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martes, 25 de febrero de 2020

UN SIGLO DE CONSTITUCIONES (PARTE 2)

Las Constituciones de 1812 y 1837


 Sesión de las Cortes de Cádiz

Ya hemos dicho en otras entradas de este blog, y los historiadores lo han repetido hasta la saciedad, que la Constitución aprobada en 1812 por las Cortes reunidas en Cádiz marcó el inicio de la historia constitucional de España. En palabras más vulgares, fue el pistoletazo de salida del liberalismo español. "La Pepa", como fue conocida esta constitución por haberse aprobado el 19 de marzo, día de San José, se convirtió en algo parecido al catecismo de los liberales españoles. Fue durante años una especie de libro de recetas que pondría fin a todos los males de la patria.

En realidad, el alcance real que tuvo la Constitución de Cádiz fue muy limitado, igual que toda la obra legislativa impulsada por las Cortes generales y extraordinarias del Reino reunidas en la entonces cosmopolita capital andaluza. Apenas estuvo vigente seis años y en la mitad de ellos, no en todo el territorio nacional. Fue aprobada, como hemos dicho, en marzo de 1812, en plena Guerra de la Independencia (1808 - 1814), por lo que su vigencia, se limitó, en un principio, a Cádiz. Cuando llegó Fernando VII, en 1814, fue suprimida. Estuvo vigente también, ya en todo el país, durante el Trienio Liberal (1820 - 1823) y abolida de nuevo tras la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis. Finalmente, fue otra vez repuesta tras el pronunciamiento de los sargentos de la Granja en 1836, pero sólo provisionalmente hasta la aprobación de un nuevo texto.

A pesar de todo, la Constitución de 1812 fue revolucionaria por muchos factores. Creó un Estado constitucional y unitario según el modelo liberal y sentó las bases de lo que, andando en el tiempo, sería el Estado de derecho. El Parlamento, las Cortes, se convirtieron en el centro de la vida política ejerciendo una enorme influencia en el Consejo de Regencia, que asumió el poder ejecutivo durante la Guerra de Independencia en ausencia del monarca. Estableció la separación de poderes pero el control que ejercían las Cortes - poder legislativo - sobre el débil Consejo de Regencia - poder ejecutivo - fue abrumador. De hecho, algunos historiadores hablan de un sistema político semiasambleario de cámara única.

"La Pepa" no incluye una declaración de derechos individuales sino derechos  de la nación. Los derechos y libertades propios del liberalismo (libertad de opinión, libertad de imprenta, propiedad privada, inviolavilidad del domicilio, derecho a la educación, etc.) se recogían pero dispersos a lo largo de todo el texto. Se habla, por primera vez, de nación española pero muchos estudiosos la etiquetan de "nación católica" puesto que no se contemplaba la tolerancia religiosa. La religión oficial de la Monarquía era la católica, algo que contradice la libertad religiosa, propia del liberalismo en el resto de Europa. 

Las Cortes de Cádiz también desarrollaron una amplia labor legislativa demoliendo las bases del Antiguo Régimen y del sistema feudal que existía - y exitiría por muchos años - en España. En 1810 se aprobó el decreto de libertad de prensa lo que abrió la puerta para una explosión de cabeceras de periódicos. Cádiz se convirtió en una gran caldera política e intelectual donde hervía el liberalismo español entre tabernas, burdeles, teatros e iglesias.

 Promulgación de "la Pepa", 19 de marzo de 1812

En los años treinta, el liberalismo español se moderó, como estaba ocurriendo en toda Europa. Después de los terribles años del reinado de Fernando VII, entre la persecución y el exilio, muchos liberales españoles opinaban que "la Pepa" era una Constitución de tiempos revolucionarios. Había que reformarla para adaptarla a las nuevas corrientes y a los intereses de la burguesía. Alcalá Galiano, que había participado en el pronunciamiento de Riego de 1820, había conocido el modelo parlamentario inglés durante sus años de exilio en Londres. El modelo británico, moderado y estable se convirtió en un ejemplo para los liberales españoles. También el modelo francés impuesto por la Monarquía de Luis Felipe de Orleans tras la Revolución de 1830. Finalmente, el influjo del liberalismo doctrinario también de raíz francésa, desarrollado por intelectuales como Constant, fue importante en la evolución política del liberalismo español.

El resultado fue la promulgación de la Constitución de 1837 que establecía una Monarquía Constitucional similar a la francesa y a la británica. El nuevo texto se presentó como una reforma de la Constitución de Cádiz para adaptarla a los nuevos tiempos. Se encargaron de redactarla los liberales progresistas tras el pronunciamiento de la Granja que había obligado a la regente María Cristina de Borbón a entregarles el poder. 

El contexto internacional era favorable a esta reforma. España se integró en la llamada Cuádruple Alianza junto a Gran Bretaña, Francia y Portugal. París y Londres se habían propuesto consolidar el régimen liberal tanto en Portugal como en España frente a las reacciones absolutistas representadas por los "miguelistas" y los "carlistas" respectivamente. Por ello, enviaron apoyo financiero y militar a la Península y acogieron de buen grado la promulgación de una constitución con vocacion transaccional. La española de 1837 no fue en ningún caso de consenso puesto que los liberales moderados no participaron en su elaboración y, de hecho, cuando subieron al poder, la reformaron, pero sí tenía una voluntad de unir a los partidos liberales frente al carlismo. Recordemos que ese mismo año, una expedición del pretendiente Carlos había llegado hasta la puertas de Madrid poniendo en peligro el trono de la niña Isabel II y el propio Estado liberal.

El sistema político se basaba en la separación de poderes. La dirección política del Estado descansaba en el monarca, que actuaba como árbitro del juego. Tenía además amplios poderes, como el derecho a veto y la potestad para disolver las Cortes. En ellas se encontraba el poder legislativo y eran elegidas por sufragio directo, modificando el sistema electoral de la Constitución de 1812 (sufragio indirecto muy complejo). El sistema era bicameral, de Congreso y Senado, frente a la cámara única de las Cortes de Cádiz. Como puede verse, el liberalismo español, moderado ahora, buscaba un texto de acuerdo a sus intereses. El listado de derechos y libertades era amplio, incluyendo el de la tolerancia religiosa. "La religión de España es la que profesan los españoles" decía el texto constitucional.

Según numerosos historiadores, como Varela Suances, el modelo de 1837 influiría en el constitucionalismo español hasta 1923. Este sienta las bases del funcionamiento político a lo largo del siglo XIX. La más importante de ellas es la dualidad del poder ejecutivo, de la que no hemos hablado. Si de acuerdo con la Constitución de 1812, el poder ejecutivo recaía en el monarca y en sus ministros, la Constitución de 1837 lo divide entre el monarca y el consejo de ministros. El monarca actúa de árbitro, elige al presidente del consejo de ministros y puede influir en sus decisiones, pero las dos figuras están separadas. Esta dualidad, que contribuía a restar poder al rey y a alejar su figura del juego político, fue común en Europa.

En cualquier caso, no logró la Constitución de 1837 convertirse en el marco definitorio del régimen liberal en España porque fue incumplida por los partidos políticos y por la Corona. Además, la aparición de los espadones, Espartero, Narváez y O'Donnell, entre otros, inyectaría una gran dosis de inestabilidad en la política española. No obstante, sí abrió esta constitución dos vías que se manifestarían a lo largo de todo el siglo XIX: el modelo progresista - demócrata, heredero directo de la de 1837, del proyecto de 1856 y de la constitución revolucionaria de 1869, por un lado; y el modelo moderado de las constituciones de 1845 y 1876, por otro.

sábado, 22 de febrero de 2020

"EL CABALLERO DE LA MANO EN EL PECHO" DE EL GRECO

 
  • Autor: El Greco
  • Estilo: Manierismo (s. XVI)
  • Año: hacia 1530

Esta obra es una de las más conocidas de su autor, el Greco, y uno de los símbolos del Museo del Prado. Se trata de uno de tanto retratos que hizo el pintor griego en Toledo y se ha tomado, tradicionalmente, como ejemplo de caballero castellano de la Edad Moderna.

Desconocemos su identidad. Hay quien dice que podría tratarse de Juan de Silva, notario mayor de Toledo. Algunos han dicho incluso que es un autorretrato de El Greco.

El cuadro se caracteriza por su sencillez absoluta. Según la Guía del Prado (2014), se trata de "un busto recortado sobre un fondo neutro, con ropajes que indican la riqueza del personaje, y con la luz concentrada, por una parte, en el rostro y en las manos, ambos enmarcados por la gorguera y los puños, y por otra, en detalles de discrta ostentación". Destacamos:
  • El color negro de la vestimenta no indicaba austeridad sino, por el contrario, indica riqueza ya qye el tiente negro para la ropa era muy caro.
  • La empuñadura de la espada es un símbolo de nobleza. Portar espada era uno de los privelegios de la nobleza.
  • La cadena semioculta es una muestra de riqueza también.
  • La mano en el pecho indica el honor, la honra, tan importante en la España de los siglo XVI y XVII.


 
BIBLIOGRAFÍA: VV.AA. (2014): "La Guía del Prado". Madrid: Museo Nacional del Prado.

jueves, 20 de febrero de 2020

UN SIGLO DE CONSTITUCIONES (PARTE 1)

Liberalismo. Constitucionalismo. Parlamentarismo. Estas tres palabras definen el siglo XIX español. Un siglo tan convulso e inestable como denostado durante décadas porque empezó con una guerra, la de la Independencia (1808 - 1814) y finalizó con un destrastre, el del 98. El Franquismo también inyectó en la memoria colectiva de los españoles el rechazo por un siglo XIX "fracasado" y "decadente", en el que habían triunfado los supuestos males de España.

