Parafraseando al historiador Florentino Zamora Lucas, en un artículo publicado en la revista Celtibera en 1971, "de las seis grandes Medinas que hay en España, ninguna de ellas puede igualar en venerable antigüedad, ni en historia, ni en altura de su planicie como" Medinaceli. Una localidad que sorprende por todo ello a pesar de que su población no alcanza los ochocientos habitantes. Cuando uno pasea por sus calles, callejones y plazas se da cuenta del carárcter noble de la localidad. Uno respira allí una historia bimilenaria llena de instantes, de retales que se entrecruzan con el pasado de nuestra sociedad.
Arco romano de Medinaceli (s. I d.C.).
Dicen que el cerro donde se ubica, a medio camino entre la Meseta norte y la Alcarria, entre la cuenca del Duero y la del Ebro, entre el Sistema Central y el Ibérico, estuvo habitado desde antiguo. El imponente arco de dimensiones monumentales nos muestra la importancia para los antiguos romanos de aquel lugar al que llamaban Occilis. Destaca el cuerpo central decorado con dos templetes de frontón triangular. El monumento, con triple arcada, era lo suficientemente grande como para verse desde abajo y esto aún puede comprobarse hoy. Data del siglo I de nuestra era.
El arco romano es el principal rastro de la presencia de esta civilización por Medinaceli, pero no el único. Hace algunos años se descubrieron unos valiosos mosaicos del siglo IV bajo el suelo de la plaza mayor, en el centro de la localidad.
El cerro de Medinaceli debió de cautivar también a los árabes que invadieron la vieja Hispania en el 711. Pocos años después de la batalla de Guadalete, una guarnición militar musulmana se estableció allí, junto al arco romano. La importancia de la ciudad en época emiral y califal no fue menor como atestiguan los restos de la muralla árabe. Además, Medinaceli fue durante un corto periodo de tiempo capital de la Marca Media, una de las tres divisiones administrativas fronterizas de Al-Ándalus. La Marca Superior tuvo su capital en Zaragoza, la Inferior en Mérida y la Media, primero en Medinaceli y, después, en Toledo.
El propio Almazor, el caudillo cordobés de vida legendaria que atemorizó durante décadas a los cristianos del norte amó, según dicen las fuentes, Medinaceli. Después de una de sus periódicas razzias contra los reinos del norte peninsular, fue derrotado por los castellanos en la batalla de Calatañazor. Malherido, huyó a Al-Ándalus, muriendo el 9 de agosto del año 1002 en Medinaceli. Uno de los cronistas de la época dejó escrito "Luego, le dimos sepultura en la misma Medinaceli". Quizá su cuerpo aún descanse en algún lugar de la villa. O quizá fue trasladado a Córdoba. Quién sabe.
Medinaceli fue tierra de frontera durante siglos. Moros y cristianos lucharon allí cambiando de manos las murallas de la villa varias veces. El monarca aragonés Alfonso I "el batallador" la recuperó definitivamente para los cristianos en el año 1123. Alfonso I era aragonés, casado con la reina castellana Urraca, pero metió sus narices por las tierras que hoy son la provincia de Soria reconquistando la propia capital soriana en el 1119 y, después, Almazán, Gormaz y Medinaceli.
Arriba: plaza mayor de Medinaceli con la alhóndiga (hoy ayuntamiento); Abajo: palacio ducal de la villa.
Enrique II de Trastámara convirtió las tierras de Medinaceli en condado allá por 1368. Ya saben, era una de esas "mercedes" entregadas por el nuevo rey a la nobleza de servicio que le había ayudado a ganar la guerra contra su hermanastro Pedro I "el Cruel". Medinaceli fue entregada a la familia de la Cerda, uno de los linajes más poderosos de Castilla.
A finales del siglo XV (en 1479), serían los Reyes Católicos quienes convertirían el condado de Medinaceli en un poderoso ducado. Era la gratitud de Isabel y Fernando al V conde de Medinaceli, Luis de la Cerda, por haber ayudado al rey aragonés a moverse en secreto por Castilla para casarse con la entonces princesa de Asturias. El linaje cambió a finales del siglo XVII, pasando a la familia Fernández de Córdoba y a finales del siglo XX pasó a los Hohenlohe quienes hoy en día ostentan el título de Duque de Medinaceli.
El caso es que el ducado de Medinaceli dominó no sólo la villa sino un extensísimo territorio que hoy se encuentra dividido entre las provincias de Soria y Guadalajara. En todo caso, la mayor parte de las propiedades del ducado se encontraban en el sur de la Península, en el valle del Guadalquivir. Los sucesivos duques de Medinaceli obtuvieron numerosas tierras tras contribuir a su reconquista en los siglo XIII y XIV.
Arriba: 1) retablo mayor de la colegiata (s. XVII); 2) coro y órgano de la colegiata; Abajo: torre campanario de la colegiata de Santa María de la Asunción.
El rastro del pasado noble de Medinaceli es patente e todas las calles de la ciudad. La mayor parte de los edificios aún lucen con orgullo el blasón de la casa ducal y en la plaza mayor uno puede contemplar maravillado el palacio ducal. Construido en el siglo XVI, de planta rectangular, la edificación es típicamente renacentista, sobria, simétrica. Las dos torres laterales se alzan sobre los demás edificios.
En la plaza mayor, uno puede contemplar también la alhóndiga, quizá el edificio más antiguo de toda la plaza. En su interior se realizaban intercambios comerciales, actividades de compraventa y de almacenaje del cereal. En el piso superior se reunía el concejo de la villa pero también fue palacio de justicia e incluso cárcel.
Sobre los tejados de la alhóndiga se alza la majestuosa torre campanario de la Colegiata de Santa María de la Asunción. Medinaceli no es sólo rica en casas solariegas y notables sino también en edificios religiosos. El principal es este templo construido a comienzos del siglo XVI siguiendo el estilo gótico tardío de la época. Su estado de conservación no corresponde, sin embargo, con su importancia.
Por cierto, en su interior se guardan numerosos pasos procesionales de Semana Santa y dos tallas muy significativas: el Cristo de Medinaceli (siglo XVI) y el Jesus Nazareno (s. XX). Además, varios retablos de los siglos XVI al XVIII, el coro y el órgano merecen la pena contemplarse.
A la colegiata de la Asunción podemos sumar el convento de Santa Isabel, con una cuidada iglesia que uno no espera encontrar allí; y la ermita del Beato Julián de San Agustín. Por cierto, algunos pasajes de la vida de este ilustre ocelitiano fueron retratados por Murillo. En Medinaceli hay o hubo en su día más coventos como el de San Francisco o el Beaterio de San Román aunque no hablo de ellos para no aburrir al personal. Y otro apunte, Medinaceli perteneció hasta mediados del siglo XX a la diócesis de Sigüenza y no a la de Osma como el resto de la provincia de Soria.
Rincones de Medinaceli
Muchos consideran equivocadamente que el nombre de Medinaceli deriva etimológicamente de la unión de dos palabras, una árabe - Medina - y otra latina - coeli -. Hoy se sabe que no es cierto, que su nombre es completamente árabe. Sin embargo, su emplazamiento geográfico, en lo alto de un cerro, a más de 1200 metros de altitud, y el viento constante que sopla allí (y que destrozó el paraguas del que esto firma) sí permiten calificarla como "la ciudad del cielo".
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