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miércoles, 8 de abril de 2020

LA PÉRDIDA DE UNA GENERACIÓN

A todos los que se han marchado.
Y a los que nos hemos quedado.


Una calurosa tarde de verano, ya en los últimos días, me miró con ojos inocentes y dijo - "Cuando te quieres dar cuenta, se ha pasado el tiempo" -. Estos días oscuros me acuerdo de esas palabras y me vienen a la mente los cientos de ancianos que se encuentran solos, aislados, en las habitaciones frías e impersonales de los hospitales. Muchos de ellos estarán desorientados, perdidos. Otros no. Otros sabrán muy bien que se encuentran en el final.

Es la generación que estamos perdiendo. Los que se están marchando como consecuencia del mal que nos rodea desde hace semanas. Ha quebrado nuestra civilización, nuestra sociedad, y está acabando con la vida de la generación más longeva de la historia de España. Son nuestros abuelos, hombres y mujeres hoy ancianos que sucumben ante un golpe que no esperaban, que no esperábamos.

No son la generación de la guerra porque no hicieron la Guerra Civil, en su mayoría eran bebés cuando estalló el conflicto fraticida en 1936. Muchos nacieron durante la contienda. Otros lo hicieron en la inmediata posguerra. No hicieron la guerra pero sí la sufrieron. Sufrieron el horror en sus familias, los dramas personales, las pérdidas irreparables. Sintieron el hambre y la miseria de la posguerra y vivieron bajo el yugo de la dictadura. Y sin embargo, crecieron sanos, fuertes como robles, y conocieron la felicidad.

Son mucho más cultos, más sabios, de lo que nunca podremos ser las generaciones posteriores. Pero no estudiaron tantos años como lo hemos hecho nosotros. Con cada una de sus palabras, con cada uno de sus actos, nos han dado - nos dan - lecciones de vida. De una vida larga y trabajada, llena de sufrimientos y de alegrías, de penas y satisfacciones. Por eso custodian vidas plenas.

Trabajaron duro y se esforzaron, sin rechistar, durante años. Largas décadas de sacrificios, privaciones y ahorro con la mirada puesta siempre en un futuro mejor. Muchos trabajaban mañana y tarde porque un solo empleo no era suficiente para vivir. Ellas criaron a la primera generación auténticamente libre del país. Algunas, más de las que pensamos, fueron las auténticas pioneras. Trabajaban en casa y fuera para sacar la familia adelante.

También es la generación de los emigrantes. Muchos salieron de España para buscar fortuna en las fábricas alemanas, francesas o suizas. Otros marcharon de sus aldeas a las ciudades en busca de lo mismo. Todos sintieron el desgarro emocional y social que supone abandonar tu patria y buscar cobijo en tierra extraña. Lo hicieron por ellos y, en definitiva, por los que vendrían - vendríamos -.

Saben perfectamente la diferencia entre dictadura y democracia porque vivieron las dos. Construyeron su existencia en el Franquismo, sin derechos y libertades. Tras la muerte del tirano, fueron quienes los ganaron. Ellos construyeron la España de hoy, la sociedad en la que vivimos. La Transición política fue cosa de aquellos que hoy son ancianos. Unos nombres propios, por supuesto, pero también millones de anónimos que crearon la conciencia democrática de un país sin olvidar los horrores de la guerra ni las cadenas de la dictadura. Pesaban los dramas familiares, los desaparecidos, el miedo, pero más la voluntad de mirar hacia el futuro, de construir una sociedad moderna.

Tenían - tienen - esa conciencia de sacrificio, esfuerzo, tolerancia y reconciliación. Unos valores muy superiores a los que imperan hoy. Vieron cómo sus hijos hicieron lo que ellos no había podido. Viajaron. Estudiaron. No sufrieron miserias ni dramas. Vivieron en libertad plena. Y sus nietos, a los que cuidaron como hijos propios. Para ellos era, definitivamente, el mundo que con tanto empeño habían construido durante décadas. A ellos enseñaron todo lo que sabían. A ellos transmitieron su legado.

Cuando ya se encontraban en la vejez, la crisis económica iniciada en 2008 fue un duro golpe. El mundo próspero que creían - que creíamos - imperturbable, se tambaleó. Volvió la miseria, el desempleo. Pero ellos fueron quienes sostuvieron a las familias. Eran el centro, la esencia de millones de familias. La pensión de los abuelos se convirtió en muchos casos en lo único que ingresaban algunas, muchas, viviendas. Con ello comieron hijos y nietos. De nuevo ayudaron a los suyos a vivir, a no hundirse. La sociedad española de principios del siglo XXI sobrevivió gracias a ellos, otra vez.

Y ahora esto. Una increíble enfermedad llegada de muy lejos se los está llevando abruptamente cuando ya se acercaban al ocaso natural de su existencia. Y aguantan como rocas. Soportan lo insoportable. Enteros. Como siempre. La llaman la Generación Silenciosa. Y en efecto, se están yendo en silencio pero de una forma que no querríamos. Muchos no pueden despedirse de sus abuelos y abuelas, de sus padres y madres. Son gentes austeras y trabajadoras por las circunstancias históricas que vivieron y sin embargo nunca se quejaron. Prefirieron siempre buscar cómo continuar.



*Por cierto, las sabias palabras del principio las pronunció mi abuela, nacida en 1929.

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