Varias naves fenicias cruzan la frontera invisible que separa las aguas del Mar Mediterráneo y las del Océano Atlántico. Estamos en algún momento de finales del siglo IX a.C. aunque es imposible concretar el año. La expedición fenicia ha partido del puerto de Tiro, en el Levante sirio-palestino, y tras una breve parada en Cartago ha emprendido una ruta hacia lo desconocido. Bueno, en realidad, no es del todo desconocido porque otras naves fenicias han surcado esas aguas con anterioridad. Las bravas aguas del Atlántico no son ajenas a los comerciantes de la púrpura.
Los fenicios se proponen encontrar el emplazamiento idóneo para fundar una nueva ciudad. Allí, donde acaba la tierra conocida, entre el mar y el océano, en la otra parte del mundo. Otras expediciones con el mismo propósito no lo han logrado. No han hallado un sitio adecuado. Tras cruzar el estrecho donde los griegos sitúan las columnas que separó Heracles en el fin del mundo, y que nosotros hoy llamamos Gibraltar, las naves fenicias recorren la costa sur de la Península Ibérica. Están deseosos de encontrar un lugar para fundar su ciudad.
Finalmente, llegan a un islote situado frente a una pequeña bahía que forma la costa sur de "Ispanya", como los fenicios llaman a la Penínula Ibérica. La "Tierra de conejos", nada más y nada menos, pues en expediciones anteriores, les ha llamado la atención la enorme cantidad de estos mamíferos que habitan en aquellas tierras. El islote, que puede defenderse con facilidad, se encuentra, además, cerca del Lago Ligustino, la gran desembocadura del río Baetis, una excelente vía de comunicación para acceder al interior del continente y las tierras de alrededor, con vastos humedales y marismas, son bien aptas para el cultivo.
Las gentes indígenas que habitan el lugar son al parecer amigables y predispuestas al comercio. Cultivan las tierras de la zona y explotan las minas de oro, plata y cobre cercanas. En la actualidad esa área minera es conocida como Riotinto. Son precisamente esos metales el gran motivo que ha llevado a los fenicios hasta esta tierra. De hecho, la fama de aquellos lugares donde es abundante el metal es bien conocida en todo el mundo antiguo. Y es que, hay quien dice que "Ispanya" significa precisamente "Tierra donde se forja el metal" y no el lugar de conejos que otros suponen.
No hay más que buscar. La decisión está tomada. En aquel lugar fundarán los fenicios su nueva colonia, la más occidental de todas, el núcleo que está llamado a dominar el oeste del Mediterráneo y el Atlántico. Aunque la isla frente a la bahía es el lúgar más idóneo, el que mejor puede defenderse, los fenicios de nuestra expedición y de las que les siguieron, prefieren asentarse en el interior, en una pequeña meseta elevada sobre el nivel del mar y próxima a poblados indígenas. Abunda el agua, la madera y la piedra para la construcción de la ciudad y las llanuras costeras permiten un óptimo aprovechamiento agrícola. A este lugar lo llamamos ahora el Castillo de Doña Blanca.
La pequeña meseta se amuralla y en su interior se levantan numerosas viviendas. Mientras, las gentes indígenas de la zona, comienzan a acercarse al lugar para descubrir las intenciones de aquellos extraños. Pronto los fenicios les hacen saber que sus propósitos son pacíficos, que no vienen a guerrear sino a comerciar y que desean establecer acuerdos con ellos. A cambio de metales les darán baratijas, monedas, joyas y especias.
Son estos fenicios los que introducirán en la Península nuevos cultivos, como la vid y el olivo, que se adaptarán perfectamente a las condiciones climáticas de la zona, por otro lado no muy distintas de las del otro lado del Mediterráneo. También dejarán a aquellas gentes el alfabeto y el pergamino sacándolas, así, de la Prehistoria e introduciéndolas, sin saberlo, en una etapa bien distinta de nuestro pasado, la Historia.
Aunque en el interior se construye el primer asentamiento fenicio en "Ispanya", la sobrepoblación llevará a muchos a trasladarse a la costa, a la islita pequeña frente a la bahía. Además, los indígenas se manifiestan a veces hostiles a los recién llegados aunque la mayor parte del tiempo se mezclan amigablemente. Tanto es así que hoy se ha descubierto una necrópolis con tumbas fenicias y otras indígenas juntas. Fueron tan estrechas las relaciones entre fenicios e indígenas que no les importó incluso compartir el lugar donde descansar eternamente.
La islita se fortifica igualmente y se urbaniza rápido. A ella llegan las naves fenicias que han atravesado el Mediterráneo y de ella parten las que buscan nuevas rutas hacia el norte y hacia el sur. La ruta del estaño esta cerca y los fenicios no dejarán de explorarla. A aquellos asentamientos fenicios en el sur de "Ispanya" se les acabará conociendo con un solo nombre, Gadir, que significa en fenicio "lugar amurallado".
A varios kilómetros de los lugares habitados, los fenicios levantan también un pequeño
santuario dedicado a Melqart, la divinidad protectora de los tirios y a partir de entonces, también de los habitantes de Gadir. Esta situado en el extremo de la isla, hoy inundado, probablemente en el islote de Sancti Petri. El santuario de Melqart se convertirá en un lugar sagrado para los fenicios de Gadir y también para los cartagineses que ocuparán la ciudad ya en el siglo V a.C. Cuenta la tradición que fue precisamente ahí donde el general Aníbal pronunció el juramento de odio eterno a Roma antes del ataque cartaginés a Sagunto que desencadenaría la Segunda Guerra Púnica (218 a.C.). El santuario fue posteriormente dedicado a Heracles o Hércules.
Poco a poco, Doña Blanca perderá su función central en la colonia fenicia y el Gadir isleño experimentará un enorme desarrollo urbano. En los siglos posteriores, se convirtiría en la gran capital fenicia del Mediterráneo Occidental, rivalizando con Cartago y controlando el estrecho de Gibraltar. Los fenicios de Gadir fundarían otras colonias más el este, siguiendo la costa penínsular: Malaka, Sexi, Abdera, Baria. También explorarían la costa occidental, lo que hoy es el Algarve portugués, llegando hasta el Hieron Akroterión o Promontorio Sagrado, es decir, el cabo de San Vicente. Buscarían nada menos que las legendarias Islas Casitérides, en el norte de Europa, donde decían que abundaba el estaño. Incluso hay quien dice que llegarían a navegar la costa oeste de África hasta el Golfo de Guinea, aunque no se sabe cuánto de Historia y cuanto de leyenda hay en estas suposiciones.
Pero, detrás de esta historia de aventuras que emprendió el pueblo fenicio hace casi tres mil años está su gran legado. Las gentes indígenas que habitaban el sureste de "Ispanya" experimentaron tal desarrollo económico, social y cultural que serían conocidos con nombre propio: Tartessos. Muchos dijeron que fue la primera España, el primer reino de Occidente, pero ¿qué hay de verdad en todo eso? Hablaremos de ello en otra ocasión.
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