"Tiempos Modernos" (1936) es, para todos, una de las grandes obras maestras del genial Charles Chaplin. Para muchos, la última gran película de cine mudo. Para unos cuantos, la primera de cine sonoro. Y para mí, es un gran filme que cuenta una historia humana sencilla: la búsqueda desesperada de la felicidad.
El vagabundo Charlot, en esta película reconvertido en obrero, huelguista, vigilante nocturno, maître y bailarín, sólo persigue la felicidad en un tiempo de individualismo y miseria, los años treinta. La comida y una vivienda digna son los grandes sueños del protagonista y de su compañera, la joven Paulette Goddard (el nombre es de la actriz), una muchacha húerfana, separada de sus hermanas pequeñas tras la muerte de su padre. El papel de Chaplin aquí inspirará al dibujante Escobar en Carpanta, el famoso vagabundo español que vive bajo un puente soñando con comer un gran pollo asadado. Era otro espacio, España, y otro tiempo, los cincuenta, pero la miseria era la misma.
"Tiempo Modernos" refleja la crueldad de la Segunda Revolución Industrial. Los obreros son meros autómatas en la cadena de montaje diseñada por Taylor y perfeccionada por Ford. Reduciendo su labor a movimientos sencillos y automáticos se ahorra tiempo y se aumenta la producción. Tuercas y martillo, tuercas y martillo, tuercas y martillo. Con estas palabras se puede resumir la primera parte de la película. Charlot apreta las tuercas de forma automática, sin pensar, hasta apretar con la palanca la nariz del jefe y los botones de la falda de la secretaria. Una confusión la tiene cualquiera. Se trata de una desternillante caricatura que enseña las trágicas condiciones laborales de principios del siglo veinte.
Unos trabajos más de máquinas que de personas. Un jefe onmipresente, que recuerda al Gran Hermano de George Orwell en "1984". Unos ritmos de trabajo frenéticos. El trabajador no puede ni espantar una amenazadora avispa. Si lo hace retrasa la cadena de montaje. Todo ello acab provocando una crisis nerviosa en el pobre Charlot, que se vuelve loco. Hasta se convierte en el conejillo de indias de un artilugio para dar de comer a los obreros mientras trabajan y con ello ahorrar tiempo y acelerar la producción.
Cuando sale del psiquiátrico los tiempos han cambiado. Los felices años veinte han quedado atrás y la Gran Depresión sume al país en la miseria. Sin comerlo ni beberlo (y nunca mejor dicho), nuestro protagonista es confundido con un comunista en medio de una manifestación. Entra en la cárcel varias veces. Comprende incluso que se está mejor dentro que fuera. Al fin y al cabo, en prisión tiene comida asegurada y no necesita trabajar. Fuera hay hambre y poco trabajo.
Bien lo sabe el padre de la pobre muchacha Paulette. Es ella quien se las ingenia para buscar algo que llevarse a la boca. La muerte del padre por disparos en una manifestación refleja la crudeza de la represión estatal durante los años treinta. Separada de sus hermanas pequeñas, Paulette huye durante toda la película. Y Charlot con ella. La vida se ha vuelto dificil: incluso el antiguo colega de nuestro protagonista, Big Bill, se ha convertido en un criminal: "No somos ladrones - tenemos hambre", dice a Charlot cuando asalta el centro comercial del que éste es el vigilante.
Charlot y la muchacha sueñan con comer pasteles, patinar libres y dormir sin preocupaciones. Sueños sencillos pero imposibles en aquellos tiempos. La vivienda destartalada de la pareja es otra metáfora más de la realidad. Los barrios de chabolas, las "hoovervilles", surgieron por doquier en Estados Unidos durante la Gran Depresión y recibieron su nombre en honor (dudoso) del presidente Herbert Hoover. Una chabola de madera en un descampado junto a un lago de aguas fecales y frente a fábricas otrora prósperas y ahora paradas. Así es el hogar de los protagonistas, muy lejos del sueño americano, del famoso "American Way of Life" tantas veces pregonado.
Al fin y al cabo, toda la película transcurre entre fábricas, huelgas y prisiones. Varias veces aparece Charlot trabajando junto a enormes máquinas de engranajes y correas (donde por cierto, no es muy habilidoso). Varias veces también se ve envuelto en manifestaciones y huelgas. Y varias veces acaba en prisión, bien por ser confundido con un líder comunista, por robar un pan para comer o por su mala pata. Fábricas, huelgas y prisiones son las tres palabras esenciales en la vida de los años treinta en Estados Unidos y en otros países. La cuarta es desempleo, paro.
Al final, resulta que la joven pareja encuentra un hueco en el mundo del espectáculo, como bailarines. Pero olvidan que su destino es huir siempre. Los agentes del gobierno que persiguen a la muchacha los obligan a abandonar su trabajo y escapar lejos. "¿De qué sirve intentarlo?" se pregunta la joven al final. Charlot contesta: "No te rindas, anímate. ¡Nos las arreglaremos!". De nuevo apunta al futuro, a la felicidad.
Eso es "Tiempos Modernos", un canto a la felicidad, al amor, a los valores puramente humanos, a la libertad personal. Charlot y la joven Paulette se rebelan contra un mundo en el que los pobres son máquinas, en el que sólo importa la masa uniforme que acude a trabajar a las fábricas, en el que los obreros son autómatas fácilmente sustituibles. Una sociedad donde importa el individuo como fuerza de trabajo pero no la persona. Un gran rebaño de ovejas se confunde con la cola de trabajadores que esperan entrar en la fábrica al comienzo del filme. Así veía Chaplin la sociedad de los años treinta. Así eran los "Tiempos Modernos".
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