UN RECUERDO DEL AÑO 2024
Era una noche de agosto, una noche clara y calurosa de verano, de esas cortas y frenéticas. El resplandor de los focos de los escenarios desafiaba las tinieblas y el sucio y pringoso polvo, levantado por el gentío allí apelotonado, impedía ver con claridad; todo estaba difuminado, desdibujado. La bruma artificial y algo de alcohol convirtieron aquellas escenas en una ensoñación, en una secuencia casi irreal, que, a pesar de todo, recuerdo demasiado bien.
Caminábamos rápido por el recinto, sobre el asfalto y la arena. Nos recuerdo un poco aturdidos, alterados. No era para menos, aunque ya el motivo no importa. Aquel día recordé algo que casi había olvidado: siempre hay que estar donde uno debe estar y hacer lo que uno debe hacer. Y estuvimos donde debíamos estar, desde luego. A veces lo que nos rodea cambia nuestros planes de improviso. Y no importa. Aquella fue una de esas veces. El azar me impidió ver el concierto de Shinova, uno de los que más esperaba de una ristra de espectáculos insípidos y anodinos que se sucedieron esos días. Y la gente, más individualista aún si cabe en los festivales, nos miraba con indiferencia, casi con desprecio en su patético deambular de aquí a allá.
Todos mis recuerdos de este año confluyen en aquella escena, en aquellos minutos excitados. Todo gira en torno a aquella noche, a aquellos días de agosto y no sé por qué. No ocurrió nada reseñable. Aquellos días no decidieron nada que no estuviese decidido. Pero ahora, a finales de diciembre, me acuerdo de ellos, es la imagen que mi mente recupera cuando el año está a punto de terminar. Vencí algunos miedos, ahuyenté algunos fantasmas y el tiempo acabó poniendo todo y a todos en su lugar, como me habían advertido. Aquellos días tuvieron sentido por esto. El festival también me recordó que todo y todos acaban decepcionando, que el desengaño y la desilusión nos persiguen implacablemente, que incluso lo que creemos más sólido se acaba fracturando sin remedio. Y no nos podemos fiar ni siquiera de quien tenemos al lado.
Pasados cuatro meses, todos aquellos días se condensan en esos minutos. La bruma polvorienta, el resplandor y los destellos de luces, el asfalto, la basura, los rostros impasibles; todo esto y los versos de una canción. Los versos que se repetían a lo lejos una y otra vez: "Que los mejores momentos sean los que están por llegar. Que no se agote la fe y que la suerte nos venga a buscar." Apenas conocía cuatro canciones de Shinova, no más, pero quería escuchar el concierto, quería escuchar esas cuatro canciones. No lo hice. Sólo llegaron a mis oídos algunos versos en la distancia, distorsionados por ruidos, por gritos, por risas, por llantos.
Aquella noche no asistí al concierto de Shinova, pero descubrí a Shinova. Dos días después, cuando acabaron los fastos, me dispuse a volver a casa. El cansancio y la desilusión se mezclaron entonces con la nostalgia y el alivio. Hacia calor, mucho calor. Tanto que decidí parar a darme un chapuzón en una piscina antes de llegar a mi destino. Cuando iba a arrancar el motor y abandonar aquella ciudad extraña, escribí en el reproductor de música "Lo mejor de Shinova". Durante todo el camino de regreso, escuché sus temas, aquellos que no había escuchado en directo. Durante una hora y cuarto descubrí a aquella banda vizcaína de rock e indie que no había podido disfrutar tres días antes y, desde aquel momento, me ha acompañado el resto del año, ha puesto la banda sonora a otras muchas historias que también se cruzan en mi memoria estos días.
La canción que recuerdo de aquella noche volvió a sonar en el coche. "Ídolos" habla de algo actual: la falta de referentes, la ausencia de identidad y el esfuerzo por encontrar un sentido a la vida, a lo que uno hace. Otra estrofa dice: "¿Quién nos puede ofrecer un buen corazón, valor, cerebro, tiempo y una motivación para aliviar este dolor?". Entonces, en el coche de camino a casa, me di cuenta de que la respuesta a esa pregunta es uno mismo. Sólo uno puede ayudarse a sí mismo. El corazón, el valor, el cerebro, el tiempo y la motivación están en nosotros y sólo en nosotros. Lo esencial es hacer lo que uno cree que debe hacer y hacerlo con honestidad hasta el final. Y eso da sentido a todo, ésa es la gran lección de este año.
No hay comentarios:
Publicar un comentario