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martes, 10 de septiembre de 2013

EL ONCE DE SEPTIEMBRE DE 1714

Aquel once de septiembre de 1714 ya estaba decidido el destino de Barcelona y de todo su principado que se extendía desde los Pirineos a tierras del Ebro. Desde que los aliados ingleses, austriacos y holandeses habían decidido acabar con la guerra por la sucesión del trono de España un año antes, las esperanzas de los catalanes por imponer a su candidato se estaban diluyendo entre los últimos estertores de la guerra. Aquel día amaneció con la ciudad sitiada por las tropas borbónicas al mando del general Berwick (hijo del rey Jacobo II de Inglaterra, por cierto).
 
A pesar de que la firma del Tratado de Utrecht en 1713 había puesto fin a la Guerra de Sucesión Española, los catalanes habían decidido continuar  por sus propios medios. Medios que por otra parte eran escasos puesto que Cataluña se encontraba rodeada de enemigos. Aún no se sabe a ciencia cierta cuáles fueron los motivos de tan descabellada aventura, igual que no se conocen tampoco los motivos para apoyar a muerte a la causa austracista. 
 
El temor a perder su amplia autonomía a causa de las medidas centralizadoras impuestas desde el trono español puede ser la principal causa. Las medidas que se iban a imponer eran de sobra conocidas porque habían sido puestas en práctica no sólo en la propia Francia por Luis XIV y sino también en Castilla y en los territorios aragoneses conquistados por su nieto, el rey Felipe V.
 
El caso es que aquel once de septiembre el general Berwick lanzó un ultimátum al alcalde de Barcelona, el abogado Rafael Casanova (al tan laureado hoy por algunos allí). Si no se rendía la ciudad, el ejército castellano "entraría a cuchillo". Ante semejante amenaza Casanova se apresuró a claudicar. Esa noche entró el ejército y al día siguiente se firmaron las condiciones de la rendición.
 
Cuando las tropas borbónicas de Felipe V compuestas fundamentalmente por castellanos entraron en la ciudad condal no la saquearon ni la arrasaron a pasar de estar en posesión del "legítimo" derecho de conquista. Dice la leyenda que fue la Virgen de Monserrat la mediadora que obró tal milagro. En realidad fue la mediación de Casanova que ante la amenaza de Berwick y para evitar ver la ciudad arrasada, prefirió una rendición "honrosa".
 
Una vez conquistado y pacificado el principado, Felipe V se limitó a aplicar el Decreto de Nueva Planta, que no fue único y exclusivo contra los catalanes ya que fue aprobado en 1707 (siete años antes de la caída de Barcelona) y había sido aplicado con anterioridad en los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca. Se trataba de una serie de medidas económicas, políticas y administrativas para eliminar la autonomía de estos reinos y uniformarlos bajo las leyes de Castilla.
 
La Generalitat, el máximo órgano de gobierno en Cataluña fue abolido; sus privilegios fiscales y militares fueron suprimidos y se implantó el "catastro", un impuesto único que recibió distintos nombres en los diferentes reinos ("equivalente" en Valencia o "talla" en Mallorca). Todas las tradiciones, leyes, instituciones y organismos autónomos fueron eliminados. También se reformó la administración local de Cataluña y de toda España, suprimiendo la autonomía de los gobiernos locales. Desde entonces, el principado de Cataluña perdió todos sus privilegios aunque con el tiempo adquirió otros que impulsaron su industrialización como la posibilidad de comerciar con las colonias americanas (concedido por el hijo de Felipe V, Carlos III). Esto favoreció el desarrollo económico del principado.
 
Por lo que respecta al héroe de aquella batalla (que no fue), el alcalde de Barcelona Rafael Casanova, siguió practicando la abogacía como si tal cosa, sin importarle demasiado lo que había ocurrido. Aquel once de septiembre los catalanes pudieron perderlo absolutamente todo, pero sólo perdieron su autonomía.
 
 
Grabado que reproduce el sitio de Barcelona, rendida el 11 de septiembre de 1714 y cuyas condiciones se firmaron al día siguiente.

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