Sin embargo, el siglo XIX en España no fue muy distinto al de otros países de Europa Occidental. Portugal, Bélgica, Italia, Alemania o Francia atravesaron experiencias políticas tan convulsas como las españolas. Además, los españoles tuvieron el honor de promulgar la tercera constitución de la Historia universal, la de 1812, después de la norteamericana de 1788 y la francesa de 1791. Otro récord es el número de constituciones en el siglo XIX, después de Francia, que promulgó nada menos que once entre 1791 y 1900, España se encuentra en segundo lugar. Promulgó cinco constituciones escritas entre 1812 y 1900, a las que podemos sumar el Estatuto de Bayona de 1808, el Estatuto Real de 1834 y las constituciones que no llegaron a promulgarse de 1856 y 1873. Este trajín de constituciones fue fruto de las convulsiones políticas que sufrió país a lo largo del siglo.

A pesar de la inestabilidad política, los conflictos y la violencia, debemos reiterar que el siglo XIX fue un siglo fundamentalmente constitucional. Durante la mayor parte de la centuria, la vida política del país estuvo regida por una constitución escrita, si exceptuamos el comienzo del siglo, hasta 1808, donde estuvo vigente sin ninguna contestación el absolutismo de Carlos IV; los años de la Guerra de Independencia (1808 - 1814), en la mayor parte del país; y largos años del reinado de Fernando VII (1814 - 1820 y 1823 - 1833). En otras palabras, setenta y uno de lo cien años del siglo fueron constitucionales. Desde 1834 hasta 1900 estuvo vigente una constitución, ya fuera moderada, progresista o democrática. Y este periodo constitucional se prolongó hasta el golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923, bien entrado el siglo XX. En total, unos noventa años seguidos de gobiernos constitucionales.

De hecho, si hay un siglo constitucional en la Historia de España, es el siglo XIX. Por hacer una simple comparación, sólo en cicuenta y un años de los cien del siglo XX estuvo vigente una constitución. Las dictaduras de Primo de Rivera (1923 - 1930) y la del general Franco (1939 - 1975) fueron oscuros y largos años de negación del constitucionalismo. Cualquier constitución liberal fue denostada y rechazada, sobre todo durante el Franquismo. En el siguiente esquema podemos visualizar mejor los periodos constitucionales y las etapas de negación del constitucionalismo en la España de los siglos XIX y XX.

Periodos constitucionales en los siglos XIX y XX

Si obviamos el llamado Estatuto de Bayona de 1808 por ser redactada por extranjeros y promulgada fuera del país, el punto de partida del constitucionalismo español fue 1812, con la promulgación de la Constitución de Cádiz, "la Pepa". Aquel 19 de marzo de 1812, la soberanía dejaba de estar monopolizada por el rey y se otorgaba, por primera vez en la Historia de España, a un colectivo, la nación. Se reconocía la igualdad de los españoles "de ambos hemisferios" (metrópoli y territorios ultramarinos) ante la ley y se establecía la separación de poderes.

La Constitución de Cádiz apenas estuvo vigente seis años no consecutivos y nunca en todo el territorio durante la Guerra de la Independencia. Posteriormente, tras la muerte de Fernando VII en 1833, la Corona, encarnada por la regente María Cristina de Borbón, madre de Isabel II, sancionó un sucedáneo constitucional denominado habitualmente Estatuto Real, que fue redactado por el Marínez de la Rosa. Tampoco se puede considerar esta una constitución pues no fue más que una Carta otorgada por la Corona siguiendo el modelo del liberalismo doctrinario francés. 

El impulso constitucional se retomaría tras el pronunciamiento de los sargentos de la Granja de San Ildefonso en 1836 que obligaría a la regente a reinstaurar la Constitución de 1812 hasta la promulgación de otra adaptada a los nuevos tiempos. Esta se promulgaría en 1837 y, desde entonces, nunca más en el siglo XIX, España estaría sin Constitución. Los textos constitucionales se convirtieron en una especie de catecismos civiles, evidenciándose una auténtica devoción por las constituciones escritas a lo largo de toda la centuria. Era la forma de reflejar, de fijar, los principios liberales, las declaraciones de derechos y libertades de la ciudadanía y la organización y el funcionamiento del Estado.

En cuanto a la forma de gobierno, la propia del siglo XIX fue, sin ninguna duda, la Monarquía, que estuvo vigente durante toda la centuria a excepción del periodo 1873 - 1874 (no llegó a dos años), la Primera República. También fue el siglo del surgimiento de la opinión pública si bien este proceso fue lastrado por las elevadas tasas de analfabetismo en España. A finales del siglo XIX un 70% de la población no sabía leer ni escribir. Una grupo minoritario, muy restringido, sí lo hacía. La libertad de expresión y de imprenta impulsó la proliferación de la prensa. La decimonovena centuría asistió a una explosión de la prensa escrita. La mayor parte de los periodicos defendían las constituciones con vehemencia y tenían una vida de escasa duración - como las propias constituciones -.

