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viernes, 31 de octubre de 2025

LA RUTA DE LA SORIA CRIMINAL

RUTA POR LA CRÓNICA NEGRA DE SORIA. FESTIVAL DE LAS ÁNIMAS (OCTUBRE DE 2025)


La Alameda de Cervantes nos ofrece un paisaje multicolor a finales de octubre. Las hojas anaranjadas, rojizas y amarillas inundan el suelo y las copas de los árboles cada vez más desnudas, y el ambiente es húmedo, frío, pero acogedor. Anochece pronto así que la ruta sobre los crímenes más célebres cometidos en Soria comienza a las cinco de la tarde. Bien lo recordaré siempre, porque, días antes, perdimos la oportunidad al presentarnos media hora después, creyendo equivocadamente que la hora de inicio era otra.

Javi, uno de los guías oficiales de la ciudad, nos espera en el atrio de la ermita de la Virgen de la Soledad. Allí, la tradición dice que la cofradía de la Vera Cruz enterraba a los malhechores ajusticiados. Al parecer, las ejecuciones se realizaban en el Campo de la Verdad y, de noche, alumbrados con antorchas, los cuerpos eran traídos hasta aquí en un cortejo fúnebre solitario y vergonzoso. Aquí dicen que está enterrada la bella reina de Tardajos, quien, junto a su amante, planeó y llevó a cabo el asesinato de su esposo a mediados del siglo XIX.

Un rato después, junto a la maqueta de Soria, descubrimos otros casos inquietantes. Uno de ellos es la leyenda de la cueva junto al Duero en la que, en el siglo XVIII, murió Juan Zampoña en extrañas circunstancias. Las ruinas románticas de San Nicolás también guardan un secreto: las pinturas del asesinato de Thomas Becket en la Inglaterra del siglo XII. ¿Qué hace representado en Soria un episodio de la historia de Inglaterra? Leonor de Plantagenet, esposa de Alfonso VIII, debe tener mucho que ver con ello.

"Si a Soria vas, en Soria morirás" nos contó nuestro guía que le dijo una hechicera a don Garcilaso, uno de los hombres de confianza del rey Alfonso XI de Castilla. Pero dio igual, porque su señor lo mandó a la capital del alto Duero para reclutar tropas y enfrentarse a don Juan Manuel. Los sorianos, tozudos defensores de sus fueros y privilegios, se negaron creyendo que Garcilaso quería convertirse en señor de la ciudad. Y ante la insistencia del oficial real, le acabaron dando muerte en el convento de San Francisco. Corría el año 1325.

Subimos por la calle Puertas de Pro, la vía extramuros que unía las principales puertas monumentales de la muralla medieval. El sol se escondía sin remedio y empezaba a soplar el viento. El ambiente agradable de antes se volvía más y más frío recordándonos que el invierno estaba por venir. La ruta nos llevó hasta la imponente iglesia de Santo Domingo y, después, hasta el palacio de la familia Marichalar, en la calle Aduana Vieja. Los faroles se encendieron poco a poco a nuestro paso porque la noche avanzaba, y con ella la oscuridad.

Allí, nuestro guía relató otro episodio de la crónica negra de Soria: el asesinato de Hernán Martín de San Clemente, fiel de la ciudad, y su hijo Alonso. Todo ocurrió la fría noche del 9 de enero de 1459 por orden del alcaide de la fortaleza, Juan de Luna, quién quería subir los impuestos a los sorianos. El fiel, defensor de los privilegios recogidos en el fuero, se negó en rotundo y el vil alcaide se vengó de una forma cruel e inhumana. Aún hoy se recuerda la muerte violenta de los fieles en la misa de difuntos, cada uno de noviembre, en la iglesia de Santo Domingo.

En la Plaza Mayor aguardaba el árbol con la cinta azul de Beatriz que Alonso fue a recoger al Monte de las Ánimas según la leyenda de Bécquer. Es uno de los símbolos del Festival de Ánimas que se celebra estos días en Soria, un festival basado en la Literatura que comenzó hace unos cuarenta años como una actividad didáctica de la Escuela de Adultos y se ha convertido, gracias al empeño y la dedicación de muchos, en unos de los acontecimientos culturales más importantes que se celebran cada año en la ciudad. El turismo de las Ánimas deja un beneficio de unos dos millones de euros en Soria cada octubre.

Nuestro guía nos explica que la última ejecución en Soria se realizó en febrero de 1955 en el actual Palacio de la Audiencia. El reo fue el autor del crimen de Ribarroya, culpable de violar y asesinar a una niña de trece años. Fue ajusticiado a garrote vil por el verdugo titular de Madrid, Antonio López Sierra, "el Corujo". Estábamos junto a la iglesia de La Mayor, donde Machado y Leonor contrajeron matrimonio, y recordamos entonces la Leyenda de Alvargonzález, uno de los poemas más hermosos del poeta sevillanos. Y recordamos también, su certera moraleja: para ganar, hay que estar dispuesto a perder.

La ruta terminó junto al antiguo convento de Santa Clara. Aquel soberbio edificio del siglo XVI ha sido iglesia, cuartel, prisión y, ahora, el Ayuntamiento lo ha convertido en un flamante centro cultural. Sus paredes guardan también historias de dolor, como las de los 3.000 prisioneros que permanecieron largo tiempo allí durante la Guerra Civil española. Javi nos cuenta también la historia del niño patriota que, durante la Guerra de Independencia, asesinó a un soldado francés, en un acto de rabia y valentía a partes iguales, asumiendo su terrible castigo.

Ya era noche cerrada. La luna lucía su halo blanquecino que anunciaba frío y lluvia, aunque el cielo estaba en aquellos momentos despejado. Allí, en el parque de Santa Clara nos despedimos. La ruta por la Crónica Negra de la ciudad nos dio una lección: la historia de Soria también oculta crímenes, asesinatos, odio y venganza. Me acordé entonces de los versos que Machado dedicó a los sorianos a comienzos del siglo XX: "Abunda el hombre malo del campo y de la aldea, capaz de insanos vicios y crímenes bestiales".


Hasta la fabulosa portada de Santo Domingo esconde crímenes.

domingo, 12 de octubre de 2025

AQUEL DOCE DE OCTUBRE...

CRÓNICA DEL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA



Playa de la isla de San Salvador (Bahamas) donde se cree que arribó la expedición de Colón en 1492. La cruz conmemora aquel momento.


En la madrugada del once al doce de octubre de 1492, cuando las tripulaciones de los tres navíos dormían, el joven vigía de La Pinta, Rodrigo de Triana, gritó lo más alto que sus cuerdas vocales le permitieron: "¡Tierra, Tierra a la vista!". Eran las palabras que todos los marineros esperaban desde hacía semanas y que algunos pensaban que nunca oirían. En medio del océano en calma, las voces se oyeron en las tres naves y  todos subieron apresuradamente a cubierta para comprobar tan alegre noticia. Entre ellos se encontraba el flamante almirante de la Mar Océana, Cristóbal Colón. En el horizonte se intuían unas sombras que no podían ser otra cosa que las costas de la India.

Parecía que los planes de Colón se estaban cumpliendo. La expedición había partido de Palos de la Frontera, en Huelva, el tres de agosto, festividad de la Virgen de la Rábida. Entonces, habían pasado más de cuatro meses desde que, en abril, en la ciudad granadina de Santa Fe, los reyes de Castilla, Isabel y Fernando, se habían decidido a sufragar y apoyar el proyecto del marino genovés. Los preparativos de la expedición fueron difíciles pues nadie en Castilla estaba tan loco para embarcarse en un viaje cuyo destino era incierto. Con la ayuda inestimable de los hermanos Pinzón, Colón pudo reclutar a un cien hombres que formaron la tripulación de tres navíos: dos carabelas, La Pinta y La Niña y una nao, la Santa María.

Aquel día de agosto de 1492, los tres navíos pusieron rumbo a las Islas Canarias donde se abastecieron. El seis de septiembre partieron de la Gomera rumbo al oeste. Sólo el Mar Tenebroso o la Mar Océana se extendía ante sus ojos.

Los planes de Colón son ahora bien conocidos. Pretendía llegar a la India navegando hacia el oeste dado que ya entonces nadie eran tan estúpido para cuestionar la esfericidad de la Tierra. El objetivo era hallar una ruta alternativa a la que estaban abriendo los navegantes portugueses navegando por la costa de África y que se encontraban a punto de completar. Pero que Colón sabía más de lo que contaba y no todo lo que decía se ajustaba a la realidad es algo de lo que, también hoy, nadie duda. Así lo pone de manifiesto el hecho de que el almirante llevase dos cuadernos de bitácora diferentes. En uno anotaba menos leguas de las que se recorrían diariamente, para enseñarlas a los capitanes de las naves y a la tripulación; en otra, secreta, anotaba las distancias verdaderas.

Tampoco hoy nadie discute que los cálculos de Colón sobre la distancia desde la Península Ibérica a las Indias eran erróneos. La distancia era enormemente mayor que la que el genovés había estimado. Los días pasaban y la expedición no daba frutos. No se divisaba tierra firme, Europa cada vez quedaba más atrás y los víveres empezaban a agotarse. Nadie había previsto una travesía tan larga.

