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viernes, 28 de marzo de 2014

LA OFENSIVA ALEMANA Y LA RESPUESTA ALIADA

EL FRENTE OCCIDENTAL HASTA FINALES DE 1914

Sobre el papel la estrategia del Estado Mayor del ejército alemán (llamada Plan Schilieffen) era imparable como se había demostrado en los numerosos ensayos realizados: la maniobra envolvente sobre París haría capitular a Francia en unas seis semanas, antes de que los ejércitos rusos se dispusiesen a atacar Prusia Oriental. Para llevar a cabo el plan era imprescindible violar la neutralidad belga ya que ese país se convertía en una pieza clave de la maniobra alemana.

Entre los días 3 y 4 de agosto de 1914, las tropas alemanas penetraron en Bélgica sin encontrar oposición a su avance. La resistencia belga se concentró en la ciudad de Lieja que se opuso ferozmente al avance prusiano. Mientras tanto, los franceses pasaron a la acción atacando las provincias imperiales de Alsacia y Lorena siguiendo el Plan XVII, pero los ejércitos alemanes concentrados en esos territorios la frenaron enseguida y la hicieron fracasar.

Los ejércitos del Reich continuaron su ofensiva ante unas atónitas autoridades francesas que veían como las tropas belgas eran masacradas y se refugiaban en la ciudad de Amberes dejando paso libre a los alemanes. Ante esta situación, el Reino Unido se apresuró a enviar a la Fuerza Expedicionaria Británica (British Expeditionary Force, BEF) que se unió a las unidades francesas para hacer frente al avance alemán. Pero el día 21 de agosto las tropas del Reich parecían imparables y el ejército franco-británico parecía incapaz de oponer resistencia.

Pocos días después el frente de guerra se situaba a sólo 23 kilómetros al noreste de París, la capital estaba seriamente amenazada y la derrota francesa parecía inminente. Los ejércitos de la entente eran incapaces de frenar el empuje de los alemanes que estaban a punto de culminar su estrategia y hacer sucumbir a la potencia gala mientras las autoridades de París enviaban más y más soldados al frente utilizando los taxis de la ciudad. La única opción de los aliados era abrir un nuevo frente al este, en Prusia, y para ello presionaron a las autoridades rusas cuyo ejército se estaba movilizando lentamente.

El frente occidental en 1914. Nótese la distancia a la que se quedaron los ejércitos alemanes de París (23 km).


Hacia el 17 de agosto, ante las desesperadas peticiones de ayuda de las autoridades francesas, los ejércitos rusos atravesaban la frontera oriental de Prusia. Esta maniobra, a pesar de que los ejércitos del zar no estaban aún completamente movilizados, desencadenó un gran terror en Berlín ya que sus peores presagios se estaban cumpliendo: Alemania tenía dos frentes de guerra.

A finales de agosto, el comandante de las unidades alemanas, H. von Moltke, se apresuró a retirar dos cuerpos de su ejército del frente occidental y enviarlos a Prusia Oriental para reforzar la defensa frente a las tropas "cosacas" (como se llamaba a los rusos en los periódicos alemanes). Esta decisión marcaría el rumbo de la contienda porque la retirada de parte del ejército alemán frenó el avance sobre Francia y los ejércitos franco-británicos pudieron pasar a la ofensiva. 

Entre el 5 el 12 de septiembre, las unidades francesas apoyadas por la BEF se enfrentaron a los alemanes en una serie de batallas en torno al río Marne. Las fuerzas de combate de los aliados ascendían a 1.100.000 soldados mientras el ejército alemán contaba con 1.485.000 hombres. Las batallas que se libraron en aquellos días fueron especialmente sangrientas y la ribera del río Marne quedó sembrada de cadáveres. Las bajas ascendieron a 236.000 en el bando aliado y a 250.000 en el bando alemán pero el desenlace fue claro: Tras la Primera batalla del Marne, los alemanes se replegaron.

A partir del 18 de septiembre, el objetivo de ambos bandos se fijó en el control de los puertos del noroeste de Francia y Bélgica (Dunkerque, Calais, Ostende, Amberes)  La "carrera hacia el mar", como se denominaron estos avances hacia el norte desencadenaron la oposición de las poblaciones belga y francesa. Hubo resistencias heroicas como la de Ypres, en Bélgica, que resistió desde el 19 de octubre y hasta el 13 de noviembre de 1914. 

Al mismo tiempo que avanzaban hacia el norte, ambos ejércitos trataron de atacar los flancos del enemigo pero estas acciones sólo provocaron la consolidación de posiciones y del frente de guerra. Cada vez que uno de los ejércitos trataba de atacar al enemigo, éste se atrincheraba para proteger sus posiciones y de está forma se configuraron dos sistemas de trincheras paralelos (uno aliado y otro alemán) que se extendían desde el Canal de la Mancha en el norte hasta la frontera con Suiza al sur. Esa línea de frente, cristalizada en las famosas trincheras que aún son visibles en los paisajes francés y belga perduraría hasta el final de la Guerra sin que ninguno de los ejércitos consiguiese hacer avances significativos.

A finales de diciembre de 1914, el frente occidental estaba consolidado y la contienda había hecho fracasar las estrategias de alemanes y franceses. La guerra que se quería ganar en mes y medio se alargaba indefinidamente.





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domingo, 23 de marzo de 2014

ADOLFO SUÁREZ: EL ÚLTIMO ESTADISTA ESPAÑOL

“El futuro no está escrito porque sólo el pueblo puede escribirlo”

Quizá con su muerte, el destino ha querido que recuperemos su espíritu y valoremos su obra que, en definitiva, es la obra de todo el pueblo español. Quizá sirva para volver la mirada hacia atrás y observar el camino recorrido. O quizá, simplemente, para mirar al futuro sin perder el pasado. Ha muerto el último gran estadista español, el artífice de lo que somos hoy como país y como sociedad y toda España llora la pérdida de quien hizo posible un futuro en paz y en libertad.

Adolfo Suárez González nació en 1932 en un pueblo de la provincia de Ávila llamado Cebreros. Estudio Derecho en la Universidad de Salamanca y su carrera política comenzó de forma discreta durante el régimen franquista. En 1958 entró en la Secretaría General del Movimiento y en 1967 fue nombrado procurador en Cortes por Ávila. Al año siguiente fue destinado a Segovia como gobernador civil y en 1969 designado director general de RTVE.

Su oportunidad le llegaría tras la muerte del dictador, en 1976, cuando el rey Juan Carlos I le encargó la formación del segundo gobierno de su reinado con el objetivo de desmontar la estructura política del Estado franquista. Nadie confiaba en él. Nadie se fiaba de aquel joven de cuarenta y pocos años que había hecho su carrera política en la dictadura que se le pedía destruir.  Pero lo hizo.

Adolfo Suárez, como presidente del gobierno, acertó a construir un proyecto de Reforma Política que suponía dinamitar la dictadura al mismo tiempo que hacía frente a la oposición de los sectores más reaccionarios del Estado, entre los que se encontraba el Ejército. El Sábado Santo de 1977, legalizó el Partido Comunista (PCE) y unos meses después, el 15 de junio, ganó las primeras elecciones democráticas celebradas en España desde 1936.

Su gran logro fue conseguir el consenso de todas las fuerzas políticas para construir un futuro democrático. Así se manifestó en la aprobación de la Constitución de 1978, refrendada por todos los españoles el 6 de diciembre de aquel año. Al año siguiente, volvió a ganar las elecciones aunque la tensión política en su propio partido, la UCD (Unión de Centro Democrático), junto con la delicada situación económica que vivía el país, los continuos atentados terroristas de ETA y la crispación social, le forzó a dimitir en enero de 1981. En aquel momento se encontraba solo, después de perder la confianza de todos, incluido el propio rey. 

El 23 de febrero de aquel año, casi un mes después de su dimisión, y aún como presidente del gobierno en funciones, tuvo que hacer frente a una intentona golpista que pretendía la involución de todo lo logrado hasta entonces. Suárez se enfrentó a los militares golpistas con dignidad, sin dejarse humillar por los que pretendían volver cien años atrás. Los militares fracasaron y la débil democracia construida por todos los españoles se mantuvo en pie.  A los pocos días fue sustituido en la presidencia del gobierno por Leopoldo Calvo Sotelo.

