América y la necesidad de proteger a los indígenas, se promulgaron las famosas Leyes Nuevas, cuyo título completo fue "Leyes y ordenanzas nuevamente hechas por su magestad para la gobernación de las Indias y buen tratamiento y conservación de los indios".

Las Leyes Nuevas fueron un nuevo intento de ordenar la colonización del continente americano. Pretendían acabar con la institución de la encomienda, que se había extendido ya por todo el continente (Nueva España y el Perú) y era un evidente perjuicio para los indígenas, que sufrían pésimas condiciones de vida. Además, trataban de restar el enorme poder que concentraban en sus manos los descendientes de los llamados "primeros conquistadores", que gozaban de gran influencia e impunidad en sus encomiendas. Este intento ocasionaría no pocas conspiraciones contra la Corona española y en algunos territorios se llegaron a producir rebeliones contra Carlos V y Felipe II durante el siglo XVI. La Monarquía española trataba de proteger a sus súbditos americanos y los españoles conquistadores se oponían a ello.

¿Quiere decir esto que se terminó con el abuso de los nativos por parte de los españoles? No, porque las Leyes Nuevas no supusieron el final de la encomienda y los conquistadores siguieron dominando las tierras e imponiendo su ley mediante la fórmula "obedezco pero no cumplo". ¿Hubo esclavitud en la América española? Por supuesto, de hecho, la extinción de los nativos de las Antillas obligó a la Corona española ya a comienzos del siglo XVI a autorizar la importación de esclavos negros desde África. De ella se beneficieron sobre todo las compañías mercantiles castellanas y aragonesa pero también francesas y holandesas. ¿Entonces que quiere decir todo esto? Simplemente que la conquista y colonización de América por los españoles no fue un intento deliberado de destruir las sociedades precolombinas sino que, por el contrario, la Corona intentó preservarlas.

Se produjeron durante los siglos XVI y XVII otros intentos en la misma dirección que solo vamos a mencionar. En 1550, en la Controversia de Valladolid, fray Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda debatieron de nuevo sobre el dominio de los españoles sobre los indígenas americanos. Después del Concilio de Trento (1545 - 1563) y la fundación de la Compañía de Jesús (1534), los jesuitas establecieron reducciones en numerosas zonas del continente americano con el objetivo de conservar las sociedades nativas, sus tradiciones y su cultura mientras se las evangelizaba. En algunas zonas fronterizas con el Brasil portugués, los jesuitas españoles protegieron a los indígenas sudamericanos de los ataques de los llamados "bandeirantes", una especie de cazadores que capturaban indígenas para usarlos como esclavos en las plantaciones portuguesas en Brasil.

En definitiva, en el siglo XVI, por primera vez en la Historia, un reino debatió en su seno durante décadas la legitimidad de la conquista de nuevos territorios. En Valladolid, en Sevilla, en Salamanca y en otras ciudades se celebraron juntas y debates en los que los oradores intervenían a favor y en contra de la conquista de América por los españoles y el modo en que se debía tratar a los indígenas y según sus conclusiones, la Corona española actuó en consecuencia. Por primera vez, una Monarquía quiso proteger a sus nuevos súbditos de los ataques de los antiguos. Por cierto, junto a todos estos debates e iniciativas de los reyes de Castilla sobre el trato a los indígenas americanos, se alzaron algunas voces contra la esclavitud de los negros. Los misioneros capuchinos Francisco José de Jaca y Epifanio de Moirans escribieron tratados en defensa de los esclavos negros y lanzaron una consigna: "Serbi, liberi!", es decir, "¡Libertad para los esclavos!". Era 1680. Ciento ochenta y un años antes de que Abraham Lincoln alcanzara la presidencia de EE.UU.

