Páginas

miércoles, 1 de enero de 2020

"POR EL BIEN DE LA PATRIA Y DE LAS TROPAS"



 Rafael de Riego y los soldados liberales

Aquel pronunciamiento no fue preparado con meses de antelación ni fue fruto de una conspiración bien orquestada. Más bien fue el resultado de la desesperación, la miseria y la incertidumbre. A finales de 1819, alrededor de quince mil soldados se encontraban acantonados en Cádiz y Sevilla. Habían esperado durante meses su embarque en los buques que los llevaría a América pero el momento no llegaba. Se trataba de una de las mayores expediciones militares de la historia de España y tenía el objetivo claro de recuperar el control de los territorios americanos para el rey Fernando VII.

Sin embargo, la mayor parte de los soldados acantonados allí no sabían por qué iban a luchar, ni cuál era el objetivo, ni a qué enemigos se tenían que enfrentar. Sabían poco de lo que estaba pasando en América y las noticias que llegaban no eran buenas. Muchos eran veteranos de la Guerra de la Independencia (1808 - 1813) y estaban hartos de la lucha. Querían vivir en paz. Además, llevaban tiempo esperando, más de lo que la prudencia militar recomendaba, y la hora no llegaba. Pasaban frío y hambre. La falta de recursos financieros y operativos de la monarquía era evidente. No había medios para trasladar a aquellos hombres a las colonias americanas.

El general Rafael de Riego era uno de aquellos hombres. Había luchado en la Guerra de Independencia y había estado preso en Francia unos años. Defensor de los principios liberales de la Constitución de 1812, tras el regreso de Fernando VII en 1814 y la restauración de la Monarquía absoluta, se unió a una logia masónica y conspiró para restablecer el régimen liberal. En 1819 se encontraba al frente del Batallón de Asturias en Cabezas de San Juan (Sevilla), destinado a embarcar a América. El 1 de enero de 1820, cansado de la situación dio un pronunciamiento militar junto con otros correligionarios, todos ellos defensores de los principios liberales. El manifiesto, al parecer redactado por Alcalá Galiano, dejaba claro que miraba "por el bien de la Patria y de las tropas"

Su objetivo era "impedir que (se) verifique el embarque proyectado y establecer en nuestra España un gobierno justo y benéfico que asegure la felicidad de los pueblos y de los soldados". Afirmaba que "entre tanto que en España reine la tiranía que ahora la oprime, no hay que esperar remedio a males tan enormes". Sólo podrían ser felices "bajo un gobierno moderado y paternal amparado por una Constitución que asegure los derechos de todos los ciudadanos". Terminaba con la tradicional proclama: "¡Viva la Constitución!".

Nadie sabe muy bien por qué triunfó el pronunciamiento de Riego pues no contaban con un sólido respaldo ni en el ejército ni entre la población. De hecho, en un principio, la sociedad andaluza mostró indiferencia a la iniciativa de Riego. Una parte de los sublevados, liderados por el general Quiroga, intentó tomar la ciudad de Cádiz pero quedó bloqueada en la Isla de León. Nada auguraba un destino fructuoso para el alzamiento. Otros muchos, como Lacy, Espoz y Mina, y Porlier habían intentado algo similar en los años anteriores y habían fracasado. Pero el caso es que aquellos soldados destinados a luchar contra la independencia de América nunca llegaron a embarcar.

Rafael de Riego, pertinaz en su propósito, inició un peregrinaje por toda Andalucía junto con 2.000 soldados liberales animando a la población a adherirse al pronunciamiento por la Constitución de 1812. "La Pepa" se había convertido en el gran mito de los liberales españoles, una especie de libro de recetas que pondría fin no sólo al Antiguo Régimen sino a todos los males de España. Aquellos soldados liberales confiaban en implantar un régimen liberal que restaurase los derechos y las libertades y mejorase la grave situación económica que sufría el país destruido por la guerra.

