CRÓNICA DEL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA
Playa de la isla de San Salvador (Bahamas) donde se cree que arribó la expedición de Colón en 1492. La cruz conmemora aquel momento. |
En la madrugada del once al doce de octubre de 1492, cuando las tripulaciones de los tres navíos dormían, el joven vigía de La Pinta, Rodrigo de Triana, gritó lo más alto que sus cuerdas vocales le permitieron: "¡Tierra, Tierra a la vista!". Eran las palabras que todos los marineros esperaban desde hacía semanas y que algunos pensaban que nunca oirían. En medio del océano en calma, las voces se oyeron en las tres naves y apresurademente todos subieron a cubierta para comprobar tan alegre noticia. Entre ellos se encontraba el flamante almirante de la Mar Océana, Cristóbal Colón. En el horizonte se intuían unas sombras que no podían ser otra cosa que las costas de la India.
Parecía que los planes de Colón se estaban cumpliendo. La expedición había partido de Palos de la Frontera, cerca de Cádiz, el tres de agosto, festividad de la Virgen de la Rábida. Entonces, habían pasado más de cuatro meses desde que, en abril, los reyes de Castilla, Isabel y Fernando se habían decidido a sufragar y apoyar el proyecto del genovés. Los preparativos de la expedición fueron difíciles pues nadie en Castilla estaba tan loco para embarcarse en un viaje cuyo destino era incierto. Con la ayuda inestimable de los hermanos Pinzón, Colón pudo reclutar a un cien hombres que formaron la tripulación de tres navíos: dos carabelas, La Pinta y La Niña y una nao, la Santa María.
En aquel día de agosto de 1492, los tres navíos pusieron rumbo a las Islas Canarias donde se abastecieron. El seis de septiembre partieron de la Gomera rumbo al oeste. Sólo el Mar Tenebroso o la Mar Océana se extendía ante sus ojos.
Los planes de Colón son ahora bien conocidos. Pretendía llegar a la India navegando hacia el oeste dado que ya entonces nadie cuestionaba la esfericidad de la Tierra. El objetivo era hallar una ruta alternativa a la que estaban abriendo en aquellos momentos, los navegantes portugueses y que se encontraban a punto de completar. Pero que Colón sabía más de lo que contaba y no todo lo que decía se ajustaba a la realidad es algo de lo que también hoy, nadie duda. Así lo pone de manifiesto el hecho de que el almirante llevase dos cuentas de distancia diferentes. En una anotaba menos leguas de las que se recorrían diariamente, para enseñarlas a los capitanes de las naves y a la tripulación; en otra, secreta, anotaba las distancias verdaderas.
Tampoco hoy nadie discute que los cálculos de Colón sobre la distancia desde la Península Ibérica a las Indias eran erróneos. La distancia era enormemente mayor que la que el genovés había estimado. Los días pasaban y la expedición no daba frutos. No se divisaba tierra firme, Europa cada vez quedaba más atrás y los víveres empezaban a agotarse. Nadie había previsto una travesía tan larga.
Los alimentos acabaron gastándose completamente e incluso aquellos que se había podrido acabaron comiéndose. Los perros que había servido de compañía fueron sacrificados y su carne repartida e incluso las ratas eran consideradas un gran manjar en aquellos barcos que navegaban sin rumbo fijo. Los marineros empezaron a tener hambre y a temer por su suerte. Colón trataba de mantener la calma y proporcionaba informaciones no del todo ciertas a la tripulación para que "si el viaje fuera luengo no se espantase ni desmayase nadie". El almirante temía, entre otras cosas, un motín de los marineros.
Este se produjo en la noche del nueve al diez de octubre cuando una rebelión armada estalló en los navíos como consecuencia de la desesperación. Todos temían que aquel viaje fuese su final. Colón consiguió calmar los ánimos prometiéndoles que sin en tres días no hallaban tierra, regresarían a la Península.
Y fue en ese breve plazo cuando la fortuna les sonrió. Las naves llegaron a una pequeña isla en medio del océano. Colón le puso el nombre de San Salvador, y en verdad, era muy conveniente. Se trataba de la isla que hoy se llama Watling y pertenece al archipiélago de las Bahamas. El tiempo entre el avistamiento y la llegada de los navíos debió de ser de incertidumbre y esperanza. Colón veía colmadas sus ambiciones y cumplidos sus planes; los marineros veían como, por esa vez, habían esquivado a la muerte.
Al mediodía del doce de octubre de 1492 desembarcaban en la isla y Cristobal Colón tomaba posesión de aquellas tierras en nombre de los reyes de Castilla. A los rudos castellanos que formaban la tripulación les pareció que había arribado al mismísimo paraíso. Una tierra con frondosa vegetación, con playas de arena blanca y aguas cristalinas. "La belleza de estas islas supera a cualquier otra tanto como el día supera a la noche en esplendor" escribió Colón en su cuaderno de bitácora.
Pero aquella isla no estaba deshabitada. Pronto salieron a su encuentro gentes menudas, con la tez de color canela y semidesnudos. Aquellos indígenas, que Colón supuso que eran indios, se mostraron al principio curiosos y confiados. Los castellanos les dieron baratijas a cambio de perlas y animales exóticos. Incluso algún jefe indígena entregó a su hija a algún marinero como esposa en señal de amistad. Y es que Colón estaba convencido de que aquellas islas estaban muy próximas al continente asiático.
La expedición no terminó ahí, en los días siguientes, las naves arribaron a otras islas y el veintiocho de octubre descubrieron la actual Cuba. Colón identificó aquellas tierras como Catay, es decir, lo que actualmente es China, y supuso que Cipango (Japón) no se encontraría muy lejos. Pero aquellas tierras tan hermosas como exóticas les deparaban numerosos peligros: no todos los indígenas eran tan amigables, había animales y plantas desconocidos y venenosos y las tormentas y los temporales eran más feroces que los que ellos habían visto en Europa.
Días más tarde descubrieron otra isla a la que bautizaron como "Española". En aquellas peripecias, la nao Santa María encalló en unos arrecifes de coral y tuvo que ser evacuada y desguazada. Con los restos, los castellanos fundaron el primer asentamiento europeo en aquellas tierras, el fuerte de la Navidad. Era veinticinco de diciembre de 1492. En aquel lugar, tuvo lugar el primer enfrentamiento armado entre españoles y nativos.
El dieciséis de enero de 1493, más de cinco meses después de su salida de la Península, las ganas de volver a casa pudieron con las ansias de seguir explorando aquellas tierras. La Pinta y La Niña volvían a Castilla mientras Colón enviaba una misiva a los reyes en la que les invitaba a celebrarse con "alegría y grandes fiestas" la hazaña. Se había descubierto una nueva ruta a las Indias.
En realidad, Colón nunca supo (o al menos sólo sospechó) que aquellas tierras estaban muy lejos de las Indias. En verdad nadie sabía entonces que las islas que salvaron a los hombres del almirante de una muerte segura pertenecían a un nuevo continente. Una inmensa tierra por explorar, descubrir y conquistas se cruzó en el destino de Castilla e iba a cambiar la Historia de España y de la Humanidad para siempre. Pero entonces, en el umbral del siglo XVI, nadie en Europa podía imaginar que Colón había descubierto un Nuevo Mundo.
El contacto entre dos mundos. Doce de octubre de 1492. |
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