Páginas

lunes, 30 de diciembre de 2024

LOS MEJORES MOMENTOS ESTÁN POR LLEGAR

UN RECUERDO DEL AÑO 2024


Era una noche de agosto, una noche clara y calurosa de verano, de esas cortas y frenéticas. El resplandor de los focos de los escenarios desafiaba las tinieblas y el sucio y pringoso polvo, levantado por el gentío allí apelotonado, impedía ver con claridad; todo estaba difuminado, desdibujado. La bruma artificial y algo de alcohol convirtieron aquellas escenas en una ensoñación, en una secuencia casi irreal, que, a pesar de todo, recuerdo demasiado bien.

Caminábamos rápido por el recinto, sobre el asfalto y la arena. Nos recuerdo un poco aturdidos, alterados. No era para menos, aunque ya el motivo no importa. Aquel día recordé algo que casi había olvidado: siempre hay que estar donde uno debe estar y hacer lo que uno debe hacer. Y estuvimos donde debíamos estar, desde luego. A veces lo que nos rodea cambia nuestros planes de improviso. Y no importa. Aquella fue una de esas veces. El azar me impidió ver el concierto de Shinova, uno de los que más esperaba de una ristra de espectáculos insípidos y anodinos que se sucedieron esos días. Y la gente, más individualista aún si cabe en los festivales, nos miraba con indiferencia, casi con desprecio en su patético deambular de aquí a allá. 

Todos mis recuerdos de este año confluyen en aquella escena, en aquellos minutos excitados. Todo gira en torno a aquella noche, a aquellos días de agosto y no sé por qué. No ocurrió nada reseñable. Aquellos días no decidieron nada que no estuviese decidido. Pero ahora, a finales de diciembre, me acuerdo de ellos, es la imagen que mi mente recupera cuando el año está a punto de terminar. Vencí algunos miedos, ahuyenté algunos fantasmas y el tiempo acabó poniendo todo y a todos en su lugar, como me habían advertido. Aquellos días tuvieron sentido por esto. El festival también me recordó que todo y todos acaban decepcionando, que el desengaño y la desilusión nos persiguen implacablemente, que incluso lo que creemos más sólido se acaba fracturando sin remedio. Y no nos podemos fiar ni siquiera de quien tenemos al lado.

Pasados cuatro meses, todos aquellos días se condensan en esos minutos. La bruma polvorienta, el resplandor y los destellos de luces, el asfalto, la basura, los rostros impasibles; todo esto y los versos de una canción. Los versos que se repetían a lo lejos una y otra vez: "Que los mejores momentos sean los que están por llegar. Que no se agote la fe y que la suerte nos venga a buscar." Apenas conocía cuatro canciones de Shinova, no más, pero quería escuchar el concierto, quería escuchar esas cuatro canciones. No lo hice. Sólo llegaron a mis oídos algunos versos en la distancia, distorsionados por ruidos, por gritos, por risas, por llantos.

Aquella noche no asistí al concierto de Shinova, pero descubrí a Shinova. Dos días después, cuando acabaron los fastos, me dispuse a volver a casa. El cansancio y la desilusión se mezclaron entonces con la nostalgia y el alivio. Hacia calor, mucho calor. Tanto que decidí parar a darme un chapuzón en una piscina antes de llegar a mi destino. Cuando iba a arrancar el motor y abandonar aquella ciudad extraña, escribí en el reproductor de música "Lo mejor de Shinova". Durante todo el camino de regreso, escuché sus temas, aquellos que no había escuchado en directo. Durante una hora y cuarto descubrí a aquella banda vizcaína de rock e indie que no había podido disfrutar tres días antes y, desde aquel momento, me ha acompañado el resto del año, ha puesto la banda sonora a otras muchas historias que también se cruzan en mi memoria estos días.

