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viernes, 27 de junio de 2014

LAS TRINCHERAS: LA VIDA EN EL INFIERNO

EL FRENTE OCCIDENTAL ENTRE 1915 Y 1918


Soldados aliados fotografiados en su trinchera en un momento de respiro.

La Primera Guerra Mundial dejó a la humanidad innumerables imágenes de muerte y sufrimiento tomadas en los más variados escenarios y en situaciones complemente distintas. Pero aquellas imágenes que mejor representan el terror de la Gran Guerra son sin duda las de las trincheras.

Un trinchera es una zanja excavada en el terreno para poder disparar al enemigo desde una posición protegida. Esta estrategia defensiva no apareció por primera vez en la Primera Guerra Mundial sino que era conocida desde la Edad Media y utilizada comúnmente en los asedios a las ciudades. En la Guerra de Secesión Americana (1861 - 1865) y en las guerras coloniales del siglo XIX también se utilizó, pero su mayor grado de desarrollo se produjo en Europa desde finales de 1914.

Cómo habíamos visto anteriormente, el fracaso del Plan Schilieffen alemán tras la Primera Batalla del Marne desencadenó una apresurada carrera hacia el mar al tiempo que se establecían líneas defensivas en todo el frente desde Suiza a Bélgica. A finales de 1914, las líneas de defensa comenzaron a estabilizarse mediante la construcción de trincheras. Nadie pensaba en Alemania ni en Francia y Gran Bretaña que una guerra de trincheras pudiese producirse pero la incapacidad de ambos ejércitos para sobrepasar al enemigo consolido un sistema defensivo que se mantuvo casi inalterado hasta el final de la guerra en 1918.

Cada ejército excavó su propio sistema de trincheras frente al enemigo, que hacía lo propio. La distancia entre unas trincheras y otras variaba dependiendo de los lugares: en algunas zonas llegaban a los 100 metros mientras que en otras no alcanzaban los 30. Además, las líneas defensivas estaban excavadas en zigzag para cubrir todos lo flancos y evitar algunas muertes en caso de que cayese un proyectil.

Las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Pincha en el dibujo para verlo en detalle.

El sistema de trincheras era realmente un laberinto de túneles, galerías, zanjas y cuevas artificiales excavadas en el terreno. En la primera línea, conocida como "trinchera de frente", se encontraban los soldados que combatían pero en la retaguardia existía un sinfín de galerías que comunicaban almacenes, comedores, hospitales, etc. Cada trinchera tenía un nombre para evitar que los soldados se perdieran al ir de unas a otras y había algunas realmente estrechas que obligaban a los soldados a desplazarse de lado o incluso arrastrándose por el suelo.


Trinchera anegada por el agua.
Observen hasta donde le llega el agua al soldado.

Millones de soldados combatieron en ellas y la vida no era nada fácil en aquel escenario. En las "trincheras de frente" los soldados no pasaban más de un mes al año, cuando estaban combatiendo. Desde allí, protegidos con sacos de tierra y alambradas, disparaban sus rifles mientras recibían los disparos de los enemigos. En ocasiones, por la noche, se veían obligados a salir de las zanjas, rifle en mano y mochila al hombro, y adentrarse en la tierra de nadie en dirección a la trinchera enemiga que los esperaba en medio de una lluvia de proyectiles y bombas lanzas desde la línea enemiga y desde el aire. Los soldados debían esquivar las balas y las bombas, superar los cadáveres de los compañeros caídos en esa o en otras ofensivas y atravesar los cráteres producidos por las bombas en la tierra de nadie. En la práctica era imposible que estas ofensivas triunfasen y al final siempre las tropas siempre acababan retirándose sin haber causado gran daño al enemigo.

Cuando no se encontraban en primera línea de frente, los soldados pasaban el resto del año en las trincheras de la retaguardia. En ellas había refugios donde dormían, hospitales para los heridos, almacenes para municiones, cantinas, etc. En estas zonas la vida no era mucho más sencilla: la humedad era insoportable y en el suelo de las trincheras se acumulaba una espesa capa de barro que contenía tierra, agua, excrementos e incluso fragmentos de cadáveres.

Los soldados, alemanes y aliados, convivían con ratas, ratones, cucarachas, gusanos, garrapatas y piojos. Al principio los soldados no soportaban a los roedores pero después se acababan acostumbrando, más aún cuando podían servirles de alimento en caso de necesidad. Los piojos, por el contrario eran una pesadilla para los soldados. A pesar de intentar combatirlos por todos los medios, era imposible. Así lo refleja el diario del sargento Lowell:




A estos animales de compañía tan poco deseables se unía el terrible sonido de las bombas, los proyectiles y las ametralladoras. Muchos de los soldados acababan perdiendo el oído y otros sufrían ataques de nervios y lo que hoy se conoce como "shock postraumático". La presión y el miedo influía en su estado de ánimo que sólo se recuperaba con la llegada de las cartas de los familiares. Las cartas que recibían casi diariamente eran censuradas para evitar precisamente que cundiese el desánimo entre las tropas.

La higiene y la alimentación de los soldados eran infrahumanas. Enfermedades infecciosas como la tuberculosis se extendieron por el frente y más del cincuenta por ciento de los soldados heridos morían a causa de las lesiones infectadas. La mayoría de los soldados debían permanecer durante meses en trincheras anegadas por el agua, con los pies sumergidos en el barro y a muy bajas temperaturas. Esto les producía la enfermedad conocida como "pie de trinchera" o "pie de inmersión" y frecuentemente, varios dedos debían ser amputados.

La alimentación no era suficiente porque los suministros tardaban en llegar al frente a consecuencia de los problemas en las comunicaciones. En el bando aliado los cargamentos de alimentos se pudrían esperando en los vagones de los trenes a que las vías se reparasen y en el bando alemán la situación era aún peor: había escasez de suministros a consecuencia del bloqueo económico impuesto por Gran Bretaña. Los soldados, como el resto de la población alemana, no se libraron del hambre.

Paradógicamente, el único momento en el que había abundantes alimentos era después de una ofensiva porque la comida que correspondía a los soldados caídos en la batalla era repartida entre los supervivientes. Así, como explica E. Mª Remarque en su genial novela "Sin Novedad en el Frente", aquellos que sobrevivían a las ofensivas se podían considerar doblemente afortunados por estar vivos y por recibir una ración mayor de comida.

