El 25 de diciembre de 1991, hace apenas treinta años, se desintegró la Unión Soviética, víctima de sus propias contradicciones internas y del descalabro económico del sistema comunista. De ella surgieron quince nuevas repúblicas independientes, siendo su heredera jurídica a nivel internacional la Federación Rusa. El espacio soviético se fragmentó no sólo en el plano territorial sino también desde un punto de vista político y cultural, pero Rusia nunca renunció a ejercer la tutela sobre los países vecinos.
La implosión de la URSS fue también el punto final de la Guerra Fría, el sistema de relaciones internacionales que había imperado en el mundo desde la Segunda Guerra Mundial (1939 - 1945). El bloque comunista, que había rivalizado durante décadas con el bloque capitalista liderado por Estados Unidos, se hundió dejando a la superpotencia americana como la única en el mundo. La nueva Federación Rusa no podía compararse a la antigua URSS y su poder político y económico era mucho más reducido. No así su poder militar, que se mantuvo prácticamente intacto.
Estas son las dos grandes frustraciones que Rusia ha arrastrado desde hace tres décadas: el fin de su hegemonía indiscutida en una mitad del mundo y el dominio absoluto de un vastísimo imperio territorial que se extendía desde Alemania en el oeste hasta la Península de Kamchatka en el este y desde el Ártico en el norte hasta el Hindú Kush en Asia Central. Fuera de Rusia quedaban además amplias regiones que habían estado dominadas históricamente por Moscú, como Ucrania y el Cáucaso. Lo único que conservó Rusia fue su enorme poder militar y unos valiosos recursos naturales.
La apertura a la economía de libre mercado fue catastrófica en casi todos los países nacidos de la Unión Soviética. La transición desde el comunismo al capitalismo fue un desastre en Rusia y en Ucrania. Se formó enseguida una oligarquía empresarial que concentró la mayor parte de la riqueza del país. Esto influyó también en la implantación de regímenes democráticos al estilo occidental. Ni Rusia ni Ucrania ni el resto de república exsoviéticas (con la excepción de los países bálticos) habían disfrutado antes de democracia liberal, y así siguen treinta años después. Su implantación fue un fracaso.
La idea de que todos los problemas se solucionan con un líder autoritario fuerte está muy arraigada en las sociedades rusa, bielorrusa, kazaja y, en menor medida, ucraniana. Líderes como Alexandr Lukashenko (en Bielorrusia), Nursultán Nazarbáyev (en Kazajistán) y Vladímir Putin (en Rusia) son ejemplos de ello. En Rusia, además, muchos confían en que Putin recupere el prestigio del país y vuelva a convertirlo en una gran potencia respetada y temida por el resto de naciones, en especial por Occidente (Europa y EE.UU.), como en los tiempos de la Guerra Fría.
Por si fuera poco, en los treinta años que han transcurrido desde la caída de la URSS y el presente, la OTAN ha ampliado sus fronteras progresivamente hacia el este, acercándose cada vez más a Rusia. La OTAN es una alianza militar creada en 1949 bajo el liderazgo de EE.UU. para enfrentar un posible ataque de la URSS. Con la desaparición de esta, la OTAN no se disolvió y la nueva Rusia la vio como una amenaza. Al mismo tiempo, los antiguos países satélites de la URSS (Polonia, Checoslovaquia, Hungría, etc.) y las repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania) vieron en la alianza atlántica el escudo de protección necesario para evitar la injerencia rusa en sus países.
El miedo de Rusia a perder la influencia sobre el antiguo espacio soviético la ha llevado a intervenir directamente en países que ahora son independientes. Habitualmente, Moscú ha aprovechado las poblaciones étnicamente rusas o ruso-parlantes que viven en estas naciones para desestabilizarlas en beneficio propio. Así ocurrió en la temprana fecha de 1990 (antes del hundimiento de la URSS) en Transnistria, una región moldava donde aún hoy hay tropas rusas.
En 2008 ocurrió algo similar con las regiones de Abjasia y Osetia del Sur que proclamaron su independencia de Georgia y fueron reconocidas por Moscú. Después el ejército ruso entró en Georgia para proteger las nuevas repúblicas. En 2014, tocó el turno a Ucrania con las rebeliones de las regiones rusófonas de Donetsk y Lugansk en el Dombás. Su independencia ha sido reconocida ahora, en 2022, pero el gobierno ruso ha estado apoyando a los rebeldes desde entonces.
Ese mismo año de 2014, el presidente ruso Vladímir Putin dio un paso más en su empeño por mantener el control sobre Ucrania cuando anexionó a Rusia de manera ilegal la estratégica Península de Crimea, algo que violaba la integridad de Ucrania y todas las leyes internacionales. También hay poblaciones rusas en otros países exsoviéticos como Estonia, Letonia y Kazajistán que pueden ser utilizadas por el Kremlin para desestabilizar esas naciones. Caso aparte es Bielorrusia, cuyo presidente Lukashenko es un estrecho colaborador de Rusia. Para Occidente Bielorrusia es un Estado títere de Moscú; para Moscú es un buen amigo.
En el discurso que Putin dio a la nación el 21 de febrero de 2022, anunciando el reconocimiento de la independencia de las regiones del Dombás, justificó su decisión con una retórica imperialista más propia del siglo XIX que del siglo XXI. Estaba además preparando el terreno para la invasión del país. Cuestionó la legitimidad de Ucrania como nación independiente y su derecho a existir: "Ucrania para nosotros no es sólo un país vecino. Es una parte fundamental de nuestra propia historia, cultura y espacio espiritual". Lo acusó también de ser un Estado fallido debido a la corrupción y un títere de EE.UU. (por querer unirse a la OTAN, precisamente para evitar una agresión rusa). Reivindicó, por último, el antiguo Imperio Ruso de los zares y el espacio soviético desaparecido en 1991.
Putin se ve a sí mismo como el líder fuerte capaz de restaurar la supremacía de Rusia frente a EE.UU., pero a su vez tiene miedo de la OTAN y su poder militar. Quiere que países como la propia Ucrania, pero también Bielorrusia, Moldavia, Georgia y Kazajistán, entre otros, constituyan un territorio tapón que proteja a Rusia de la OTAN y donde Moscú pueda intervenir cuando le plazca. Así lo dijo claramente: "Les dimos a estas repúblicas el derecho a salir de la Unión (Soviética) sin términos ni condiciones. Eso fue una locura."
¿Y cómo justificar una invasión militar en pleno siglo XXI? Convirtiendo al rebelde en víctima y a la víctima en agresor. Aludiendo a un supuesto genocidio de las poblaciones rusas del este de Ucrania. Amenazando con una guerra nuclear a gran escala. Destruyendo el imperio de la ley con el imperio de la fuerza. Y usando la impunidad que ofrece la debilidad del contrario. La siguiente pregunta es: ¿Saciará Putin su voracidad con la incorporación de una parte de Ucrania a Rusia y la implantación de un gobierno títere en Kiev? ¿O será solo otro capítulo de una serie de intervenciones militares y conquistas que no terminará hasta que alguien le pare los pies? ¿Y quién puede ser ese "alguien"?
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