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lunes, 11 de diciembre de 2023

ESPÍRITU DE NAVIDAD



Entramos en una construcción destartalada. Algunos cristales están rotos; las verjas de las ventanas, oxidadas; los muros exteriores, desconchados. Se respira un aire decadente, como en todo este barrio de Copenhague al que llaman Christiania. Esta zona es, sin embargo, una de las principales atracciones turísticas de la ciudad. En teoría, es una "ciudad libre" y aquí no se aplican las leyes danesas ni de la Unión Europea. Cada uno hace lo que quiere y como quiere. La droga campa a sus anchas... la delincuencia no, que son daneses.

Un cartel nos anuncia a lo que está dedicado el edificio decrépito: "Mercadillo Navideño". ¡Qué típico para las fechas en las que nos encontramos! Los grafitis que adornan los muros interiores del caserón me llaman la atención. Igual que las escaleras metálicas. El ambiente es extraño. Nos mezclamos dentro gentes de todo tipo: turistas, vendedores, 'artistas'... En el segundo piso está el mercadillo en cuestión. La sala está adecentada, con suelo y paredes de madera. Se venden postales, cuadros, gorros, bufandas y adornos, todo artesanal.

En una de las mesas, una mujer de unos sesenta años vende adornos navideños que elabora en su tiempo libre. Creo que está jubilada así que debe de tener mucho. Son todo conjeturas mías. Mata los ratos haciendo estas manualidades y luego vendiéndolas en el mercadillo de Christiania. Su aspecto es descuidado, con pantalones anchos y blusa de colores. Muy hippie todo. Lo que, desde luego, no son hippies son sus gafas Ray-Ban, su reloj Rólex y el iPhone que tiene sobre la mesa, junto a los adornillos en venta. 

El lugar está decorado convenientemente con los tiempos que corren. Hay banderas palestinas por doquier, símbolos de la paz aquí y allí, pintadas en favor de la legalización de la droga y mensajes feministas. Todo contradictorio, pero acorde a lo que hoy es políticamente correcto en el Viejo Continente. Entiendo que la mujer comulga con todo esto. Eso sí, vigila con celo su iPhone, luce su Rólex y cobra cada adornito navideño a precio de oro. Su conciencia debe de quedar tranquila después de pasar las tardes en Christiania, por la noche supongo que volverá a su confortable casa en su barrio de siempre, lejos de estas cuatro paredes sucias.

Christiania no deja indiferente a nadie. Salimos del mercadillo y caminamos un poco más. Hay una excursión de turistas alemanes que hacen fotos a todo. No hacen caso a las señales que prohíben tomar instantáneas. Se cruzan con hombres ocultos con gorros y pasamontañas negros. Cada uno va a lo suyo aquí. En la calle principal se vende droga sin impedimento ninguno. Los camellos montan sus chiringuitos como si fuese otro mercadillo navideño. De hecho, hay otro mercadillo navideño más allá, en una nave abandonada. Todo es tan caro aquí que no compro nada, a pesar de las causas justas que se publicitan aquí y allá. Prefiero vivir con el remordimiento.

Cuando abandonamos Christiania leemos en un gran letrero: "Está entrando en la Unión Europea". ¡Resulta que por unos minutos estuvimos fuera de la UE y no nos habíamos enterado! Caminamos de nuevo al centro de la Copenhague. Hace frío, mucho frío. El ambiente húmedo cala hasta los huesos. Pero las calles están atestadas. La gente va y viene de aquí y de allá con montones de bolsas. La ciudad está engalanada desde hace semanas, hay lucecitas multicolores por todos lados y en las calles se mezcla el olor a vino, a chocolate y a hamburguesas y perritos. Todos muy calientes, eso sí, para combatir al frío. Probar el vino caliente es curioso para alguien que viene del sur. Tívoli, el parque de atracciones más antiguo de Europa también está exuberantemente decorado para la Navidad. 

Son las siete de la tarde y es de noche desde hace cinco horas. Entramos en un restaurante con la intención de cenar (aunque para nosotros casi sea la merienda). El local también está decorado con temas navideños. En un cartelito de madera que sujeta un Papá Noel sonriente leo "15 days 'till Christmas". Es una cuenta atrás, cada día cambian el número. Quedan quince días para Navidad, pero todo está inundado ya de espíritu navideño. ¡Hasta hay una cerveza con sabor a Navidad! Me dijeron que le echan especias navideñas... ¿A qué sabe la Navidad?

Pero todo esto no es una Navidad real. No es la Navidad. Es una Navidad pagana, como en el resto de Europa. Es una Navidad de papanoeles, elfos, duendecillos, renos, farolillos, luces, gofres, acebo y guirnaldas. Por ningún lado veo al Niño Jesús ni a la Virgen María ni nada relacionado con la religión. Todo está impregnado de espíritu navideño, pero es un espíritu navideño vacío, insípido, carente de su esencia original. Las tradiciones locales desaparecen arrolladas por una nueva tradición foránea fruto de la globalización y por un desbocado consumismo que invita a gastar, gastar y gastar. 

Avanzo por la principal arteria comercial de Copenhague, Strøget. Es la calle de tiendas más larga de Europa. Aquí uno puede entrar en Zara, Gucci o en H&M, puede visitar el Museo del Libro Guinness de los Récords y una enorme tienda de LEGO. Puede comprar casi cualquier cosa. Pero la calle carece por completo de personalidad. Es Copenhague, pero podría ser Madrid, París, Milán o cualquier otra capital europea. Da igual: los establecimientos son iguales, los productos son iguales, el ambiente es igual. Ahora, en diciembre, todo está bien decorado con motivos navideños. Igual que en Londres, en París o en Ámsterdam. Lo importante es comprar y comprar. Y es que todo, al final, está consagrado al nuevo dios al que adoramos. Un dios que no tiene nada que ver con la religión ni con la Navidad. Es la sociedad de consumo, que lo devora todo. 


Vista del interior del Parque Tivoli, en el centro de Copenhague


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