El 16 de junio de 2020, la Asamblea Estatal de California, controlada por los demócratas, aprobó la retirada de la estatua de la reina Isabel "la Católica" y Cristóbal Colón que presidía la sala central del Capitolio en Sacramento. Figuras históricas tan trascendentales en la Historia de América son vistas hoy como símbolos racistas por sectores importantes de la población en numerosos países americanos, no sólo en EE.UU. Pocos saben que la Monarquía Hispánica fue el primer Estado en la Historia que intentó proteger a todos los pueblos que vivían en su seno, sin importar su color de piel mucho antes de que EE.UU. existiera.


BIBLIOGRAFÍA
  • AZCONA, T. (2014): Isabel la Católica. Vida y reinado. Madrid: La Esfera de los Libros.
  • FLORISTÁN, A. (coord. 2011): Historia Moderna Universal. Barcelona (España): Ariel
  • LADERO QUESADA (2018): La España de los Reyes Católicos. Madrid: Alianza
  • CÉSPEDES DEL CASTILLO (2009): América Hispánica (1492 - 1898). Madrid: Ambos Mundos.
  • MALAMUD, C.; SEPÚLVEDA, I.; PARDO, R.; MARTÍNEZ, R. (2001): Historia de América. Temas didácticos. Madrid: Editorial Universitas, S.A.

jueves, 18 de junio de 2020

RETORCIENDO LA HISTORIA


En diciembre de 2019 apareció en las librerías la primera edición del libro “Soria. El principio del Camino”. Se trata de una obra orientada a los niños en la que los autores, Rubén García y Eduardo Torres (de “Numanguerrix”), relatan los orígenes de la ciudad. La publicación se enmarca dentro del programa de eventos organizado por el Ayuntamiento de Soria para conmemorar lo que, de manera insistente, se ha venido denominando el 900 aniversario de la “fundación” de la ciudad. Después de leer varias veces el libro me gustaría hacer una pequeña reflexión al respecto.

Las impresionantes ilustraciones que nos ofrece permiten a los niños trasladarse a la época remota de nuestra Historia que el libro pretende relatar. Desafortunadamente, los textos que las acompañan lejos de complementar los dibujos, suponen un obstáculo en el relato. Las oraciones largas, llenas de subordinadas, son muy difíciles de entender para un público infantil. Por no hablar de la tipografía, compleja y poco clara. Eso sí, como la obra está enfocada a niños, se tiende a infantilizar el lenguaje en exceso, algo que no es necesario. A ello sumamos algunos saltos temporales que entorpecen la comprensión del relato. Por ejemplo, se habla de Alfonso VI y de la invasión de los almorávides para saltar, después, a Almanzor, que murió ochenta años antes.

Sumado a todo esto, de lo que cualquiera puede darse cuenta leyendo el libro, podemos añadir errores e imprecisiones históricas que abundan en el relato. Vamos a comentarlos brevemente. Debemos tener en cuenta, antes de nada que el libro busca justificar una y otra vez que Soria se fundó “de nuevas” hace unos 900 años. Es la premisa de partida del Ayuntamiento de Soria y de algunos eruditos locales o importados. Por tanto, en esta obra se da a entender una y otra vez que después de la conquista de Numancia, el solar donde hoy se asienta Soria fue un completo desierto demográfico.

Se dice, literalmente, que ““Ni los romanos (…), ni mucho menos los visigodos, volvieron a poblar el cerro del que hablamos” (en referencia al cerro del Castillo). Esto no se puede afirmar, y de hecho hay autores que apuntan que los romanos ocuparon el cerro del Castillo por su valor estratégico (González Simancas, 1927; Heras, 2015). Además, se han encontrado restos arqueológicos romanos y visigodos en el Castillo como dos inscripciones funerarias romanas, una placa de cinturón tardorromana y una fíbula visigoda conservada en el Museo Numantino.

Otra historiadora, Elena Heras, señala que la leyenda de San Saturio podría ser el resultado de la fusión de tradiciones. Hay autores que apuntan la presencia de eremitas en las cuevas de la Sierra de Santa Ana en época visigoda (Dohijo, 2011). Por tanto, el hecho de que no exista un centro urbano de importancia política no impide la existencia de poblamiento.

