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martes, 22 de abril de 2014

CUANDO CASTILLA PERDIÓ LA INICIATIVA

La Guerra de las Comunidades, la Batalla de Villalar y la derrota de los comuneros. 23 de abril de 1521


"Batalla de Villalar"
de Manuel Picolo López (Finales de siglo XIX)


Desde la muerte de Isabel la Católica en 1504 soplaban tiempos de cambio en Castilla. Hasta 1516 se sucedieron regencias y periodos de incertidumbre y disputas. En ese año, tras la muerte de Fernando el Católico, asumió el trono de los reinos hispánicos su nieto flamenco, Carlos de Habsburgo, que estaba llamado a arbitrar Europa durante los siguientes cuarenta años. El joven Carlos, de apenas dieciséis años de edad, se autoproclamó rey de Castilla en Bruselas, violando la legalidad castellana.

El 18 de septiembre de 1517, tras una penosa travesía desde los Países Bajos, el monarca desembarcaba en la playa de Tazones, cercana a la localidad asturiana de Villaviciosa, con un séquito de colaboradores y consejeros flamencos. Carlos I no sabía hablar castellano, ni conocía las leyes y costumbres de Castilla, y las tradiciones de la Corte flamenca estaban muy alejadas de las de la puritana Corte castellana. La adaptación a la vida de su nuevo reino no iba a ser fácil.

Definitivamente las relaciones entre Carlos de Gante y sus súbditos castellanos no empezaron bien: nada más llegar repartió los cargos más relevantes de la administración castellana y de la Iglesia entre sus colaboradores flamencos. El arzobispado de Toledo, primado de España, vacante desde la muerte del cardenal Cisneros, fue para Guillermo de Croy, el sobrino del Señor de Chièvres, uno de los consejeros del nuevo rey. No hay que decir que el nuevo arzobispo de Toledo se encontraba en Flandes y nunca pisaría las tierras castellanas.

Las Cortes de Castilla se reunieron en Valladolid en febrero de 1518 para reconocer al soberano. Hay que tener en cuenta que la reina propietaria de Castilla no era otra que su madre Juana, mal llamada "la Loca", que se encontraba encerrada en el castillo de Tordesillas. En Valladolid el ambiente estaba enrarecido porque empezaron a surgir las primeras tensiones entre los castellanos y el cortejo flamenco del rey. No gustaba el aire extranjerizante que se respiraba en la ciudad y mucho menos la política que estaba imponiendo el joven rey.

Después, Carlos I marchó a Zaragoza para ser reconocido rey por las Cortes de Aragón en enero de 1519 y de allí se trasladó a Cataluña. Antes de llegar a Barcelona le llegó la noticia de la muerte de su abuelo Maximiliano, el emperador de Sacro Imperio, y su proclamación como Rey de Romanos. Así que el rey volvió de inmediato a Castilla con la intención de conseguir dinero para sufragar su coronación imperial.

Se convocaron de nuevo las Cortes de Castilla, que se reunieron en Santiago de Compostela en marzo de 1520. Los procuradores enviados por las ciudades castellanas aprobaron los servicios (dineros) solicitados por el rey para trasladarse al Sacro Imperio y ser elegido emperador. No obstante, antes le instaron a modificar su política: debía nombrar a castellanos para los puestos de la administración, debía aprender a hablar castellano y tenía que volver a Castilla cuanto antes. 

No sé entendía muy bien en los reinos hispanos el interés de Carlos por el trono imperial, que se veía en Castilla como algo lejano. Tampoco entendió la población por qué las Cortes habían claudicado a las peticiones del rey. Por este motivo, muchos procuradores fueron perseguidos cuando volvieron a sus respectivas ciudades.

En marzo de 1520 partió Carlos precipitadamente del puerto de La Coruña dejando allí abiertas las reuniones de las Cortes. Nombró a su colaborador Adriano de Utrecht regente del reino, un reino que, por cierto, estaba a punto de estallar. Por aquellos días, en la puerta de una iglesia castellana podía leerse una frase que resumía el sentir de todo el pueblo:

"Tú, tierra de Castilla, muy desgraciada y maldita eres al sufrir que un tan noble reino como eres sea gobernado por quienes no te tienen amor".