Cuando no combatían, es decir, cuando no estaban en primera línea de frente, los soldados se dedicaban a construir nuevas trincheras y a reparar las antiguas. Todo ello siempre de noche, cuando no estaban al alcance de los francotiradores y las ametralladores enemigas. Trabajaban de noche y dormitaban por el día en los refugios excavados en la roca.

La mayor parte de los soldados se alistó en el ejército siguiendo un sentimiento patriótico irreprimible, pero pronto se daban cuenta de que la realidad era otra. Muchachos de diecinueve y veinte años dejaron su vida anterior para luchar por su patria en una guerra que no entendían y en la que podían perder su corta vida. La mayoría no habían empuñado nunca un rifle y muchos no sabían ni leer ni escribir. La guerra les quebró la vida y la inocencia. Vieron como sus compañeros de trinchera morían en el frente junto a ellos. Presenciaron imágenes horrorosas y soportaron los gritos de agonía de aquellos soldados malheridos que quedaban en tierra de nadie tras las ofensivas.

Hoy no podemos imaginar cómo fueron aquellos momentos, en la noche, en la que un soldado oía a un compañero moribundo gritar de dolor y saber que nadie iría a recogerlo... ni si quiera su cadáver. Aquellos que caían en las trincheras no eran enterrados, ni sus cuerpos recogidos, porque estaba mal visto por los oficiales. Allí, donde habían caído, se pudrían los cadáveres, al lado de los aún vivos que seguían combatiendo por su patria. Muchos no superaron la experiencia y desertaban o se autolesionaban para ser enviados a la retaguardia y huir del horror. Pero aquellos que lo hacían no aguardaban un futuro esperanzador: eran juzgados por Consejos de Guerra y muchos de ellos ejecutados por deserción para que sirviesen de ejemplo a los otros soldados.

Definitivamente, las trincheras fueron el peor de los infiernos de la guerra. Aún hoy se pueden ver las huellas que dejaron en los paisajes francés y belga. Son visibles las zanjas, las galerías y los refugios subterráneos y cien años después siguen apareciendo restos humanos de soldados muertos que quedaron sin recoger así como proyectiles, balas y bombas que quedaron sin explotar.


Soldados protegiéndose del frío invernal en una trinchera.








Entradas antiguas sobre la Primera Guerra Mundia aquí.

domingo, 22 de junio de 2014

LA PARTICIPACIÓN DE ITALIA EN LA GUERRA. UN CASO PECULIAR

LOS FRENTES SECUNDARIOS (QUINTA PARTE)


Ciudad de Caporetto durante la batalla (1917)

La participación de Italia en la Primera Guerra Mundial es la consecuencia de una política internacional que podría definirse de modo vulgar como "a dos bandas". Italia llevaba décadas pactando con Alemania y Francia alternativamente sin importarle en modo alguno los efectos que esto podría tener en caso de conflicto. En realidad, el joven Estado italiano velaba por sus intereses y se ponía del lado de quien le ofreciera mayores recompensas.

Repasemos: en 1882 Italia pactó con la Alemania de Bismarck y Austria-Hungría, formando la Triple Alianza (ver política internacional de Bismarck aquí). Veinte años después, en 1902, Italia acordó en secreto con Francia mantener la neutralidad en caso de guerra entre Alemania y Francia. De este modo, en 1914, Italia era aliada de los Imperios Centrales al mismo tiempo que tenía un pacto con Francia para mantenerse neutral. 

De esta forma, durante los primeros diez meses de guerra, Italia declaro la neutralidad y se mantuvo a la expectativa. El joven país esperaba la mejor "oferta" para unirse a la guerra. Esta llegaría en abril de 1915 cuando los aliados (Gran Bretaña y Francia) le ofrecieron el Trentino, Trieste, el sur del Tirol, Istria, algunos puertos en Dalmacia, territorios en Asia Menor y las colonias alemanes en África a cambio de su participación en la guerra contra Alemania y Austria. 

La sociedad italiana se mostró deseosa de participar en la guerra y presionó al rey y su gobierno para entrar en la contienda. Finalmente, en el "Tratado Secreto de Londres" (abril de 1915) se suscribió el compromiso: Italia rompía los lazos con los Imperios Centrales y entraba por fin en la Guerra del lado aliado. Poco después, en mayo, declaró la guerra a Austria-Hungría y más tarde, en agosto de 1916, a Alemania.

En mayo de 1915, las tropas italianas entraron por primera vez en combate. Aunque sus ejércitos estaban mal preparados, se confiaba en una victoria rápida sobre las fuerzas austro-húngaras y ya se vislumbraba la entrada triunfal de los italianos en Viena. Inicialmente Italia realizó algunos avances en la frontera italo-austriaca (flechas rojas en el mapa) y ocupó algunos territorios (en el mapa en azul claro), sin embargo, pronto las fuerzas austriacas estabilizaron el frente aprovechando las defensas naturales que brindaban los Alpes (línea verde). A partir de entonces, Italia tuvo importantes dificultades para avanzar y las ofensivas se libraron insistentemente sobre el río Insonzo. Doce batallas tuvieron lugar entre 1916 y 1917 en el valle de dicho río, que marcaba la frontera entre Italia y el Imperio de los Habsburgo. Pero no tuvieron éxito, una y otra vez se estrellaban contra las fortificaciones austriacas al tiempo que las tropas italianas se desmoralizaban.

Para colmo de males, en 1917 Alemania se deshizo del frente oriental por la retirada de la Rusia Soviética y pudo concentrar sus tropas en el frente occidental. Los ejércitos teutones acudieron en ayuda de los austriacos que se dispusieron para lanzar una ofensiva contra Italia (flechas en color morado). Se inició el 24 de octubre de 1917 y culminó con la Batalla de Caporetto donde las tropas aliadas sufrieron una de las peores derrotas de la guerra.

Participación de Italia en la
Primera Guerra Mundial  entre 1915 - 1918

Los ejércitos italianos adoptaron entonces posiciones defensivas ante las tropas de los Imperios Centrales, que combatían ya en territorio italiano. Con la moral baja, los italianos fueron cediendo terreno y las tropas germanas y austriacas, dirigidas por el general Otto von Below, llegaron a las puertas de Venecia. Fue entonces cuando el ejército italiano pudo contener el avance a la altura de Treviso con ayuda de los refuerzos británicos y franceses (línea en rojo oscuro). Además, el general Luigi Cardona fue sustituido por Armando Diaz que recuperó la moral de las tropas y preparó la contraofensiva.