La canción que recuerdo de aquella noche volvió a sonar en el coche. "Ídolos" habla de algo actual: la falta de referentes, la ausencia de identidad y el esfuerzo por encontrar un sentido a la vida, a lo que uno hace. Otra estrofa dice: "¿Quién nos puede ofrecer un buen corazón, valor, cerebro, tiempo y una motivación para aliviar este dolor?". Entonces, en el coche de camino a casa, me di cuenta de que la respuesta a esa pregunta es uno mismo. Sólo uno puede ayudarse a sí mismo. El corazón, el valor, el cerebro, el tiempo y la motivación están en nosotros y sólo en nosotros. Lo esencial es hacer lo que uno cree que debe hacer y hacerlo con honestidad hasta el final. Y eso da sentido a todo, ésa es la gran lección de este año.



Estampas del año 2024

miércoles, 18 de diciembre de 2024

LO QUE GUARDAN LOS TELÉFONOS


Esta mañana hice un examen con mis alumnos de 2° de Bachillerato. Bueno, empleando los eufemismos que nos acosan, sería mejor decir que mis alumnos realizaron una prueba objetiva para evaluar su nivel de desarrollo competencial. Pero, como esto no lo entiende nadie, por eso uso el término examen, el de toda la vida. El caso es que, antes de comenzar el ejercicio, les pedí, como es habitual, que depositasen en un pupitre vacío sus teléfonos móviles. 

Los teléfonos son en mi instituto como las meigas en Galicia. En teoría no existen porque están prohibidos, pero haberlos haylos. Así que, asumiendo esa realidad, para evitar tentaciones o sospechas de copia y trampas, lo mejor es dejarlos a la vista mientras se realiza el examen. Perdón, la prueba objetiva. Al principio no lo exigía, pero después de comprobar que los usan para copiar, no me quedó más remedio. Y no pasa nada. Veintidós alumnos había y veintidós móviles depositaron en la mesa. Ni un alumno sin su teléfono, faltaría más.

Así que allí los tuve amontonados toda la hora y me entretuve mirándolos con disimulo, desde una prudente distancia. Estos cachivaches contienen pedacitos de la vida de los alumnos. Son quizá el mayor almacén de pedacitos de sus vidas. En ellos se pueden rastrear sus gustos, sus miedos y sus sentimientos. Pero los adolescentes no son una excepción, tu móvil también es un almacén de pedacitos de tu vida y el mío, de la mía. Ahí está todo, ahí lo tenemos todo: redes sociales, contactos, amigos, amores, fotos, mensajes, notas, pensamientos, canciones favoritas, conversaciones, discusiones, opiniones, secretos, sentimientos. Ahí lo tienen todo, como también lo tenemos todo tú en tu móvil y yo en el mío.

Y al depositarlos en una mesa a la vista, se desprenden temporalmente de una parte de ellos mismos. Lo primero que noté es que no tienen ningún problema en hacerlo. Ninguno se resistió ni puso inconvenientes, simplemente asumieron las instrucciones sabiendo que era algo normal y preventivo. Desde hace varios años se lo pido antes de empezar todos los exámenes, y nunca nadie ha puesto objeción alguna. Al acabar el examen, alguno se olvida de cogerlo de la mesa y tengo que recordárselo pues no quiero ser responsable del disgusto al llegar a su casa y percatarse de que ha perdido su preciado artilugio, la prolongación de su mano, su compañero de fatigas.

Lo segundo de lo que me di cuenta es que casi todos los depositaron boca abajo, con la pantalla contra la mesa. Tan sólo uno, un despistado o ingenuo, creo yo, lo dejó con la pantalla a la vista. No sé si ese gesto es de privacidad, de desconfianza o de temor. ¿Temen que les llegue una notificación de algo embarazoso y que se ilumine la pantalla y quede a la vista de todos? ¿Desconfían de quien pueda estar mirando al lado? Es algo que se hace comúnmente. Lo he visto hacer a amigos, familiares y gente cualquiera y siempre he pensado que quien lo hacía tenía algo que ocultar, pero ahora creo que es más una costumbre y un gesto para proteger la privacidad de uno.

