La iglesia do Carmo fue destruida parcialmente por el terremoto y así puede verse hoy.
1 de noviembre de 1755. Aquel día amaneció como cualquier otro en Lisboa con el frío propio del otoño. Era festivo, Día de Difuntos, y los lisboetas, igual que el resto de Portugal, acudieron a las iglesias con velas encendidas a rezar a sus muertos. No sabían que muchos se encontrarían con ellos antes del mediodia. A unos trescientos kilómetros al suroeste de Lisboa, el Océano Atlántico, el mismo que había brindado a Portugal las mayores gestas de su historia, estaba a punto de rugir con fuerza.
Un terremoto de unos nueve grados en la moderna Escala de Richter hizo temblar el fondo del océano y la Península Ibérica durante varios minutos. Eran poco más de las nueve de la mañana y las calles de Lisboa estaban atestadas. También los templos, repletos de fieles en la oración de Difuntos. Nadie esperaba un castigo del océano como el que se produjo ese día. Nadie podía imaginar un golpe de la naturaleza como aquel. Desorientados, mientras la tierra temblaba imparable, miles de lisboetas corrieron a todos lados sin salvación posible. Los edificios se derrumbaban uno tras otro sin remedio. Las iglesias caían con los fieles dentro. Muchos murieron sepultados en aquellos instantes.
Los supervivientes de la primera embestida de la naturaleza marcharon a los muelles de la ciudad, junto al estuario del Tajo. Allí, en un espacio abierto, esperaban estar seguros, ilusos ellos. Las aguas del Tajo comenzaron a retirarse poco después dejando a la vista los restos de barco hundidos y cargas arrojadas al lecho del río. Pensaban que eran un milagro tras la catástrofe, nadie podía intuir el segundo castigo: un tsunami con olas de hasta siete metros llegó a la costa arrasando todo a su paso. Los pocos edificios que quedaban en pie fueron barridos y los muertos se contaron por miles. Nadie podía escapar a la furia del mar.
La iglesia de Santo Domingo, donde comenzó la persecución de los judíos en 1506 fue destruida por el terremoto y reconstruida después. En los años 50 del siglo XX volvió a sufrir un nuevo incendio.
En las zonas altas, donde las olas no llegaron, el fuego hizo su trabajo. Las velas encendidas por los lisboetas para rendir homenaje a los muertos desataron pavorosos incendios en los edificios derruídos por el terremoto. Fue el tercer castigo. Pocas construcciones de la milenaria Lisboa quedaron en pie: el monasterio de los Jerónimos y la catedral románica. El resto fue destruido: el Castillo de San Jorge, la fortaleza medieval que había sido residencia real durante siglos; la iglesia de Santo Domingo, donde había comenzado el pogromo de 1506; la iglesia del Convento do Carmo; el Palacio Real, junto al Tajo, residencia oficial de los reyes de Portugal que atesoraba fabulosos tesoros; y el Barrio Bajo de Lisboa, la Baixa, el centro de la ciudad. ¡Todo destruido! ¡Todo arrasado! Lisboa se convirtió en un gran vacío.
El rey José I, que se encontraba fuera de la capital, y su primer ministro el Marqués de Pombal, acudieron de inmediato. La imagen era terrible. Los muertos se contaban por miles. El centro de Lisboa había sido arrasado. Las calles estaban llenas de escombros y cadáveres. El hedor era insoportable. Bajo el humo de los incendios se encontraba el infierno.
No había esperanza para los supervivientes. Los desgraciados que habían sobrevivido al seísmo, al tsunami y al fuego salían del lugar huyendo quizá del siguiente castigo divino. ¿Cuál sería? ¿Por qué Dios había castigado así a los devotos portugueses? Sólo la Alfama, el barrio de moral relajada, repleto de prostíbulos, se había salvado de la destrucción. Dios había destruido los templos de la ciudad matando a miles de fieles pero había salvado los burdeles, las tabernas y las casas de juego. ¿Por qué?
No había esperanza para los supervivientes. Los desgraciados que habían sobrevivido al seísmo, al tsunami y al fuego salían del lugar huyendo quizá del siguiente castigo divino. ¿Cuál sería? ¿Por qué Dios había castigado así a los devotos portugueses? Sólo la Alfama, el barrio de moral relajada, repleto de prostíbulos, se había salvado de la destrucción. Dios había destruido los templos de la ciudad matando a miles de fieles pero había salvado los burdeles, las tabernas y las casas de juego. ¿Por qué?
Dicen que la primera orden del Marqués de Pombal fue prohibir la marcha de los hombres jóvenes de la ciudad. No podían huir. Eran necesarios en la reconstrucción. Había que volver a levantar Lisboa. Había que hacerlo, además, de una forma moderna, siguiendo los patrones de la Ilustración y el racionalismo. Previniendo el siguiente terremoto. Lisboa sería la primera ciudad construida antiseímos.
El rey José I, aterrorizazo por las imágenes que sus ojos habían visto y con temor a que la tierra volviese a temblar bajo sus pies, no volvió a residir nunca más bajo una construcción sólida. Su palacio fueron enormes tiendas de tela que se trasladaban a donde el monarca iba. Tras su muerte, en 1777, su hija la reina María I se encargaría de dirigir las tareas de reconstrucción que llevaron décadas, siglos.
El rey José I, aterrorizazo por las imágenes que sus ojos habían visto y con temor a que la tierra volviese a temblar bajo sus pies, no volvió a residir nunca más bajo una construcción sólida. Su palacio fueron enormes tiendas de tela que se trasladaban a donde el monarca iba. Tras su muerte, en 1777, su hija la reina María I se encargaría de dirigir las tareas de reconstrucción que llevaron décadas, siglos.
Arriba: vistas de la Baixa y el Castillo de San Jorge al fondo desde el mirador de Santa Justa; Abajo: representación de la Baixa Pombalina hoy.
La Baixa, el barrio central, fue reconstruido siguiendo las ideas de Pombal, una planta ortogonal que después serviría como modelo en las remodelaciones de ciudades como París o Barcelona, ya en el siglo XIX. Un trazado regular, de manzanas rectangulares y calles rectas. En el espacio central, junto al Tajo, que en su día ocupó el Palacio Real, por completo destruido, fue edificada una enorme plaza, la Plaza del Comercio, cerrada por tres lados pero abierta por uno, el del Tajo. Lisboa no podía dejar de abrazar al mar y al río que tanto habían dado a la ciudad pero que también le habían arrebatado todo. El Castillo de San Jorge tuvo que esperar. No fue reconstruido hasta entrado el siglo XIX y su finalización se produjo ya en el XX. Unos minutos en 1755 sirvieron para destruir el legado de siglos y siglos tardaron los portugueses en reconstruir por completo su ciudad.
Pero alguien dijo una vez que Lisboa era como el ave fénix. Con miles de años de Historia, había sabido resurgir una y otra vez de sus cenizas, reinventarse y recuperar el esplendor perdido. Bajo las órdenes del Marqués de Pombal, el gran ministro ilustrado del siglo XVIII portugués, la ciudad volvió a nacer, volvió a ser construida. Sólo quedó la Iglesia do Carmo en ruinas aunque hubo intentos por reconstruirla también. Cien años después del terremoto muchos pensaron que conservar sus ruinas sería el gran recuerdo para la posteridad, el gran homenaje a la Lisboa arrasada. Así está hoy. Así puede visitarse. Los nervios de la bóveda derrumbada parecen sostener ahora el firmamento, las estrellas.
A finales del siglo XIX finalizó también la construcción de la Plaza del Comercio. Se erigió en 1873 un majestuoso arco triunfal para comunicar el Tajo con la Baixa pombalina, la plaza con la Rua Augusta. La soberbia puerta resume de forma espléndida la historia del país, desde el medievo hasta el siglo XVIII. Acogía a los viajeros y a los embajadores extranjeros que desembarcaban en el puerto fluvial y accedían a la urbe cosmopolita que los recibía. La Plaza del Comercio se convertía en algo así como unos grandes brazos abiertos al río, al océano.
A finales del siglo XIX finalizó también la construcción de la Plaza del Comercio. Se erigió en 1873 un majestuoso arco triunfal para comunicar el Tajo con la Baixa pombalina, la plaza con la Rua Augusta. La soberbia puerta resume de forma espléndida la historia del país, desde el medievo hasta el siglo XVIII. Acogía a los viajeros y a los embajadores extranjeros que desembarcaban en el puerto fluvial y accedían a la urbe cosmopolita que los recibía. La Plaza del Comercio se convertía en algo así como unos grandes brazos abiertos al río, al océano.
Vistas de la Plaza del Comercio
El arco está sostenido por cuatro enormes pilares con columnas compuestas adosadas. Sobre ellos, un gran timpano muestra un reloj desde la Rua Augusta. Desde la plaza se puede leer la inscripción: VIRTVTIBVS MAIORVM VT SIT OMNIBVS DOCVMENTO (Que las virtudes de los más grandes sean una enseñanza para todos). ¿Quiénes son los más grandes? Cuatro personajes de la Historia del Portugal: Viriato, el pastor lusitano que dedicó su vida a hostigar a los romanos; Nuño Álvarez Pereira, condestable de los ejércitos de Juan I en la Batalla de Aljubarrota; Vasco de Gama, el marino que llegó por primera vez a la India en 1498; y el Marqués de Pombal, el gran ministro ilustrado de José I, artífice de la reconstrucción de la ciudad. Todos flanquean un gran escudo nacional.
Sobre ellos tres alegorías rematan el ático del arco. Tres virtudes que han proporcionado las grandes hazañas a los portugueses. La Gloria corona a la Astucia y la Valentía. Pero las alegorías no acaban ahí. A ambos lados del arco se sitúan dos esculturas varoniles, recostadas, que parecen observar la plaza y vigilan a los viandantes. Son el Duero y el Tajo, los dos grandes ríos que dan vida a Portugal. El Duero es el origen del país, donde surgió el Condado Portucalense en el siglo XII. El Tajo es la gran puerta de entrada a Portugal, la segunda mitad de Lisboa.
La reestructuración del gran espacio arrasado por el tsunami y convertido en plaza culminó con la colocación en su centro de una estatua ecuestre de José I. El rey que vio los desastres provocados por las fuerzas naturales. El rey horrorizado por el poder destructivo de las aguas que se negó a vivir más bajo un techo que pudiese derrumbarse se erige ahí, victorioso, casi prepotente, frente al Tajo, como símbolo de la Lisboa que resurgió tras la destrucción del 1 de noviembre de 1755.
Estudio de la Puerta triunfal o Arco de la Plaza del Comercio
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