La revancha llegó meses después. Con un ejército reorganizado y con la moral alta y con una población que recordaba los desmanes austriacos durante los años de ocupación en los siglos XVIII y XIX, el Reino de Italia se dispuso a asestar el golpe definitivo a Austria-Hungría. Entre el 23 de octubre y el 2 de noviembre de 1918, Italia lanzó una enorme ofensiva que rompió el frente austriaco tras la Batalla de Vittorio Veneto. Los aliados concentraron más de un millón de soldados, sumando italianos, franceses, ingleses y americanos, frente a los 800.000 hombres de los Imperios Centrales.

Las fuerzas austro-húngaras se colapsaron definitivamente ante la potencia de los aliados y al Imperio de los Habsburgo se le multiplicaban los problemas. Los ejércitos aliados recuperaron todo el terreno perdido en los años anteriores y 300.000 austriacos fueron hechos prisioneros. Hubo más de 90.000 muertos en el lado de los Imperios Centrales y más de 36.000 bajas en el lado aliado.

Austria-Hungría se apresuró a pedir un armisticio después de que los italianos tomasen el Trentino (Trento) y la ciudad de Trieste. Éste se firmó finalmente en Villa Giusti, a las afueras de Padua y certificó la victoria italiana y la descomposición de Austria - Hungría. Su ejército fue disuelto y esto significó la desmembración del imperio mientras Italia ocupaba todo el Tirol y su capital, Innsbruck, con la intención de llegar a Alemania por el sur.

Italia salió victoriosa de su participación en la guerra después de unos años angustiosos aunque su victoria fue realmente pírrica porque sus intereses fueron ignorados en los tratados de paz, como veremos más adelante. Por el contrario, la derrota austro-húngara certificó el derrumbe del imperio y su desmembración como consecuencia de insalvables fracturas étnicas, religiosas y lingüísticas. En Vittorio Veneto Austria - Hungría firmó definitivamente su sentencia de muerte, que se llevaría a efecto meses después, tras la derrota de su aliada Alemania.








Entradas anteriores de la Primera Guerra Mundial aquí

  

viernes, 20 de junio de 2014

TRECE IMÁGENES PARA 313 AÑOS

IMÁGENES DE LAS PROCLAMACIONES DE LOS REYES DESDE 1701 


La proclamación de Felipe de Borbón como rey de España nos dejó innumerables momentos e imágenes captados por las cámaras de fotos, los móviles y las cámaras de televisión. Cientos de miles de instantes ilustrarán en el futuro el día en el que un nuevo rey asumió la Corona de España. Hoy os propongo viajar al pasado para ver aquellos instantes en los que algunos de los antepasados de Felipe VI fueron proclamados reyes.

Empecemos por Felipe V, el primer representante de la dinastía borbónica en España. Fue elegido sucesor por el hechizado Carlos II, un mes antes de su muerte y fue proclamado rey de España el 16 de noviembre de 1700, quince días después de la muerte de su predecesor. Era nieto del rey de Francia Luis XIV y asumió la corona española en Versalles, París. En esta imagen podemos ver al Rey Sol presentando a Felipe de Anjou a los representantes españoles:


El joven rey tenía sólo diecisiete años cuando asumió la corona y llegó a España meses después, en febrero de 1701. Madrid lo recibió con sus mejores galas y cientos de personas lo aclamaron a su llegada al Alcázar Real de Madrid (donde hoy se ubica el Palacio Real). En este grabado, obra de Filippo Pallota y conservado en el Museo Municipal de la villa de Madrid, se representa la aclamación del nuevo rey de España, el 18 de febrero de 1701:



Y es que antiguamente, como hoy, la proclamación de nuevos reyes y la llegada de los monarcas a las ciudades eran motivos de fiesta. Pueblos y ciudades se engalanaban con banderas, flores, esculturas y arcos del triunfo desmontables para recibir a los soberanos. Eso le ocurrió precisamente al hijo de Felipe V, Carlos III, que desembarcó en Barcelona en 1759 para suceder a su hermano Fernando VI. Cuando entró en Madrid, la ciudad lo esperaba con sus mejores galas. Miren, miren:



En el cuadro, de Lorenzo Quiós (hacia 1760) se muestra cómo recibió la capital al nuevo rey de España. Fíjense en los balcones adornados, los tapices colgados de las fachadas de los edificios, y las estructuras efímeras construidas sólo para recibirle. Lo mismo le ocurrió a su nieto, Fernando VII "el Deseado" a su vuelta del exilio en 1814, tras la Guerra de la Independencia. Entró en España por Gerona y fue recibido por los capitanes generales de Barcelona, Zaragoza y Valencia antes de ir a Madrid. Por el camino las gentes le gritaban "¡Viva el Rey!, ¡Muera la Constitución!". Se referían a la Pepa, la Constitución de 1812. Tal eran las esperanzas que tenían puestas en monarca... En la imagen se aprecia la muchedumbre aclamando al monarca en su entrada en Madrid. Al fondo se ve la Puerta de Alcalá.


Claro que las desilusiones llegaron pronto... y la represión y los odios. Las cosas cambiaron algo con su hija, la reina Isabel II, con la que se inició la construcción del Estado Liberal. "La reina de los tristes destinos", como la llamó Galdós, fue proclamada reina a los tres años y a los trece se le dieron todos los poderes para reinar tras las regencias de su madre Mª Cristina y de Espartero. La desdichada reina tuvo que jurar nada menos que dos constituciones distintas. Aquí la vemos jurando la progresista de 1837:


Isabel II acabó en el exilio tras la Gloriosa Revolución de 1868. En 1869 se aprobó la Constitución española más democrática hasta 1931 y un año después, por primera vez, las Cortes elegían al monarca que debía reinar en España entre varios candidatos. Fue Amadeo de Saboya que llegó a España el 30 de diciembre de 1870. En este grabado lo vemos en el Palacio de las Cortes jurando la Constitución:


A pesar del aparente júbilo que muestra el dibujo, el reinado de Amadeo I se caracterizó por la inestabilidad. Las conspiraciones alfonsinas y republicanas impidieron que la dinastía se consolidase a pesar de ser el rey español que más escrupulosamente había respetado hasta entonces la Constitución. En este grabado lo vemos el día de su proclamación después de jurar la Constitución, asomado al balcón principal del Palacio Real y aclamado por la multitud:


Desafortunadamente su reinado sólo duró tres años pues acabó abdicando (ver la historia de las abdicaciones en España aquí). Después se proclamó la Primera República y después llegó la República Autoritaria de Serrano hasta el 29 de diciembre de 1874. Ese día el general Martínez Campos se pronunció en Sagunto y proclamó allí mismo a Alfonso XII rey de España. Esto fue la culminación de una conspiración más compleja para restaurar a los Borbones en el trono español. En este grabado de la época vemos precisamente el pronunciamiento de los militares que permitió al hijo de Isabel II reinar en España:


Meses después se aprobaba la Constitución de 1875, que se mantendría en vigor hasta 1923. Por desgracia, Alfonso XII murió pronto, en 1885, dejando una regente embarazada del futuro rey y dos hijas. María Cristina se manifestó una excelente regente, trabajadora, discreta y respetuosa con la Constitución. Aquí la vemos jurar la Carta Magna, de luto riguroso ante Cánovas del Castillo y Sagasta, los líderes de los partidos dinásticos de entonces:

En 1886 la reina dio a luz un niño, Alfonso XIII, que nació siendo ya rey aunque no asumió los poderes hasta cumplir los dieciseis años, en 1902. Aquel día, en una solemne sesión en las Cortes, juró la Constitución ante los Evangelios. Vean la fotografía tomada entonces y conservada en la hemeroteca del diario "ABC". No tiene buena calidad (era 1902) pero se observa al rey junto a la reina regente, su madre, con un vestido blanco que se diferencia de los trajes negros del resto de los asistentes:


Este cuadro también refleja el momento aunque hay algunas diferencias con la realidad que muestra la fotografía:


El reinado de Alfonso XIII fue desafortunado, como todos sabemos, igual que conocemos lo que vino después: la Segunda República, la Guerra Civil y la dictadura del General Franco. Precisamente dos días después de la muerte del dictador se produjo la siguiente proclamación de un rey en España, el 22 de noviembre de 1975. Juan Carlos I juró ante la Biblia no una Constitución sino los Principios del Movimiento y las Leyes Fundamentales del Reino. Aquí está la foto que todos hemos visto alguna vez:


En la imagen vemos a un niño Príncipe Felipe, que treinta y nueve años después, el 19 de junio de 2014, sería proclamado rey de España. La España del siglo XXI es una democracia plena, fuertemente consolidada, que no tiene nada que ver con la arcaica España de su bisabuelo, Alfonso XIII, ni con la de su padre de 1975. Las cosas han cambiado en la moderna sociedad española del año 2014, aunque hay algo que nunca podrá cambiar: las raices históricas de la nación.

La familia real española al completo saluda a la multitud que los aclama desde el balcón del príncipe del Palacio Real de Madrid, trescientos trece años después de que lo hiciera el primer rey Borbón.

jueves, 19 de junio de 2014

FELIPE VI, REY DE ESPAÑA

"UNA MONARQUÍA RENOVADA PARA UN NUEVO TIEMPO" (Felipe VI, 19 de junio de 2014)


Corona real española (s. XVIII) y cetro (s. XVII), símbolos de la Monarquía hispánica.


El príncipe Felipe, hijo del rey Juan Carlos I y bisnieto de Alfonso XIII, ha sido proclamado rey hoy, diecinueve de junio de 2014, por las Cortes Españolas. Reinará con el nombre de Felipe VI y con él se da continuidad a la dinastía borbónica, reinante en España desde 1700, y a la monarquía hispánica, una de las más antiguas del mundo (ver árbol genealógico desde 1469 aquí).

La ceremonia de proclamación del nuevo rey ha sido solemne, sobria y austera como es tradición en la Monarquía española y como exigen además, los tiempos de crisis económica que vivimos. Los actos del relevo comenzaron ayer miércoles, con la firma de la ley de abdicación por el aún rey Juan Carlos, en una corta y emotiva ceremonia que tuvo lugar en el Palacio Real de Madrid. Esta mañana, hacia las diez menos cuarto, el nuevo rey, Felipe VI, que lo era desde la entrada en vigor de dicha ley a medianoche, recibía de su padre y predecesor el fajín rojo, que corresponde al capitán general de los ejércitos. Posteriormente los nuevos reyes, Felipe VI y Letizia, junto con sus hijas Leonor y Sofía, se dirigieron al Congreso de los Diputados.

Allí, en el Palacio del Congreso, en una sesión conjunta de las dos cámaras que componen el Parlamento español, Congreso y Senado, Felipe VI ha prestado juramento ante un ejemplar de la Constitución de 1978. Estaban presentes también, la Corona real española, que data del siglo XVIII, y el cetro real, del siglo XVII. El acto parlamentario culminó con el discurso del nuevo rey, en el que expresó su adhesión a la Constitución y al sistema parlamentario así como su compromiso con España y con los españoles.

"La Monarquía Parlamentaria debe estar abierta y comprometida con la sociedad a la que sirve" dijo el nuevo rey durante su discurso; y añadió que "debe buscar la cercanía con los ciudadanos" y "observar una conducta íntegra, honesta y transparente". Defendió además, la apuesta por la educación y la investigación para superar los obstáculos a los que se enfrenta la sociedad española en estos momentos, siendo el más grave, el elevado nivel de desempleo.

Finalmente, también hizo una alusión a la unidad de la Nación y a su permanencia en el tiempo que la Corona representa. "En esa España unida y diversa, basada en la igualdad, - dijo - cabemos todos".

El primer discurso de Felipe VI como Jefe de Estado fue interrumpido en varias ocasiones por los aplausos de los asistentes, cuando se recordó al rey Juan Carlos, a la reina Sofía (presente en el hemiciclo) y a las víctimas del terrorismo. Finalmente, cerró su intervención dando las gracias en cuatro idiomas, castellano, catalán, euskera y gallego.

Hacia el mediodía el nuevo rey presidió un breve desfile militar y partió, junto a la reina, hacia el Palacio Real en un Rolls Roice descapotado. Miles de personas se agolparon en las principales calles por donde pasó la comitiva real para saludar a los nuevos monarcas. A la llegada al Palacio Real, hacia la una menos cuarto del mediodía, los nuevos reyes, Felipe y Letizia, salían al balcón principal del Palacio para saludar a la multitud que los vitoreaba. Les acompañaron sus hijas, la ya Princesa de Asturias Leonor, la Infanta Sofía y los reyes Juan Carlos y Sofía.