Unas páginas después, se vuelve a insistir en que hasta el siglo XI Soria era una especie de desierto. No obstante, estudiosos como Isabel Encinas, afirman que “aunque los datos conocidos hasta el momento impiden afirmarlo rotundamente, no sería extraña la existencia de algún pequeño asentamiento en el lugar que se convertiría en el gran hito de la ciudad desde la Plena Edad Media: el cerro del Castillo” (2015, p. 82). Soria estaba situada en la “Tierra de Nadie”, entre los reinos cristianos del norte y lo musulmanes del Sur. Pero no se puede hablar de un absoluto desierto.

Como hemos dicho, se da a entender a lo largo del libro que Soria se fundó en la Edad Media, negando la existencia de poblamientos anteriores, algo que es demasiado arriesgado y no está comprobado. Tampoco se puede comprobar que se celebrase un ritual de fundación de la ciudad en Garray, primero y después en Soria. Se mezcla, en definitiva, historia, tradiciones vulgares, leyendas y fantasía.

La interpretación más sencilla es que Soria existía previamente al 1119, año en el que se ha venido estableciendo insistentemente su “fundación”. Se encontraba en una posición estratégica, a medio camino entre Castilla, Aragón, Navarra y Al-Ándalus, en la “Tierra de Nadie”, pero no estaba por completo despoblada. Esto podría explicar la presencia de Alfonso I de Aragón en Soria en torno al 1114, cuando repudia a Urraca y su definitiva ocupación en 1119. Marzal García-Quismondo (2011, p. 335) utiliza el término “reforzar la población de Soria” en lugar de “fundar Soria”.

En relación con esto se menciona en el libro la “Extremadura” y se explica que el término viene de la difusa frontera entre los reinos medievales y las condiciones inhóspitas de la tierra soriana (“confines extremadamente duros” son las palabras que emplea el texto). La teoría más aceptada no es esa sino la de “Extremo Duero”, es decir, “Extremadura” sería la palabra utilizada para referirse a las tierras situadas más allá del río Duero. De hecho, a todas las tierras situadas entre el río y el Sistema Central se las conocía como “las Extremaduras”, no solo a Soria.

Otros errores históricos del texto no precisan interpretación. Por ejemplo, se dice que “En 1108, el rey Alfonso VII volvió a ser derrotado, esta vez en Uclés, (…), perdiendo además en la batalla a su propio hijo Alfonso”. Quien fue derrotado en Uclés fue Alfonso VI (no Alfonso VII) y quien murió en la batalla fue su hijo Sancho.  Alfonso VII sería nieto de Alfonso VI, hijo de Urraca. Se afirma también que es imposible que Alfonso I repudiase a su esposa la reina Urraca en Soria porque “por aquel entonces Soria no existía”. Según las Crónicas de Astorga, una de las fuentes principales para conocer el reinado de Urraca de León, sí ocurrió en Soria (como el propio texto también afirma). ¿Cómo es posible que en las Crónicas de Astorga se mencione a Soria si por entonces Soria no existía? Marzal García Quismondo (2011, p 332) dice que Alfonso I de Aragón “aceptó enseguida [la separación matrimonial de Urraca], repudiando a Urraca ante una curia regia en Soria”.

En cuanto al nombre de Soria y sus orígenes, se mezcla tradición y fantasía haciéndolas pasar por verdades históricas. En primer lugar, se dice que el Monte “de Oria” fue el elegido para fundar la ciudad. Se afirma que este monte corresponde con el Mirón. Después se dice que allí se construyó una fortificación. No hay constancia de que el monte se llamase “de Oria”, se trata de una leyenda popular. Además, se contradice el texto porque si el lugar elegido para construir la ciudad fue el Mirón, ¿Por qué la fortificación se construyó en el Castillo, el cerro del lado opuesto?

