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sábado, 8 de agosto de 2020

¿Y DESPUÉS DEL VERANO?

A medida que pasa el verano y se acerca septiembre, la atención de los medios de comunicación y de las redes sociales se traslada al más que problemático inicio del curso escolar 2020/2021. Si durante meses no se ha dedicado ni un minuto a pensar cómo y cuánto ha afectado la crisis sanitaria a la educación en España, ahora parece que se ha suscitado un repentino interés por el tema. En realidad, el interés es hacia la escuela como mera guardería no como lugar de vital importancia en la formación de los jóvenes, pero esa es otra cuestión.

El problema que se plantea es complejo: ¿cómo se va a iniciar el curso en medio de esta gravísima situación sanitaria que está lejos de solucionarse? Es complejo pero no nuevo, no surgió ayer. A mediados de marzo, una de las primeras medidas adoptadas por las autoridades ante la emergencia sanitaria fue la suspensión de las clases presenciales. El curso 2019/2020 se cortó de forma abrupta y de un día para otro la enseñanza presencial se hizo telemática por obra y gracia de miles de docentes que trabajaron a destajo durante semanas para que fuese posible.

En aquellos momentos nadie pensó en la educación ni un segundo. El gobierno se limitó a dar vagas esperanzas para retomar las clases en junio. Evidentemente no fue posible. Después, algunos alumnos pudieron acudir a los centros. Nada dentro de la normalidad: unos cuantos alumnos en clases de repaso poco útiles. Pero, por entonces, el curso ya se terminaba, la situación epidemiológica en el país era mejor y la vuelta a las clases en septiembre parecía lejana. La atención se centraba en atraer turistas.

Desde el inicio de la crisis sanitaria han pasado cinco meses. Cinco meses en los que el problema de la educación en tiempos de pandemia no ha despertado el menor interés hasta ahora. Nadie ha buscado posibles soluciones, nadie se ha enfrentado a ello de forma decidida. Por parte de las autoridades, apenas unas vagas instrucciones y unas recomendaciones irreales y abstractas. Han sido los equipos directivos de los centros los que han dedicado el mes de julio a diseñar protocolos para hacer posible la vuelta a las aulas en septiembre. Y este trabajo ha sido a ciegas y provisional. A ciegas porque los equipos directivos están formados por docentes, no por médicos ni epidemiólogos. Y provisional porque han estado y están siempre pendientes de la aprobación súbita de cualquier otra normativa rocambolesca que les obligue a cambiarlo todo.

Ahora, en agosto, algunos polemistas y opinionistas están reclamando en periodicos, televisiones y redes sociales la bajada de ratios de alumnos por clase y el aumento del número de profesores. Esto es algo que los docentes hemos venido reclamando desde mayo. Y ya se ha asumido que no es posible porque, sencillamente, no hay dinero y no hay voluntad. Sobre todo, falta voluntad por parte de la administración central y autonómica para coordinar esfuerzos y habilitar espacios, equiparlos, permitir la reducción del número de alumnos por clase y contratar a más profesores para atenderlos.

Los planes de inicio de curso, elaborados por cada centro, proponen algunos desdobles cuando es posible, entradas diferenciadas, itinearios marcados para los alumnos dentro del centro, espacios señalizados para el recreo, uso de mascarillas, los famosos grupos burbuja - posibles en Educación Primaria pero ¿en Secundaria? -, etc. Lo de la distancia de seguridad en las aulas es, simplemente, una quimera en muchos centros masificados. Todas las medidas al alcance de los centros y de los profesores son insuficientes y solo van a retrasar - si lo logran - lo inevitable: que surjan brotes de coronavirus en colegios e institutos.

¿Qué hacemos si, dos días después del inicio de las clases, una madre llama al centro para comunicar que su hijo, que ha asistido a clase los dos días anteriores, se ha levantado con fiebre? ¿Se aislará en ese caso a su grupo burbuja? ¿Y qué hacen los profesores que imparten clase en varios grupos? ¿Se cerrará el centro educativo al completo? ¿Durante cuánto tiempo? ¿Se harán PCRs a todos los alumnos y profesores? Va a pasar y todos lo sabemos pero quienes deben abordar el asunto prefieren no hacerlo. La improvisación ha sido siempre un rasgo muy español.

Las clases telemáticas, online y a distancia puestas en marcha desde marzo fueron un parche que permitió acabar, mal que bien, el curso anterior. Pero, no nos engañemos, no podemos impartir todo un curso escolar así. Las clases presenciales son una necesidad imperiosa. Vale, primero como aparcamiento para los hijos cuyos padres tienen que ir a trabajar. Pero también, y sobre todo, para formar a las generaciones del futuro. La educación es más que la transmisión de conocimientos teóricos, es el intercambio de ideas, de energías y de sentimientos. Y eso no se puede hacer a través del ordenador.

Dado que el tiempo pasa inexorablemente y por muy largo que nos parezca agosto, algún día terminará, quizá la ciudadanía debería darse cuenta de que la educación en tiempos de pandemia es el mayor reto social al que nos enfrentamos en estos momentos y debería exigir a las autoridades que actúen de forma rápida y eficaz, aunque solo sea por esta vez. Está muy bien eso de reclamar con vehemencia la apertura de bares, de discotecas y de hoteles, la celebración de conciertos, partidos de fútbol y corridas de toros, pero, pasado el verano, nos debería entrar en la cabeza que el futuro se encuentra en la educación. Haya pandemia o no.

2 comentarios:

  1. No podría estar más de acuerdo contigo, Gonzalo. Cómo siempre, si salimos indemnes, será gracias al voluntarismo, profesionalidad y sensatez de los que estamos abajo, profesores y alumnos. Pero los de arriba seguirán sin percibir que la educación es un derecho, no un lujo o un negocio

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  2. Gracias, Mar. Pocos se han enterado de que el derecho a la educación está a la altura del derecho a la sanidad y que el Estado debe garantizar ambos. Seis meses con las aulas vacías. Seis meses perfidos.

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