Cada aparato es, desde luego, un artilugio personal y personalizado. Cada uno tiene el suyo, de una marca diferente. Aquí casi todos eran Android, y tan solo un par eran IPhone. Otras veces, en otros grupos, es al revés: el iPhone se impone al Android. Da igual, todos tienen una carcasa individualizada, que distingue su móvil del resto. Y esas fundas protectoras reflejan también la personalidad, los gustos e incluso el estado de ánimo de los muchachos. En aquel aula, había un forofo del Atlético de Madrid, que lo luce hasta en el teléfono. Otra era fan del manga y el anime según los dibujos japoneses de la funda de su móvil. Y luego había un teléfono destrozado, con la carcasa partida por varios lados y el protector de pantalla roto. Era del alumno más nervioso de la clase, el que vive en un ataque de nervios permanente. El teléfono lo sufre.

Mientras los alumnos realizan un examen, uno se aburre increíblemente y da vueltas de aquí para allá. Hoy me estuve fijando en los teléfonos, dados la vuelta, con la espalda al aire, dormidos, esperando a que sus dueños terminasen. En algunos había guardados carnés de identidad y billetes de cinco euros. Los teléfonos hacen la función de cartera y monedero para algunos alumnos. Saben que no perderán el teléfono, que no lo dejarán olvidado. ¿Qué mejor lugar para guardar las cosas importantes? Varios tenían la cinta con la medida de la Virgen del Pilar, como si fuese un amuleto. Y otros tenían fotografías de carné, sobre todo de niños pequeños. El móvil es también la forma de llevar a alguien siempre contigo, a tu prima, a tu hermano, a tu novia o a tu amigo. 

Y otros tenían bonitos mensajes, que mostraban la intensidad vital propia de la adolescencia, la energía, la vitalidad, las convulsiones emocionales. Uno de los móviles guardaba un post-it en el que se podía leer "Te quiero de aquí a la luna" junto a una carita sonriente. No supe de quién era. Quizá tampoco debía saberlo. Cuando lo leí, me volví un segundo a los muchachos, concentrados haciendo su ejercicio, y luego miré el teléfono de nuevo, queriendo asociar el mensaje con uno de ellos. Me fue imposible. El teléfono de al lado guardaba otro mensaje tras la carcasa transparente, en un papel rasgado pude leer: "Eres la calma que necesito en la tormenta que es mi vida". Sonreí y pensé en todo lo que cuentan y guardan los teléfonos móviles. 


(Imagen generada con Inteligencia Artificial)

domingo, 1 de diciembre de 2024

HABLEMOS DE 'EL REY LEÓN'


Hace demasiado de la última vez que vi "El Rey León", aunque es, con seguridad, la película que más veces he visto. También es la que más me ha distraído en muchos momentos en los que necesitaba distracción. Pensándolo bien, quizá la palabra correcta no sea "distraer", pues su efecto era mucho más profundo, llegaba más adentro. "El Rey León" transmite fuerza y energía, conecta con el pasado y da sentido a muchos tramos del tiempo ya vivido. A pesar de todo, la última vez que la vi fue hace muchos años, demasiados.

Como me ocurre con muchas cosas, "El Rey León" es cíclico en mi vida. Viene y va durante años y nunca termina de marcharse del todo. Siempre hay algo de su historia presente, que aparece en los lugares más insospechados: una canción, una imagen, un libro, un anuncio, un recuerdo. Ahora, como se va a estrenar una precuela sobre Mufasa, el rey león aparece en todos lados y su presencia es mucho más intensa en las redes sociales.

Cuando tenía seis o siete años quedaba fascinado cada vez que mi madre me ponía la película a la hora de comer. Aún conservo la vieja cinta de video que ya no se puede reproducir en ningún sitio. Igual que el DVD que compré después. Las primeras escenas son un recuerdo perenne: los colores amarillos y rojizos del amanecer en la sabana africana, el monte Kilimanjaro, el despliegue de animales llamados a honrar el nacimiento del príncipe y "El ciclo de la vida", la canción imposible de olvidar. No entendía una palabra del comienzo de su letra, pero la imitaba sin cesar. "Nants' ingonyama bagithi baba...!"  

Los personajes, algunos majestuosos e imponentes, otros simples caricaturas, no eran más que simpáticos animales para aquel niño que veía la película en una pequeña tele en la cocina. Como ocurre con cualquier película o con cualquier libro, "El Rey León" que vio aquel muchacho de los años noventa era distinto a la película que vi años después. La cinta es la misma, los que cambiamos somos nosotros, así que por mucho que veamos una misma película, nunca percibimos lo mismo.

