EL ODIO A LOS JUDIOS
En la madrugada del 9 al 10 de noviembre de
1938, hace ahora setenta y cinco años, las huestes nazis arrasaron
todo aquello que perteneciese a los judíos tanto en Alemania como en Austria. A
poco más de un año para que estallase la Segunda Guerra Mundial la persecución
de los judíos en Alemania había comenzado, pero ¿por qué los alemanes
manifestaron ese odio hacia lo semita?
A finales de la década de los veinte,
Alemania era la sociedad más culta, sofisticada y moderna de toda Europa. La economía
germana se había recuperado de forma milagrosa de las destrucciones y las consecuencias
de la Primera Guerra Mundial y había vuelto a ser una de las potencias
económicas del mundo.
Dentro de esa sociedad en progreso se encontraban
los judíos, una comunidad diferente pero perfectamente integrada en la sociedad
germana. Los judíos eran reputados industriales, médicos, científicos,
intelectuales, músicos, banqueros, ocupaban cargos en la administración y lo
que es más importante, muchos habían luchado en la Primera Guerra Mundial por
su patria, Alemania. Pero entonces, ¿qué ocurrió?
En realidad, estos lodos derivaron de los polvos
de la Gran Guerra: las humillaciones a las que los aliados (Francia, Gran
Bretaña y EE.UU.) sometieron a Alemania nunca se habían curado del todo pero
mientras la economía germana se había recuperado con la ayuda de sus propios
vencedores, todo parecía
olvidado. Sin embargo, el crack de 1929 sacudió de nuevo las bases de la
economía alemana y el paro y la inflación volvieron a dispararse.
En este contexto de crisis económica, alcanzó
gran popularidad un partido nacionalista (entre otros muchos calificativos), el Partido Nazionalsocialista,
liderado por Adolf Hitler. En realidad el partido nazi había sido hasta
entonces una formación marginal en Alemania caracterizada principalmente por su
violencia, su agresividad y sus medidas radicales. Pero en momentos de crisis,
su nacionalismo pangermanista tuvo una gran acogida. Es fácil de entender,
veréis:
El nacionalismo se caracteriza por la idea de que todo lo
propio es lo mejor, lo extranjero es lo peor y todo lo malo que ocurra es por
culpa de los otros. Los "otros" eran los países que además habían humillado a Alemania en
1918 y que tenían la culpa de la crisis económica que sacudía de nuevo Europa y
en especial a la sociedad germana.
Bajo esa premisa de “la culpa de mis
desgracias es del extranjero”, unida a la de “lo alemán (lo propio) es lo mejor
y lo más puro”, fácil es entender el odio de los nazis a los judíos, una
comunidad plenamente integrada en Alemania, pero no del todo asimilada porque
seguían conservando su religión y sus tradiciones. En definitiva, los judíos
eran tomados como extranjeros en su propia casa.
Si a todo esto unimos que la comunidad judía
estaba repartida por otros países de occidente: EE.UU., Francia, Rusia,
Polonia, que eran "los enemigos" de Alemania para los nazis, se podía pensar que los judíos
alemanes ayudarían a los judíos americanos, franceses o polacos contra la
propia Alemania. Pero a esto hay que añadir que los judíos eran grandes
prestamistas, banqueros e industriales, es decir, controlaban el dinero.
En definitiva: los judíos, que no eran del
todo alemanes, que podían ayudar a los Estados que habían humillado a Alemania
y que encima controlaban el dinero alemán eran un serio peligro para la
integridad de la propia sociedad germana. Esa es la causa del odio visceral de los
nazis hacia lo judío. Odio que enseguida inculcaran a la sociedad alemana.
Desde el nombramiento de Adolf Hitler como
canciller de la República de Alemania en 1933, se sucedieron iniciativas
legales para restar beneficios y derechos a los judíos. Famosas son las leyes
de Núremberg de 1935 para proteger la sangre alemana de la judía (prohibía los
matrimonios entre alemanes y judíos entre otras medidas).
Todo ello en el plano legislativo, pero en el
plano social, el acoso a los judíos era brutal: se marcaban los
establecimientos comerciales regentados por judíos para boicotearlos, se
promovía el odio a lo judío con carteles y pintadas, se les retiró el pasaporte
alemán y se les obligó a salir de la administración pública alemana.
Después, en agosto de 1938 se decretó la
expulsión de todos los judíos de origen polaco que viviesen en Alemania.
Polonia se negó a aceptar a quienes cruzasen la frontera después de octubre así
que en ese mes, Hitler ordenó la deportación de todos los judíos polacos que
fueron abandonados a su suerte en la frontera con Polonia. Quedaban en una
situación complicada porque no eran alemanes ni tampoco Polonia los admitía.
Entre esos 17.000 judíos se encontraba la
familia Grynzspan cuyo hijo mayor, Herschel, de diecisiete años, estaba
estudiando en París y se libró de la deportación. El joven no iba a permitir la
humillación que habían causado los nazis a su familia…
(Continuará)
*Cuando hablo de judíos y alemanes debo hacer
notar que los judíos también eran alemanes, el uso de los términos es
simplemente para simplificar la explicación.
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