Un primero de noviembre de 1700 moría en la habitación real del Alcázar de Madrid el último de los Austrias españoles. Carlos II de Habsburgo fallecía cinco días antes de cumplir los cuarenta años y con él se extinguía la dinastía que había gobernado el mayor imperio del mundo durante los siglos XVI y XVII. Su muerte, sin descendencia, iba a suponer una convulsión tanto en los diversos reinos españoles como en el resto de Europa. Pero su muerte era una muerte anunciada.
Carlos II había nacido el seis de noviembre de 1661 y desde su nacimiento dio síntomas de debilidad física y mental. Era hijo del rey planeta, Felipe IV, y la sobrina de éste, Mariana de Austria. Aunque se dice que Felipe IV tuvo hasta treinta hijos (entre legítimos e ilegítimos), la corona fue a parar al más desgraciado de todos.
Las crónicas que narran las múltiples dolencias del heredero aún siendo niño son escalofriantes: al nacer tenía flemones en las encías, la cara hinchada y costras cubrían su cabeza; a los tres años el cráneo aún no se la había cerrado, no era capaz de sostenerse en pie y tampoco había empezado a hablar; a los nueve años no sabía aún leer ni sumar y daba muestras de retraso mental evidente.
El rey sufría hidrocefalia, retardo motor, epilepsia y prognatismo (esta malformación la habían sufrido todos los Austrias desde Carlos I). Además, como ya comenté en otra entrada, Carlos II era estéril e impotente, y esto, unido a las múltiples dolencias arriba comentadas no hizo más que atizar las intrigas palaciegas en la Corte española.
Carlos II adulto |
Desde que subió al trono en 1665 (¡con tan sólo cuatro años!), se sucedieron un sinfín de "consejeros", validos y regentes que no hicieron más que conspirar mientras el pobre monarca no se enteraba de nada. Le llamaban "el Hechizado" y hasta el mismo estaba convencido de que le habían embrujado así que se sometió a múltiples exorcismos, curas y rituales. Pero nada, no tenía remedio.
Mientras, en Europa, los ejércitos españoles iban de derrota en derrota ante las tropas de Luis XIV de Francia, el rey más poderoso de su tiempo. Poco pudo hacer el Hechizado por aponerse a las apetencias expansionistas del monarca Borbón.
Pero eso no era lo peor. En las cortes europeas se esperaba desde 1665 la inmediata muerte de Carlos II. Aún reinaría treinta y cinco años y en todo este tiempo se sucedieron los acuerdos de reparto de España entre Francia, el Emperador de Austria, Holanda e Inglaterra. ¡Pretendían repartirse los despojos del Imperio Español cuando el Hechizado muriese sin descendencia!
Carlos II debía decidir quién recibiría la corona de la Monarquía más extensa del mundo. Y claro está, las presiones se cernían sobre el desdichado rey que se volvía más loco de lo que estaba buscando a su sucesor: ¿Felipe de Anjou? ¿El archiduque Carlos de Austria? ¿José Fernando de Baviera?
Hasta tres testamentos hizo el monarca español. Cuando parecía que ya se había decantado por José Fernando de Baviera éste moría en 1699; entonces tuvo que decidir entre unir los destinos de España a los de Francia o a los de Austria y el Sacro Imperio. Finalmente, el 3 de octubre de 1700, ya el rey gravemente enfermo (ahora de muerte) entregó el último testamento con el acuerdo del Consejo de Estado. El heredero sería el nieto de su peor enemigo: Felipe de Anjou.
Luis XIV no admitió el testamento aunque beneficiaba a su nieto porque prefería repartirse España, así que invadió los Países Bajos españoles (Bélgica y Luxemburgo). Ante semejante demostración de poder, Austria, que había salido perdiendo en la herencia, Holanda e Inglaterra formaban una liga para enfrentarse a Francia-España, ahora unidas. La guerra estaba servida.
Para entonces, la muerte del soberano español había supuesto el punto y final de una dinastía con luces y sombras. Carlos II fue simplemente un despojo humano resultado de una equivocada política matrimonial iniciada con los Reyes Católicos y que había supuesto una endogamia enfermiza y la degeneración de la dinastía hasta su extinción el uno de noviembre de 1700.
Grabado que representa la muerte de Carlos II. El fin de una época. |
Tenía cara de besugo jajajaj
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