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jueves, 25 de julio de 2024

UNA CIUDAD EN TRANSFORMACIÓN (1936 - 1975)

SORIA EN EL SIGLO XX. UNOS APUNTES (2)


Plaza de Jurados de Cuadrilla y Cine Avenida. Años 40


En Soria no hubo guerra porque aquí triunfo el golpe de Estado contra la República en julio de 1936. A los pocos días, el ejército se hizo con el control de la ciudad. Pero que no hubiese guerra no quiere decir que no hubiera represión. Fue durísima tanto en la capital como en la provincia.

La posguerra fue larga y dura, igual que en el resto del país. La Soria de los años 40 era una ciudad pobre y  conservadora. La mayor parte de su población eran asalariados, tenderos, comerciantes, funcionarios y algunos profesionales liberales. En torno al 11% de los sorianos trabaja en la industria aunque las fábricas eran escasas.

La visión de aquella Soria que ofrece Juan Antonio Gaya Nuño en su obra "El Santero de San Saturio" (1953) es mucho mas humana y literaria. Habla de pedigüeños y pobres de solemnidad, de los labradores de los pueblos cercanos, de las prostitutas de la calle Marmullete y de los trabajadores y funcionarios que se jugaban los cuartos en el Casino de Numancia y en el Círculo de la Amistad. No es de extrañar que la obra de Gaya Nuño levantase ampollas en algunos círculos conservadores de la sociedad soriana y fuese duramente criticada.

El paisaje urbano de la Soria de comienzos de los años 50 apenas había cambiado. La mayoría de las casas eran iguales a las de principios de siglo: de dos o tres plantas, con insuficiente espacio, mala ventilación, falta de higiene, etc. La electricidad y el agua corriente tardaron en llegar. Algunas tenían una corrala o patio interior. Aún eran frecuentes las enfermedades endémicas como la fiebre tifoidea, a consecuencia de beber agua en mal estado procedente del Duero. 

Las administraciones públicas de la dictadura se afanaron en dos objetivos: proyectar la expansión urbana de la ciudad más allá de los límites marcados por la muralla medieval y mejorar las condiciones de habitabilidad de las viviendas sorianas. En los años 40 se aprobó la urbanización del ensanche de la Vilueña (Plaza Jurados de Cuadrilla, Avenida de Navarra, Calle Alfonso VIII y Calle Nicolás Rabal), el alto de la Dehesa de San Andrés (donde se había planteado construir una ciudad jardín antes de la guerra) y el eje de la Avenida de Valladolid. La Barriada de Yagüe comenzó a construirse a finales de los años 40 para acoger a la población rural llegada a la ciudad.


Calle Real a comienzos de los años 50, antes de su remodelación

La transformación urbana de Soria fue completa. No quedó nada de aquellos "tejados caprichosos e infantiles" a los que cantó Gerardo Diego en los años 20. El caserío viejo, de los siglos XVIII y XIX, fue sustituido por otro más moderno y se perdió una parte del patrimonio histórico artístico de la ciudad. La transformación de la Calle Real y de la Plaza de San Pedro es el mejor ejemplo de ello. 

El trazado de las calles también cambió para racionalizarlo y modernizarlo. Con este objetivo fueron remodeladas la Plaza Ramón y Cajal (antigua Plaza de la Leña), la Calle Claustrilla, la Plaza del Olivo, la Calle San Juan de Rabanera, la Calle Las Fuentes, etc. También el parque de las Cinco Villas y la Cuesta de la Dehesa Serena sufrieron cambios. 

Remodelación de la Calle Real, finales de los años 50

En estos años del Desarrollismo franquista también se construyeron edificios que tenían vocación de convertirse en icónicos en la ciudad. Por ejemplo, se construyeron las nuevas puertas de la Dehesa, el edificio de la Caja de Ahorros en la Plaza de Mariano Granados, el Palacio de la Delegación de Hacienda, la Biblioteca Pública, etc. La iglesia románica de El Salvador, que se encontraba en mal estado de conservación, fue derribada parcialmente y reconstruida en un controvertido estilo funcionalista. Se perdió, por otro lado, la iglesia (también románica) de San Clemente, que fue derribada. El solar fue vendido por el Ayuntamiento y el Obispado a Telefónica, donde construyó un edificio de oficinas. 

La ciudad se adaptó también a la situación política del país. El callejero reflejó la adhesión de los sorianos a la dictadura de Franco: el Collado se llamó Calle del general Mola, la Plaza Mayor cambió su nombre por Plaza de Francisco Franco y el Espolón pasó a llamarse Calle del General Yagüe. En la Plaza Mariano Granados se erigió un monumento en honor al 'Carnicero de Badajoz', nacido en la localidad soriana de San Leonardo, y en el alto de la Dehesa fue construido un altar con una gran cruz dedicada a los caídos en la Guerra Civil. También en la fachada de la colegiata de San Pedro se exhibió una placa recordando al "ausente" José Antonio Primo de Rivera. Todos estos monumentos perdurarían hasta finales del siglo XX o comienzos del siglo XXI, muchos años después de la muerte del dictador en noviembre de 1975.

Plaza de Mariano Granados y Monumento al General Yagüe

miércoles, 17 de julio de 2024

LA "CAPITALEJA" DE PRINCIPIOS DEL SIGLO XX (1900 - 1936)

SORIA EN EL SIGLO XX. UNOS APUNTES (1)


Hace unos meses di una conferencia con el título "Soria, ¿cómo hemos cambiado?" en el Espacio Alameda de la capital. Fue organizada por la cofradía de las Siete Palabras de Jesús en la Cruz que conmemora en este 2024 su setenta y cinco aniversario. Intenté explicar en apenas una hora la evolución de nuestra ciudad en el siglo XX. En esta entrada y las siguientes resumo lo que conté.

Vista general de la ciudad de Soria a comienzos del siglo XX


A finales del siglo XIX, el intelectual Bonifacio Monje se refería a Soria como una "capitaleja" porque quizá "capital" era un término demasiado ambicioso para una ciudad de apenas 7.000 habitantes. Era, en efecto, la capital de una provincia agraria, de unos 150.000 habitantes, que se caracterizaba por el aislamiento. La sociedad soriana de aquel momento era una sociedad arcaica, inmóvil, cerrada sobre sí misma y profundamente conservadora.

Las comunicaciones y los transportes en Soria eran difíciles. El viaje a Madrid en diligencia duraba cinco días y medio y debía ser preparado con meses de antelación. El coche de caballos realizaba el trayecto dos veces al mes. El tren Soria - Torralba, un empeño personal de Ramón Benito Aceña, se inauguró en 1892. En los albores del siglo XX, el candidato a Cortes Justo San Miguel afirmaba que los caminos de la provincia se encontraban en tan mal estado que uno creía estar en el siglo XVIII.

Las principales actividades económicas de la provincia de Soria eran la agricultura y la ganadería. Este era el caldo de cultivo idóneo para el caciquismo, el clientelismo y los intereses familiares. Ya hemos mencionado a Ramón Benito Aceña (la Plaza de Herradores lleva su nombre), pero otros caciques destacados eran Luis de Marichalar (vizconde de Eza) y Lamberto Martínez Asenjo (que dominaba la Tierra de Medinaceli). La mayoría de los habitantes de la provincia eran jornaleros pobres.

En la capital, la mayor parte de la población trabajaba también por cuenta ajena, eran asalariados y obreros. Los profesionales liberales (médicos, abogados, maestros, etc.) eran escasos. No obstante, el analfabetismo siempre fue en Soria menor que en otras provincias españolas, quizá por el elevado número de escuelas de primeras letras que existían. Fue así durante el siglo XIX y lo sería durante el siglo XX. 