Tras su salida del gobierno, intentó recuperar su proyecto político con la fundación de un nuevo partido, el CDS (Centro Democrático y Social), aunque acabó fracasando. Mantuvo su escaño en el Congreso de los Diputados hasta 1991 cuando se retiró de la política activa.

Sólo a partir de ese momento, y con la perspectiva que otorga el tiempo, la sociedad española empezó a reconocer la labor de Suárez. A él, junto con el rey, le debemos todo lo que somos hoy, nuestra libertad y nuestra democracia. Quizá para las nuevas generaciones (incluida la mía) sea un completo desconocido y su obra carezca de valor evidente pero basta con un sólo ejemplo para mostrar su importancia: quizá sin su labor, sin la libertad que él trajo (junto con otros muchos), ahora no podríamos estar leyendo esta entrada. O a lo peor, no podríamos entrar en Internet. 


Desde 2003 la enfermedad del olvido hizo que el presidente perdiese todos sus recuerdos. En pocos meses no recordaba que lo había sido. No se acordaba de lo que había hecho y de cuánto le debemos todos los españoles. Suárez se ha apagado definitivamente, se ha marchado el último estadista español.


Adolfo Suárez, el artífice de la Democracia Española
D.E.P.



viernes, 21 de marzo de 2014

EL ESTALLIDO DE LA GRAN GUERRA

El asesinato de los herederos al trono imperial de Viena el 28 de junio de 1914 supuso una enorme conmoción para la sociedad austro-húngara que veía como el futuro de la dinastía reinante se resquebrajaba por culpa del nacionalismo serbio. Por ello, Austria-Hungría quiso vengar la muerte de su heredero y de paso aumentar su influencia en los Balcanes. 

Durante el mes siguiente se produjo la llamada "crisis de julio", una imparable escalada militar unida a una frenética actividad diplomática allanaba el camino para la declaración de hostilidades. Entre los días 4 y 5 de julio, el káiser alemán Guillermo II, garantizó a su homólogo austriaco su apoyo incondicional en caso de conflicto. Alemania firmaba entonces un "cheque en blanco" que unía sus destinos a los de Austria-Hungría.

El 23 de julio, casi un mes después del magnicidio, el gobierno de Viena lanzaba un ultimátum a Serbia para que entregase al terrorista responsable del atentado, iniciase una investigación para aclarar quién estaba detrás de la conspiración y prohibiese todo partido nacionalista. Serbia se negó en rotundo y cinco días más tarde, el 28 de julio, Austria Hungría declaraba la guerra a la pequeña nación balcánica.

La reacción del zar Nicolás II fue inmediata como protector de Serbia: el 30 de julio, Rusia movilizaba sus tropas, una acción que suponía de forma implícita la declaración de guerra a Austria-Hungría. El último día de julio, Alemania exigió a Rusia que interrumpiese sus acciones militares y ante la negativa rusa, el Káiser movilizó a su ejército. Desde ese momento, el primero de agosto de 1914, Austria-Hungría y Alemania estaban en guerra con a Rusia.

Como Francia tenía un acuerdo de colaboración militar con el Imperio Ruso, el gobierno de París movilizó a su ejército, algo que Alemania quería evitar a toda costa. La movilización de los ejércitos galos despertó los recelos del Reich Alemán, que se sintió amenazado por dos frentes con lo que el 3 de agosto declaró la guerra a Francia. 

En aquellos días de agosto, Alemania tenía dos frentes de guerra distintos con dos enemigos muy poderosos: en el oeste, Francia; y en el este, la Rusia Zarista. Las posibilidades de victoria del Reich pasaban por hacer capitular a Francia en pocas semanas, aprovechando la lentitud de los ejércitos rusos para movilizarse, y después, concentrar sus esfuerzos en el frente ruso. De esa forma, los ejércitos alemanes comenzaron a invadir Bélgica de camino a Francia.

El plan Schlieffen de los altos mandos del ejército alemán se basaba en una maniobra envolvente sobre París que hiciese capitular a la Grandeur en una seis semanas. Alemania pretendía que la guerra contra Francia fuese corta, simplemente, porque de ello dependía su triunfo frente a Rusia.

