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martes, 6 de agosto de 2019

EL IRREDUCTIBLE BENEDICTO XIII

 Vistas de la ciudad de Peñíscola en la actualidad

Si hay un nombre propio en la historia de Peñíscola es el de Pedro Martínez de Luna, también conocido como Benedicto XIII. En el imaginario popular su figura ha quedado sellada con el nombre de Papa Luna. Peñíscola no se entiende sin él. Se encuentra en la castillo templario, en las calles, en sus monumentos. Incluso hay hoteles y restaurantes con su nombre. Preñíscola fue la ciudad que le dio cobijo hasta su muerte.

Para entender su historia es preciso retroceder hasta la segunda mitad del siglo XIV, una época de grave crisis en la Iglesia Católica donde la moral se debilitaba con fuerza y la autoridad papal atravesaba momentos críticos frente al poder de las monarquías europeas. La supuesta autoridad universal del Papa sobre cualquier cristiano, incluidos monarcas, no se sostenía y el recurso a la excomunión había perdido su efecto por usarse con tanta frecuencia.

En 1309, el rey Felipe IV de Francia obligó al papa Bonifacio VIII a trasladar la sede pontificia desde Roma a Aviñón. Aquí estuvo hasta 1377 bajo la "protección" y vigilancia de la Monarquía francesa. Esta debilidad política del Papado se sumaba a la corrupción moral de cardenales y obispos. El nepotismo era habitual. Los sucesivos pontífices se habituaron a colocar a sus hijos biológicos (!) y demás parentela en los puestos clave de la Iglesia lo que fomentaba la formación de redes clientelares. 

Por otro lado, la riqueza de la Iglesia alarmaba a no pocos. Los franciscanos, por ejemplo,  defendían que la pobreza de Cristo debía ser ejemplo para la Iglesia. Nadie les hizo caso. Y por si fuera poco, entre los cardernales surgió una corriente que defendía la supremacía de los Concilios sobre la autoridad del Papa. En otras palabras, el Conciliarismo apostaba por reducir el poder del pontífice beneficiando a las reuniones de obispos y cardenales.

En medio de todo este berenjenal, el papa Gregorio XI regresó de Aviñón a Roma en 1377 ante la amenaza que suponía la desprotección de los Estados Papales. Cuando falleció estalló un conflicto entre los cardenales franceses e italianos puesto que ambos querían un compatriotra suyo en la Silla de San Pedro. Aquí la historia se enturbia volviéndose tan confusa que es difícil entenderla.

En abril de 1378, los cardenales italianos eligieron a Urbano VI como Papa. En septiembre de ese mismo año, los franceses eligieron a Clemente VII, con sede en Aviñón. La Iglesia Occidental se había dividido: las órdenes religiosas dividieron su obediencia y los reinos hicieron lo mismo: Francia, Castilla y Escocia fueron aviñonistas mientras que Inglaterra, Polonia, Hungría y Flandes se mantuvieron fieles al Papa de Roma. Portugal cambió varias veces de obediencia y lo mimo sucedió con Aragón.

El caso es que se planteaban varias vías de solución al conflicto. La primera era que ambos papas renunciasen y se eligiese a uno nuevo y único. La segunda alternativa era conseguir la renuncia de uno de los papas y la obediencia plena al otro. Hay que tener en cuenta que ese conflicto se enmarca en un contexto internacional de crisis y una guerra general europea entre Francia e Inglaterra, la Guerra de los Cien Años.

En 1394 murió el Papa de Aviñón y se reunió un nuevo conclave que eligió al cardenal Pedro Martínez de Luna. Por entonces, el aragonés era ya una figura relevante en la Iglesia Católica. Hombre culto, formado en el arte de la guerra y en leyes, había participado en los vaivenes de la Iglesia desde el inicio del cisma. Tomó el nombre de Benedicto XIII. Tras su elección, Francia cambió su obediencia al Papa de Roma y Benedicto XIII se trasladó a Aragón con la protección de la Monarquía Aragonesa.

 i) Escultura en bronce del Papa Luna, obra de Sergio Blanco; ii) escritorio del Papa Luna; iii) escalera al mar construida por el Papa Luna en sólo una noche; iv) vistas de la playa norte desde el Castillo.

Benedicto XIII convirtió el viejo castillo templario de Peñíscola en sede papal reorganizando sus estancias y fortaleciendo sus defensas. La leyenda cuenta que en sólo una noche, obró el milagro de construir unas escaleras que descienden hasta el mar desde la fortaleza. A pesar de los intentos de deponer al Papa de Peñíscola, Benedicto XIII se negó una y otra vez a abdicar. Hubo incluso intentos de asesinarlo envenenándolo aunque sus conocimientos de alquimia y botánica le salvaron la vida.

En 1407, el Papa de Roma Gregorio XII se comprometió a abdicar si el Papa Luna hacía lo mismo, pero Pedro de Luna se mantuvo en sus trece. De hecho, esa expresión - "mantenerse en sus trece" - deriva de la actitud de Benedicto XIII. La posición irreductible del pontífice peñíscolano se convirtió en mito, reafirmando siempre la legitimidad del cónclave que lo había elegido como sucesor de San Pedro. Para Roma, sin embargo, fue siempre un traidor, un antipapa.

En 1409 se convocó un concilio ecuménico en Pisa donde se declaró a los dos papas "cismáticos notorios y causantes de división". Como ambos, Gregorio XII y Benedicto XIII se negaron a comparecer, se les depuso y se procedió a la elección de un nuevo Papa, Alejandro V. Como éramos pocos... A Alejandro V le sucedió el primer Juan XXIII (el primero) que intentó convocar otro concilio con poco éxito. Los Estados italianos seguían apoyando a Gregorio XII con sede en Roma y lo reinos de la Península Ibérica apoyaban al Papa Luna, refugiado en Peñíscola.

Finalmente, en el Concilio de Constanza de 1414 se puso fin al cisma. Juan XXIII y Gregorio XII abdicaron y Benedicto XIII fue depuesto en 1417. Se eligió único papa a Martín V. Pero el Papa Luna siguió refugiado en Peñíscola el resto de su vida, proclamándose legítimo papa de la Iglesia Católica. Sólo con su muerte, en 1423, se pudo dar por concluido el conflicto cismático. En el castillo de Peñíscola, sin embargo, se reunió un cónclave de obispos procedentes de la Península Ibérica, para elegir un nuevo papa: Clemente VIII. El nuevo papa de Peñíscola acabaría abdicando, empero, en 1429.

 Vistas de Peñíscola

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