Los sublevados marcharon de Cádiz a Vejer de la Frontera y de ahí a Algeciras, Málaga y Antequera proclamando la Constitución. La población no mostró entusiasmo por el alzamiento y no ayudó a los liberales. El invierno azotaba Andalucía y el frío hacía mella en los soldados. Carecían de lo más básico y pasaron hambre en quellos meses, de enero a marzo de 1820, por las tierras andaluzas. Ante la actitud de la población, Riego tuvo que imponer contribuciones forzosas en las poblaciones donde el pronunciamiento "había triunfado". Se trataba de una especie de impuesto obligatorio para ayudar al mantenimiento del ejército liberal.

La penuria llegó a tal punto que en Vejer Riego tuvo que sustituir la contribución en metálico y alimentos por ¡doscientos pares de zapatos! Los desmoralizados soldados no tenían con qué cubrirse los pies e iban descalzos. En aquella situación se encontrabael ejército de Riego, que evitó por todos los medios enfrentarse a las tropas de Fernando VII. Muchos empezaron a convencerse del fracaso del alzamiento.

Pero entonces llegó la sorpresa. Algunas ciudades del resto de España se unieron inesperadamente al golpe de Estado: La Coruña, Ferrol, Vigo, Zaragoza y Barcelona. El conde de Labisbal, uno de los hombres de confianza de Fernando VII, que estaba dirigiendo en aquellos momentos al ejército que debía enfrentarse a los liberales, dio otra sorpresa y proclamó la Constitución de 1812 cuando sus tropas se encontraban acantonadas en Ocaña. Poco a poco, con más pena que gloria, a trompicones, la revolución liberal estaba triunfando.

Entre tanto, Fernando VII se encontraba en el Palacio Real de Madrid. Al conocer la noticia del pronunciamiento confió en su fracaso, como el de otros anteriores. Sin embargo, después de la sublevación de Labisbal, la situación se complicó. Intentó apaciguar a los liberales convocando Cortes según el estilo tradicional (con representación estamental) pero fue insuficiente. El pueblo de Madrid se arremolinaba en torno al palacio y en el interior cundió el pánico. Los más radicales acompañantes del rey, el infante Carlos María Isidro y el Duque del Infantando propusieron disparar a la multitud, lo que hubiese desatado una carnicería.

Fernando VII, siguiendo la misma tónica que durante el resto de su vida, dudó. Entonces, el general Ballesteros, jefe de la Guardia Real, se negó a disparar a la multitud y secundó la sublevación, y el rey otrora "Deseado" y ahora "Felón" se dio por vencido. No era momento de oponerse a los liberales que contaban con "tantos" apoyos y mucho menos, poner en riesgo su real vida. Algo, por otra parte, que el cobarde de Fernando VII nunca hizo.

Fernando VII, "el Deseado" o "el Felón", depende del momento

El 7 de marzo, Fernando VII afirmó que "siendo la voluntad general del pueblo, me he decidido a jurar la Constitución promulgada por las Cortes generales y extraordinarias en el año 1812". Como era tradición en todos los procesos revolucionarios españoles, se formó una Junta provisional que asumió el poder hasta la formación del primer gobierno liberal. El 9 de marzo, el rey juró la Constitución con una frase que a la postre resultaría irónica y terrible: "Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional".

Así triunfó la revolución del general Riego que abrió una nueva etapa política en el reinado de Fernando VII, lo que la historiografía ha venido en llamar "Trienio Liberal" (1820 - 1823). El periodo, a pesar de su fracaso, fue uno de los más importantes intentos por empujar a España a la modernidad, realizando una notable labor legsilativa que desmontó el Antiguo Régimen en pocos meses.