La oratoria también se desarrolló imparablemente en el siglo. Es el siglo de los grandes oradores: Argüelles, Olózaga, De los Ríos Rosas, Castelar, Sagasta. Todos fueron maestros de la oratoria, mentes lúcidas y voces vivaces que defendieron sus ideas incansablemente en las Cortes. El palacio del Congreso de los Diputados se convirtió en el centro de la vida política si bien lamentamente mediatizado por el ruido de sables de los espadones y las intrigas de la Corona y su camarilla.

Los partidos políticos, todos ellos liberales durante buena parte del siglo, hicieron de las cartas magnas armas políticas contra los adversarios. Ya durante el Trienio Liberal (1820 - 1823), cantaban los liberales el "Trágala" a Fernando VII. Y durante el reinado de Isabel II, todos trataron de imponer "sus constituciones" a los otros. En otras palabras, la mayor parte de las constituciones del siglo fueron el reflejo de los programas políticos de los partidos que las redactaban. No obstante, toda nueva constitución se presentó como una modificación de la precedente. Así, la de 1837 fue presentada como una reforma de la de 1812; y la de 1845 como una rectificación de la de 1837. En 1856 también se añadieron actas adicionales a la de 1845, como veremos.

Por lo que respecta al sufragio, fue censitario durante la mayor parte de siglo a excepción del establecido por la Constitución de Cádiz en 1812 y por la revolucionaria de 1869, que fue universal masculino. El sufragio universal masculino se aprobaría definitivamente en 1890. Aunque hubo numerosos criterios para restringir el sufragio a lo largo del siglo, el más habitual fue el umbral contributivo, es decir, la capacidad económica de lo electores. Dependiendo de los intereses del partido en el gobierno se aumentaba o disminuía dicho umbral permitiendo votar a más o a menos ciudadanos. Dio igual, en cualquier caso, pues el falseamiento de las elecciones, el pucherazo y la manipulación de los resultados fue una constante durante todos el siglo, con sufragio universal o censitario.

Tampoco contemplaron las constituciones decimonónicas la igualdas de sexos. De hecho, el Código Civil aprobado en 1889 e inspirado en el Código Napoleónico regulaba la desigualdad entre hombres y mujeres. A finales del siglo emergió el primer feminismo que tuvo como una de sus máximas representantes a la escritora gallega Emilia Pardo Bazán. 

Tampoco se contemplaron los derechos laborales y sociales en la mayor parte de los textos constitucionales del XIX. Todo ello a pesar de que el movimiento obrero tuvo sus primeros chipazos en España en la década de 1830. En 1833, los luditas habían quemado la primera fábrica del país, "El Vapor", propiedad de los hermanos Bonaplata en Barcelona. El mutualismo y las primeras asociaciones obreras empezaron a configurarse en las décadas de 1840 y 1850, en la clandestinidad; y el anarquismo y el marxismo sólo penetraron en España a partir de 1868. Fue precisamente la Constitución revolucionaria de 1869 la primera que reconoció el derecho de asociación, abriendo la puerta a la formación de sindicatos de clase legalmente constituidos. Empero, la dictadura del general Serrano establecidad provisionalmente tras el fracaso de la Primera República, anuló este derechó y prohibió las asociaciones obreras.

Es el momento de hablar detenidamente de cada constitución. Lo haremos en entradas posteriores. Por ahora, basta con esta pequeña introducción.

 

sábado, 15 de febrero de 2020

LOS CUADROS ERÓTICOS DE TIZIANO PARA FELIPE II



  • Títulos: "Dánae recibiendo la lluvia de oro" y "Venus y Adonis"
  • Autor: Tiziano
  • Estilo: Renacimiento italiano (s. XVI)
  • Años: 1553 - 1554

Estos cuadros fueron encargados por el príncipe Felipe (futuro Felipe II) a Tiziano a mediados del siglo XVI. La temática es mitológica, pero esconden las relaciones amorosas de Felipe con Isabel de Osorio, una dama de compañía de su madre, la emperatriz.

"Dánae recibiendo la lluvia de oro"

"Dánae recibiendo la lluvia de oro" muestra el momento en el que el dios Zeus se transofmra en lluvia de oro para poseer a la princesa Dánae, encerrada en un castillo por su padre. Hace referencia al amor impoible de Felipe e Isabel ya que, mientras él es el heredero de la Monarquía más poderosa de Europa, ella es ólo una plebeya. Se cree que el rostro de Dánae corresponde con el de Isabel de Osorio. Tiziano sustituye a Cupido por una anciana vestida con harapos para mostrar la diferencia con el joven cuerpo desnudo de Dánae.

