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miércoles, 5 de febrero de 2020

LAS DESGRACIAS DE ISABEL II




 Las trifulcas de la Familia Real Española durante el reinado de Isabel II

La vida privada de Isabel II fue un relato de "intrigas, comedias y dramas", utilizando las mismas palabras que usó el hispanista Pierre Vilar para definir todo el siglo XIX español. Y es que el relato de la vida de la desgraciada Isabel entristece a cualquiera y uno, analizando un poco sus circunstancias personales, llega a sentir pena por aquella muchacha a quien hicieron el centro de la vida política con solo trece años. Una niña, por otra parte, ni muy inteligente, ni muy preparada para la labor que tendría que asumir:

"A los diez años Isabel resultaba atrasada, apenas sí sabía leer con rapidez, la forma de su letra era la propia de las mujeres de pueblo, de la aritmética apenas solo sabía sumar siempre que los sumandos fueran sencillos; su ortografía era pésima. Odiaba la lectura, sus únicos entretenimientos eran los juguetes y los perritos. Por haber estado exclusivamente en manos de los camaristas, ignoraba las reglas del buen comer, su comportamiento en la mesa era deplorable, y todas esas características, de algún modo, la acompañaron toda su vida"

Ahí estaba ella, con ciertas deficiencias intelectuales como resultado de la endogamia - recordemos que su padre, Fernando VII, y su madre eran tío y sobrina -, y sin haber recibido una educación acorde con su posición. Imaginaos ahora el resto de la historia.

Cuando nació Isabel, en 1830, su padre tenía cuarenta y cinco años y su madre tan solo veinticuatro. Tres años después, su soberano progenitor, el monstruo de Fernando VII, moría dejándole el trono. La niñita, con apenas tres años, no podía asumir la corona y su madre, doña María Cristina de Borbón asumió la regencia. Ante el levantamiento de los más fanáticos absolutistas que reclamaban al infante Carlos María Isidro como legítimo rey - por eso desde ahora los llamaremos "carlistas" - la joven regente de la joven reina tuvo que buscar el apoyo de los liberales. "María Cristina me quiere gobernar y yo le sigo la corriente" cantaban los liberales.

La reina viuda resultó ser un auténtico desastre como regente, ¿qué esperabais? En medio de una contienda política entre carlistas, liberales moderados y liberales progresistas, se dedicó a enriquecerse y a aprovecharse de la situación por lo que pudiera deparar el futuro. Los escándalos personales de la regente fueron mayúsculos. Se enamoró de un guardia de corps llamado Fernando Muñoz con el que tuvo varios hijos. Claro está, que la regente, esposa del difunto Fernando VII, quedase embarazada poco después de enviudar era un tanto inquietante por más que ella se afanase en esconderlo. No fue solo un embarazo sino varios:

"Clamaban los liberales
que la reina no paría
y ha parido más Muñoces
que liberales había"

Mientras tanto, el gobierno de la nación convertido en un nido de corruptos (a cuya cabeza se encontraba la regente) y la niña Isabel y su hermanita Luisa Fernanda sin recibir la educación que les correspondía. El escándalo de la Ley de Ayuntamientos, junto con los cotilleos sobre su vida personal y la corrupción rampante provocaron la dimisión de María Cristina en 1840. Marchó a París junto con su amado y con los bolsillos bien llenos de todo lo que había podido rapiñar en sus años como reina gobernadora de España.

 La regente Mª Cristina junto a su amado, Fernando Muñoz

Fijaos hasta qué punto llegarían las corruptelas de la reina regente que concedió a su amado capitán los títulos de duque de Riánsares, primer marqués de San Agustín y primer duque de Montmorot. De ser un simple plebeyo, Muñoz pasó a ser grande de España por la gracia de la reina regente María Cristina. Aprovechando su posición, la joven regente invirtió en Cuba donde llegó a ser la mayor propietaria de la isla... por si venían tiempos peores, que vinieron.

Cuando María Cristina marchó al exilio dejó a sus dos hijitas en Madrid. Hay un grabado que muestra el dramático momento en que las niñas se despiden de su madre entre lloros y un montón de cortesanos que observan el momento. Entre ellos, por supuesto, el capitán Fernando Muñoz que marchó con su amada al exilio. Isabel y Luisa Fernanda quedaron en España. Imaginaos el panorama: dos niñas pequeñas, de diez y ocho años, solas en Madrid, rodeadas de una camarilla que buscaba el enriquecimiento personal y de unos militares y políticos intransigentes y corruptos que no iban a tardar en aprovecharse de la situación.

Como Isabel era aún demasiado joven para asumir el poder efectivo, se eligió como nuevo regente al general Espartero, un auténtico animal que había ganado reconocimiento tras el abrazo de Vergara que había puesto fin a la Primera Guerra Carlista (1839). La brutalidad del personaje llegó hasta tal punto que no le tembló el pulso cuando ordenó bombardear Barcelona desde el castillo de Montjuic tras las protestas de los empresarios catalanes por el acuerdo comercial con Inglaterra. Después de esto, y en medio de la estupefacción general, Espartero se exilió en Londres. El general Narváez, otro espadón igual de bruto que Espartero, lo invitó a marcharse, podríamos decir.

Después de dos regencias fallidas, las Cortes adoptaron la única solución posible: declarar a la reina Isabel mayor de edad para que asumiese las funciones de jefa de Estado. La niña tenía trece años recién cumplidos. Pensad ahora en vosotros mismos con trece o catorce años, os convierten en el árbitro de la política del país, hacen de vosotros el centro de todas las decisiones. ¿Cómo lo haríais? Ahora pensad en la pobre Isabel, con sus pocas luces y su nula preparación. Ya os he hecho spoiler.

Isabel tenía una personalidad arrolladora, desbordante. Su carácter era terrible, caprichosa, gritona. Estuvo toda su vida en un mundo de hombres porque, no nos engañemos, fue reina por casualidad y se convirtió en un títere en manos de multitud de espadones. Dicen que para ser alguien importante en la España de Isabel II había que pasar antes por el lecho de la reina. De hecho se conocen los nombres de muchos de sus amantes: Vicente Ventosa, Francisco Fontela, el general Serrano (a quien llamaba cariñosamente "general bonito"), el cantante José Mirall, el compositor Emilio Arrieta, el coronel Gándara, el Marqués de Bedmar, el capitán Ruiz Arana, el general Leopoldo O'Donnell, el secretaria Miguel Tenorio, el cantante Tirso Obregón, el marqués de Linares, Carlos Marfori y el capitán José Ramiro de la Puente, entre otros. 

El diez de octubre de 1846, Isabel II contrajo matrimonio con su primo carnal Francisco de Asís de Borbón (¡viva la endogamia!). Cuando se enteró de quién iba a ser su esposo ya que la elección fue, como nos podemos imaginar, asunto de Estado, se enfadó y gritó: "¡No, con Paquita no!". Y es que a Francisco de Asís lo conocían en la familia por Paquita debido a su homosexualidad apenas disimulada. "¿Qué podía esperar de un hombre que en la noche de bodas llevaba más encajes que yo?" confesó en una ocasión la reina.

 Isabel II y su esposo Francisco de Asís de Borbón

El matrimonio nunca llegó a consumarse y, en palabras del historiador Manuel Tuñón, la reina y el consorte siempre se "odiaron cordialmente". La personalidad del rey era opuesta completamente a la de la reina: tímido, de carácter débil y desinteresado por las cuestiones políticas. En otras palabras, era perfecto para que la reina y los espadones siguiesen haciendo y deshaciendo a su antojo sin que nadie extraño se inmiscuyese en sus asuntos. El populacho, tan original y dañino como siempre, inventó coplillas como esta que se cantaban por todo Madrid:

"Paquito natillas
es de pasta flora
y mea en cuclillas
como las señoras."

