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jueves, 22 de agosto de 2019

VASCO DE GAMA Y LAS GESTAS PORTUGUESAS


Puente Vasco de Gama, Lisboa

Con motivo de la Exposición Universal celebrada en Lisboa en 1998 fue construido un puente de dimeniones colosales que cruza el río Tajo. El nombre que el gobierno portugués dio a la estructura fue Vasco de Gama, un gran homenaje al marino y una gran metáfora de su hazaña. El puente, el más largo de Europa, conecta las dos orillas del estuario del Tajo, igual que el navegante portugués, quinientos años antes, conectó dos mundos: Europa y la India.

La gran época de la Historia de Portugal es la Era de los Descubrimientos. Ningún pueblo desde los antiguos fenicios y griegos, y quizá los vikingos en la Edad Media, se había echado al mar como hicieron los portugueses en el siglo XV. No podía ser otra que la pequeña nación portuguesa, aislada de Europa pero abierta al océano, la que iniciase una expanión ultramarina que la llevó a surcar todos los océanos y alcanzar todos los continentes.

Estamos cansados de escuchar una y otra vez la historia de las especias llegadas del Lejano Oriente a través de la Ruta de la Seda. Eran los árabes y los bizantinos quienes las tranportaban hasta El Cairo y Constantinopla y desde estos puertos, las especias eran llevadas por los italianos hasta Europa. Su rareza, imposibles de cultivar en Europa, y su valor, como condimento de los alimentos (sobre todo la carne en mal estado), bien merecían el arriesgado viaje desde las Molucas hasta el Viejo Continente. Y su precio desorbitado también se explica con ello, más aún cuando los turcos cortaron el cordón umbilical por el que se suministraban a Europa al conquistar Constantinopla en 1453.

Para entonces, ya un infante portugués había planteado la posibilidad de explorar las aguas de la Mar Océana que bañaban las costas de su país. Era don Enrique apodado "el Navegante" aunque, en realidad, sólo navegó una vez, a Ceuta en 1415. Cuando regresó a Lisboa convenció a los marinos portugueses de las posibilidades que ofrecían las tierras allende el océano y abrió el camino para la expansión ultramarina de Portugal. Pocos años después fueron conquistadas las Islas Azores, en medio del Atlántico; y más al sur, las Islas Madeira; y más al sur, las Islas Cabo Verde.

 Arriba: Monumento a los descubrimientos y puente del 25 de abril desde la Torre de Belem; Abajo: Estatua de Enrique "el Navegante" que parece arrojar una pequeña carabela a las aguas del Tajo.

¿Y llegar a Asia navegando alrededor de África? Nadie sabía dónde terminaba el inhóspito continente africano, impenetrable y desconocido por sus desiertos y sus selvas. Pero en algún sitio debería terminar y allí se abriría otro oceáno que conduciría seguro a la India y a las especias. Esa idea estaba en la cabeza de don Enrique cuando fundó la Escuela de Navegante de Sagres. Durante décadas, los marinos portugueses, amparados por la Corona, exploraron las costas africanas fundado factorías y trazando cartas - mapas - donde representaban las líneas del continente. Cuando los negros africanos se mostraban amigables, los portugueses intercambiaban baratijas por oro y por esclavos. Si se motraban hostiles era mejor seguir navegando.

Tuvieron que vencer muchos miedos. Nadie ponía en duda entonces que la tierra era redonda pero ¿qué había en las aguas del Mar Tenebroso? Las leyendas hablaban de monstruos que devoraban a los marinos y en la línea ecuatorial se decía que las aguas hervían por el calor y cocían a los navegantes sin remedio. ¡Cuántos marinos murieron en aquellas expediciones! ¡Cuántas naves fueron barridas por las tempestades! ¡Cuántas frustraciones tuvieron que vencer! ¡Había momentos en los que parecía que África no terminaba nunca!

En 1488, por fin, una expedición capitaneada por el navegante Bartolomé Días alcanzó el Cabo de Buena Esperanza, el extremo más austral del continente africano. No podemos imaginar hoy la alegría de los marineros cuando vieron en las brújulas que navegaban rumbo al norte. Bartolomé Días quiso continuar hasta alcanzar la India pero sus marineros, exhautos y prudentes, le obligaron a volver a Portugal y anunciar la buena nueva: el fin de África había sido encontrado, el camino a la India estaba abierto.

