Dicen que en el año 761 los monjes godos Máximo y Fromestano fundaron una pequeña comunidad en un llano al norte de la Cordillera Cantábrica. Habían huído, junto con otros muchos, del dominio musulmán y llegaron hasta el único reducto de resistencia cristiana que quedaba en la Península. Esa comunidad crecería en las décadas siguientes hasta convertirse en la capital del Reino de Asturias: Oviedo. No sabemos cuánto hay de Historia y cuánto de leyenda en este relato. Hoy algunos dicen que Oviedo pudo surgir con anterioridad, durante la época romana, en un cruce de caminos entre Lucus Asturum - la actual Lugo de Llanera - y Legio VII Gémina - que hoy es León -.
En cualquier caso, parece cierto que en los primeros compases de la Reconquista, la ciudad de Oviedo u Ovetus, su nombre en lengua latina (?), adquirió gran importancia y se erigió en el centro del reino asturiano. Situada en las faldas del Monte Naranco, a cierta distancia del océano y protegida de los ataques del sur por la gran Cordillera Cantábrica, Oviedo poseía todas las características necesarias para convertirse en la capital de Asturias, un reino que en aquel momento aún luchaba por consolidarse y sobrevivir.
Fue Alfonso II de Asturias quien decidió trasladar su pequeña corte desde Cangas de Onís a Oviedo en algún momento antes del año 812. El monarca, conocido como "el Casto", restableció el Ordo Gothorum, es decir, el Orden de los Godos, como una forma de legitimar su poder y justificar los ataques sobre los musulmanes del sur proclamándose sucesor de los visigodos. Además, ordenó la fortificación de la ciudad y la construcción de iglesias y palacios. Restos de la primitiva muralla del siglo IX aún pueden contemplarse en algunas zonas de la ciudad y Alfonso II es recordado casi en todos los rincones del Oviedo del siglo XXI.
Durante el reinado de Alfonso II también se descubrieron los restos del Apostol Santiago en la ciudad de Compostela, una de las localidades más occidentales del reino asturiano. La tradición dice que fue el primer peregrino del Camino de Santiago al recorrer los casi trescientos kilómetros que separan estas dos urbes. Hoy, es tradición que los peregrinos que se dirigen a Santiago de Compostela entren antes en Oviedo y visiten su catedral dedicada al Salvador. "Quien va a Santiago y no a San Salvador, honra al siervo y descuida al señor".
Y es que la catedral de Oviedo comenzó a construirse en aquellos momentos sobre una primitiva capilla dedicada a San Salvador. Su construcción llevó varios siglos lo que supuso la mezcla de estilos artísticos. Además, los avatares de la Historia impidieron que en el siglo XIII se completase el diseño original de la fachada gótica con dos torres siguiendo el modelo francés que se puede ver en otras ciudades españolas como Burgos y León. La catedral de Oviedo se quedó con una solitaria torre. En su interior se conservan los símbolos de la ciudad y del reino: la Cruz de la Victoria - símbolo de Asturias -, la Cruz de los Ángeles - símbolo de Oviedo - y el paño que cubrió el rostro de Cristo antes de su Resurrección, una reliquia llevada hasta allí por Alfonso II.
Tras la muerte del monarca, el nuevo rey Ramiro I ordenó la construcción de un complejo palatino en el cercano Monte del Naranco. Allí pueden contemplarse hoy en día dos de los edificios prerrománicos más importantes del mundo: Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo. La primera fue concebida como el Aula Regia del conjunto palacial aunque posteriormente fue consagrada y convertida en templo cristiano lo que permitió su conservación. Hoy es considerado el edificio civil más antiguo de Europa. San Miguel de Lillo es otra pequeña joya del prerrománico asturiano. El templo, que presentaba mayores dimensiones en sus orígenes que en la actualidad ha sufrido numerosos episodios de destrucción y reconstrucción hasta adquirir la forma en la que lo podemos contemplar hoy en día.
Oviedo fue la capital del Reino de Asturias durante cerca de cien años, hasta que en el año 910, el Tercero de los Alfonsos trasladó la corte al otro lado de la Cordillera Cantábrica, a León. Las razones fueron estratégicas pues León se encontraba más próxima al río Duero, donde en aquellos momentos estaban teniendo lugar las operaciones militares frente a los musulmanes. La marcha de la corte supuso el inicio de la decadencia de la ciudad puesto que los monarcas - hasta entonces asturianos y ahora leoneses - decidieron embellecer León como habían hecho con Oviedo anteriormente. La catedral quedó, por ejemplo, a medias y la escasa financiación hizo que se tardase mucho tiempo en finalizar.
Son escasos los restos que pueden verse hoy del Oviedo medieval porque en la Nochebuena de 1521 un incendio arrasó la ciudad casi por completo. Las velas encendidas por Navidad fueron el origen de un fuego que se extendió rápidamente consumiendo las viviendas de madera. Sólo los grandes edificios construidos en piedra sobrevivieron, como la catedral. Poco después se inició la reconstrucción siguiendo los modelos renacentistas. Hoy pueden contemplarse numerosos palacios del siglo XVI en el centro de Oviedo. Además, las numerosas plazas y espacios sin edificar no solo embellecieron la urbe siguiendo los gustos racionalistas del momento sino que sirvieron de cortafuegos para futuros incendios.
