1) Trono de los Reyes Católicos en el Alcázar de Segovia; 2) Detalle del cuadro "Los Reyes Católicos con Santa Elena y Santa Bárbara; 3) Vidriera; 4) Cama de la Cámara Régia del Alcázar
Madrugada del doce de diciembre de 1474. Las siluetas de dos hombres a caballo se aproximan al galope hacia Segovia. Han recorrido los poco menos de cien kilómetros que separan Madrid de la capital castellana. Es una noche de invierno. Las nieves coronan las altas cumbres del sistema central y el frío golpea con dureza la inhóspita meseta castellana. Nadie se aventura así a cruzar las montañas si no es por algo importante.
Se trata de dos emisarios que entran en la noble ciudad castellana solicitando audiencia con la infanta Isabel. Conocemos el nombre de uno de ellos, Rodrigo de Ulloa. Tienen que comunicarle una noticia que va a cambiar su vida y la historia de Castilla para siempre. A pesar de que son altas horas de la madrugada, la inesperada llegada de los emisarios obliga a la joven infanta a recibirlos. Isabel se encuentra en el alcázar de Segovia, donde su hermanastro Enrique IV estableció su corte cuando la reconoció heredera al trono allá por 1468.
Segovia, una de las más recurridas residencias de los reyes castellanos desde antiguo, siempre se ha mantenido fiel a las aspiraciones de Isabel. Allí, la joven se encuentra protegida tras los gruesos muros del alcázar. Allí, ultima los preparativos para, cuando llegue el momento, proclamarse reina. Allí, recibe los consejos de los más altos nobles de Castilla adeptos a su causa. Gonzalo Chacón, su maestro y consejero, la visita amenudo y pasa largas temporadas con ella. No así su madre, la reina viuda Isabel de Portugal, que aquejada de graves problemas mentales, se encuentra recluida en Arévalo.
Isabel recibe de inmediato a los emisarios cuando sabe que proceden de Madrid, donde se encontraba su hermanastro el rey Enrique IV. La noticia que traen no es esperada y tampoco querida: el rey ha muerto. Los acontecimientos se precipitan y lo saben Isabel y todos sus consejeros. Según el Tratado de los Toros de Guisando, firmado en 1468, Enrique IV reconocía a Isabel como su legítima heredera frente a su presunta hija, Juana. Las dudas sobre la verdadera paternidad de la "muchacha", como la llama Isabel, llevaron a Enrique a reconocer a su hermanastra como futura reina.
Los acontecimientos posteriores hicieron cambiar la opinión del rey. Isabel contrajo matrimonio con Fernando, príncipe heredero de la Aragón y rey de Sicilia, en contra de la opinión del monarca castellano que se había reservado el derecho de elegir esposo para su hermana. Además, los nobles de Castilla, deseosos de debilitar la posición de la Corona y de sembrar la discordia entre los miembros de la Familia Real, convencieron a Enrique de que lo mejor era volver a reconocer a su hija Juana, apodada "la Beltraneja", como legítima heredera.
Por tanto, en 1474, cuando el rey muere convertido en un pelele en manos de la nobleza, la cuestión sucesoria no estaba del todo clara. Los emisarios comunican también que en Madrid ha quedado formada una junta nombrada por Enrique IV que va a asumir la regencia hasta decidir a quién corresponde reinar: a Isabel de Trastámara o a su sobrina Juana.
Aunque en el viejo alcázar de Segovia nadie esconde la tristeza por la pérdida del rey, no hay tiempo que perder. Isabel se apresura a ordenar los preparativos para su proclamación como reina lo antes posible. No todos sus consejeros son partidarios de adoptar esa postura que supone dar un golpe sobre el tablero de juego que puede llevar a otra guerra civil. Hay quien defiende, por tanto, esperar a la decisión de la junta para actuar. Además, el esposo de Isabel no se encuentra en Segovia pues ha marchado a defender el Rosellón y la Cerdaña frente al francés. Que la joven se proclame reina en ausencia de su esposo puede ofender al príncipe de Aragón y deteriorar su relación. Isabel, sin embargo, se muestra inflexible en su determinación.
La noticia de la muerte de Enrique IV corre como la pólvora por toda Castilla y fuera de sus fronteras. Se envían misivas también al extranjero para dar a conocer el luto de Castilla. Pero en Segovia los preparativos no se detienen. Isabel tienen que proclamarse nueva reina cuanto antes sin importar lo que decida la junta de Madrid. Si espera a la respuesta, admite que se encuentra en igualdad de condiciones que la "muchacha" pero no es así. Los acuerdos de Guisando la reconocen como heredera. No hay nada que esperar. Además, hay que preparar también una posible defensa ya que "la Beltraneja" cuenta con el apoyo de su madre Juana de Portugal, de su tío Alfonso V, rey de Portugal y de algunos de los más poderosos nobles castellanos.
El trece de diciembre todo se encuentra listo. Isabel, vestida rigurosamente de luto sale del alcázar y se dirige a la Iglesia de San Miguel en el centro de Segovia. En la Plaza Mayor se ha levantado un pequeño estrado. En el interior del templo se encuentra una reducida representación de la nobleza castellana, el obispo de Segovia Juan Arias Dávila, el dominico Alonso de Burgos, el concejo de Segovia en pleno y casi todos los miembros de la pequeña corte de Isabel. Se encuentra con ella su maestro Gonzalo Chacón aunque no es partidario de una proclamación tan rápida y sin previo acuerdo.
Tras la ceremonia religiosa en la iglesia y el juramento de la nueva reina, Isabel sale a la Plaza Mayor, donde se retira la capa negra que la cubre y deja a la vista un vestido blanco. El blanco, color de la realeza, de la inocencia y de la pureza marca el comienzo de un reinado nuevo, muy distinto del precedente. Las gentes segovianas que abarrotan la plaza alzan sus armas al cielo y gritan el juramento: "¡Castilla, Castilla, Castilla! ¡Por la reina doña Isabel y por el rey don Fernando, como su legítimo marido!".
Arriba: detalle del mural (s. XX) sobre la Proclamación de Isabel, realizado por el pintor Carlos Muñoz de Pablos en el Alcázar de Segovia; Abajo: cuadros de los Reyes Católicos obra de Madrazo por encargo de Isabel II (s. XIX)
La tradición dice que la reina desfiló después detrás de una espada desenvainada, símbolo de la justicia que debía imperar en su reinado. Isabel era reconocida por Segovia como reina propietaria de Castilla frente a Juana "la Beltraneja", la otra pretendienta. No toda la nobleza castellana era partidaria de Isabel, más aún conociendo su carácter autoritario e independiente, muy diferente del de su hermano, el desgraciado Enrique IV "el Impotente". La proclamación fue nada menos que una declaración de guerra a Juana y a su madre pues rompía la voluntad del rey difunto de que una junta decidiese quién debía reinar. Los tambores de guerra sonaban de nuevo en Castilla.
En la frontera del Rosellón, Fernando recibió ojiplático una misiva en la que se le comunicaba que su esposa había sido proclamada reina de Castilla en su ausencia. No pocos veían como una ofensa este acto, igual que no pocos castellanos preferían al príncipe Fernando como rey de Castilla frente a una mujer, por muchos legítimos derechos que tuviese. Sin embargo, en la proclamación había quedado bien claro que la "legítima propietaria de Castilla" era Isabel mientras que se reconocía a Fernando como su "legítimo marido". Tras recibir la noticia, Fernando puso rumbo a Segovia.
Mientras tanto, en la capital castellana, Isabel, ya como nueva reina de Castilla, ordenó celebrar unas exequias solemnes en honor a su hermano el rey difunto el día 19 de diciembre. Después, pasó la Navidad allí, en ausencia de su esposo quien hizo su entrada en el alcázar el 2 de enero de 1475. No sabemos cómo fue el encuentro de la reina con su esposo. Sí conocemos el resultado después de días de negociaciones.
A medidados de enero se firmaron los acuerdos definitivos que la historiografía ha llamado locuazmente Concordia de Segovia. En ellos, Isabel era reconocida como reina propietaria de Castilla mientra que Fernando rey en tanto que esposo de la reina. Sin embargo, en lo documentos oficiales, su nombre figuraría antes que el de su esposa, por su condición de varón, pero las armas de Castilla figurarían antes que las de Aragón. Isabel concedió a su esposo el derecho de adminitrar justicia y nombrar cargos así como la dirección de los ejércitos en caso de guerra. Los acuerdos supusieron la unidad política de los monarcas en Castilla, esencial para hacer frente a la belicosa e intrigante nobleza.
En el dosel de los tronos que hoy se contemplan en una de las salas del alcázar de Segovia puede leerse "Tanto Monta", el lema que resume la Concordia de Segovia, la armonia y la solidaridad entre los monarcas. La capital castellana, la ciudad que proclamó reina a Isabel, quedó guardada para siempre en el corazón de la reina. Isabel siempre amó Segovia y sus gentes y el alcázar fue una de la residencias más habituales de los monarcas durante su reinado. Aún hoy, quinientos años después, el alcázar segoviano evoca a su reina y en sus salas puede sentirse el tiempo de cambio del Medievo a la Modernidad.
BONUS: Vistas panorámicas de Segovia
No hay comentarios:
Publicar un comentario