La ciudad de Madrid estaba completamente engalanada con banderas nacionales para la ocasión y cientos de medios informativos de todo el mundo han cubierto el acto de enorme trascendencia histórica (ver noticia en el "New York Times"). Se abre paso un nuevo reinado, y por tanto una nueva etapa en la Historia de España. Sólo el tiempo dirá si Felipe VI supo ganarse el cariño de su pueblo y puso superar los enormes obstáculos que atenazan a la sociedad española del siglo XXI.


El presidente del Congreso, Jesús Posada, toma juramente al nuevo Rey, Felipe VI, en presencia del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Fuente: Casareal.es 





"No es un hombre más que otro si no hace más que otro" 
(Miguel de Cervantes en "El Quijote", citado en el discurso de proclamación de Felipe VI)

martes, 17 de junio de 2014

LA GUERRA NAVAL Y LA BATALLA DE JUTLANDIA

LOS FRENTES SECUNDARIOS (CUARTA PARTE)


Cuando estalló la guerra en junio de 1914, la armada real británica recuperó un plan diseñado y aprobado en 1909 que concebía un bloqueo económico completo a Alemania en caso de guerra. El 3 de noviembre de ese año, los británicos pusieron en marcha el plan: el Mar del Norte y el Canal de la Mancha se consideraron zonas de guerra y no se permitió a ningún barco transportar mercancías a Alemania. Los barcos de los países neutrales eran registrados y todas las mercancías con destino a Alemania, fuesen armamento o alimentos, confiscadas.

El plan británico era ilegal, porque no se ajustaba al derecho internacional, e inmoral porque por primera vez en la Historia se consideraba a los civiles objetivo de guerra. Millones de alemanes morirían de hambre en los cuatro años largos de guerra por la escasez de suministros. 

En respuesta a la estrategia del gobierno de Londres, Alemania declaró zona de guerra todas las aguas que rodeasen las Islas Británicas y anunció que todo navío mercante enemigo sería torpedeado por submarinos alemanes. Se trataba de un contra-bloqueo pero el II Reich estaba en inferioridad en los mares pues su flota era muy inferior en número a la armada británica, la más poderosa del mundo en aquellos años. Pero los alemanes cumplieron su amenaza: en 1915, el transatlántico británico "Lusitania" fue torpedeado cuando volvía de EE.UU. y 1.198 de sus pasajeros perecieron. No sería el último: el "Arabic" y el "Sussex" corrieron la misma suerte meses después.

Pero la situación de Alemania era desesperada. No conseguía romper el bloqueo impuesto por Gran Bretaña y la escasez de alimentos empezaba a hacerse notar entre la población. El 31 de mayo de 1916 la Flota de Alta Mar alemana (Hochsee Flotte) se hizo a la mar en el Mar del Norte, dirigida por el almirante Scheer, para enfrentarse a los británicos en lo que se denominó la Batalla de Jutlandia.

El plan de los alemanes era hacer un ataque sorpresa a los británicos ya que eran conscientes de que su flota, muy inferior en número, no iba a ser capaz de romper el bloque británico. El plan de Scheer era atacar la costa este de Gran Bretaña y destruir los cruceros británicos bajo el mando del almirante Beatty.   

Pero los británicos tuvieron acceso al código naval alemán con lo que conocían al detalle los planes del gobierno de Berlín. Al saber que la Hochsee Flotte se encontraba en el Mar del Norte decidieron tenderle una trampa: al acercarse los navíos alemanes a la costa británica, la flota inglesa saldría a su encuentro, la alcanzaría y la destruiría.

Todo estaba dispuesto frente a las costas de la península danesa para la mayor batalla naval de la Historia. Unos 150 barcos británicos salieron al encuentro de los 100 navíos de la flota alemana a toda velocidad. Más de 100.000 marineros, de uno y otro bando, se disponían a entrar en combate hacia las 14:30 de aquel día de finales de mayo de 1916.

En el momento del encuentro, la superioridad numérica británica desapareció porque los navíos de Beatty eran incapaces de hacer frente al potencial alemán. Los cañones navales teutones, mucho más precisos que los británicos, hicieron blanco en el "Lion", el "HMS Indefatigable" y otros muchos barcos británicos. En poco tiempo, un tercio de la flota británica estaba fuera de servicio.

Beatty vio el momento de retirarse pero ante el peligro de caer en su propia trampa decidió continuar la batalla al tiempo que recibía la ayuda de la Grand Fleet, dirigida por Jellicoe. Los refuerzos equilibraron la balanza y permitieron a los británico continuar. Hubo varios encuentros entre la flota teutona de Scheer y las flotas británicas y durante la batalla varios navíos de uno y otro bando fueron torpedeados, incendiados y hundidos.

Batalla de Jutlandia

En la madrugada del 1 de junio de 1916, cuando finalizó la batalla, 2.551 alemanes habían muerto y 507 estaban heridos; del lado británico, perecieron 6.097 hombres y 510 fueron heridos. Pero, ¿quién gano la batalla?

Aún hoy no se sabe realmente quien fue el vencedor. Los alemanes declararon la victoria y los británicos mantuvieron que los teutones habían fracasado en el intento de levantar el bloque naval británico, por lo que habían fracasado en su objetivo. Lo cierto es que la flota de Scheer hizo gran daño a la Grand Fleet británica, pero no la destruyó por completo y tampoco consiguió levantar el bloqueo económico impuesto por el gobierno de Londres. Además, la pericia de los almirantes británicos Beatty y Jellicoe permitió que la armada británica saliese airosa de la batalla.

En cualquier caso, la batalla de Jutlandia fue en realidad una derrota de la armada real británica. Nunca se recuperó por completo del golpe asestado por la flota de Scheer, aunque es cierto que no se levanto el bloqueo. Este hecho influyó en el propio almirante alemán cuando recomendó al káiser reanudar la guerra total submarina porque la Hochsee Flotte no era capaz de obligar por sí misma a que los británicos terminaran la guerra. El mito de la invencible armada real británica terminó pero Alemania no había conseguido que se rindiese y el bloqueo seguía asfixiando la economía del Reich al tiempo que ahogaba en hambre a la población alemana.  



