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martes, 1 de enero de 2019

LA TOMA DE GRANADA, 2 DE ENERO DE 1492



 "La rendición de Granada" (Pradilla, s. XIX)


A finales de 1491 el destino del Reino Nazarí de Granada estaba escrito. Hacía casi una década que los reyes de Castilla, Isabel y Fernando, habían iniciado las campañas de conquista del último reducto musulmán de la Península Ibérica. La guerra había sido larga y costosa, empleando Castilla todos los recursos a su alcance.

Corría febrero de 1482 cuando las disputas fronterizas permanentes entre castellanos y nazaríes llevaron a estos últimos a la toma de la ciudad cristiana de Zahara. En respuesta, los nobles andaluces, liderados por el marqués de Cádiz y el duque de Medina Sidonia, conquistaron Alhama, en el corazón del reino nazarí. Apresuradamente, Isabel de Castilla se desplazó al sur para ponerse al frente de las operaciones junto a su esposo Fernando. Habían visto ambos en aquellos sucesos una excelente oportunidad para reforzar su autoridad y mantener ocupada a la belicosa nobleza castellana.

La guerra fue dura y prolongada. Los reyes de Castilla aprovecharon las disputas familiares que requebrajaban el trono de Granada. En 1482 hasta tres pretendientes al trono rivalizaron por el poder: Muley Hacén - el legítimo sultán -, su hermano el Zagal y su hijo Boabdil - heredero al trono -. A ello se sumaron las perennes disputas entre los distintos clanes granadinos: abencerrajes y zegríes. La defensa del reino se antojó pues muy complicada para la dinastía nazarí.

Aunque tuvo episodios cruentos, como la destrucción completa de la ciudad de Málaga, principal puerto del reino y donde se temía que llegasen los refuerzos norteafricanos, y la posterior esclavización de sus habitantes, en general, los monarcas castellanos fueron magnánimos con los granadinos. Fue una guerra de sitios estructurada en campañas anuales en las que los monarcas dirigían personalmente las operaciones militares. También se emplearon otras estrategias como el secuestro del hijo de Boabdil, que fue trasladado al interior de Castilla y educado en la fe cristiana junto a los hijos de Isabel y Fernando.

Muertos Muley Hacén y el Zagal, Boabdil fue incapaz de dominar su reino y resistir al avanze de los ejércitos cristianos. En octubre de 1491, Isabel había fundado la ciudad de Santa Fe, a unos pocos kilómetros de Granada, y se disponía a rendir la capital por hambre. Poco después el propio Boabdil se desplazó allí para firmar las capitulaciones de rendición y entrega de la ciudad. Corría el 25 de noviembre de 1491. A cambio de la rendición, los reyes de Castilla le entregaron a su hijo, previamente bautizado a la fuerza.

Por eso, a finales de 1491 se intuía el desenlace. El 1 de enero de 1492 fue un día de gran expectación en la vega de Granada. Por la noche, entraron en la ciudad los primeros contingentes de solados castellanos. Entre ellos se encontraban el contador mayor del reino Gutierre de Cárdenas, el arzobispo de Toledo Pedro González de Mendoza y el militar llamado a jugar un gran papel en el futuro, Gonzalo Ferández de Córdoba. Ellos se encargaron de tomar la plaza en nombre de los reyes de Castilla y de reducir los últimos conatos de resistencia en el interior de la Alhambra.

En la mañana del día 2, Isabel y Fernando acompañados de su séquito, fueron recibidos a las puertas de la muralla de Granada. Instantes antes Boabdil les había entregado las llaves de la ciudad. Por las calles granadinas algunos recibieron a los monarcas con vítores de alegría, otros con indiferencia. La entrada en la Alhambra se produjo hacia el mediodía. Una vez en el interior, se celebró la ceremonía del Te Deum, para agradecer a Dios la victoria cristiana y el éxito de los reyes de Castilla. Mientras Boabdil marchaba lloroso fuera de la ciudad, a un señorío concedido por los reyes de Castilla en las Alpujarras. "Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre" le espetó su madre cuando lamentaba la pérdida del reino...

Aquel mismo día y en los siguientes, Isabel y Fernando despacharon misivas a todos los rincones de la Cristiandad relatando la buena nueva. La noticia fue recibida con regocijo en Italia, Francia, Inglaterra y Alemania. Al fin y al cabo, caballeros de toda Europa Occidental se habían desplazado a Castilla para participar en la que sería la última cruzada, apenas unas décadas antes de la ruptura definiva de la Cristiandad. El Papa Borja Alejandro VI recibió la noticia con gran satisfacción a pesar de la antipatía que sentía por los soberanos castellanos y aragoneses. En cualquier caso, en 1496, les concedería el título de Reyes Católicos por haber tomado Granada para los cristianos.

También se entregaron privilegios y prebendas a quienes participaron activamente en la Guerra de Granada (1482 - 1492). Fray Hernando de Talavera, hasta entonces confesor de la reina, fue designado primer arzobispo de Granada y se le encomendó la difícil labor de evangelizar a los mudéjares granadinos. La estrategia que seguiría Hernando de Talavera no gustaría a los ya Reyes Católicos que se asombraron al ver que siete años después, en 1499, la mayor parte de los granadinos seguían siendo musulmanes. La solución, auspiciada por el nuevo arzobispo de Toledo y confesor de la reina Francisco Jiménez de Cisneros, sería radical: bautizar forzosamente a los musulmanes creando un problema nuevo, los moriscos. A lo largo del siglo XVI, los moriscos se sublevarían en numerosas ocasiones hasta su definitiva expulsión de la Península en 1609.

La toma de Granada ha sido interpretada tradicionalmente como el hito final de la Reconquista, iniciada en el 718 con la también mitificada batalla de Covadonga. Los que vivieron en 1492, y los propios Reyes Católicos, no lo vieron probablemente así. En su imaginario no se encontraba la idea de la culminación de un proceso casi legendario sino la de una etapa más en el proceso de expansión territorial de sus reinos que debió continuar en el norte de África pero que se trasladó ese mismo año al Nuevo Mundo. Sí participó la toma de Granada, sin embargo, del espíritu cruzado que sobrevivía en Europa a fines del siglo XV, más aun si tenemos en cuenta la amenaza del Turco en el Mediterráneo oriental y en Centroeuropa. La conquista definitiva de Granada puso fin, en todo caso, a ocho siglos de presencia islámica en la Península y abrió un nuevo tiempo en la evolución de la sociedad castellana, aún ansiosa de aventuras, guerras y riquezas. Ese afán se saciaría poco después en América.

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