25 AÑOS DE LA CAÍDA DEL MURO DE BERLÍN
En agosto de 1961 las autoridades de la República Democrática Alemana (RDA) estaban decididas a frenar el éxodo masivo de berlineses que huían del comunismo cruzando del Berlín oriental al occidental. Durante el mes anterior habían cruzado alguno de los pasos fronterizos más de 30.000 berlineses y esto era algo intolerable para el gobierno de la RDA que le dejaba en evidencia delante del resto de gobiernos del bloque del este, y en especial ante la URSS. Entre los días trece y catorce de agosto los soldados de la Alemania Oriental colocaron alambre de espino en la frontera que delimitaba los dos sectores y empezaron a construir barricadas. La Puerta de Brandemburgo fue cerrada.
Pocos días después, el dieciocho, comienza a levantarse un enorme muro de hormigón en torno al perímetro de Berlín Occidental. La pared se extiende por más de 155 kilómetros y en algunas zonas llega a alcanzar los cuatro metros de altura. Fue algo totalmente inesperado porque en apenas tres horas se cerraron los pasos fronterizos de la ciudad. Sólo consiguieron pasar a la zona occidental alrededor de 5.000 berlineses; otros 3.000 fueron arrestados y 267 perecieron en el intento.
Con la construcción del muro, se materializaba la idea del "telón de acero" acuñada por W. Churchill después de la Segunda Guerra Mundial. El Muro de Berlín dividía no sólo la ciudad sino también Alemania, Europa y el Mundo. Durante casi treinta años el "Muro de la Vergüenza", como algunos lo llamaron, simbolizó la división del planeta en dos bloques enfrentados: el bloque capitalista y el comunista. Muchos creyeron en los años sesenta, setenta y ochenta que aquella división sería permanente y nadie podría cambiarlo.
A finales de los años ochenta, la situación en la mayor parte de las repúblicas populares del este de Europa (igual que en la propia URSS) era dramática en el ámbito económico y social. En la RDA, axifisiada económicamente, se sucedieron manifestaciones que demandaban libertad y proliferaron organizaciones y asociaciones juveniles que animaban al debate político.
En 1989, la situación era insostenible. Los alemanes orientales reclamaban liberta, democracia y mejores condiciones de vida. Más aún cuando sabían que en la hermana República Federal Alemana (RFA), el nivel de vida era muy superior al que disfrutaban los alemanes orientales. Otros países, como Polonia o Hungría, planteaban entonces una apertura.
El primer signo de cambio llegó en mayo, cuando la frontera entre la RDA y Austria se abrió y miles de alemanes orientales huyeron por esa vía a la Alemania Occidental. A mediados de octubre, el hombre que había dirigido los designios de la RDA durante la última década, Honecker, dejó el gobierno. Semanas después, el cuatro de noviembre, un millón de berlineses salió a la calle para demandar reformas al grito de "Nosotros somos el pueblo", "Nosotros somos un solo pueblo". El nuevo secretario del partido, E. Krenz, nombró un gobierno presidido por el reformista H. Modrow.
A pesar de estos cambios, nadie imaginaba en la aurora del nueve de noviembre que situación de la RDA y la escena internacional iban a cambiar en pocas horas.
Ese día, el Politburó del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED, en sus siglas alemanas) aprobó una agenda de medidas sobre la emigración. Una de las medidas decía textualmente:
"Los viajes privados al extranjero pueden ser solicitados sin cumplir requisito alguno"
En torno a las siente de la tarde, el portavoz del gobierno de la RDA, Günter Schwabowski, dio una rueda de prensa para explicar las medidas. Un periodista le preguntó acerca de la medida referente a los viajes al extranjero y cuándo entraría en vigor. El portavoz del gobierno respondió: "de inmediato".
Estas precipitadas y equívocas palabras de Schwabowski junto con una declaración de Krenz que afirmaba que "los permisos serán concedidos rápidamente", encendió las esperanzas de millones de berlineses orientales. La noticia se extendió por doquier y una multitud se congregó alrededor del Muro.
Los guardias germano-orientales se sorprendieron al ver a toda aquella gente mientras confirmaban que las nuevas normas eran ciertas. Los oficiales dieron la orden de dejar pasar al otro lado a todos aquellos que lo solicitasen.
A medianoche, miles de personas hacían cola para cruzar al Berlín Occidental. Muchos de ellos a reencontrase con sus familiares quienes vivían en la misma ciudad pero en distintos países, otros ansiaban volver a ver a sus amigos, algunos buscaban tomar una cerveza en un bar de la zona del oeste y otros, simplemente, a comprobar que aquello que se estaba produciendo era real: el muro dejaba de tener sentido.
La gente acudió de nuevo al Muro, esta vez armados con picos y martillos con la intención de destruirlo. Nadie hizo nada por evitarlo ni hubo resistencia alguna. El Muro que durante veintiocho años había dividido a los alemanes caía en pedazos mientras los berlineses gritaban de júbilo y cantaban. Los berlineses occidentales, sorprendidos por lo que estaba pasando al otro lado de la pared, recibieron a sus conciudadanos con euforia y muchos bares sirvieron cerveza gratis aquella madrugada.
Las imágenes de aquel acontecimiento histórico llegaron a todas partes del mundo. La división del plantea en dos bloques irreconciliables e incomunicados se resquebrajaba y la geopolítica europea y mundial cambió. Un futuro de libertad, esperanza y democracia se abría ante los ojos de los alemanes orientales. Y la Ola democratizadora se iba a extender a casi todos los países del Este de Europa. Había caído el símbolo. La realidad estaba a punto de cambiar.
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