 "Venus y Adonis"

"Venus y Adonis" muestra el momento en que Venus se despide de Adonis cuando este se dispone a ir a cazar un jabalí. Venus sabe que el jabalí matará a Adonis como en efecto ocurrió. La despedida hace referencia a la ruptura de la relación de Felipe e Isabel de Osorio cuando el príncipe debe marchar a Inglaterra a casarse con la reina María Tudor. Como Venus, Isabel e despide de Felipe porque quizá no lo volverá a ver nunca más. De igual forma, el rostro de Venus es el de Isabel y el de Adonis es el de Felipe.

Durante el Renacimiento no había impedimento para representar cuerpos desnudos como hace aquí Tiziano siempre que fuesen personajes mitológicos de Grecia o Roma. El hecho de que el príncipe Felipe encargarse a Tiziano estoss cuadros, de claro contenido erótico, contrasta con la imagen que e ha mostrado de Felipe II como un rey reservado, autero, defensor de la Contrarreforma católica del Concilio de Trento. Hay que señalar que, durante el siglo XVII, esto cuadros no e expusieron en el Alcázar de Madrid por incitar al pecado y e mantuvieron ocultos para deleite privado de alguno monarcas, como Felipe IV.

viernes, 7 de febrero de 2020

"CARLOS V EN MÜHLBERG" DE TIZIANO

  • Autor: Tiziano
  • Estilo: Renacimiento italiano (s. XVI)
  • Año: 1548

Se trata del retrato más importante que el pintor veneciano hizo de Carlos V. Representa al emperador montado a caballo durante la Batalla de Mülhberg (1547) en la que los ejércitos imperiales derrotaron a las tropas protestantes de la Liga de Smalkalda. A pesar de la victoria imperial, Carlos V tuvo que reconocer la dualidad religiosa (protestantes - católicos) en el Sacro Imperio Romano Germánico en la Paz de Augsburgo (1555).

Tiziano nos muestra a Carlos V como un soberano poderoso, magnánimo y valiente. Lidera a sus tropas como hacían los reyes medievales (eran un rey soldado) y muestra firmeza y tesón. El rostro refleja serenidad a pesar de la tensión de la guerra. Todas las referencias a la batalla son implícitas porque en el cuadro no hay ningún otro personaje.

Tiziano se inspiró en la escultura ecuestre romana de Marco Aurelio (emplazada en la Plaza del Capitolio de Roma). Como elementos destacados mencionamos:

  • La armadura que aún se conserva en la Armería del Palacio Real de Madrid.
  • El Toisón de Oro, símbolo de la Monarquía española.
  • La banda carmeí, símbolo de los generales en el campo de batalla.
  • La lanza, sostenida con la mano derecha, es el símbolo de San Jorge.
  • Con la izquierda sujeta con firmeza las riendas de un caballo castaño español.
El caballo representa el imperio de Carlos V. A pesar de la corveta, el emperador está sereno, es un pacificador. Se trata de una clara alusión a la victoria en la batalla que ha llevado la paz al Sacro Imperio.

Es interesante saber que en aquel momento, Carlos V apenas tenía cuarenta y siete años, pero aparentaba ser un anciano. Sufría gota, una enfermedad común en los reyes, lo que le obligaba a permanecer en cama en muchas ocasiones. De hecho, asistió a alguna batalla en silla o en cama y no montado a caballo debido a los terribles dolores que sufría. La imagen victoriosa que nos presenta aquí Tiziano no se correspondía con la realidad en el momento en que se pintó el cuadro.

Tiziano rechaza aquí la pincelada precisa y prefiere trazos rápido, vigorosos y enérgicos. Con las obras de Tiziano, Carlos V inició la colección real del Museo del Prado en el siglo XVI, aunque sin ser consciente de ello.


miércoles, 5 de febrero de 2020

LAS DESGRACIAS DE ISABEL II




 Las trifulcas de la Familia Real Española durante el reinado de Isabel II

La vida privada de Isabel II fue un relato de "intrigas, comedias y dramas", utilizando las mismas palabras que usó el hispanista Pierre Vilar para definir todo el siglo XIX español. Y es que el relato de la vida de la desgraciada Isabel entristece a cualquiera y uno, analizando un poco sus circunstancias personales, llega a sentir pena por aquella muchacha a quien hicieron el centro de la vida política con solo trece años. Una niña, por otra parte, ni muy inteligente, ni muy preparada para la labor que tendría que asumir:

"A los diez años Isabel resultaba atrasada, apenas sí sabía leer con rapidez, la forma de su letra era la propia de las mujeres de pueblo, de la aritmética apenas solo sabía sumar siempre que los sumandos fueran sencillos; su ortografía era pésima. Odiaba la lectura, sus únicos entretenimientos eran los juguetes y los perritos. Por haber estado exclusivamente en manos de los camaristas, ignoraba las reglas del buen comer, su comportamiento en la mesa era deplorable, y todas esas características, de algún modo, la acompañaron toda su vida"

Ahí estaba ella, con ciertas deficiencias intelectuales como resultado de la endogamia - recordemos que su padre, Fernando VII, y su madre eran tío y sobrina -, y sin haber recibido una educación acorde con su posición. Imaginaos ahora el resto de la historia.