Después se ofrecen tres posibles explicaciones del origen de Soria que son, sin embargo, contradictorias. Si en el año 1119, ya Alfonso I dice reinar en “mea populatione quod dicitur Soria”, “quam ego populaui”, como figura en un documento de 1132. (Torres Balbás, 1952). ¿Cómo es posible que antes se diga que el nombre de Soria proviene del reinado de Alfonso VII “el Emperador”?

También se sacan a relucir las Fiestas de San Juan (¡cómo no!). Se dice que “Todas estas collaciones, parroquias o barrios, un tiempo más tarde, terminarían nombrando un alcalde de cada barrio y, ya bajo la advocación cristiana, seguirán celebrando unas fiestas cuando el sol empieza a calentar, como habían hecho desde tiempo inmemorial las pocas gentes que desde siempre han habitado estas indómitas tierras, celebraciones siempre realizadas en torno al solsticio de verano”. Es decir, se relaciona directamente a las poblaciones de la Plena Edad Media en Soria con las Fiestas de San Juan cuando el vínculo no está claro. Las fuentes más antiguas que hablan de las fiestas son del siglo XV.

Pero especulaciones hay más, y se dan como ciertas. Se afirma que Alfonso VIII “era nieto del mismísimo Rodrígo Díaz de Vivar, ¡el Cid!” pero se trata de una leyenda que no puede comprobarse. Se dice también que “Alfonso mandó erigir una nueva iglesia, tomando como modelo la fachada de la de Nuestra Señora de Poitiers, al ser Leonor duquesa de Aquitania, donde se encuentra esta última”. Tampoco hay pruebas de que la actual iglesia de Santo Domingo fuera levantada por orden de Alfonso VIII aunque sí lo afirma la tradición popular. Y se finaliza diciendo que “quizá” en la reunión que mantuvieron Alfonso VIII de Castilla, Sancho “el fuerte” de Navarra y Alfonso II “el casto” de Aragón en 1196 “se comenzó a organizar la gran batalla, la más famosa de la Reconquista” en referencia a las Navas de Tolosa. Alfonso II “el Casto” de Aragón murió ese mismo año y quien participó en la batalla de las navas de Tolosa fue su hijo Pedro II.

Estaría bien que en ediciones posteriores se corrigiesen estos errores históricos y se construyese un relato que se ajuste a las últimas investigaciones históricas. Acercar la Historia (con mayúsculas) al público infantil o al público adolescente no puede suponer su tergiversación y su infantilización. No tiene sentido alguno retorcer literalmente la Historia mezclando acontecimientos históricos con leyendas y con elementos fantásticos para encajar el relato en nuestros esquemas mentales previos. Para crear un relato atractivo no es necesario hacerlo porque la verdadera Historia ya es capaz de atraer la atención de cuantos se acercan a ella. Es una auténtica pena que ilustraciones maravillosas como las que presenta el libro no se acompañen de un texto riguroso y coherente, aunque esté escrito para un público infantil.  



REFERENCIAS

  • DOHIJO, E (2011): La antigüedad tardía en el Alto valle del Duero. Oxford: BAR International Series 2199.

  • González Simancas, M. (1927) Excavaciones de exploración en el cerro del castillo de Soria. Memoria descriptiva. Madrid.

  • MARISOL ENCINAS y ELENA HERAS son autoras de varios artículos en DE LA CASA, C. y MARTÍN DE MARCO, J.A. (2015): Soria. Su historia, sus monumentos, sus gentes. Soria: Ayuntamiento.

  • Marzal García-Quismondo escribe en ÁLVAREZ VALENZUELA, V.A. (2011): Historia de España de la Edad Media. Madrid: Ariel.

  • MONSALVO ANTÓN, J.M. (2010): Atlas Histórico de la España Medieval. Madrid: Síntesis

  • TORRE BALBAS, L. (1952): “Soria, interpretación de sus orígenes y evolución urbana”, Celtiberia, 3, p. 7 - 31.