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domingo, 30 de agosto de 2020

LA GRANJA DE LA PARMESANA

Detalles del interior del palacio de la Granja de San Ildefonso (Segovia).

 
El 23 de diciembre de 1714, la poderosa princesa de Ursinos salió del viejo Alcázar de Madrid para encontrarse con la nueva reina, Isabel de Farnesio, que acababa de llegar a España. Las dos mujeres, de fuerte carácter, se vieron las caras en Jadraque, Guadalajara, pero no volvieron juntas a la capital. La reina desterró inmediatamente a la aristócrata gala que fue obligada a marchar a la frontera francesa con lo puesto, escoltada por nada menos que cincuenta guardias. Era toda una declaración de intenciones de la nueva esposa de Felipe V.

Isabel de Farnesio no iba a permitir que la princesa de Ursinos siguiese dominando la corte española como había hecho desde 1701. Su influencia sobre la primera esposa del rey, María Luisa de Saboya, había sido enorme, pero eso había terminado. Tras la muerte de esta, en febrero de 1714, la maquinaria de la Monarquía española se había puesto en marcha para encontrar una nueva esposa para Felipe V y, gracias a la intercesión del cardenal Alberoni, la elegida había sido la Farnesio. Si la princesa de Ursinos confiaba en dominar a la nueva consorte como había hecho con la antigua, se llevó una decepción de inmediato.

La parmesana - del Ducado de Parma, en Italia - tenía veintidós años cuando llegó a España. Era una mujer temperamental y astuta, consciente de las armas que podía utilizar para imponer su voluntad en la corte de Madrid. Su esposo, el rey, era mayor que ella y ya tenía dos hijos: Luis, el príncipe de Asturias, y el infante Fernando. Además, empezaba a dar muestras de los transtornos mentales que lo atormentarían el resto de su vida. No le fue difícil a la brava italiana manejar a su antojo la voluntad de su esposo.

Poco después de llegar al Alcázar de Madrid, Isabel de Farnesio se hizo dueña de la corte. Conocida es su influencia en la política exterior de la Monarquía, que se orientó a conseguir territorios en Italia para los hijos que tuvo con Felipe V. Consciente de que sus vástagos no tendrían oportunidad de heredar la Corona española por culpa de los hijos del rey con su anterior esposa, quiso colocarlos como soberanos de distintos Estados italianos. Y lo consiguió: al mayor, Carlos, lo colocó en el trono napolitano; al mediano, Felipe, en el ducado de Parma; y al pequeño, Luis Antonio, en el arzobispado de Toledo. A las tres hijas las casó convenientemente con príncipes europeos.

Su intervención también fue decisiva en la construcción del Palacio de la Granja de San Ildefonso, en la vertiente norte de la Sierra de Guadarrama. Felipe V, siempre nostálgico, proyectó la construcción de un palacio inspirado en el Versalles de su infancia. El sitio elegido había sido lugar de veraneo de los monarcas desde la Edad Media. El rey castellano Enrique IV "el Impotente" había construido una residencia allí y, un siglo después, Felipe II de Habsburgo edificó otro palacio en el vecino pueblo de Valsaín. Pero ambos fueron pasto de las llamas.

Ante la ruina del palacio de los Austrias, consumido por el fuego en 1682, el Borbón vio la oportunidad de encargar la construcción de un nuevo edificio a su gusto. Bueno, a su gusto y al de su esposa, que intervino en la elección de los arquitectos, en el diseño del palacio y sus jardines y en la decoración. Las obras comenzaron en 1721 y finalizaron solo tres años después.

La impronta francesa e italiana es evidente en el Palacio de la Granja de San Ildefonso y en sus inmensos jardines. Fue levantado sobre un antiguo monasterio jerónimo utilizando materiales de la región como piedra rosa de Sepúlveda y granito y pizarras de la Sierra de Guadarrama, pero también se importó mármol italiano de la región de Carrara. 

Los suntuosos interiores están profusamente decorados al estilo barroco, siguiendo las modas artísticas del siglo XVIII. Isabel de Farnesio compró una valiosísima colección de estatuas que había pertenecido a la reina Cristina de Suecia y que hoy se conserva en el Museo del Prado para adornar las estancias principales. El palacio se convirtió pronto en la residencia preferida de los reyes y, por tanto, en el corazón político de España. En sus salones se celebraban fiestas a las que asistía un selecto grupo de aristócratas y embajadores que disfrutaban de conciertos, festines, juegos, bailes y recepciones. La mano de la parmesana en todos estos saraos era evidente. 

La Farnesio era una mujer culta e ilustrada que hizo de la española la corte más reputada de toda Europa. Consiguió, por ejemplo, que el castrati Farinelli se trasladase a la Granja para ofrecer sus recitales a la corte y, en especial, al rey. La voz del cantante italiano calmaba a Felipe V y aliviaba sus obsesiones. Farinelli residió en la corte española durante más de veinte años y fue colmado de mercedes y condecoraciones por la reina, agradecida por los servicios prestados a su esposo.


Exteriores del Palacio de la Granja de San Ildefonso
 
Los paseos por los jardines y los bosques de la Granja y el aire puro de la Sierra de Guadarrama también hacían bien a la salud del rey. No es difícil imaginar a Felipe V y a su esposa paseando entre las maravillosas fuentes que adornan los jardines, cada una con representaciones diferentes de temas mitológicos. También podemos imaginar a Felipe V relajándose en su góndola mientras pescaba en el estanque conocido como "El Mar", que recoge las aguas de los acuíferos de Guadarrama para encauzarlas hacia las fuentes de la Granja. Mientras tanto, en una barca próxima, Farinelli cantaba al monarca en presencia de un reducido grupo de cortesanos.

A pesar de la imagen despótica e interesada que ha pasado a la Historia, Isabel de Farnesio siempre atendió a su esposo e intentó calmar su debilidad mental. Todas las noches le acompañaba en su alcoba hasta que se dormía y le consolaba cuando tenía ataques de pánico porque pensaba que estaba muerto o lo estaban envenenando. La tenaz Isabel también rebosaba paciencia y compasión hacia su pobre esposo y tuvo que soportar escenas más parecidas a las de una casa de locos que a las de un palacio real, como la crisis en la que el rey Felipe creyó ser una rana. Quizá le confundió contemplar la maravillosa fuente de las ranas, una de las muchas que adornan los jardines del palacio de la Granja.

En 1724, Felipe V abdicó por sorpresa la corona de España, dejando paso a su primogénito Luis. El nuevo rey falleció desgraciadamente seis meses después y esto obligó a su padre a regresar al trono. Durante esos meses de retiro en los que Felipe dejó de ser el soberano de la Monarquía, él y su esposa residieron en la Granja donde disfrutaban de todas las comodidades e intervenían contantemente en las labores de gobierno de Luis I. Allí recibieron la inesperada noticia de la muerte del joven rey y desde allí regresó Felipe V resignado a Madrid para asumir de nuevo sus responsabilidades.

Felipe V reinaría ya hasta su muerte, en 1746, y su esposa siempre permaneció a su lado. Alternaba periodos de gran lucidez y actividad en los que se manifestaba como un eficaz gobernante con episodios de depresión durante los que desaparecía por completo. Pero Isabel de Farnesio ocupaba su lugar y decidía por él. Cuando Alberoni, que era el embajador de Parma y una de las personas más influyentes de la corte, cayó en desgracia, el ambicioso Ripperdá ocupó su lugar por obra y gracia de la Farnesio.

La estrella de la reina empezó a apagarse cuando falleció su esposo. El nuevo rey era Fernando VI, el hijastro de Isabel al que siempre había mostrado un cordial rechazo por interponerse entre sus hijos y el trono de España. Fernando VI desterró a Isabel a la Granja de San Ildefonso y, temiendo esta que la acabase echando también de ahí, ordenó la construcción de otro palacio muy cerca. Fue el Palacio de Riofrío. Sin embargo, la muerte de Fernando VI en 1759 iluminó de nuevo el destino de la parmesana.

En una de esas carambolas de la Historia, obra casi todas ellas de la muerte, el trono de España fue a parar al primogénito de Isabel, el rey Carlos de Nápoles. El nuevo Carlos III de España llevaba unas décadas reinando en Nápoles y ahora debía desplazarse a la Península Ibérica para ceñirse la corona española. Su madre no podía estar más orgullosa porque su sangre iba a ocupar el puesto que le correspondía. Así que el Palacio de Riofrío quedó inconcluso e Isabel de Farnesio nunca lo llegó a ocupar. En su lugar se trasladó a Madrid para hacerse cargo de la regencia mientras llegaba su hijo. La reina madre volvía a hacer lo que tanto le gustaba: mandar y ser obedecida.

Pero la vida en la corte de Carlos III no iba a ser como ella había soñado. Y todo por culpa de otra mujer, la esposa de su hijo María Amalia de Sajonia. Resultó que la nuera le salió contestona y no quiso compartir la influencia sobre el nuevo rey. Durante los últimos años de su vida, la parmesana se dedicó a dirigir las obras de ampliación del palacio de la Granja. La vieja reina murió en 1766 y fue sepultada en la Colegiata del palacio. El rey Felipe V no había querido ser enterrado en el panteón real del monasterio de San Lorenzo de El Escorial para no compartir la eternidad con los Austrias y había preferido su querido palacio de la Granja. Isabel de Farnesio lo acompañó también en el último viaje, como había hecho siempre.
 

Detalles de los jardines de la Granja de San Ildefonso







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