Y otra más:

"Gran problema hay en la corte
averiguar si el consorte
cuando acude al excusado
mea de pie o mea sentado." 

Parece cierto que el bueno de Francisco de Asis tenía que orinar sentado debido a un problema en la uretra. Este defecto, unido a su peculiar amaneramiento y sus poco disimuladas inclinaciones sexuales fueron la comidilla del pueblo durante años. Imaginaos, por otra parte, el sufrimiento del consorte que debió casarse con su prima Isabel ocultado de por vida su auténtica personalidad. E imaginemos también a la desgraciada Isabel II, obligada a casarse con su primo a quien todos conocían como "Paquita". No es extraño que Isabel tuviese numerosos amantes.

En una ocasión, la reina confesó que, de los doce hijos que engendró, ninguno fue de Francisco de Asís. Ya dijimos que el matrimonio ni siquiera se había consumado. "La única sangre Borbón que corre por tus venas es la mía, hijo mío" le soltó a su hijo Alfonsito, futuro Alfonso XII. ¡Y menos mal! ¡Acordaos del pobre Carlos II, cómo salió por tener solo sangre Habsburgo en las venas! Un poco de aire fresco nunca viene mal. Al parecer, Alfonso era hijo de uno de los amantes de la reina, el teniente de ingenieros Enrique Puigmoltó y Mayans. En todo caso, oficialmente, era hijo de Isabel y Francisco de Asís y así seguirá siendo. Figuraos que hay que cambiar ahora la Historia y la dinastía reinante en España: los Borbones por los Puigmoltós...

Por cierto, Francisco de Asís también tuvo un amante, varón por supuesto. Se llamaba Antonio Ramón Meneses y le acompañó durante toda su vida, incluso en el exilio en París después de la Revolución Gloriosa de 1868. La reina, muy elegante y orgullosa ella, le concedió al amigo especial de su esposo el ducado de Baños con grandeza de España. Generosa sí era.

Otro asunto turbio de la vida de Isabel II fue su famosa camarilla, un séquito de ignorantes y fanáticos que aconsejaba a la reina en los asuntos políticos y en su vida personal. Éramos pocos... Entre ellos destaca sor Patrocinio, la Monja de las Llagas pues, al parecer, enseñaba los estigmas de Cristo en sus manos. También dicen que se le apareció varias veces la Virgen María. Era una mística un tanto fanática pues llegó a ser acusada, juzgada y procesada por simpatizar con la causa carlista. Quedó libre y se acercó - demasiado - a la regente María Cristina de Borbón y después a su hija Isabel. Imaginemos los consejos que le daba la religiosa a la reina.

Otro de los personajes de la camarilla de Isabel II era el Padre Claret, una sacerdote y misionero que llegó a ser Arzobispo de Santiago de Cuba y, por supuesto, confesor de su majestad. ¿Cuántas tropelías amorosas le confesó la reina Isabel a Claret? Debieron de ser muchas a juzgar por el número de infidelidades de la reina. Claret ejercía también una gran influencia política sobre la reina, aconsejándole a quién debía entregar el gobierno. Siempre a los moderados, por supuesto. Los progresistas eran malos, demonios. Cuando la reina viajaba por España, el Padre Claret iba con ella y se pasaba el día difundiendo la Palabra de Dios por los pueblos del solar peninsular, evangelizando al personal.

Cuando en 1865, la reina Isabel firmó el documento por el que España reconocía oficialmente al Reino de Italia, Claret sufrió un problema de conciencia. El papa Pío IX, que se declaraba "preso en el Vaticano", había ordenado a los católicos del mundo no reconocer nunca al país que había arrebatado el poder temporal a la Iglesia bajo pena de excomunión. En contra de las indicaciones de Claret, la reina accedió a reconocer a Italia lo que suponía un conflicto con la Santa Sede. No llegó el agua al río esta vez.

