FÁBULA IMPERIAL
Hace
ochocientos años había una academia que instruía a quienes iban a ser los
encargados de mantener el Imperio. La academia no era muy grande pero a ella
acudían gentes de toda la sociedad con el deseo de formarse y convertirse en personas
lúcidas. El periodo de formación era de seis años y en ese tiempo realizaban
todo tipo de actividades.
El año más
importante era por supuesto, el último. Aquel en el que se completaba la
formación y los alumnos alcanzaban el mayor grado cultural en la sociedad.
Semanas antes del comienzo, las gentes que a la academia acudían, estaban
deseosas de empezar. De empezar el último curso y completar su formación. Eran
gentes cultas. Gentes que al año siguiente iban a ser el alma de la sociedad
imperial.
Pero la academia
estaba gobernada por personajes variopintos. Mientras algunos destacaban por su
valía y su audacia, los que menos; los que más era profundamente inútiles. Estos
habían accedido a aquellos cargos mediante chantajes y comprando a los
oficiales imperiales. Gentes cuyos conocimientos sobre la sociedad y el bien no
existían pero se apoyaban para instruir en una parafernalia tecnológica
maravillosa. Aparentaban ser aquello que
no eran.
En ese año,
aquellos personajes se vieron desbordados por los acontecimientos. Mientras la
sociedad imperial se derrumbaba poco a poco presa de las hambrunas y las
guerras contra el enemigo, era necesario formar a las mejores personas que
nunca hubiesen existido para regenerar la nación. En aquellos momentos, sin
recursos y sin medios materiales se puso en evidencia su inutilidad. Su
incapacidad manifiesta para organizar cualquier formación, para instruir a
seres versados.
Cuando el
tiempo se acababa y la Academia debía ponerse en funcionamiento de nuevo, todo
se colapsó. Nadie de aquellos gobernantes supo o quiso continuar como en los
años precedentes pero sin recursos. Cuando más necesario era. Pedían tiempo
aquellos hombres pero el tiempo se acababa. Pedían días, horas, minutos.
Mientras sólo quedaban segundos. Todo lo conocido a su alrededor de derrumbaba.
Los alumnos
pudieron volver a la academia días después.
Para entonces la sociedad se había
devorado a sí misma.
Para entonces la sociedad se había devorado a sí misma |
Menuda fábula Gonza!! Lo malo es que no para de repetirse aunque pasen los años... Yo que tu la enviaba por correo a alguna que otra persona ;)
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