Oviedo también es hoy un fantástico lugar donde observar el legado de los indianos. Ya saben, aquellos emigrantes que marcharon a América en busca de fortuna y la encontraron. Muchos volvieron a su tierra natal décadas después colmados de dineros y los inviertieron en la construcción de casas que evocan las aventuras en las Indias. El Oviedo de hoy celebra unas fiestas en honor a los indianos y una escultura recuerda a aquellos emigrantes que durante varios siglos dejaron su patria querida en busca de un futuro mejor en otros lados. Por eso el indiano es también un símbolo de tolerancia hacia otras culturas, hacia otras gentes.
Durante siglos, Oviedo fue la capital de la leche, del pescado y de la minería. De todo ello hay rastro en la ciudad del siglo XXI. La Plaza del Paraguas recuerda a las lecheras que, hasta hace bien poco, acudían a la ciudad desde las altas montañas. La Central Lechera Asturiana es sin duda el mayor legado que dejaron aquellas mujeres. También el pescado tenía su mercado en la ciudad, la lonja, aunque no hay ni puerto, ni ría, ni barcos pesqueros. Las gentes del mar, tan próximo, marchaban a Oviedo a vender sus capturas.
En el siglo XIX, el descubrimiento de yacimientos mineros en las montañas asturleonesas fue un impulso modernizador para la ciudad. Este Oviedo es la Vetusta que Alas "Clarín" describe tan profusamente en "La Regenta", su obra magna. Era una ciudad de provincias, un mundo cerrado, en el que el catedrático de su Universidad sitúa a Ana Ozores, una bella mujer atenazada por las rígidas normas de "la heroica ciudad" que dormía la siesta.
Pero a pesar de todo, Oviedo creció mucho gracias a la riqueza minera de la zona y a la expansión del ferrocarril. Se derribaron las murallas medievales y se inició la construcción del ensanche de Uría que amplió los límites de la ciudad sobremanera. Es en esta zona donde se pueden contemplar algunos grandes edificios de la ciudad como el actual edificio del Gobierno del Principado de Asturias, la sede de la Junta General del Principado y el Teatro Campoamor, donde cada octubre se celebra la entrega de los premios Princesa de Asturias.
También el Parque San Francisco se configuró como un lugar de esparcimiento para los ovetenses. La Calle de Uría, que se proyectó para conectar el centro urbano con la estación de ferrocarril situada al norte de la ciudad, es hoy el corazón comercial de Oviedo. Por cierto, que este espacio no fue urbanizado sin polémica. Y es que la expansión de la ciudad acabó con un viejo carbayo milenario muy querido por los ciudadanos. El roble fue talado a pesar de las numerosas protestas que incluyeron la fundación de un periódico destinado a conseguir la salvación del árbol. Hoy, a los ovetenses se les conoce, también, como carbayones en honor al mítico roble talado en pos del desarrollo de la ciudad.
Las huellas de la Historia permiten ver también los estragos de la Revolución de Asturias (1934) y de la Guerra Civil (1936 - 1939) en el Oviedo de hoy. En Octubre de 1934, los mineros, fuertemente armados, bajaron de las montañas y tomaron la ciudad a sangre y fuego, acabando con numerosas vidas y destruyendo otros tantos edificios. La represión, bajo el mando del general Franco, no fue menos brutal. Igual que la Guerra Civil. Hoy pueden verse los impactos de la metralla en numerosos edificios. Aunque para muchos pasen desapercibidos, recuerdan una época de odios y horrores y sirven de advertencia sobre lo que nunca más debe repetirse.
El Oviedo del siglo XXI es muy distinta a la de épocas anteriores aunque conserva su carácter original y único. Hoy es una ciudad moderna y abierta al mundo, el deleite de quien la visita. Para un polémico cineasta estadounidense es "una ciudad deliciosa, exótica, bella, limpia, agradable, tranquila y peatonalizada... Oviedo es como un cuento de hadas". Los Premios Princesa de Asturias son un envidiable escaparate, la mejor ventana para captar la atención de un mundo aturdido por la impersonalidad de la globalización.
Hoy, Oviedo, u Uviéu según su nombre oficial en asturiano, es también una ciudad de esculturas que cuenta Historia e historias. Paseando por sus calles y parques te puedes encontrar con Mafalda, con una estatua de Botero, con una lechera con su burra o con Rufo. Una escultura recuerda al perro vagabundo que vivió durante años en la ciudad y que fue cuidado por todos los oventenses. Murió el 21 de septiembre de 1997, durante las fiestas de la ciudad. La estatua no solo es en su honor, sino en el de todos los perros callejeros.
Oviedo, ciudad de estatuas: 1) La Maternidad, de Botero; 2) Estatua de Rufo; 3) Woody Allen; 4) Mafalda
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