Cuando nació Isabel, en 1830, su padre tenía cuarenta y cinco años y su madre tan solo veinticuatro. Tres años después, su soberano progenitor, el monstruo de Fernando VII, moría dejándole el trono. La niñita, con apenas tres años, no podía asumir la corona y su madre, doña María Cristina de Borbón asumió la regencia. Ante el levantamiento de los más fanáticos absolutistas que reclamaban al infante Carlos María Isidro como legítimo rey - por eso desde ahora los llamaremos "carlistas" - la joven regente de la joven reina tuvo que buscar el apoyo de los liberales. "María Cristina me quiere gobernar y yo le sigo la corriente" cantaban los liberales.

La reina viuda resultó ser un auténtico desastre como regente, ¿qué esperabais? En medio de una contienda política entre carlistas, liberales moderados y liberales progresistas, se dedicó a enriquecerse y a aprovecharse de la situación por lo que pudiera deparar el futuro. Los escándalos personales de la regente fueron mayúsculos. Se enamoró de un guardia de corps llamado Fernando Muñoz con el que tuvo varios hijos. Claro está, que la regente, esposa del difunto Fernando VII, quedase embarazada poco después de enviudar era un tanto inquietante por más que ella se afanase en esconderlo. No fue solo un embarazo sino varios:

"Clamaban los liberales
que la reina no paría
y ha parido más Muñoces
que liberales había"

Mientras tanto, el gobierno de la nación convertido en un nido de corruptos (a cuya cabeza se encontraba la regente) y la niña Isabel y su hermanita Luisa Fernanda sin recibir la educación que les correspondía. El escándalo de la Ley de Ayuntamientos, junto con los cotilleos sobre su vida personal y la corrupción rampante provocaron la dimisión de María Cristina en 1840. Marchó a París junto con su amado y con los bolsillos bien llenos de todo lo que había podido rapiñar en sus años como reina gobernadora de España.

 La regente Mª Cristina junto a su amado, Fernando Muñoz

Fijaos hasta qué punto llegarían las corruptelas de la reina regente que concedió a su amado capitán los títulos de duque de Riánsares, primer marqués de San Agustín y primer duque de Montmorot. De ser un simple plebeyo, Muñoz pasó a ser grande de España por la gracia de la reina regente María Cristina. Aprovechando su posición, la joven regente invirtió en Cuba donde llegó a ser la mayor propietaria de la isla... por si venían tiempos peores, que vinieron.

Cuando María Cristina marchó al exilio dejó a sus dos hijitas en Madrid. Hay un grabado que muestra el dramático momento en que las niñas se despiden de su madre entre lloros y un montón de cortesanos que observan el momento. Entre ellos, por supuesto, el capitán Fernando Muñoz que marchó con su amada al exilio. Isabel y Luisa Fernanda quedaron en España. Imaginaos el panorama: dos niñas pequeñas, de diez y ocho años, solas en Madrid, rodeadas de una camarilla que buscaba el enriquecimiento personal y de unos militares y políticos intransigentes y corruptos que no iban a tardar en aprovecharse de la situación.

Como Isabel era aún demasiado joven para asumir el poder efectivo, se eligió como nuevo regente al general Espartero, un auténtico animal que había ganado reconocimiento tras el abrazo de Vergara que había puesto fin a la Primera Guerra Carlista (1839). La brutalidad del personaje llegó hasta tal punto que no le tembló el pulso cuando ordenó bombardear Barcelona desde el castillo de Montjuic tras las protestas de los empresarios catalanes por el acuerdo comercial con Inglaterra. Después de esto, y en medio de la estupefacción general, Espartero se exilió en Londres. El general Narváez, otro espadón igual de bruto que Espartero, lo invitó a marcharse, podríamos decir.

Después de dos regencias fallidas, las Cortes adoptaron la única solución posible: declarar a la reina Isabel mayor de edad para que asumiese las funciones de jefa de Estado. La niña tenía trece años recién cumplidos. Pensad ahora en vosotros mismos con trece o catorce años, os convierten en el árbitro de la política del país, hacen de vosotros el centro de todas las decisiones. ¿Cómo lo haríais? Ahora pensad en la pobre Isabel, con sus pocas luces y su nula preparación. Ya os he hecho spoiler.

