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lunes, 9 de septiembre de 2024

LOS PRIMEROS DÍAS... Y LOS ÚLTIMOS


Los pasillos están en penumbra. Los rayos de sol que se cuelan por las cristaleras apenas llegan a proyectar unas sombras alargadas y tristes en algunos rincones. Un silencio inusual lo inunda todo, igual que el agradable olor a limpio. El instituto espera paciente que, en pocos días, los alumnos vuelvan a llenarlo de vida después de las vacaciones de verano. Todo está preparado para un nuevo comienzo.

Pero no todos van a empezar otra vez. Algunos están terminando. Sin alterar el excepcional silencio, una profesora abre una vieja vitrina que lleva años junto a las escaleras. Con un trapo roído, limpia el polvo acumulado por el tiempo y, después, coloca con mimo las maquetas de las células vegetales y animales que sus alumnos realizaron al final del curso anterior. Algunas están hechas con plastilina, otras con cartón y otras con espuma. Las hay grandes y pequeñas, pero todas fueron elaboradas con esmero.

La mujer se detiene a mirarlas una vez más antes de elegir cuidadosamente el lugar en el que por fin las colocará. Esta tarea, la de colocar los trabajos de sus alumnos en la vitrina, es una de las últimas de su dilatada carrera docente. Hoy es su último día en el instituto, se jubila tras treinta años en aquellas clases, en aquellos pasillos. Y una mezcla de emociones se apodera de ella en esa atmósfera oscura y cálida de septiembre. La satisfacción por el trabajo hecho se encuentra de forma súbita con la nostalgia que se desprende a borbotones al mirar cada milímetro de aquel edificio destartalado que es el instituto.

El espíritu rebelde de la vieja docente recupera en ese instante decenas de rostros, de voces, de miradas, de momentos vividos, aunque ella intenta enfriar las emociones. Es en vano. Una vez suelta, la mente es un caballo desbocado que no puede detenerse. ¿A cuántos alumnos ha impartido clase? Con seguridad, centenares. Quizá, miles. Es imposible acordarse de todos. Es imposible recordar cada año, cada curso con nitidez. La memoria lo recuerda todo a la vez, lo mezcla todo en un relato uniforme, pero ficticio. En su recuerdo el estudiante de hace veinte años convive con el que conoció hace cinco. La mente trabaja así, funciona así, lo mezcla todo y no distingue de tiempos. Quizá sea un arma inconsciente para defenderse del transcurrir del tiempo, del agotamiento de la vida. 

Quiere dejarlo todo listo, como si aquellas maquetas de las células fuesen su gran legado. Como si esos trabajos diesen sentido a toda su carrera. Como si fuesen la culminación de su obra. Treinta años de lecciones, de apuntes, de exámenes, de informes, de cuadernos. Treinta años de energía, de emociones, de experiencias compartidas, de vida. Enseñaba su asignatura, pero también enseñaba a respetar, a compartir, a escuchar, a aprender, a vivir. Centenares de alumnos aprendieron a ser, a existir junto a ella, con ella. Centenares de personas hoy la recuerdan allá donde están porque marcó sus vidas. Y todo esto es mucho más que las coloridas maquetas que coloca en la vitrina, aunque no pueda contemplarse.

Y la vieja profesora siempre disfrutó, siempre trabajó intensamente, siempre vivió con pasión en aquellas aulas. Y ahora, se da cuenta de que el viaje mereció la pena, de que tuvo sentido. Y ahora, cuando está a punto de llegar al final, cuando todo va a terminar para siempre, es consciente de la felicidad. Fue feliz haciendo lo que hacía. Y esto da sentido a la su realidad, a su pasado y a su presente. Entonces, la mujer recuerda algunas estrofas de 'Ítaca', el bello poema que el griego Cavafis escribió allá a comienzos del siglo XX, que aprendió hace muchos años: 

"Más vale que se alargue muchos años;
y ya en el vejez recales en la isla,
con toda la riqueza ganada en el camino,
sin esperar que te enriquezca Ítaca."

Definitivamente, el camino fue largo y las riquezas, cuantiosas. Y, en verdad, es ahora, al final de la travesía, al final de la vida docente, cuando toda esa fortuna, esa felicidad vivida, se hace presente. El pasillo sigue a oscuras, esperando. Y allí, en aquella vitrina permanecerán por un tiempo las maquetas, aunque nadie las mire. En unos días, el instituto se llenará otra vez de alumnos, de bullicio. La vida sigue su curso, la vieja profesora ya no estará allí, pero sí una parte de ella.



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