Los alimentos acabaron gastándose completamente e incluso aquellos que se había podrido acabaron comiéndose. Los perros que había servido de compañía fueron sacrificados y su carne repartida e incluso las ratas eran consideradas un gran manjar en aquellos barcos que navegaban sin rumbo fijo. Los marineros empezaron a tener hambre y a temer por su suerte. Colón trataba de mantener la calma y proporcionaba informaciones no del todo ciertas a la tripulación para que "si el viaje fuera luengo no se espantase ni desmayase nadie". El almirante temía, entre otras cosas, un motín de los marineros.

La sublevación se produjo, finalmente, en la noche del nueve al diez de octubre cuando las protestas estallaron en los navíos como consecuencia de la desesperación. Todos temían que aquel viaje fuese su final. Los rebeldes amenazaron con tirar a Colón por la borda pero el almirante consiguió calmar los ánimos prometiéndoles que sin en tres días no hallaban tierra, regresarían a la Península.

Y fue en ese breve plazo cuando la fortuna les sonrió. Las naves llegaron a una pequeña isla en medio del océano. Colón la bautizó como San Salvador, y en verdad, el nombre era muy conveniente. Se trataba de la isla que hoy se llama Watling y pertenece al archipiélago de las Bahamas. Los indígenas la llamaban Guanahani. El tiempo entre el avistamiento y la llegada de los navíos debió de ser de incertidumbre y esperanza. Colón veía colmadas sus ambiciones y cumplidos sus planes; los marineros veían como, por esa vez, habían esquivado a la muerte.

Al mediodía del doce de octubre de 1492 desembarcaron por fin en la isla y Cristóbal Colón tomó posesión de aquellas tierras en nombre de los reyes de Castilla. A los rudos castellanos que formaban la tripulación les pareció que había arribado al mismísimo paraíso. Una tierra con frondosa vegetación, con playas de arena blanca y aguas cristalinas. "La belleza de estas islas supera a cualquier otra tanto como el día supera a la noche en esplendor" escribió Colón en su cuaderno de bitácora.

Pero aquella isla no estaba deshabitada. Pronto salieron a su encuentro gentes menudas, con la tez de color canela y semidesnudos. Aquellos indígenas, que Colón supuso que eran indios, se mostraron al principio curiosos y confiados. Los castellanos les dieron baratijas a cambio de perlas y animales exóticos. Incluso algún jefe indígena entregó a su hija a los marinero como esposa en señal de amistad. Y es que Colón estaba convencido de que aquellas islas estaban muy próximas al continente asiático.

La expedición no terminó ahí, en los días siguientes, las naves arribaron a otras islas y el veintiocho de octubre descubrieron la actual Cuba. Colón identificó aquellas tierras como Catay, es decir, China, y supuso que Cipango (Japón) no se encontraría muy lejos. Pero aquellas tierras tan hermosas como exóticas les deparaban numerosos peligros: no todos los indígenas eran tan amigables, había animales y plantas desconocidos y venenosos y las tormentas y los temporales eran más feroces que los que ellos habían visto en Europa. Además, no encontraron las riquezas que esperaban. No había oro y apenas plata.

Días más tarde descubrieron otra isla a la que bautizaron como "La Española". En aquellas peripecias, la nao Santa María encalló en unos arrecifes de coral y tuvo que ser evacuada y desguazada. Con los restos, los castellanos fundaron el primer asentamiento europeo en aquellas tierras, el fuerte de la Navidad. Era veinticinco de diciembre de 1492. En aquel lugar, tuvo lugar el primer enfrentamiento armado entre españoles y nativos.

El dieciséis de enero de 1493, más de cinco meses después de su salida de la Península, las ganas de volver a casa pudieron con las ansias de seguir explorando aquellas tierras. La Pinta y La Niña volvieron a Castilla mientras Colón enviaba una misiva a los reyes en la que les invitaba a celebrarse con "alegría y grandes fiestas" la hazaña. Se había descubierto una nueva ruta a las Indias.

En realidad, Colón nunca supo (o al menos sólo sospechó) que aquellas tierras estaban muy lejos de las Indias. Nadie sabía entonces que las islas que salvaron a los hombres del almirante de una muerte segura pertenecían a un nuevo continente que, con el tiempo, se denominaría América. Una inmensa tierra por explorar, descubrir y conquistar se cruzó en el destino de Castilla e iba a cambiar los destinos de la Humanidad para siempre. Pero entonces, en el umbral del siglo XVI, nadie en Europa podía imaginar que Colón había descubierto un Nuevo Mundo. Aquello, tanto para los europeos como para los indígenas americanos, fue, desde luego, un descubrimiento. Se descubrieron los unos a los otros. Fue el contacto entre dos mundos que habían permanecido aislados durante milenios. 

El contacto entre dos mundos. Doce de octubre de 1492.





*La primera versión de esta entrada fue publicada el 12 de octubre de 2014.