Isabel tenía una personalidad arrolladora, desbordante. Su carácter era terrible, caprichosa, gritona. Estuvo toda su vida en un mundo de hombres porque, no nos engañemos, fue reina por casualidad y se convirtió en un títere en manos de multitud de espadones. Dicen que para ser alguien importante en la España de Isabel II había que pasar antes por el lecho de la reina. De hecho se conocen los nombres de muchos de sus amantes: Vicente Ventosa, Francisco Fontela, el general Serrano (a quien llamaba cariñosamente "general bonito"), el cantante José Mirall, el compositor Emilio Arrieta, el coronel Gándara, el Marqués de Bedmar, el capitán Ruiz Arana, el general Leopoldo O'Donnell, el secretaria Miguel Tenorio, el cantante Tirso Obregón, el marqués de Linares, Carlos Marfori y el capitán José Ramiro de la Puente, entre otros. 

El diez de octubre de 1846, Isabel II contrajo matrimonio con su primo carnal Francisco de Asís de Borbón (¡viva la endogamia!). Cuando se enteró de quién iba a ser su esposo ya que la elección fue, como nos podemos imaginar, asunto de Estado, se enfadó y gritó: "¡No, con Paquita no!". Y es que a Francisco de Asís lo conocían en la familia por Paquita debido a su homosexualidad apenas disimulada. "¿Qué podía esperar de un hombre que en la noche de bodas llevaba más encajes que yo?" confesó en una ocasión la reina.

 Isabel II y su esposo Francisco de Asís de Borbón

El matrimonio nunca llegó a consumarse y, en palabras del historiador Manuel Tuñón, la reina y el consorte siempre se "odiaron cordialmente". La personalidad del rey era opuesta completamente a la de la reina: tímido, de carácter débil y desinteresado por las cuestiones políticas. En otras palabras, era perfecto para que la reina y los espadones siguiesen haciendo y deshaciendo a su antojo sin que nadie extraño se inmiscuyese en sus asuntos. El populacho, tan original y dañino como siempre, inventó coplillas como esta que se cantaban por todo Madrid:

"Paquito natillas
es de pasta flora
y mea en cuclillas
como las señoras."

Y otra más:

"Gran problema hay en la corte
averiguar si el consorte
cuando acude al excusado
mea de pie o mea sentado." 

Parece cierto que el bueno de Francisco de Asis tenía que orinar sentado debido a un problema en la uretra. Este defecto, unido a su peculiar amaneramiento y sus poco disimuladas inclinaciones sexuales fueron la comidilla del pueblo durante años. Imaginaos, por otra parte, el sufrimiento del consorte que debió casarse con su prima Isabel ocultado de por vida su auténtica personalidad. E imaginemos también a la desgraciada Isabel II, obligada a casarse con su primo a quien todos conocían como "Paquita". No es extraño que Isabel tuviese numerosos amantes.

En una ocasión, la reina confesó que, de los doce hijos que engendró, ninguno fue de Francisco de Asís. Ya dijimos que el matrimonio ni siquiera se había consumado. "La única sangre Borbón que corre por tus venas es la mía, hijo mío" le soltó a su hijo Alfonsito, futuro Alfonso XII. ¡Y menos mal! ¡Acordaos del pobre Carlos II, cómo salió por tener solo sangre Habsburgo en las venas! Un poco de aire fresco nunca viene mal. Al parecer, Alfonso era hijo de uno de los amantes de la reina, el teniente de ingenieros Enrique Puigmoltó y Mayans. En todo caso, oficialmente, era hijo de Isabel y Francisco de Asís y así seguirá siendo. Figuraos que hay que cambiar ahora la Historia y la dinastía reinante en España: los Borbones por los Puigmoltós...

Por cierto, Francisco de Asís también tuvo un amante, varón por supuesto. Se llamaba Antonio Ramón Meneses y le acompañó durante toda su vida, incluso en el exilio en París después de la Revolución Gloriosa de 1868. La reina, muy elegante y orgullosa ella, le concedió al amigo especial de su esposo el ducado de Baños con grandeza de España. Generosa sí era.

Otro asunto turbio de la vida de Isabel II fue su famosa camarilla, un séquito de ignorantes y fanáticos que aconsejaba a la reina en los asuntos políticos y en su vida personal. Éramos pocos... Entre ellos destaca sor Patrocinio, la Monja de las Llagas pues, al parecer, enseñaba los estigmas de Cristo en sus manos. También dicen que se le apareció varias veces la Virgen María. Era una mística un tanto fanática pues llegó a ser acusada, juzgada y procesada por simpatizar con la causa carlista. Quedó libre y se acercó - demasiado - a la regente María Cristina de Borbón y después a su hija Isabel. Imaginemos los consejos que le daba la religiosa a la reina.

Otro de los personajes de la camarilla de Isabel II era el Padre Claret, una sacerdote y misionero que llegó a ser Arzobispo de Santiago de Cuba y, por supuesto, confesor de su majestad. ¿Cuántas tropelías amorosas le confesó la reina Isabel a Claret? Debieron de ser muchas a juzgar por el número de infidelidades de la reina. Claret ejercía también una gran influencia política sobre la reina, aconsejándole a quién debía entregar el gobierno. Siempre a los moderados, por supuesto. Los progresistas eran malos, demonios. Cuando la reina viajaba por España, el Padre Claret iba con ella y se pasaba el día difundiendo la Palabra de Dios por los pueblos del solar peninsular, evangelizando al personal.

Cuando en 1865, la reina Isabel firmó el documento por el que España reconocía oficialmente al Reino de Italia, Claret sufrió un problema de conciencia. El papa Pío IX, que se declaraba "preso en el Vaticano", había ordenado a los católicos del mundo no reconocer nunca al país que había arrebatado el poder temporal a la Iglesia bajo pena de excomunión. En contra de las indicaciones de Claret, la reina accedió a reconocer a Italia lo que suponía un conflicto con la Santa Sede. No llegó el agua al río esta vez.

Se ve que, además, el papa Pío IX sentía cierta estima por la reina española. No fueron pocos quienes propusieron la excomunión de la reina por los numerosos escándalos sexuales de los que era protagonista. El Santo Padre, consciencia de la protección que la Monarquía española brindaba a la Iglesia Católica (la alianza del trono y del altar tan duradera en nuestra España), no quiso oír ni hablar del tema. Cuando propuso concederle la Rosa de Oro, la más alta distinción del Estado Vaticano, un cardenal objetó: "Pero... ¡es una puttana, santidad!". Pío IX la excusó: "Puttana, ma pía" ("Puta, pero piadosa"). El Papa sabía realmente lo que importaba.

Los escándalos personales, la corrupción y la inestabilidad política acabaron haciendo mella en el trono de Isabel II. Al final solo podía contar con el apoyo de los moderados de Narváez, el viejo Espadón de Loja, que se afanó por apuntalar el trono de la reina hasta el final. También O'Donnell, el viejo amante de la reina, la protegía. Pero las cosas se torcieron a partir de 1867. Ese año murió el líder de la Unión Liberal. En abril de 1868 murió Narváez. Se derrumbaron los pilares que sostenían el ya frágil trono de la reinona. Progresistas, unionistas y demócratas, marginados de la vida política, monopolizada por los moderados, se unieron para acabar con la dinastía borbónica.

Cuando, en septiembre de 1868, Isabel se encontraba veraneando en Lekeitio, se enteró del estallido de la Revolución que, al grito de "¡Viva España con honra!" y "¡Abajo los Borbones!", había estallado en el arsenal de la Carraca, en Cádiz. En realidad, todo estaba preparado. Los sublevados, Topete, Prim y Serrano - el antiguo "general bonito" que ahora estaba traicionando a su amante -  habían previsto que la rebelión estallase cuando la familia real estuviese cerca de la frontera de Francia para que, en ningún caso, corriese peligro la regia vida de la reina y de su familia. Las tropas de Serrano derrotaron a las de Isabel II en la Batalla del Puente de Alcolea y, poco después, Isabel II cruzaba la frontera rumbo al exilio: "Pensaba que tenía raíces más profundas en este país."

Se instaló en París nada más ser derrocada, con apenas treinta y ocho años. Allí vivió el resto de su vida. No regresó a España. Ni siquiera cuando su hijo Alfonso XII fue proclamado rey. En realidad, nadie la quería, ni los monárquicos. Su figura estaba totalmente desprestigiada pues era símbolo de corrupción, escándalos e inestabilidad. Vivió en la capital francesa, primero conspirando contra los fugaces regímenes políticos del Sexenio Revolucionario (1868 - 1874), después intrigando en favor de la proclamación de su hijo como rey, y siempre maquinando en contra de su cuñado, el terrible Duque de Montspensier, quien quería ser proclamado rey de España.

Isabel II murió en 1904, con setenta y tres años de edad. En los últimos días de su vida, fue entrevistada por Benito Pérez Galdós, quien la convirtió en la protagonista de uno de sus Episodios Nacional. "La de los tristes destinos" la llamó. La confesión de Isabel es triste y sincera: “¿Qué había de hacer yo, jovencilla reina a los catorce años sin ningún freno en mi voluntad (…) no viendo al lado mío más que personas que se doblaban como cañas ni oyendo más que voces de adulación que me aturdían?”. Pues eso: ¿qué podía hacer ella?


Tuvo la mala fortuna, Isabel II, de vivir en la época en la que se inventó la fotografía.
 

BIBLIOGRAFÍA:

AD ABSURDUM (2017): "Historia absurda de España", Madrid: La Esfera de los Libros.
ESLAVA GALÁN, J. (2019): "La familia del Prado: un paseo desenfadado y sorprendente por el museo de los Austrias y los Borbones", Madrid: Planeta