Entradas anteriores sobre la Primera Guerra Mundial aquí.

jueves, 12 de junio de 2014

LA GUERRA DE LOS CINCO CONTINENTES

LOS FRENTES SECUNDARIOS (TERCERA PARTE)



Guerrero de la etnia africana askari montado a caballo. Su colaboración fue decisiva para la conservación del África Oriental Alemana en manos de los germanos hasta 1918.


La Guerra de 1914 no fue la primera en la que los territorios coloniales de las potencias europeas se vieron afectados y las múltiples contiendas libradas en Europa durante los siglos XVIII y XIX había evidenciado el trascendental papel de las colonias en las épocas bélicas. Pero ninguna otra guerra había tenido la dimensión de la Primera Guerra Mundial. Nunca antes una contienda originada en el Viejo Continente se había extendido por todo el planeta, afectando a miles de millones de personas de todas las etnias, lenguas y nacionalidades (lee sobre los países que entraron en la guerra aquí). 

Entre 1914 y 1918, las potencias coloniales europeas lucharon en todos los mares y en todos los continentes excepto en la Antártida. Los primeros meses de la guerra fueron especialmente intensos, con episodios bélicos desarrollados en lugares remotos, a miles de kilómetros de distancia de Europa.

En el Mar Negro, acorazados alemanes con bandera turca atacaron a la armada rusa (leer más aquí). No lejos de allí, en el Mediterráneo, los puertos franceses del norte de África fueron bombardeados por los cruceros germanos. Finalmente, en las islas del Pacífico, donde el II Reich tenía intereses y no quería perder su influencia, también hubo incursiones alemanas. 

El día de Todos los Santos de 1914 (1 de noviembre), los alemanes destruyeron una escuadra de cruceros británicos en Coronel, frente a las costas de Chile. La batalla no ofreció episodios heroicos sino estrategias poco brillantes pero efectivas, como fue norma en toda la guerra naval. En la batalla de Todos los Santos, los cinco acorazados teutones derrotaron a los cuatro británicos en una breve pero eficaz maniobra. Hubo tres heridos alemanes y más de mil seiscientos muertos británicos.

Un mes después, el ocho de diciembre de 1914, la estrategia fue repetida, esta vez por los británicos, que derrotaron a los alemanes en la batalla de las Islas Malvinas, junto a las costas de Argentina. Precisamente, la escuadra germana que había salido victoriosa de Coronel (dos cruceros acorazados y tres cruceros ligeros) fue derrotada por una flota británica compuesta por ocho navíos. 1871 marineros alemanes perecieron por diez muertos británicos.

Japón también se unió a la guerra naval de las potencias de la Entente en 1914 como su primer aliado independiente ultramarino, debido a que Alemania no estaba dispuesta a renunciar a su área de influencia en la región china de Tsingtao. La guerra se extendía por Asia y el Pacífico, donde los alemanes mantenían el control de numerosas islas (Palaos, Carolinas, Marianas, etc.) así como una parte de la isla de Papúa (la Nueva Guinea Alemana.

Pero la contienda también alcanzó al continente africano que estaba repartido entre las potencias coloniales europeas. Las naciones de la Entente lucharon por las posesiones coloniales alemanas. En los primeros años de la guerra conquistaron Togo, Camerún y el África Sudoccidental alemana. Los germanos lograron conservar el África Oriental Alemana hasta el final de la guerra en 1918. Los ejércitos coloniales alemanes contaron con la colaboración de los guerreros askari y otros soldados indígenas. 

Y, por primera vez en la Historia, la guerra también se hizo en el aire. Los alemanes utilizaron el zépelin o dirigible mientras que los ingleses usaron aeroplanos de pequeño tamaño. Las bombas eran lanzadas con la mano por los pilotos que luchaban entre sí sobre el propio frente terrestre.

La magnitud global de la Primera Guerra Mundial 
(pincha sobre el mapa para verlo ampliado). 


Crónicas anteriores sobre la Primera Guerra Mundial aquí

sábado, 7 de junio de 2014

CUANDO LOS REYES SE CANSAN DE REINAR


"Presentación de don Juan de Austria al emperador Carlos V, en Yuste" (E. Rosales, 1869)

La abdicación del rey Juan Carlos I es un hecho de enorme trascendencia histórica como muchos se han encargado de recordarnos durante estos días. Las abdicaciones son algo inusual en las Monarquías porque la tradición decía que los reyes debían serlo hasta su muerte y entonces la continuidad se garantizaba con el heredero. Recuerden ustedes aquello de "El rey a muerto, ¡viva el rey!". Pero la Historia está plagada de renuncias de reyes que por circunstancias diversas han decidido (o se han visto obligados a) retirarse antes de su muerte. En la Historia de nuestro país nada menos que siete reyes (contando a don Juan Carlos I) han abdicado. Vamos a recorrer está historia sorprendente de abdicaciones... a la española.

El primer monarca en renunciar al trono de España fue Carlos I (V de Alemania, ya saben). Subió al trono de los reinos hispánicos en 1516 y tres años después fue elegido emperador del Sacro Imperio. Su reinado fue una constante de guerras (con Francia), desencuentros (con los príncipes alemanes) y decepciones (con los protestantes). Renunció a las coronas españolas en 1555 en favor de su hijo Felipe II y dos años después abdicó la corona del Sacro Imperio en favor de su hermano Fernando. 

El monarca estaba harto de guerras y de problemas y se sentía frustrado por no haber podido imponer su autoridad en Alemania. Además, para entonces el mundo que había conocido estaba cambiando: su enemigo íntimo Francisco I de Francia había muerto años antes y el papa Julio III lo había hecho en 1555. Ya no tenía sentido para él perseguir el sueño de la Monarquía Católica Universal en una Europa en constante transformación.

Ningún rey de la dinastía de los Habsburgo abdidó después. El siguiente fue precisamente el primer Borbón, Felipe V. Subió al trono en 1701, hasta 1714 estuvo en guerra con media Europa y en 1724 va y renuncia al trono de España. ¡La que se había liado porque heredase los reinos hispánicos y a los diez años de ceñirse la corona va y renuncia! Se pueden imaginar que la decisión no fue bien acogida por nadie, por inesperada, inútil y extraña. En 1724 abdicó y las Cortes Españolas proclamaron a su hijo Luis I rey de España.

Las causas de la abdicación de Felipe V hay que buscarlas en su propia personalidad. Padecía depresiones y melancolía lo que le incapacitaba en ocasiones para reinar. Otros dicen que no perdía de vista el trono de Francia y aunque había renunciado a sus derechos en 1712, creyó que si renunciaba a España podría llegar a ser rey de Francia. Pero le salió la jugada mal: el pobre Luis I apenas estuvo en el trono de España siete meses (de enero a agosto de 1724) porque murió de viruela a los diecisiete años. Su padre tuvo que asumir el destino y volvió a tomar las riendas de la Monarquía ya que las Cortes reconocieron a su otro hijo Fernando (el futuro Fernando VI) sólo como Príncipe de Asturias. Así que Felipe V estuvo en el trono hasta su muerte en 1746.

La siguiente abdicación fue a comienzos del siglo XIX, en el convulso contexto de la Europa Napoleónica. El débil e indolente Carlos IV abdicó por dos veces la Corona de España. Primero el 19 de marzo de 1808 debido a presiones de su propio hijo Fernando VII y de los opositores a Godoy, su todopoderoso valido, tras el episodio del "motín de Aranjuez". Después huyó a Bayona para ver si Napoleón podía hacer algo al tiempo que Fernando VII se ceñía la corona pero buscaba también el apoyo del Emperador francés. Total que Napoleón llamó al rey Fernando para entrevistarse con él en Bayona y allí les engañó a los dos. 

En las humillantes "Abdicaciones de Bayona", Fernando VII fue convencido para que devolviese la Corona a su padre sin saber que éste había abdicado nuevamente en favor de Napoleón. La estupidez de padre e hijo puso a España en manos del Emperador francés que nombró rey a su hermano José I Bonaparte. Bueno y el resto de la historia ya lo saben...

Fue la hija de Fernando VII, Isabel II, quien abdicó la Corona Española nuevamente en 1870, en favor de su hijo Alfonso. La reina de los tristes destinos, como la llamó Galdós, no tuvo sinceramente una vida (ni un reinado) fáciles. Fue proclamada reina en 1833, con sólo tres años de edad; asumió el poder con trece añitos y fue destronada por la Gloriosa Revolución en 1868. Marchó al exilio, a París, donde renunció a la Corona para que su hijo Alfonso XII recuperase el trono. Y así lo hizo en 1874.

Isabel II no volvió nunca más a España en vida. Desde su exilio en Francia fue testigo del estable reinado de su hijo, de la muerte de éste en 1885, de la regencia de su nuera María Cristina, de la pérdida de Cuba y Filipinas en 1898, y de los comienzos del reinado de su nieto Alfonso XIII. Murió en 1904.

La desdichada reina Isabel II también fue testigo directo de la abdicación de otro rey de España. Resulta que el rey que los españoles eligieron para sustituir a los Borbones y que estos no volvieran a reinar en España jamás, jamás y jamás, abdicó en 1873 después de un reinado de tres años. Y lo hizo por la intransigencia de los propios españoles.

Al llegar a Cartagena el 30 de diciembre de 1870 tuvo que hacer frente a la muerte de su gran valedor, Juan Prim. Después su reinado fue una sucesión de guerras contra los carlistas y contra los independentistas cubanos. Al tiempo que la inestabilidad se extendía por el país: republicanos protestaban, los demócratas salían del gobierno, los alfonsinos conspiraban... Además la orgullosa nobleza española nunca aceptó un rey extranjero y le trataban con grosería y mala educación. Y por último, su esposa no estaba a gusto en una Corte en la que todos le miraban mal. 

Amadeo I escribió una carta de renuncia que fue leída por su esposa. Es ella explicaba los motivos de su renuncia, la del rey más liberal y demócrata hasta entonces. Decía así:

"(...) Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados, tan valientes como sufridores, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la Nación son españoles (...)"

Así que Amadeo I renunció al trono de España y se volvió a Italia donde asumió el ducado de Aosta y murió años después, en 1890, cuando contaba cuarenta y cuatro años.

El último precedente de una abdicación en España fue precisamente el abuelo de don Juan Carlos, el rey Alfonso XIII. Esta se produjo en 1941 en Roma, después de haber permanecido en el exilio desde la Proclamación de la II República Española diez años antes. Aquellos días de abril de 1931, Alfonso XIII decidió abandonar el país para "no ser responsable de un baño de sangre entre españoles". 

No sabía entonces que la República que sustituía a su anquilosada Monarquía no iba a conseguir estabilizarse y la guerra civil llegaría apenas cinco años después. Cuando abdicó, el dictador Franco ya había ganado la guerra y no tenía intención se soltar el puño de hierro con el que gobernaba los destinos de la Nación desde 1939. En ese contexto, Alfonso XIII, enfermo, abdicó en favor de su hijo Juan.

Don Juan, conde de Barcelona, fue el rey que nunca llegó a reinar debido a la regencia vitalicia del dictador Franco. En 1977, renunció a los derechos dinásticos en favor de su hijo Juan Carlos que así recogía la legitimidad de la Dinastía Borbónica en el trono de España.

La abdicación de Juan Carlos I no supone, como ven, un hecho excepcional en la Historia de España. La España de hoy es muy distinta a la del siglo XIX y principios del siglo XX y la estabilidad del sistema democrático hace previsible una sucesión sin sobresaltos. El futuro Felipe VI, que será proclamado rey de España el día 19 de junio de 2014, es el representante actual de una de las Monarquías más antiguas del mundo.

 
Juan Carlos I, rey de España (1975 - 2014)


viernes, 6 de junio de 2014

¿MONARQUÍA, REPÚBLICA O REPÚBLICA MONÁRQUICA?

EL ORIGEN DE LAS FORMAS DE GOBIERNO EN EUROPA

"La libertad guiando al pueblo" (Delacroix, 1830)

Desde que el pasado lunes, dos de junio, se anunciase de forma inesperada la abdicación del rey Juan Carlos I en favor de su hijo, el príncipe Felipe, se ha reabierto el debate sobre la forma de Estado más conveniente para España. Desde los partidos alternativos de izquierda (Izquierda Unida y Podemos) se apuesta ya abiertamente por la República mientras los grandes partidos (Partido Popular y Partido Socialista) defienden el sistema establecido y la Monarquía Borbónica. El debate, centrado hasta ahora en descubrir cuál de los dos modelos es más democrático, parece de difícil solución porque ambas formas de gobierno son completamente opuestas ¿o no?

La "forma de gobierno" hace referencia a la forma externa que adopta el Estado, que desde el siglo XIX, se resume en dos modelos distintos: la Monarquía y la República. Debemos dejar de lado cualquier otro concepto y centrarnos en descubrir cuáles son los orígenes de estos modelos y las razones de su triunfo o su fracaso en Occidente (en el resto del mundo es otra historia, y nunca mejor dicho). Dentro de esos dos modelos existen en la Europa actual (y en Norteamérica) múltiples variantes que se han configurado a lo largo de los últimos doscientos años para ajustar la tradición y la participación de la ciudadanía.

Técnicamente la Monarquía es la forma de gobierno en la que el poder está concentrado en una persona de forma legítima por derecho hereditario (en otras épocas hubo monarquías electivas). En el Nuevo Régimen (desde el siglo XIX), la Monarquía dio problemas de adaptación a la nueva situación surgida de la revolución de 1789, porque se necesitaba conciliar la tradición con los principios del Liberalismo. A lo largo de la decimonovena centuria se manifestó de tres formas:

  • La Monarquía de asamblea o revolucionaria fue la primera, la creada por los revolucionarios franceses a fines del siglo XVIII. Las Cortes concentraban todo el poder legislativo mientras el rey y sus "secretarios" (futuros ministros que no salían de las Cortes) obtenían el poder ejecutivo. Fracasó por el enfrentamiento entre ambos poderes que hacían el sistema inoperante y debido al excesivo poder de las Cortes además de la desconfianza hacia un rey que tendía a recuperar el absolutismo recién destruido.
  • La Monarquía puramente constitucional o alemana era la situación contraria: el rey mantenía un gran poder y las Cortes podían limitarlo pero no anular sus decisiones. Fue propia de regímenes liberales como el II Reich alemán.
  • La Monarquía de gobierno parlamentario (modelo inglés) quiso ser el modelo intermedio entre las anteriores. El gobierno salía de las Cortes y era nombrado por el Rey. Se introdujo en el Viejo Continente tras la derrota de Napoleón (1815) y acabó perdurando en el tiempo. A fines del siglo XIX todas las monarquías europeas, excepto la Alemania de Bismarck, eran parlamentarias.
Por lo que respecta al modelo republicano, el propio término República podría llevar a error porque deriva del latín res publica, y se refería al principio a la "comunidad política" (al conjunto de personas que vivían en un territorio de forma organizada). Después pasó a referirse al "gobierno que busca el bien común" y no era incompatible con la Monarquía como demuestran los documentos de la Edad Moderna. Desde la Revolución Francesa se opuso a la Monarquía siguiendo el modelo instaurado en las Trece Colonias de Norteamérica tras su independencia (1783). Pero este modelo también generó problemas al partir de una radical división de poderes.

  • En EE.UU. triunfó la República Presidencialista que era la adaptación del modelo monárquico al Nuevo Continente donde no había reyes. El presidente de la República ejercía el poder ejecutivo de forma autónoma con ayuda de sus secretarios de despacho (otra figura que imitaba los gobiernos de las Monarquías Europeas) y eran responsables ante el Congreso (las Cortes Norteamericanas, para entendernos).
  • En Europa se imitó el modelo monárquico inglés para la institución de la República Parlamentaria. El mejor ejemplo es la III República Francesa, en ella el presidente pasa a ser Jefe de Estado, como el rey en las Monarquías, dejando el gobierno al gabinete de ministros responsable ante las Cortes. La única diferencia es que el Jefe de Estado era elegido por las Cortes. Esto manifestó una extraordinaria inestabilidad que se intentó corregir introduciendo un modelo mixto de presidencialismo y parlamentarismo como en la V República Francesa (la actual).

En Europa han perdurado dos formas de gobierno: la Monarquía Parlamentaria y la República Parlamentaria, y ambas se parecen más de lo que se diferencian. Por eso se reconoce a la segunda como "República Monárquica". La única distinción clara es que en la primera el Jefe de Estado no es elegido y corresponde a un monarca que hereda los derechos dinásticos, esto puede parecer injusto pero al mismo tiempo puede suponer una garantía de neutralidad de la Jefatura del Estado; Por el contrario, en la República el presidente es elegido por las Cortes y esto implica mayor igualdad pero también mayor inestabilidad porque las disputas partidistas pueden desestabilizar a la cabeza de la Nación.

Si os fijáis, en toda la exposición no he nombrado el término "democracia". Esto se debe a que en sí mismas ni Monarquía ni República son  regímenes democráticos. Y es que la democracia llegó a Europa después de una larga evolución de la forma de Estado. 

De nuevo la Historia nos da ejemplos para demostrarlo: la Monarquía Parlamentaria inglesa de 1820 no era democrática, de igual modo que la II República Francesa de 1848 (que desembocó en el II Imperio Francés) tampoco lo era. No obstante, poco a poco se fue introduciendo la participación ciudadana y democratizándose los sistemas y a comienzos del siglo XX, la Monarquía inglesa sí era democrática, igual que la III República Francesa. 

La razón de que un sistema sea o no democrático no se encuentra en la forma de Estado sino en la forma de elección de las cámaras representativas (Cortes o Parlamentos) pues es en ellas donde reside la soberanía popular. Por eso el debate de la forma de Estado en España centrado en torno a la idea de "más o menos democracia" es estéril. Quizá (y sólo quizá) deberíamos justificar uno u otro modelo a través de otros factores y con otros argumentos.







Aclaración final: he dejado a parte la explicación de la dualidad existente en los sistemas parlamentarios entre jefe de gobierno (primer ministro) y jefe de Estado (presidente o rey) para no complicar demasiado el debate. De igual modo, he omitido la explicación del funcionamiento de las repúblicas presidencialistas (EE.UU. y Francia) donde el presidente sí es elegido en las urnas, por considerar que el debate en España es entre Monarquía Parlamentaria o República Parlamentaria y no entre Monarquía Parlamentaria o República Presidencialista.



Bibliografía:

- Sánchez de Madariaga, E. (2007). "Conceptos fundamentales de Historia" Madrid: Alianza Editorial.
- Lario, A. (coord. 2010). "Historia Contemporánea Universal. Del Surgimiento del Estado Contemporáneo a la Primera Guerra Mundial". Madrid: Alianza Editorial.
- Senserrich, R. (2014). "Notas rápidas sobre monarquía y república"  en la web Politikon