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viernes, 15 de marzo de 2013

EL PAPA QUE VIENE DEL FIN DEL MUNDO

Hasta hace unas semanas, vivía en un pequeño apartamento de Buenos Aires, se desplazaba por la ciudad en autobús y se hacía su comida a diario. Ahora, acude a rezar en minibús, como el resto de los cardenales, se paga su comida en la residencia de Santa Marta y sigue viviendo en un pequeño apartamento, como el resto de los cardenales. Nada ha cambiado. ¿O sí?

El miércoles 13 de marzo de 2013, el cónclave reunido en la Capilla Sixtina del Vaticano elegía en la quinta votación del Cóclave al Arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio como sucesor de San Pedro. El argentino ha hecho Historia porque es el primer papa americano de todos los tiempos; es el primer jesuíta que ha llegado a dirigir la Iglesia y es el sucesor de un papa que no ha muerto.

Jorge Mario Bergoglio aceptó la elección y se puso el nombre de Francisco. Pero Francisco a secas porque, según se apresuró a informar el Vaticano, no había por qué llamarle Francisco I al no haber ningún Francisco anterior ni posterior. Sólo se llamará Francisco I cuando haya un Francisco II, por supuesto.

El caso es que el nombre es toda una declaración de intenciones. Desde hace siglos, es tradición que los papas adopten un nombre diferente al propio. La tradición la inició Juan II (533-535) porque se llamaba Mercurio y como bien se sabe, era un Dios pagano de Roma. No era apropiado llamarse así. Desde entonces, casi todos los papas se han cambiado el nombre al asumir el pontificado. Y es que el nombre dice mucho de la persona.

Bergoglio ha hecho un homenaje a los pobres, adoptando el nombre de su patrón San Francisco de Asís. De paso a consagrado su humildad y la preocupación por los desfavorecidos. Y, de paso también, ha hecho un guiño a uno de los fundadores de la Compañía de Jesús, San Francisco Javier (ya hemos dicho que Bergoglio es jesuíta).

Pero más allá del nombre, al papa Francisco se le presenta una labor enorme: debe regenerar la Iglesia como institución, limpiar los escándalos que la han ensuciado y despresitigiado en los últimos tiempos y mantener el timón firme para seguir el camino marcado por su predecesor.

En un mundo lleno a rebosar de sinvergüenzas y caraduras, la Iglesia Católica ha elegido a un humilde arzobispo como guía de la Cristiandad (Católica, para que nadie se enfade). Muchos le reprochan que no hiciese nada durante la Dictadura de los Militares en Argentina, pero a mi me gustaría destacar su humildad y sus intenciones (al menos aparentes) de limpiar la Iglesia.

Como él mismo dijo desde el balcón de las bendiciones de la Basílica de San Pedro del Vaticano, parece que los cardenales han ido a buscar al nuevo obispo de Roma al fin del Mundo. Al menos, que traiga aire fresco a la Vieja Europa.

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