No es difícil comprender por qué el rey Manuel I "el Afortunado" rechazó la propuesta de Colón de alcanzar la India navegando hacia el Oeste. ¿Para qué desperdiciar fuerzas en una empresa de resultados inciertos si el camino por África es seguro? Tampoco es difícil comprender el alarmismo de los portugueses cuando en 1493 Colón regresó a Europa afirmando que había llegado, en efecto, a la India por el oeste.

Manuel I se apresuró a preparar una nueva expedición, esta vez capitaneada por el marino Vasco de Gama, para llegar, por fin, a la India navegando alrededor de África. Vasco de Gama partió de Lisboa en 1498 y llegó a la India meses depués. El marino tuvo el honor de culminar la ruta abierta por Bartolomé Días y, a su regreso, fue recibido como un auténtico héroe. Hoy sus restos descansan en Lisboa, en el Monasterio de los Jerónimos, donde son visitados por miles de turistas anualmente.

 Túmulo funerario de Vasco de Gama en el Monasterio de los Jerónimos (Lisboa). Reconstrucción del navegante portugués que alcanzó la India.

El rey exultante nombró a Francisco de Almeida primer virrey de la India portuguesa y, posteriormente, fue el gobernador Alfonso de Alburquerque quien impulsó la expansión territorial portuguesa en Asia. La ruta marítima a través del Atlántico y del Índico, cada vez mejor conocida, cada vez más segura, se convirtió en una auténtica autopista de navíos portugueses que traían a Europa productos como seda, papel, cerámica, cueros y especias ¡sobre todo especias! Lisboa se convirtió en una ciudad cosmopolita, la puerta de entrada a Europa de África y Asia.

Manuel I "el Afortunado" se convirtió en el monarca más rico del Viejo Continente gracias al comercio de especias. Con los impuestos recaudados por los portugueses en las colonias indias y africanas, ordenó construir el Monasterio de los Jerónimos, un soberbio edificio dedicado a la exaltación de las glorias lusas. La archiconocida Torre de Belém, en el estuario del Tajo, protegía el puerto de Lisboa y servía también para recaudar los impuestos que los marinos pagaban por desembarcar los exóticos productos que traían de Oriente. A Lisboa acudían también flamencos, ingleses y alemanes para comprar especias. La capital se convirtió en una ciudad abierta al mundo.

Tal era la riqueza del rey Manuel que acostumbraba enviar animales exóticos como presentes al Papa León X. En 1514, un enorme elefante blanco capturado en África fue embarcado rumbo a Roma aunque la nave naufragó en el Mediterráneo y el regalo se perdió. En otra ocasión desembarcó en Lisboa un rinoceronte que fue enviado a Manuel I como regalo del sultán de Cambaia (en la India). Manuel I mostraba a las embajadas extranjeras una fabulosa colección de animales rarísimos que mantenía en su palacio de Lisboa: elefantes, gacelas, jirafas, macacos y, por supuesto, el rinoceronte. La impresión que causó el rinoceronte en Portugal fue tan grande que incluso está representado en la Torre de Belém, en la entrada a Lisboa desde el mar. Tamaña gloria la que difrutaban los portugueses.

Hoy, el monumento a los descubrimientos, junto a la Torre de Belém y el Monasterio de los Jerónimos recuerdan las gestas de aquella época. También la obra de Luis de Camoes, enterrado frente a Vasco de Gama en los Jerónimos. La primera expansión ultramarina moderna, el primer imperio colonial, ambos fueron portugueses. También la Exposición Universal de 1998 se hizo en su honor. De hecho, el primer automóvil que cruzó el puente de Vasco de Gama lo hizo exactamente medio milenio después de que éste llegase a la India.

  1) Esfera armilar, símbolo de la navegación, en la bóveda de la Torre de Belem; 2) Mapa del Atlántico occidental con las islas conquistadas por los portugueses (Azores, Madeira y Cabo Verde); 3) Representación de una nao portuguesa; 4) Detalle de la cabeza de rinoceronte en piedra que puede verse en la Torre de Belem.

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