Después de varios ataques contra los procuradores de las Cortes de La Coruña, que no habían defendido los derechos de los castellanos convenientemente, la ciudad de Toledo, arrogándose funciones y competencias regias, convocó a los representantes en Cortes a una junta extraordinaria en la ciudad de Ávila en julio de 1520. En aquella reunión estuvieron presentes procuradores de cinco ciudades: León, Toledo, Salamanca, Segovia y Zamora. Se nombró una Junta rectora y se manifestó la oposición a los servicios votados en las Cortes de La Coruña y al nombramiento del extranjero Adriano de Utrecht como regente. Comenzaba la revuelta de las Comunidades de Castilla.

En un principio sólo unas pocas ciudades se sumaron a la rebelión pero después del incendio de Medina del Campo, en el verano de 1520, la sublevación se extendió por todo el reino. La destrucción de Medina del Campo fue ordenada por el arzobispo Antonio de Rojas, presidente del Consejo Real, en contra de la opinión conciliadora de Adriano de Utrecht. Pronto la llama prendió en casi todas las ciudades de Castilla la Vieja: Burgos, Ávila, Soria, Valladolid, Toro...; y algunas de la Castilla Nueva como Madrid y Guadalajara. Castilla entera ardía en rebeldía contra un rey extranjero que había abandonado sus funciones.

Juan de Padilla, regidor de la ciudad de Toledo; Juan Bravo, de Segovia; y Pedro Maldonado regidor de Salamanca, se alzaron con el liderazgo del movimiento comunero. Se apoderaron de Tordesillas y trataron de convencer a la reina Juana de que asumiese la corona. La madre de Carlos I no quiso posicionarse en contra de su hijo y declinó el ofrecimiento. Fue el primer golpe para la Junta que perdía la fuente de legitimación.

En septiembre de 1520, la Junta se estableció definitivamente en Tordesillas y comenzó a llamarse Santa. A partir de entonces surgieron desavenencias entre los comuneros: mientras el sector moderado, liderado por Burgos, pretendía presentar al monarca una serie de reformas; los radicales de Toledo querían someter al rey al poder de la Junta. Esta división confirmó el fracaso de la rebelión. A pesar de algunas victorias militares, la desunión hizo fracasar la revuelta comunera. 

La radicalización social de las clases bajas hizo que la alta nobleza se posicionase del lado de la corona para defender sus intereses. La insurrección empezó a extenderse por el mundo rural y a perjudicar a los nobles. Este hecho propició la alianza entre el monarca y la aristocracia, que desde entonces hicieron frente juntos a los comuneros. El rey hizo, además, algunas concesiones anulando el servicio de las Cortes de La Coruña y asociando el gobierno del reino al almirante y al condestable de Castilla, ambos castellanos.

Los ejércitos imperiales conquistaron Tordesillas y obligaron a la Santa Junta a trasladarse a Valladolid en el otoño de 1520. Para entonces ciudades como Burgos y Soria ya se habían retirado. Y es que, en muchas poblaciones el miedo a que estallase una revuelta social y el estado llano ganase poder hizo que las oligarquías locales retiraran su apoyo a la Junta. La revuelta hacia aguas. 

La batalla final, el golpe de gracia para la sublevación, llegaría meses más tarde. El 23 de abril de 1521 las tropas de Carlos I aplastaron a los comuneros en Villalar y capturaron a sus lideres. En los días siguientes Padilla, Bravo y Maldonado fueron decapitados después de un juicio sumario. La rebelión había fracasado aunque en Toledo, la viuda de Padilla, María Pacheco, resistió hasta febrero de 1522.

La reivindicación principal de los Comuneros era la convocatoria regular de Cortes y por tanto la limitación del poder del rey, una reclamación que, según algunos historiadores, tenía carácter revolucionario. En cualquier caso, la derrota de Villalar supuso el hundimiento de esas reivindicaciones y, desde entonces, Castilla se convertiría en el reino perfecto para ejercer el absolutismo monárquico sin ningún obstáculo. 

Las consecuencias económicas de la sublevación comunera fueron también importantes. Las ciudades que apoyaron la revuelta hasta el final debieron pagar reparaciones por los daños causados. La industria lanera castellana sufrió, por supuesto, los estragos de la guerra y la apuesta decidida por la exportación de la lana perjudicó el futuro desarrollo industrial castellano. Por último, en 1522, Carlos I dictó un perdón general del que fueron excluidos los más destacados comuneros, que acabaron pagando con sus propiedades o con su vida. Era el final de las Comunidades.


"Ejecución de Padilla, Bravo y Maldonado"
de Antonio Gisbert (1816)




Esta entrada fue publicada por primera vez el 22 de abril de 2014. El 22 de abril de 2021, con motivo del 500 Aniversario de la Batalla de Villalar, fue revisada y corregida.

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