Se ve que, además, el papa Pío IX sentía cierta estima por la reina española. No fueron pocos quienes propusieron la excomunión de la reina por los numerosos escándalos sexuales de los que era protagonista. El Santo Padre, consciencia de la protección que la Monarquía española brindaba a la Iglesia Católica (la alianza del trono y del altar tan duradera en nuestra España), no quiso oír ni hablar del tema. Cuando propuso concederle la Rosa de Oro, la más alta distinción del Estado Vaticano, un cardenal objetó: "Pero... ¡es una puttana, santidad!". Pío IX la excusó: "Puttana, ma pía" ("Puta, pero piadosa"). El Papa sabía realmente lo que importaba.

Los escándalos personales, la corrupción y la inestabilidad política acabaron haciendo mella en el trono de Isabel II. Al final solo podía contar con el apoyo de los moderados de Narváez, el viejo Espadón de Loja, que se afanó por apuntalar el trono de la reina hasta el final. También O'Donnell, el viejo amante de la reina, la protegía. Pero las cosas se torcieron a partir de 1867. Ese año murió el líder de la Unión Liberal. En abril de 1868 murió Narváez. Se derrumbaron los pilares que sostenían el ya frágil trono de la reinona. Progresistas, unionistas y demócratas, marginados de la vida política, monopolizada por los moderados, se unieron para acabar con la dinastía borbónica.

Cuando, en septiembre de 1868, Isabel se encontraba veraneando en Lekeitio, se enteró del estallido de la Revolución que, al grito de "¡Viva España con honra!" y "¡Abajo los Borbones!", había estallado en el arsenal de la Carraca, en Cádiz. En realidad, todo estaba preparado. Los sublevados, Topete, Prim y Serrano - el antiguo "general bonito" que ahora estaba traicionando a su amante -  habían previsto que la rebelión estallase cuando la familia real estuviese cerca de la frontera de Francia para que, en ningún caso, corriese peligro la regia vida de la reina y de su familia. Las tropas de Serrano derrotaron a las de Isabel II en la Batalla del Puente de Alcolea y, poco después, Isabel II cruzaba la frontera rumbo al exilio: "Pensaba que tenía raíces más profundas en este país."

Se instaló en París nada más ser derrocada, con apenas treinta y ocho años. Allí vivió el resto de su vida. No regresó a España. Ni siquiera cuando su hijo Alfonso XII fue proclamado rey. En realidad, nadie la quería, ni los monárquicos. Su figura estaba totalmente desprestigiada pues era símbolo de corrupción, escándalos e inestabilidad. Vivió en la capital francesa, primero conspirando contra los fugaces regímenes políticos del Sexenio Revolucionario (1868 - 1874), después intrigando en favor de la proclamación de su hijo como rey, y siempre maquinando en contra de su cuñado, el terrible Duque de Montspensier, quien quería ser proclamado rey de España.

Isabel II murió en 1904, con setenta y tres años de edad. En los últimos días de su vida, fue entrevistada por Benito Pérez Galdós, quien la convirtió en la protagonista de uno de sus Episodios Nacional. "La de los tristes destinos" la llamó. La confesión de Isabel es triste y sincera: “¿Qué había de hacer yo, jovencilla reina a los catorce años sin ningún freno en mi voluntad (…) no viendo al lado mío más que personas que se doblaban como cañas ni oyendo más que voces de adulación que me aturdían?”. Pues eso: ¿qué podía hacer ella?


Tuvo la mala fortuna, Isabel II, de vivir en la época en la que se inventó la fotografía.
 

BIBLIOGRAFÍA:

AD ABSURDUM (2017): "Historia absurda de España", Madrid: La Esfera de los Libros.
ESLAVA GALÁN, J. (2019): "La familia del Prado: un paseo desenfadado y sorprendente por el museo de los Austrias y los Borbones", Madrid: Planeta

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