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sábado, 26 de julio de 2025

LA CASCADA CAPRICHOSA

La cascada "Caprichosa" es una de las más icónicas del jardín del Monasterio de Piedra, en el pueblecito de Nuévalos (Zaragoza). Tras las fuertes lluvias provocadas por la DANA de finales de octubre de 2024, su aspecto cambió por completo. Antes, la orografía kárstica hacía de ella una cortina de agua casi perfecta. Ahora, su forma es más dura, más escarpada. El agua, que antes se precipitaba desde la altura de manera limpia y ordenada, ahora lo hace más abrupta, pero bella igualmente. 

La naturaleza antojadiza modela el paisaje a su gusto y lo transforma, a veces de manera lenta y, otras, de manera dramática, sobrecogedora. Y, mientras paseábamos entre árboles, arbustos y corrientes de agua, mi amiga y yo conversábamos sobre los cambios lentos y pacientes, y las transformaciones rápidas, fulgurantes. En uno de los letreros informativos del jardín botánico, donde contemplamos centenares de especies vegetales, leímos algo que nos hizo reflexionar: "El cambio es la ley de la vida. Y aquellos que sólo miran al pasado o al presente, seguro que perderán el futuro". La frase en cuestión la debió de decir un tal J.F. Kennedy, ahí es nada.

El paisaje típicamente kárstico del jardín del monasterio es el resultado de la acción erosiva del agua durante miles de años. Es un paisaje en constante cambio, aunque no lo apreciemos en toda su magnitud. El humilde e irregular río Piedra, que fluye lento, pero implacable, talla desde hace miles de años surgencias, grutas, cascadas y lapiaces. Todo aquel escenario está transformándose cada día, con cada gotita de agua filtrada que deshace el carbonato cálcico y se precipita al vacío. Pero cada retoque, cada modificación, es muy pequeña, anecdótica. Y, sin embargo, necesaria. Éste es un cambio natural lento, permanente y profundo, pero casi imperceptible para el ojo humano.

La furia del agua también es capaz de producir cambios rápidos e inmediatos, como demostró en octubre de 2024. El río Piedra se desbordó hasta niveles pocas veces vistos antes y arrasó el entorno por el que discurre. Anegó los jardines del monasterio durante varias jornadas, alteró la fisonomía de algunas cascadas, como la "Caprichosa", que no volverá a ser como antes, y destruyó otras, como la cascada "Iris" y sus alrededores. El agua se llevó con ella rocas, árboles y cualquier construcción humana que encontró a su paso. No quedó nada. Hizo borrón y cuenta nueva en aquel lugar. Otro cartel, cerca de la antigua cascada "Iris", reproducía una frase del filósofo romano Cicerón: "Todas las obras de la naturaleza deben ser tenidas por buenas". 

En realidad, pensamos nosotros, todos los cambios, todas las transformaciones, tanto las lentas y silenciosas como las trágicas y espectaculares, son a menudo inevitables y, a veces, necesarias. Por más dolorosas, destructivas y duras que puedan llegar a ser, cualquier cambio es una evolución y tiene sus beneficios. Aquella riada de octubre de 2024 hizo que la vega del río Piedra se volviese más fértil. El paisaje kárstico, tallado lentamente durante miles de años, se transformó en sólo unos días dando lugar a nuevas y bellas formas. Y las reservas del acuífero del río se regeneraron y garantizaron un caudal constante durante los meses siguientes, incluso en periodos de sequía. Aún hoy discurre por la vega del Piedra el agua que cayó hace nueve meses.

Allí, en el Monasterio de Piedra también descubrimos otros ejemplos de transformaciones, como el devenir histórico del complejo monástico. La desamortización de Mendizábal de 1835 expulsó a los monjes cistercienses que habitaban el lugar desde hacía más de seiscientos años. La iglesia fue incendiada y destruida y todo el complejo fue vendido en subasta pública por el Estado. Quien lo compró fue un ricachón de nombre Juan Federico Muntadas, que acabó transformando las huertas y tierras de los monjes en un auténtico jardín botánico, el parque que hoy en día podemos visitar. El complejo se convirtió recientemente en un hotel y un spa donde miles de visitantes descansan cada año. Los monjes del siglo XIII que fundaron el monasterio no lo reconocerían hoy, pero ha sido precisamente el cambio, la adaptación a los tiempos, lo que ha garantizado su supervivencia.

Y, volviendo a la cascada "Caprichosa", descubrimos que recibe su nombre de la fábula de la niña Jimena, la muchacha consentida y malcriada que sólo sabía decir "quiero esto, quiero aquello". La chica acabó siendo ignorada y despreciada por todos hasta que cambió, intentó no exigir tanto y se acostumbró a acabar todas sus peticiones con un "gracias". Todos volvieron a hacerle caso y ella aprendió a vivir de otra forma, sin caprichos, sin rabietas. La riada renovó completamente la cascada, la cambió de arriba a abajo. Jimena también evolucionó con el tiempo, su cambio fue más profundo si cabe, fue una evolución personal, un cambio interior. Pues ¿hay transformación mayor que la que experimentamos las personas en nuestro interior?


Cascada "Caprichosa", julio de 2025