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martes, 10 de octubre de 2023

UNA PAZ IMPOSIBLE



"El enemigo quería una guerra. Tendrá una guerra."

Benjamín Netanyahu, octubre de 2023


Lo que ocurrió el sábado 7 de octubre de 2023 fue, simple y llanamente, un acto terrorista. Hamás, un grupo fundamentalista islámico, considerado terrorista por EE.UU., Israel y la Unión Europea, atacó a civiles en el sur y el centro de Israel. El terrorismo puede definirse como un acto violento cometido contra la población civil para lograr un objetivo político creando un clima de terror que fuerce cambios en el orden establecido. Es precisamente lo que buscaba Hamás con el asesinato de centenares de civiles israelíes: alterar el frágil equilibro en el que se mantiene en paz Oriente Próximo.

Hamás gobierna desde el año 2007 la Franja de Gaza, donde sobreviven hacinados más de dos millones de personas. Desde su fundación en los años 80, su objetivo declarado ha sido la destrucción del Estado de Israel a través de la Yihad (guerra santa islámica). Con el apoyo de Irán, Catar y de otros grupos terroristas islamistas (como Hezbolá en el sur del Líbano), ha atacado frecuentemente Israel lanzando cohetes desde la Franja que rara vez alcanzan sus objetivos. Sin embargo, nunca hasta ahora habían llevado a cabo una incursión en territorio hebreo de las dimensiones de las del pasado sábado.

Los líderes de Hamás conocen perfectamente la superioridad armamentística del Estado israelí. Sabían que el ataque era una acto suicida porque las represalias del ejército de Israel serían terribles para la población gazatí. Y, sin embargo, esto no los detuvo. Cometieron el ataque aprovechando fallas (difíciles de entender) en los servicios de inteligencia de Israel. ¿Por qué? Podemos enumerar varios propósitos que ha logrado Hamás a corto plazo.

En primer lugar, ha conseguido que la opinión pública mundial vuelva sus ojos hacia Palestina otra vez. El conflicto palestino había sido eclipsado por otros desde hacía algún tiempo. A la vez, ha paralizado los contactos entre Israel y Arabia Saudí (amparados por EE.UU.) que iban a culminar en el reconocimiento de Israel por parte del reino saudí. Tercero, ha sacado los colores a los gobiernos de otros países árabes, como Marruecos y Sudán, que han reconocido, recientemente, al Estado de Israel. Y, en último lugar, esperan que la opinión pública de los países árabes apoye la causa palestina en las calles una vez más cuando las imágenes de la destrucción provocada por el ejército israelí en Gaza den la vuelta al mundo.

Hamás ha logrado estos objetivos en un momento en el que su gobierno en la Franja de Gaza empezaba a despertar oposición interna (un gobierno brutal y sanguinario, por otra parte). Es probable que salga reforzado tras esto. Al mismo tiempo, el ataque se ha producido cuando Israel se encontraba en una crisis interna grave, con problemas políticos en el gobierno de Netanyahu y los partidos de extrema derecha; y una fractura social nunca antes vista en el Estado hebreo. Es esperable, no obstante, que la respuesta al ataque refuerce la cohesión interna de Israel, tanto a nivel político como social.

¿Qué utilidad tiene este ataque para la resistencia histórica palestina? Ninguna. Y Hamás lo sabe. Israel ha salido victorioso de las seis guerras árabe - israelíes (1948-1949, 1956, 1967, 1973, 1982, 2006). Su superioridad militar (con asistencia occidental, sobre todo de EE.UU.) es apabullante. Pero también lo es otra realidad: Israel no ha conseguido nunca eliminar la resistencia del pueblo palestino. Por terrible y despiadada que sea la respuesta del gobierno de Tel Aviv, Hamás, como organización, va a sobrevivir. El terrible coste del acto terrorista del sábado lo pagarán los dos millones de palestinos que viven en la Franja de Gaza. La mitad tiene menos de catorce años. Y, luego, todo seguirá igual. 

Después de la humillación sufrida, Israel se defenderá con una contundencia que quizá nunca antes hayamos visto. Será la respuesta a las centenares de víctimas inocentes israelíes y de otras nacionalistas que los terroristas causaron el sábado. Pero el gobierno israelí y los altos mandos de su ejército saben que destruir Gaza no significa acabar con Hamás ni con la resistencia palestina. Es más, un castigo demasiado atroz sobre Gaza puede poner a la opinión pública mundial (ahora a favor de Israel por los ataques sufridos) en su contra en pocas semanas. El ejército hebreo, por otra parte, no tiene capacidad para afrontar un conflicto armado de larga duración (por recursos y población). Es posible que la respuesta sea dura y contundente, pero corta en el tiempo.

El primer ministro Netanyahu dijo que "lo que haremos en los próximos días (en Gaza) será recordado durante generaciones". El ministro de Defensa, Yoav Gallant, afirmó que "estamos avanzando hacia una ofensiva total.(...) Gaza nunca volverá a ser lo que era". Es poco probable, a pesar de estas declaraciones, que los soldados israelíes entren en Gaza pues sería una ratonera para ellos. Israel sí está impidiendo la evacuación de los gazatíes, confinados en la estrecha Franja sin electricidad, comida, ni agua. Dos millones de vidas en riesgo. Esto es considerado un crimen contra la humanidad en cualquier lugar del mundo. Pero Israel está acostumbrado a no recibir condenas internacionales por sus acciones. Ni EE.UU. ni la Unión Europea van a condenar nada que ordene Tel Aviv. Imaginemos entonces el resultado de cualquier operación militar hebrea. 

Sobre el papel puede haber muchas soluciones, expuestas por iluminados de aquí y de allá. Desde Europa y desde América podemos hacer llamamientos a la paz y al entendimiento entre unos y otros. Podremos condenar el salvajismo y la crueldad de unos y otros pues ambos bandos cometen con frecuencia crímenes de guerra. Pero no podremos cambiar nunca la cruda realidad que tenemos ante nosotros. La realidad de que ninguna solución se atisba a corto plazo para este conflicto. La realidad de que, después de setenta y cinco años de enfrentamientos, la paz en Palestina sigue siendo hoy imposible.









*Palestina es el nombre histórico de la región geográfica limitada por el Mar Mediterráneo al oeste y el río Jordán y el mar Muerto al este. Se ha empleado este término desde época romana. Hoy, esta región se encuentra dividida entre el Estado de Israel y los territorios del Estado palestino de Gaza y Cisjordania. Gran parte de ellos están ocupados por Israel. 

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