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sábado, 12 de abril de 2014

LOS ORÍGENES DE LAS PROCESIONES DE SEMANA SANTA

"Porque por fe caminamos y no por vista" (2 Corintios 5:7)


"Procesión de disciplinantes" de Goya (1815 - 1819)

En los próximos días las calles de las ciudades y los pueblos de España se llenarán de procesiones, imágenes bíblicas y nazarenos que conmemoran la Pasión y muerte de Jesucristo. La Semana Santa son ocho días de fervor religioso durante los cuales se procesionan auténticas joyas artísticas e históricas en muchos lugares de nuestro país. Pero ¿cuál es el origen de las procesiones de Semana Santa?

La Semana Santa o Pascua Cristiana fue establecida de forma oficial por la Iglesia Católica en el I Concilio de Nicea, en el año 325. Desde entonces la Cristiandad conmemora la muerte de Cristo y su resurrección al tercer día después de muerto. Sin embargo, la Iglesia de Roma nunca dijo nada de que se sacasen imágenes de Cristo a las calles durante esos días.

Las procesiones han existido desde siempre en todas las religiones. Grupos de personas desfilan desde un lugar a otro, normalmente templos religiosos, para conmemorar un hecho divino o para rogar a Dios algo. Los cristianos de todo el mundo celebraron procesiones desde el siglo I d.C. si bien, al principio eran secretas e incluso con estilo militar para evitar las persecuciones a las que los sometían los romanos.

Sin embargo, las procesiones de Semana Santa son algo original de España (aunque luego se exportaron a otros lugares, como Sudamérica) y quizá su origen y su objetivo sean un tanto desconocidos para la mayoría de los creyentes. Se encuentran en los siglos XV y XVI en el marco de la Reforma Católica (o Contrarreforma). Veréis.

Desde la Edad Media (siglos XII y XIII) se celebraban en muchas localidades de la Península procesiones religiosas durante los días de Semana Santa. Era, como lo es hoy, una manifestación pública de religiosidad, igual que las muchas que se celebraban a lo largo del año en toda la Cristiandad. Pero en 1517 un clérigo alemán de nombre Martín Lutero expuso sus famosas tesis de Wittemberg en las que criticaba, entre otras muchas cosas, dicha demostración pública de religiosidad. Para Lutero la religión debía ser íntima y rechazaba la presencia de imágenes en los templos religiosos así como las propias procesiones.

En poco más de cincuenta años, media Europa era "protestante", el nombre que se dio a aquellos heterodoxos seguidores de Lutero que "protestaron" mucho en la Dieta de Wörms. Para solucionar el cisma algunos (como el emperador Carlos V) pidieron la convocatoria de un concilio pero el Papa no lo convocó hasta 1545 en la ciudad de Trento.

Para entonces, como os podéis imaginar, era ya demasiado tarde para reconstruir la unidad de la Cristiandad con lo que el Concilio de Trento (1545 - 1563) sólo sirvió para reafirmar la doctrina y el dogma católicos y hacer algunas reformas en el seno de la Iglesia de Roma. Entre las cuestiones que se reafirmaron para oponerlas a las tesis protestantes fueron las de las imágenes en las iglesias. No sólo se toleraban sino que había que venerarlas y utilizarlas con una función didáctica hacia los incultos fieles incapaces de entender las Sagradas Escrituras.

En esa época, la España de Felipe II se convirtió en el adalid del Catolicismo en Europa, combatiendo la herejía allá donde se encontrarse y reafirmando su compromiso con el Papa de Roma. Los siglos XVI y XVII fueron la edad de oro de la imaginería en España porque todas las iglesias reclamaban tener un Cristo, una Virgen a un santo a quien venerar.

Pero no sólo eso, sino que desde el poder se potenciaron y favorecieron las expresiones colectivas de religiosidad. Se incitaba a los fieles laicos a formar asociaciones religiosas llamadas cofradías y a salir a las calles a expresar su fervor religioso. Es decir, justo lo contrario de lo que había propuesto Lutero. Y ¿qué mejor forma de expresar la religiosidad que a través de las procesiones? La Semana Santa y el Corpus se convirtieron en las mejores ocasiones para esas manifestaciones de fervor religioso compartido. Con ellas se demostraba el triunfo de la Iglesia Católica frente a los protestantes.

Al principio las procesiones fueron realmente crueles: decenas de penitentes se azotaban las espaldas mientras las calles se teñían con el rojo de la sangre. El espectáculo era tal que hasta Santa Teresa de Jesús dijo que era "propio de bárbaros y salvajes". Entonces se procesionaban también algunas imágenes y los llamados "pasos" que al principio eran representaciones teatrales. Fieles disfrazados de Cristo, de romanos y de discípulos interpretaban pasajes de la Pasión.

Con el tiempo las representaciones se sustituyeron por figuras escultóricas, en muchos casos imágenes realmente valiosas realizadas durante los siglos anteriores. Se sacaba el arte a las calles para demostrar el triunfo del Catolicismo, como un símbolo de victoria frente a los enemigos de la fe.

Entre tanto también se realizaba los autos de fe. Ya saben: aquellas ceremonias públicas en las que la Inquisición condenaba a los herejes. En ellas, al condenado se le colocaba un capirote con forma puntiaguda para que ganase altura y estuviese más cerca del cielo. Pues bien, ese capirote fue adoptado por los nazarenos ya que con él se buscaba la cercanía a Dios.

Así se configuraron todos los elementos que forman hoy los espectáculos procesionales de nuestra Semana Santa: los penitentes (que hoy van descalzos y no se fustigan, por el bien de todos), los pasos con las imágenes, los nazarenos, etc.

Estas expresiones de sentimiento religioso cristalizaron en la cultura española aunque pasaron por periodos de decadencia. Durante el siglo XVIII, por ejemplo, estuvieron mal vistas por influencia de los ilustrados que las veían como signos de superstición e incluso estuvieron prohibidas durante algunos años. 

Ahora, en pleno siglo XXI, se toman más como una expresión cultural y artística que como una expresión religiosa. Pero no debemos olvidar que en su origen representaban lo más profundo del fervor religioso para algunos y eran una demostración de fuerza de la Iglesia Católica para otros. En fin, era un mundo de apariencias.


"Viernes Santo en Castilla" de Dario de Regoyos (1904)


  




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