Tu mirada cuenta tu historia, te delata, descubre tus sentimientos, destapa tus emociones, es una ventana a tu interior. Tus ojos son más sinceros que tus palabras, más honestos, más íntegros. He visto en ellos alegría, júbilo, candor. Y también he visto terror, cansancio y tristeza.
Una mirada puede decidir un instante, iniciar una historia o ser su desenlace. He visto miradas que pedían auxilio y otras que pedían perdón. He visto miradas de amor, de rencor y de nostalgia. He visto miradas huidizas, miradas vergonzosas, miradas inocentes. Todas ellas cuentan algo, descubren a quien está detrás.
Fíjate en su brillo, en su movimiento. Sin hablar, cuentan una historia. Gustave Courbet, en su autorretrato desesperado (siglo XIX), se mostró impaciente, turbado. El centro del cuadro son sus ojos negros, claros, abiertos a su interior. Casi podemos ver su alma, sus sentimientos más profundos, aquello que le quitaba el sueño, que le hacía sufrir. Se ve el desasosiego, la preocupación.
Y es que, en ocasiones, los ojos son tus cómplices, pero otras te traicionan. A veces muestran amor cuando quieres ocultarlo. Otras revelan tu vergüenza mientras finges orgullo. Es difícil que tus ojos mientan, son una ventana a tu alma, a tus pasiones más ocultas. Sólo ocultándolos frenarás su sinceridad, pero es difícil lograrlo por mucho tiempo, al final siempre se muestran.
He visto también miradas perdidas, miradas vacías. He visto ojos que descubren un ser ausente, apagado, triste. También hay miradas llenas de cansancio, de hartazgo, de indiferencia. Hay miradas que exhiben sin pudor la desesperación de quien no se encuentra, de quien vive en un caos interior, aunque se afane en negarlo. Son ojos que no son, que no están, que han desaparecido.
También hay miradas sensuales, atractivas, que cautivan a quien las contempla, como ésta de la condesa de Vilches retratada por Federico de Madrazo (s. XIX). Sus ojos serenos te atrapan, te besan, te seducen. Hay miradas que no saben apagar el fuego, que destapan impulsos, sentimientos y pasiones; miradas que envuelven y encantan. Son un canto de sirena, una luz en el horizonte, una llama en la oscuridad.
Y la locura también emerge en una mirada. Tus ojos no pueden ocultar, por mucho que te empeñes, la angustia, la desesperanza, el enojo, la insensatez, la enajenación. Mira los de Iván "el Terrible" justo en el momento en el que se da cuenta de que, en un ataque de ira, acaba de matar a su hijo y heredero al trono (Repin, s. XIX). Es imposible escapar a su honestidad, a su fulgor centelleante fuera de su órbita que evidencia terror, culpa, destrucción interna. Cuando algo va mal, tus ojos piden socorro, son la alarma, la señal del hundimiento.
Qué bello es reconocer a alguien por su mirada. Una mirada propia, independiente, personal, de uno mismo. "Los ojos no saben mentir y me hablan de ti cantándome al oído" repite una y otra vez una canción de un grupo de música de éxito. Mira la última lágrima de Lucifer (Cabanel, s. XIX) después de enfrentarse a Dios y ser expulsado del paraíso. Son sus ojos los que revelan todo, la maldad, el rencor, el desdén. Los ojos dicen cosas que tú te empeñas en ocultar. Qué emocionante es destapar sentimientos a través de tu mirada. Los ojos son bellos porque cuentan una historia sin decir una palabra.