El conflicto entre Francia y Alemania implicaba la invasión de Bélgica que al principio se había declarado neutral. Como el Reino Unido se había comprometido con Bélgica en garantizar su integridad territorial en 1839, su invasión supuso la declaración de guerra del gobierno de Londres a Alemania. En los días siguientes, Austria-Hungría declaraba la guerra a Rusia, Francia y Gran Bretaña. A mediados de agosto Europa estaba en guerra.

La implicación de las colonias británicas, francesas y alemanas amplió los frentes de guerra. En el mismo mes de agoto de 1914, Japón entraba en el bando aliado, mientras Turquia lo hacia en el de los imperios centrales en octubre de ese año. Italia entraba en la guerra junto a los aliados en mayo de 1915 y en septiembre lo hacía Bulgaria junto a las potencias centrales. En 1916, Portugal (en marzo) y Rumanía (en agosto) se sumaban a los aliados. La decisiva entrada de los EE.UU. se produjo en abril de 1917 y dos meses después, Grecia se unía a los aliados completando la lista de los países beligerantes. Para entonces, la contienda europea ya se había extendido por todo el planeta.   


Los primeros instantes de la Gran Guerra




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sábado, 15 de marzo de 2014

EL CAMINO A LA GUERRA

El 28 de junio de 1914, en Sarajevo, un fanático nacionalista serbio acribilló a tiros al archiduque Francisco Fernando, heredero al trono de Austria-Hungría, y a su esposa. El magnicidio conmocionó a la sociedad austro-húngara y puso en marcha la inmensa maquinaria diplomática y de alianzas que articulaba las relaciones internacionales entre las principales potencias europeas. Ese día, saltó la chispa que prendió un enorme barril de pólvora que hizo saltar Europa en pedazos y desencadenó la más cruenta guerra conocida hasta entonces. Pero aquel asesinato no provocó la Gran Guerra, sólo desencadenó los acontecimientos.

Desde mediados del siglo XIX, las tensiones políticas y militares en Europa se acrecentaron imparablemente y a comienzos del siglo XX, la guerra parecía inevitable. Se pensaba que sería una guerra como las muchas que había habido en Europa durante los siglos posteriores, una guerra que restableciese el equilibrio entre las potencias. Incluso, algunos llegaban a desearla para, en definitiva, crear un nuevo orden internacional.

En 1914, Europa concentraba el mayor poder económico, político y militar del planeta. En las últimas décadas, estaba experimentando un gran desarrollo económico y científico, y la civilización europea parecía superior a la de cualquier otro rincón del mundo. Los europeos sentían el deber de civilizar al resto de sociedades y enseñarles su avances y sus progresos. A los ojos de los europeos, tanto asiáticos como africanos constituían una inmensa masa de gentes incivilizadas a los que había que enseñar un idioma, una religión y una forma de vivir. 

A mismo tiempo, los países industrializados necesitaban la importación de materias primas para su industria y mercados donde colocar sus productos. Esta necesidad, unida al "deber" de civilizar a otros pueblos, impulsó a los europeos a dominar el mundo. El imperialismo llevó a un puñado de naciones a controlar inmensos territorios y a formar auténticos imperios, más extensos de lo que nunca antes había conocido la Humanidad.

El Imperio Británico era a principios del siglo XX, la mayor superpotencia del planeta. Era el imperio más poderoso y su superioridad militar era indiscutible, sobre todo en los mares donde Gran Bretaña tenía el control indiscutible. Francia también poseía un inmenso imperio, sobre todo en África donde controlaba extensos territorios. 

Alemania, con un gran crecimiento económico, había llegado tarde al reparto del mundo ya que en la segunda mitad del siglo XIX, cuando el resto de imperios se configuraron, los alemanes estaban distraído con otros asuntos: unificar su propia nación. A principios del siglo XX, Alemania era un gran imperio continental que apenas tenían algunas colonias en el sur de África y en el océano Pacífico con lo que necesitaba ampliar su imperio colonial a toda costa.

Otras naciones europeas también tenían su propio imperio aunque con extensión e importancia mucho menores: Holanda, Bélgica, Italia, Portugal y España. Rusia también había experimentado una importante expansión territorial en Siberia que la llevó a las costas del océano Pacífico (e incluso más allá, porque Alaska fue territorio ruso hasta 1868). Dos potencias extraeuropeas, Japón y EE.UU., que experimentaron un importante desarrollo económico y militar, buscaban también, como vimos, su lugar en el mundo.

Tantos países con intereses imperialistas y coloniales tan similares y en el mismo momento histórico provocaron un rosario de incidentes y guerras que marcaron el camino hacia la confrontación de 1914:
  • Entre 1880 y 1881 y entre 1889 y 1902 tuvieron lugar las Guerras de los Boers, en Sudáfrica, entre los colonos holandeses y el Imperio Británico, que luchaban por el control de las minas de oro y diamantes;
  • Entre 1889 y 1901 se produjeron una serie de levantamientos populares en China contra los europeos que pretendían controlar aquel inmenso imperio. Fue la llamada Guerra de los Boxers;
  • En 1898, EE.UU. venció a España en una guerra desigual en la que le arrebató las islas de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y algunos archipiélagos en el Pacífico;
  • En 1898, Alemania inició la construcción de una armada que le permitiese competir con la inglesa.
  • En 1905, Japón derrotó a Rusia, como vimos, y la victoria dio el pistoletazo de salida a la colonización nipona de Corea (1910);
  • En 1905, el káiser Guillermo II de Alemania se declaró protector de la independencia del sultanato de Marruecos frente a los intereses coloniales españoles y franceses. En 1906 se celebró la Conferencia de Algeciras donde se acordó la división de Marruecos en dos protectorados, uno francés y otro español, mientras Alemania veía cómo sus intereses eran doblegados.
  • En 1908, Austria-Hungría anexionaba Bosnia-Herzegovina ante la impotencia de Serbia que buscaba crear su propio imperio en los Balcanes. Rusia, protectora de Serbia, no pudo actuar por su débil situación a consecuencia de la derrota frente a Japón.
  • En 1911, la entrada de la cañonera alemana Panther en el puerto de Agadir (Marruecos) como reacción a la ocupación francesa de las ciudades de Fez y Meknés ocasionó otro enfrentamiento. Alemania sólo cedió cuando obtuvo recompensas territoriales en el Congo Francés.
  • En 1912, Grecia, Serbia y Bulgaria entraron en guerra con el Imperio Otomano por el dominio de Macedonia. Se la arrebataron porque Turquía estaba en guerra al mismo tiempo con Italia a causa de la soberanía de algunas islas en el Mediterráneo.
Con este panorama, no era de extrañar que las principales naciones europeas iniciasen una carrera armamentística para reforzar sus posiciones en caso de enfrentamiento, que por otra parte, parecía inmediato. El imperialismo y el militarismo fueron acompañados de una enorme dosis de nacionalismo exacerbado. Los franceses odiaban con todas sus fuerzas a los alemanes a los que consideraban crueles y bárbaros mientras que éstos confiaban en la superioridad de la raza germana sobre la francesa para imponer sus intereses. Los gobiernos de ambos países impulsaron ese sentimiento que unía a sus naciones frente a un enemigo exterior, próximo y amenazante.

También estaba el caso contrario, el de los nacionalismo de pueblos sometidos a un imperio mayor como los eslavos en Austria-Hungría. Éstos además, estaban apoyados por los rusos que, como dijimos, eran sus protectores y no iban a permitir ningún ataque contra dichos pueblos. Y cuando hablamos de eslavos lo hacemos de serbios, montenegrinos, bosnios, croatas, etc.

Esta inmensa ciénaga de sentimientos primitivos y viscerales en los que la gloria de una nación se pretendía conseguir humillando al resto fue el caldo de cultivo que marcó el camino a la guerra. Todos en aquellos momentos veían el enfrentamiento como inevitable y como una gran oportunidad para demostrar que su nación era la más poderosa de Europa. Cuando estalló la guerra, muchos vivieron el momento con euforia y el júbilo llenó las calles y plazas de las ciudades en los países contendientes. 

Un joven austriaco de veinticinco años, aspirante a artista, describió lo que sintió al conocer el comienzo de la guerra: "Presa de un entusiasmo irreprimible, caí de rodillas y agradecí al cielo que me permitiera vivir tal momento". El joven no tardaría en alistarse en el ejército alemán. Su nombre era Adolf Hitler. 










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viernes, 7 de marzo de 2014

LAS POTENCIAS EXTRAEUROPEAS: JAPÓN Y EE.UU.

LOS CONTENDIENTES DE LA GRAN GUERRA (VII)

Para finalizar este recorrido por la situación de los principales contendientes antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial, nos detenemos ahora en las grandes naciones extraeuropeas: EE.UU. y Japón. Estos dos países, tan distintos entre sí como de los países de Europa, experimentaron en los años finales del siglo XIX y principios del siglo XX, un desarrollo económico y político espectacular que los situó al mismo nivel que las viejas potencias europeas.

En primer lugar, Japón había sufrido unas transformaciones extraordinarias. Durante la Era Meiji (1868 - 1912), el imperio del sol naciente se había industrializado y había acabado con el régimen feudal imperante hasta entonces. El poder del emperador era absoluto y el carácter metódico de la sociedad japonesa había impulsado la economía del país.

A finales del siglo XIX, los japoneses se dieron cuenta de que podían competir con los países europeos que merodeaban por Asia y pretendían colonizar China. Así, decidieron lanzar una potente ofensiva imperialista en el continente asiático buscando su imperio propio. Colonizaron la península de Corea donde había comunidades japonesas establecidas desde hacía siglos, también anexionaron la isla de Formosa (Taiwán) y la de Sajalín que se la diputaron al Imperio Ruso. En 1914, los nipones se disponían a penetrar en China.

Los choques entre las tropas japonesas y los ejércitos rusos fueron inevitables y la rivalidad por colonizar el extremo oriental de Asia les llevó a la guerra. En 1905, Japón derrotó a los ejército del zar Nicolás II y esto desató las revoluciones en Rusia. También tenía rivalidades coloniales con Alemania, que buscaba colonizar algunos archipiélagos en el Pacífico así que cuando estalló la guerra en Europa, Japón se posicionó del lado de las potencias aliadas (Francia, Gran Bretaña) para ganar territorios y consolidar su poder en Asia y el Pacífico.

Expansión de Japón y de EE.UU. desde mediados del siglo XIX al estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914


Por su parte, los Estados Unidos de América era un gigante dormido. Un gigante porque su potencial económico era similar (o incluso superior) al de Gran Bretaña y Alemania. La colonización del Oeste que le llevó hasta el otro lado de Norteamérica le había proporcionado enormes extensiones de tierra, materias primas y fuentes de energía. Además, el ferrocarril conectaba los lugares más industrializados (Grandes Lagos y Costa Este) con el resto del país.

Por otro lado, era una nación dormida porque importantes sectores de la sociedad norteamericana defendían la no intervención en los asuntos europeos. Es lo que se llamó el aislacionismo y se basaba en el principio de que América no tenía intereses en Europa.

No obstante, EE.UU., que era una nación democrática, se había convertido en una potencia colonial al estilo europeo después de la Guerra de Secesión (1861-1865). En 1868, Washington compró Alaska al Imperio Ruso; en 1898, en una guerra desigual, arrebató a España Cuba, Puerto Rico, Filipinas y un montón de islas españolas en el Pacífico (Palaos, Marshall, etc.). Pero además, injería de forma habitual en las pequeñas repúblicas de Centroamérica como Nicaragua, Panamá y la República Dominicana, convirtiéndolas en verdaderos protectorados.

El 15 de agosto de 1914 (ya empezada la Gran Guerra), se inauguró el Canal de Panamá, un paso transoceánico entre el Atlántico y el Pacífico que permitía acortar los viajes entre América y Asia. El canal fue construido con capital estadounidense y militares norteamericanos se quedaron acantonados en el canal para protegerlo y (de paso) controlar el país.

Cuando estalló la guerra, EE.UU. se mantuvo en principio al margen porque no quería intervenir en problemas "internos" de Europa. Se sumó a los aliados en 1917, después de que los alemanes torpedearan incesantemente buques comerciales americanos. Sólo entonces decidió intervenir en la guerra para proteger a sus ciudadanos y sus intereses comerciales en Europa. Su intervención acabaría decidiendo la contienda.






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