"El Milagro de Empel", de A. Ferrer-Dalmau.
Los soldados españoles del Tercio Viejo de Zamora que llevaban resistiendo varios días en la pequeña isla de Bommel sabían cuál era la orden: resistir hasta perecer. Era principios de diciembre y el viento helador azotaba los rostros de aquellos hombres, acostumbrados a combatir en una tierra que no era la suya, ante el odio de todos los que les rodeaban y soportando las más terribles desventuras. Muchos habían nacido en Castilla pero había otros procedentes de Alemania y de Italia. A todos les unía la lealtad al rey Felipe II y la fe católica.
En verdad, la mayoría no tenían muy claro por qué o por quién combatían a miles de kilómetros de sus hogares. Aquel Tercio, fundado en 1580, había sido enviado a Flandes, como tantas otras unidades del ejército de la Monarquía, para combatir contra los herejes holandeses. La miseria y la desgracia se adueñó de las vidas de aquellos hombres desde el momento en que pusieron pie en los Países Bajos. El fango, la lluvia y el frío eran las condiciones de todas las batallas que libraban los piqueros y arcabuceros españoles. Pero, la ferrea disciplina que caracterizaba a los Tercios ayudaba en los momentos más difíciles.
La noche del 7 al 8 de diciembre de 1585, los cinco mil hombres del Tercio Viejo de Zamora vivían uno de esos momentos. Atrincherados sobre una colina, se encontraban asediados por varias decenas de barcos enemigos. Hay algunos que dicen que había incluso doscientos navíos holandeses en las aguas de los ríos Mosa y Waal. El barro cubría hasta la cintura de los españoles que se replegaban desesperados pero manteniendo las líneas. Hombro con hombro, pegados unos a otros, no cejaban en un empeño imposible: defender la posición y no rendirse.
El maestro de campo Francisco Arias de Bobadilla arengaba una y otra vez a sus hombres intentando levantarles la moral. Nadie en su sano juicio confiaba ya en un victoria española en aquellas circunstancias. Los rebeldes estrechaban más y más el cerco sin escapatoria posible y los españoles no tenían víveres ni suministros. La humedad calaba hasta los huesos de los soldados del Tercio y el fango lo cubría todo. La ausencia de ropas secas suponía una terrible tortura para aquellos hombres que perecerían de frío aquella misma noche.
Entonces, el almirante de las tropas rebeldes, Felipe de Hohenhole-Neuenstein ofreció a los españoles una rendición honrosa. Si desistían concluiría el asedio y se les respetaría la vida. Francisco Arias de Bobadilla rechazó el ofrecimiento. Sus palabras han pasado a la posteridad: "Los soldados españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos". No había duda, el Tercio Viejo de Zamora se disponía a ser aniquilado aquella noche allí mismo.
El almirante holandés, ante la actitud de los españoles, ordenó abrir las presas que retenían el agua de lo ríos Mosa y Waal para inundar la isla y ahogar a los españoles. En un país tan llano como Holanda, con algunas zonas bajo el nivel del mar, esta estrategia fue usada frecuentemente durante la Guerra contra la Monarquía Hispánica. Se inundaban habitualmente los campos de batalla convirtiendo las praderas en lodazales. Solamente había que esperar a que el agua inundase la isla donde resistían los españoles y la victoria sería holandesa.
De nuevo, el maestre de campo español arengó a los suyos ante la muerte. A medida que subía el nivel del agua, los españoles se retiraron hasta el punto más alto de la isla, una colina conocida como Empel. Allí comenzaron a atrincherarse de nuevo, a resistir por última vez.
Fue en aquellos instantes cuando un piquero que estaba cavando la trinchera desenterró por accidente una tabla decorada con una pintura flamenca de la Virgen María, la Inmaculada Concepción. ¡Quién sabe el tiempo que llavaba allí aquella pintura! ¡Quizá un siglo! Para los soldados del Tercio, de una fe inquebrantable, más incluso que su voluntad de resistir y su sentido del honor, aquel hallazgo fue una señal divina. Construyeron un pequeño altar donde situaron la imagen de la Virgen y rezaron para que intercediera en aquellos terribles momentos.
"La Inmaculada Concepción", de A. Ferrer-Dalmau
Aquella noche pudo haber sido la última del Tercio de Zamora pero no fue así. El agua no cubrió la colina de Empel donde estaban refugiados los españoles y se salvaron de morir ahogados. El viento helador de aquella noche congeló las aguas de los ríos y los navíos holandeses quedaron atrapados en el hielo. En el alba, cuando el sol asomaba de nuevo sobre el llano horizonte holandés, los españoles, con recobradas fuerzas, atacaron a los holandeses. La aguas heladas se convirtieron en un puente no sólo para escapar, sino para contratacar a los rebeldes.
El ataque español cogió desprevenidos a los holandeses. Nadie esperaba que los españoles pudiesen resistir durante la noche y menos aún que el agua congelada inmovilizase sus navíos. Los soldados españoles prendieron fuego a todos los barcos herejes y lograron la victoria en aquella batalla. ¡Quién podía imaginar aquel suceso! En el ocaso del siete de diciembre, los españoles se preparaban para morir en Empel. En el amanecer del día ocho, salieron de la isla para vencer.
La victoria en aquella batalla imposible se atribuyó de inmediato a la intercesión de la Inmaculada Concepción. La Virgen, cuya imagen había sido encontrada en Empel, protegió a los españoles que luchaban por la fe verdadera y los condujo al triunfo frente a los herejes. Muchos allí lo creyeron firmemente y aquel mismo día, entre vítores, los soldados españoles proclamaron a la Inmaculada como patrona de los Tercios. El propio Felipe de Hohenhole-Neuenstein, almirante de las tropas holandesas reconoció aquel milagro: "Tal parece que Dios es español al obrar tan grande milagro".
Los españoles del Tercio Viejo de Zamora atacan los barcos holandeses.
La Guerra de Flandes, como fue conocida durante el Siglo de Oro español, se prolongó nada menos que ochenta largos años (1568 - 1648). Finalmente, Holanda alcanzó la independencia pero la Monarquía Española mantuvo el control sobre lo Países Bajos meridionales, lo que hoy son Bélgica y Luxemburgo. Hoy, Holanda es un país de mayoría protestante mientras Bélgica y Luxemburgo son mayoritariamente católicos. Muchos dicen que es el resultado de ochenta años de resistencia española frente al avance protestante.
La Inmaculada Concepción fue proclamada de facto patrona y protectora de los Tercios Españoles después del Milagro de Empel. En 1854, la Iglesia Católica reconoció como dogma la concepción inmaculada de la Virgen María. En 1892, fue declarada oficialmente patrona del cuerpo de infantería del Ejército de Tierra mediante un decreto firmado por la reina regente María Cristina de Habsburgo. Actualmente, el día de la Inmaculada Concepción es festivo en España aunque pocos conocen el origen de esta celebración.
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