Páginas

martes, 15 de enero de 2019

"LA PLAZA DEL DIAMANTE", INTRAHISTORIA PERO NO MICROHISTORIA

En el norte de Italia, a finales del siglo XVI, un molinero llamado Doménico Scandella, conocido como Menocchio, fue acusado de herejía ante el Santo Oficio. La Inquisición lo declaró culpable y fue finalmente quemado en la hoguera en 1601. Menocchio no era un Lutero o un Calvino, no era un reformador religioso cuyas ideas hayan pasado a la posteridad. Era un desgraciado, como tantos otros, que sufrió la mala suerte de vivir en una época en la que la fiebre religiosa no dejaba a nadie tranquilo. "Vivimos tiempos difíciles en los que no podemos hablar ni callar sin riesgo", escribió Juan Luis Vives a su amigo Erasmo de Rotterdam.

La historia de Menocchio la conocemos por la obra "El queso y los gusanos", publicada en 1976. A partir de las actas del proceso inquisitorial, encontradas en un pueblecito al norte del Véneto, el historiador Carlo Ginzburg reconstruyó la historia de este molinero, uno más de esos a los que hemos llamado de forma ambigua y casi despectiva "gentes sin historia". Son las peripecias individuales, personales, a veces cómicas, a vaces dramáticas, del pueblo, de desconocidos que no han pasado a la Historia, con mayúscula, pero tuvieron su propia historia. Y esa historia puede ser rastreada y reconstruida.

"El queso y los gusanos" abrió una nueva rama en la historiografía: la microhistoria. Consiste en la reducción de escala de los temas elegidos, en los que el investigador analiza un caso pequeño, concreto, como si fuera un detective. La microhistoria utiliza un relato vivo, ligero, que engancha al lector como si se tratase de una novela de intrigas y le descubre simples anécdotas que, en ocasiones, llegan a ser focos de luz de la Historia general, la de los libros de texto.

La microhistoria llegó a España en los años ochenta, con cierto retraso respecto de Europa. Pero aquí teníamos la voz "intrahistoria" acuñada por el filósofo Miguel de Unamuno a principios del siglo XX. La intrahistoria es, en resumidas cuentas, algo similar a la microhistoria aunque con una gran diferencia. La intrahistoria se refiere a un relato de ficción, a una obra inventada a partir de recuerdos de su autor o simplemente brotada de su imaginación. La microhistoria, por el contrario, precisa del rigor de la ciencia histórica, el autor no puede inventar nada, sino ceñirse única y exclusivamente a lo que proporcionan las fuentes, a lo que puede ver y contrastar. La intrahistoria puede ser o no Historia, la microhistoria lo es por esencia.

En este sentido, podemos calificar la obra "La Plaza del Diamante", novela de Mercè Rodoreda (1962) y película de Francesc Betriu (1982), como intrahistoria pero en ningún caso, porque ni siquiera lo pretende, como microhistoria. El relato de Natalia no es Historia porque sencillamente "la Colometa" nunca existió. Su vida, su drama, son ficticios. Su marido no murió en el frente de Aragón durante la Guerra Civil española porque, simplemente, nunca existió un Quimet, y tampoco sus hijos fueron Antonio y Rita. No hubo hijos. La vida de Natalia, al contrario de lo que ocurre con la del molinero italiano del principio, no puede rastrearse en ningún lado porque nació de la fantasita de Mercè Rodoreda, la autora de la novela.

Ello no impidió, sin embargo, que "La Plaza del Diamante" se convirtiese en un espejo en el que muchas mujeres que vivieron la Segunda República, la Guerra Civil o la posguerra se pudieran ver reflejadas. Las experiencias dramáticas que relata Mercé Rodoreda, y que pueden verse en la película, son imágenes de la memoria colectiva de millones de españoles que vivieron esa época, pero no pertenecen a nadie en particular: el terror dentro del metro durante los bombardeos; el hambre; el miedo a ser delatado, a ser entregado a los sublevados; la incertidumbre por el destino de los familiares y amigos; la desesperación por lo irracional de la guerra; etc. 

Todas estas experiencias que pueden verse en la película y leerse en el libro fueron o son comunes a millones de españoles. Se repitieron durante décadas en la memoria de hombres y mujeres a los que les volvían una y otra vez las mismas imágenes, constantes flashes en la mente que los llevaban a una época pasada de terror. Si "la Colometa" hubiese existido, las imágenes de la guerra hubiesen estado siempre en su memoria. Por eso "La Plaza del Diamante" es una intrahistoria, por que da luz a la memoria colectiva de varias generaciones de españoles, una memoria que se confunde con la historia de los desfavorecidos, de las "gentes sin historia".

En resumen, "La Plaza del Diamante" no es una obra histórica porque no es fruto de un proceso de investigación y no hay documentos, fuentes históricas que respalden el relato, que lo hagan real. Sí es, sin embargo, una intrahistoria, el resultado de la fantasía de su autora en la que a buen seguro se mezclaron recuerdos personales y vivencias de otros a quienes conoció o sobre los que oyó. Historias terribles, en definitiva, que marcaron a los hijos de la guerra de España, la memoria colectiva del país.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario