Durante todo el año 2025, el gobierno de España ha organizado diversos actos para conmemorar el cincuenta aniversario de la muerte de Franco. Los eventos se enmarcan dentro del programa "España: 50 años en libertad" y se han intensificado en las últimas semanas, culminando el 20 de noviembre, fecha de la muerte del dictador. No se descarta, sin embargo, que se prolonguen en los meses siguientes. A propósito de estos acontecimientos, quería compartir algunas reflexiones.
Francisco Franco murió el 20 de noviembre de 1975, después de semanas de agonía, en la ciudad hospitalaria "La Paz", en Madrid. En aquel momento, el Estado franquista se encontraba sumido en una profunda crisis debido a numerosos factores, pero continuaba funcionando. El sistema represivo seguía siendo eficaz y los pilares del régimen estaban intactos: el ejército, la Iglesia, el partido único, etc. Los partidos, sindicatos y asociaciones de la oposición (el antifranquismo) no tenían la fuerza suficiente para propiciar la caída de la dictadura. No habían tenido esa capacidad nunca y en noviembre de 1975 todo seguía igual.
Por ello, no tiene ningún sentido celebrar la democracia en España en torno a la fecha de la muerte de un dictador que, sin embargo, murió en la cama y fue enterrado con honores en un mausoleo. Nunca temió ser derrocado ni expulsado de España. El antifranquismo nunca tuvo fuerza para amenazar la dictadura. No hubo una revolución democrática ni un alzamiento que terminase con el régimen, como sí ocurrió, por ejemplo, en Portugal con la Revolución de los Claveles en abril de 1974. En noviembre de 1975, la dictadura en España permanecía íntegra, aún después de la muerte del dictador. ¿Qué estamos conmemorando, entonces?
A pesar de todo lo dicho, en aquellos momentos, la crisis del régimen era profunda, entre otras razones, por el declive biológico y la desaparición del propio dictador. El franquismo era una dictadura personalista así que era difícil que sobreviviese a la muerte de Franco. Las tensiones internas dentro del franquismo habían aumentado también en los años anteriores: mayor movilización social, creciente oposición en algunos ámbitos (como la Universidad) y mayor actividad terrorista de grupos como ETA y GRAPO. La oposición se había comenzado a reorganizar tímidamente en torno a dos partidos, el PCE y el PSOE, que, no obstante, carecían de fuerza para desestabilizar la dictadura.
Por otro lado, cada vez más sectores reclamaban la apertura del régimen, su liberalización en mayor o menor grado. Los aperturistas (democristianos, conservadores y liberales tradicionales) estaban tomando posiciones para, llegado el momento, jugar sus cartas. Tan sólo los inmovilistas, "el Bunker", apostaban por el mantenimiento de la dictadura sin ningún cambio. Esto se antojaba imposible a todas luces porque la sociedad española de los años 70 era una sociedad moderna y abierta al exterior, más liberal en sus costumbres, en su estilo de vida y en sus principios y valores. Los españoles se habían modernizado y europeizado; querían democracia y la dictadura suponía un corsé de otro tiempo que había que eliminar.
Además, el contexto internacional era proclive al establecimiento de democracias, como había ocurrido en Portugal y en Grecia en 1974. España era la última dictadura de Europa Occidental. La Tercera Ola Democratizadora, que afectaría después a Latinoamérica y los países comunistas, sería imparable. La pérdida del Sáhara Occidental ante Marruecos después de la "Marcha Verde", unas semanas antes de la muerte de Franco, fue otro síntoma de la descomposición progresiva del régimen y la crisis económica derivada de la subida de los precios del petróleo desde 1973 añadía incertidumbre a una situación ya de por sí delicada.
Aún con todo esto, el 20 de noviembre de 1975, la dictadura de Franco seguía en pie y es probable que hubiese resistido un tiempo si el nuevo jefe de Estado, el rey Juan Carlos, lo hubiese deseado aún a riesgo de jugarse a la postre la corona y la cabeza. Y es que el ejército, baluarte de la dictadura, había sido leal a Franco hasta el final y lo era también al nuevo rey. La mayor parte de los militares recelaban de cualquier democratización. Por eso, creo que no hay nada que celebrar en el medio siglo de la muerte del dictador. Su muerte fue simplemente una ventana de oportunidad para iniciar la Transición a la democracia, el principio del fin de la dictadura, pero sólo el principio del fin. Nadie podía prever el futuro y las cosas en la Transición podían haber salido de otra manera. Muchos, en aquellos momentos de incertidumbre hace 50 años, temían una nueva guerra civil que sumiese a España en el caos y la anarquía.
Hay, sin duda, otras fechas que tienen un mayor simbolismo para celebrar la democracia. Pienso, por ejemplo, en las elecciones generales del 15 de junio de 1977, las primeras democráticas desde 1936; o la aprobación de la Constitución por el pueblo español en referéndum el 6 de diciembre de 1978. Aquella Constitución sí enterró definitivamente el franquismo y estableció una democracia parlamentaria homologable al resto de países de Europa Occidental. Y es que, de hecho, la Transición está llena de otros hitos que merecen ser recordados y celebrados: la legalización del Partido Comunista de España (PCE) el 9 de abril de 1977 (el "Sábado Santo rojo"), la firma de los Pactos de la Moncloa, símbolo del consenso entre los partidos, el 25 de octubre de 1977; el intento fallido de golpe de Estado el 23 de febrero de 1981 (23-F) o, incluso, el restablecimiento del gobierno autonómico de Cataluña el 29 de septiembre de 1977.
Cualquiera de estas fechas tiene mayor calado democrático que la muerte del dictador. Cabe preguntarnos, entonces, qué intereses políticos tiene el gobierno de España para conmemorar ésta y no otras fechas. Desde luego, aquello de "España: 50 en libertad" es una falacia, porque, hace medio siglo, España no gozaba de libertad. Empezaría a disfrutar de ella un tiempo después (¿desde 1977 o 1978?) como resultado de una difícil Transición, llena de peligros y tensiones, pero caracterizada por la férrea voluntad de unos y otros de construir una auténtica democracia. Quizá sea esto, y no los muerte del tirano, lo que merezca la pena ser recordado y celebrado.
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