Sin embargo, las amenazas eran numerosas. La primera, la ruptura de la unidad de los liberales, que se dividieron en dos grupos: los "doceañistas" que, con el recuerdo de la represión de Fernando VII en 1814, eran más moderados; y los "veinteañistas", liberales más jóvenes, sin memoria política, que aspiraban a acelerar las reformas. Reformas sí hubo, desde luego, - se reinstauró la Constitución de 1812, con sus derechos y libertades, se suprimió la Inquisición, se abolieron los señoríos jurisdiccionales, se liberalizó la economía, se creó la Milicia Nacional -,  pero para unos no eran suficientes y para otros fueron excesivas.

La situación económica no mejoró, más bien al contrario, lo que hizo que el régimen liberal perdiera el apoyo de las clases populares. La libertad económica encareció los productos de primera necesidad y el hambre se extendió por el país. La nobleza y el clero, sobre todo tras la aprobación de la ley "de monacales" que suprimía numerosos conventos, se pusieron definitivamente en contra del régimen liberal y a favor del retorno al absolutismo. 

América, además, se había independizado por completo y fue imposible retomar su control a pesar de que los liberales españoles creyeron, ingenuos, que la simple implantación de su régimen satisfacería las aspiraciones criollas. Al contrario, los bastiones absolutistas de México y Perú, que habían permanecido fieles a la Monarquía española, iniciaron sus procesos de independencia por oposición a los liberales.

Y por último, el rey. Había dicho que marchaba por la senda liberal "francamente" y él el primero pero ni lo uno ni lo otro. Asumió el régimen liberal por imposición y se convirtió en un auténtico lastre. Tumbaba todas las reformas liberales que podía gracias al derecho a veto que le reservaba la Constitución y conspiraba sin cesar contra el gobierno. Los absolutistas, que los había, eran muchos y entusiastas, conspiraron contra el régimen de 1820 e incluso llegaron a declarar que el rey estaba preso de los liberales. Una sublevación estalló en Urgell (Lérida) e instauró una regencia hasta "liberar" al rey de su cautiverio.

Por si fuera poco, la situación internacional no acompañaba. El pronunciamiento de Riego fue bien acogido por Inglaterra, que mostró enseguida sus simpatías hacia el régimen liberal. La Rusia zarista, sin embargo, mostró su preocupación porque los sucesos de España perjudicasen la tranquilidad en Europa; y Prusia y Austria compartían la misma opinión. La Francia de Luis XVIII no sólo acogió con escepticismo el régimen liberal de España sino que apoyó siempre a los absolutistas españoles, suministrándoles armas y ofreciéndoles protección. 

Al final el régimen liberal fue un auténtico desastre y entre todos lo deshauciaron. La puntilla vendría, paradógicamente, de la traidora Francia. En 1822 se reunió la Santa Alianza (es decir, las potencias absolutistas europeas más Francia e Inglaterra) en un Congreso en Verona. Uno de los puntos a tratar fue la intervanción en España. Al año siguiente, un ejército francés, los "Cien Mil Hijos de San Luis", entró en la Península, tumbó el gobierno liberal y repuso a Fernando VII como monarca absoluto. Os podeís imaginar, la represión desatada por "el Deseado" fue terrible. Riego acabó humillado públicamente, paseado en una tinaja por las calles de Madrid y ahorcado en la plaza de la Cebada de la capital.

Fernando VII es repuesto en el trono como monarca absoluto.

Hoy se cumplen doscientos años de aquel pronunciamiento. Nadie lo recuerda pero fue el segundo gran intento de instaurar un régimen político basado en los principios liberales en España. En aquel momento tuvo un gran eco en Europa, dentro del ciclo revolucionario de 1820 que afectó a países como Grecia, Parma, Módena, Saboya, la Confederación Germánica, Portugal e incluso Polonia y Rusia. En Atenas, en Turín y en Nápoles se llegó incluso a reclamar la instauración de la moderna y liberal Constitución española de 1812. Hasta ahí llegaba el influjo renovador y revolucionario español. Pero eso es otra historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario