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viernes, 1 de enero de 2021

DECADENCIA


Treinta y uno de diciembre de 2020. Último día del año. Hace frío en casa a pesar de la calefacción. Me preparo para salir a la calle, me pongo el abrigo y los guantes. Cojo la bolsa con dos botellas. Una de vino; la otra de champán. Para brindar está noche.

Bajo las escaleras andando, como siempre. Oigo voces mientras desciendo con paso firme y procurando no golpear las botellas. No vaya a ser que se rompan. Las voces se oyen cada vez mejor. Se estarán deseando feliz año nuevo, pienso ingenuo. Conforme bajo las escaleras me doy cuenta de que no. Es una discusión. Llego al portal, veo a dos señoras discutiendo. A gritos. Son dos de las empleadas de la empresa de limpieza que barren y friegan varias veces a la semana la escalera del edificio. "Tú me quitaste el trabajo en la oficina. Y ahora la dejas sin limpiar" - le dice una a la otra con el dedo amenazante y la escoba en la otra mano. "Hola, buenos días" - digo yo. Me miran, pero no responden.

Salgo al exterior. Nieva y hace frío. Mucho. Nada más cruzar la calle piso una baldosa suelta y el agua salpica mi pantalón. Estupendo. Avanzo por la acera. Tengo que hacer pocos recados. Voy a recoger un pedido a una librería cercana y a llevar las botellas a su destino. Sin romperlas antes a poder ser. Es un día gris, oscuro. En realidad es un mes oscuro. El sol no ha asomado en varias jornadas. Parece una metáfora del año que hemos pasado. En la calle hay gente, casi todos con bufandas, capuchas y gorros que, junto con las mascarillas, impiden ver nada más que los ojos. Parecemos autómatas, muñecos articulados que nos movemos sin pensar.

Llego a la librería. Se respira paz, tranquilidad. Me atienden rápido y amablemente. Cosa rara en los tiempos que corren. Hay algunos clientes, pero pocos. Me entregan los libros en una bolsa de papel. No me doy cuenta en ese momento, pero el papel al mojarse con la nieve se ablanda. Dejo las dos botellas en el suelo, sin golpearlas. Me quito los guantes para pagar. Con tarjeta, por supuesto. Es mejor tocar las menos cosas posibles. Después, agarro de nuevo las botellas con cuidado, cojo la bolsa con los libros y salgo de la tienda. Sigue nevando.

Camino por la calle mientras suena por la megafonía exterior de una tienda una canción de los años noventa. La reconozco, se titula "Pero a tu lado". Transmite un mensaje de esperanza, de solidaridad. Un buen mensaje para esta época que vivimos. La usan algunos comerciantes para animar a la gente en estas fechas y que entre a comprar a las tiendas. Quienes caminan por la calle ni siquiera escuchan la canción. Solo oyen ruido de fondo. Pero en mí crea un sentimiento de nostalgia, de recuerdo de un tiempo pasado mejor que el presente. 

Sigo avanzando por la calle principal de la ciudad, la otrora arteria comercial hoy venida a menos. Hay muchos locales cerrados, numerosos carteles que anuncian el traspaso o la venta de los negocios. Es todo una ruina. La gente hace cola para comprar lotería, eso sí. "Cuando veas que mucha gente compra lotería, significa que las cosas van mal" me dijo una vez mi abuelo. Si miro hacia atrás, siempre recuerdo grandes colas ante las administraciones de lotería. Mal síntoma. Vamos de crisis en crisis. Los tiempos de prosperidad brillan por su ausencia. Como los rayos del sol estos días.

Una churrería ambulante vende chocolate caliente y churros. Cuatro o cinco clientes están comprando. Una niña, con el vaso de chocolate en la mano le dice a su madre - "¡Qué calorcito, mamá!". Mientras, la madre la mira y le sostiene la servilleta. Se está poniendo perdida, pero qué más da.

Un poco más allá hay una aglomeración. Sí, hay que evitarlas. Están prohibidas. Pero las hay. Por supuesto, es la puerta de un bar. Paso al lado intentado retirarme todo lo posible y miro dentro del establecimiento. Uno que mantiene su curiosidad. Está a rebosar. Completamente lleno. Sin ventilación ninguna. Los clientes ríen, gritan y beben animados y despreocupados. Ya llegará un nuevo cierre y nos preguntaremos por qué. 

Paradójicamente, justo enfrente del bar hay un mendigo sentado sobre el húmedo suelo. Uno de los muchos que piden limosna en las calles. Me fijo en él porque tiembla de frío. Es un chico joven pero sus ojos reflejan un alma helada, sin ninguna esperanza. En un trozo de cartón ha escrito "Soy andaluz. No tengo trabajo. Necesito ayuda". Quizá sea mentira, pero ahora el que tiemblo soy yo. Un escalofrío recorre mi cuerpo aunque este no es de frío. Mientras, sigue nevando.

Finalmente, llego a mi destino. Toco al timbre porque no llevo llave. Enseguida abren. Subo por las escaleras, despacio. Sin quitarme siquiera los guantes y la capucha. Tengo un sentimiento de derrota, de decadencia. Decadencia. Esa es la palabra. Por mucho que nos empeñemos en lo contrario, vivimos en una sociedad decadente, hundida, en permanente crisis. El mal que nos atenaza desde hace meses es solo una muestra más de ese estado. El individualismo y la hipocresía se han apoderado de nosotros. Nos han secuestrado. No somos modernos, somos decadentes.

Compruebo que las botellas han llegado en buen estado. En efecto, lo que no está en buen estado es la bolsa de papel con los libros dentro. Podía suponerlo. "Toma, mete el vino y el champán en la nevera" - digo al entrar. "Sí, para brindar esta noche por el año nuevo" - brindar ¿para qué?






"Ayúdame y te habré ayudado
que hoy he soñado en otra vida,
en otro mundo, pero a tu lado".

2 comentarios:

  1. Un buen relato, he caminado por elCollado junto a tí, reconociendo lugares y personajes.
    ¡ Que el 2021 sea menos decadente!

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  2. Un buen relato, he caminado por elCollado junto a tí, reconociendo lugares y personajes.
    ¡ Que el 2021 sea menos decadente!

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