La historia nunca terminó del todo. Los leones estuvieron presentes durante años y nunca se marcharon definitivamente. La primera película se estrenó en 1994 y en 1998 salió la segunda parte de la historia. Después llegaría una tercera película que, creo, sólo vi una vez, el exitoso musical en el Teatro Lope de Vega de Madrid y el remake en acción real de 2019. Y las inolvidables canciones, escuchadas una y otra vez, que creaban esa atmósfera épica y majestuosa, han sido la banda sonora de muchos momentos. A pesar de todo, hará unos ocho años de la última vez que vi la película original y he querido escribir esto desde esa distancia, sin verla otra vez, para evitar que mi yo de hoy contamine el recuerdo.

"El Rey León" me dejó, sin duda, más huella que ninguna otra cinta. Recuerdo a Mufasa, con su sentido de la responsabilidad. Nos enseñó el deber de ocupar siempre el lugar que a uno le corresponde, "tu lugar en el ciclo de la vida". Recuerdo también otra frase que pronuncia en una de las escenas más tiernas de la historia: "Los grandes reyes del pasado nos observan desde las estrellas. Y cuando te sientas solo, ellos estarán ahí para guiarte. Y yo también." Y no olvido nunca que su muerte nos enseñó algo que todos deberíamos tener siempre presente: el enemigo puede estar a tu lado, puede ser alguien cercano.

Simba mostró el valor de la familia, del clan, y lo legítimo que es cuidar de lo que uno ama; y Nala, la valentía, la determinación y la decisión. Fue ella quien salió en busca de Simba para cambiar las cosas en el reino. El pájaro Zazú y el dúo Timón y Pumba son el ejemplo de la amistad, la lealtad por encima de todo y a pesar de todo. "Bueno, Simba. Si es importante para ti, estaremos contigo hasta el final" le dice Timón a su amigo justo antes de la batalla final contra su tío usurpador. ¿Hay un ejemplo mejor de lealtad? Pero también el suricato y el jabalí son los antihéroes de la película, quienes dan la vuelta a la enseñanza que Mufasa se afanó tanto en inculcar a su cachorro. 

El lema del suricato y el jabalí, el famoso "Hakuna Matata", significa "no hay problema" en suajili. Ellos enseñaron a Simba otra forma de vivir, sin responsabilidades, sin preocupaciones, haciendo en cada momento lo que les apetecía y como les apetecía. En el fondo eran unos inadaptados, renegados del lugar que debían ocupar. Es justo lo contrario de lo que le enseñó Mufasa. "Lo que debes hacer es dejar el pasado atrás" dicen en un momento de la película. Al final, Simba se debate entre asumir el sitio que le corresponde u olvidarse de todo. Y el joven está a punto de olvidar de donde viene y, por tanto, de olvidar quién es.

Y, por último, el viejo Rafiki nos enseñó aquello de "el pasado puede doler, pero tal como yo lo veo, puedes huir o aprender". No necesita explicación pues la frase tiene la suficiente contundencia. Le demostró a Simba que incluso los que no están presentes siempre te acompañan, "él vive en ti" le dice al joven príncipe señalando su propio reflejo en el agua. Al final, creo que aquella conocida frase de Mufasa, "recuerda quién eres", es un buen leitmotiv en momentos de duda, de indecisión, sobre todo para intentar no perder el norte.

Siento si algunas citas no son exactas, las he escrito de memoria y a lo mejor me han fallado los recuerdos. Las ideas sí que son, en todo caso, precisas. Por cierto, el león es para las tribus masái un símbolo de respeto, de poder y de autoridad. La película es una constante reivindicación de la lealtad a uno mismo, el respeto por los orígenes y el deber de cumplir con lo que uno se ha comprometido. Curiosamente, son valores que nos fallan hoy. La película se estrenó hace treinta años.

"Nants' ingonyama bagithi baba...!" Ya descubrí qué significa en zulú el comienzo de la canción: "¡Aquí viene el león, padre/madre...!"