La vida cultural de la ciudad era variada. Al Ateneo de Soria debemos sumar el Casino de Numancia y el Círculo de la Amistad así como el Casino de la Constanza y el Instituto General y Técnico (actual I.E.S. Antonio Machado). En 1919 se inauguró el Museo Numantino para albergar los hallazgos del yacimiento de Numancia. Su edificio fue el primero de España concebido para tal fin. La implicación de Aceña en el proyecto también fue destacada.

Esta era la Soria a la que llegó Antonio Machado en 1907 como catedrático de Francés. Y también la que acogió a Gerardo Diego en 1920. Era la Soria del periodista José Tudela, del ingenio Eduardo Saavedra, del arqueólogo Blas Taracena, de Mariano Granados, del pintor Máximo Peña, del político Mariano Vicén, alcalde en varias ocasiones, y del historiador Nicolás Rabal. No hace falta decir que la mayor parte de la población vivía al margen de estos destellos culturales. 

La población de Soria a comienzos del siglo XX seguía concentrada en torno al eje central de la ciudad, el Collado (desde 1911 recibió el nombre de Calle de Canalejas), y las plazas que se articulan de forma anárquica a su alrededor. Apenas había cambiado desde la Edad Media. De hecho, estás calles eran las únicas pavimentadas y con alumbrado publico que, en cualquier caso, tardó en llegar. Parecía que la modernidad y los avances de la industrialización habían pasado de largo en Soria. 

Plano de  Soria elaborado por Andrés de Lorenzo en 1904.

La expansión urbana de la ciudad había sido muy tímida y apenas se habían superado los límites marcados por la muralla medieval ya en ruinas. Tan solo hacia el oeste, hacia la Dehesa de San Andrés, se había extendido algo la ciudad de forma desordenada, en torno al antiguo arrabal de la Plaza de Herradores y las calles alrededor de la iglesia románica de El Salvador. La Dehesa, rebautizada en 1905 como Alameda de Cervantes, mantuvo un doble uso hasta los años treinta: como paseo la parte más cercana a la ciudad y como dehesa boyal el alto.

El caserío era paupérrimo, casas de entre dos y cuatro alturas, con espacio insuficiente para albergar a una familia común de la época. De hecho, numerosos informes del Ayuntamiento y de otras administraciones alertaban de las malas condiciones de salubridad de las viviendas sorianas con mala ventilación, ausencia de agua corriente y de inodoros. Esto hizo que las epidemias fuesen comunes (cólera, viruela, sarampión) y que la tasa de mortalidad en la capital fuese más elevada que en la provincia. 

El humilde caserío, aquellos "tejados caprichosos e infantiles" a los que cantó Gerardo Diego, contrataba con los magníficos edificios y monumentos de otras épocas. Sobresalía por encima de los tejados de las casas la torre del Palacio de los Condes de Gómara, símbolo del poder de los nobles de la ciudad. Igualmente, las iglesias de Santo Domingo y de San Juan de Rabanera eran extraordinarios ejemplos de arquitectura románica. La colegiata de San Pedro y las humildes iglesias de San Clemente y El Salvador también destacaban entre otras edificaciones religiosas. Igual que la muralla medieval y la fortaleza del cerro del Castillos, en ruinas desde la Guerra de la Independencia (1808 - 1814).

Durante la dictadura de Primo de Rivera (1923 - 1930) fue alcalde de la ciudad el oftalmólogo Eloy San Villa. Durante su gobierno se elaboraron numerosos informes y dictámenes para mejorar las condiciones de salubridad e higiene de la ciudad. El Plan de Reformas Urbanas contemplaba la ampliación de la red de alcantarillado, la extensión del alumbrado público y la instalación de baños públicos y privados. Poco se hizo en la práctica por las críticas que recibió el alcalde ante tales medidas. 

Por último, en esta época también se construyeron edificios que hoy son singulares en la ciudad. Además del Museo Numantino que ya hemos mencionado, de los años veinte datan el edificio de Correos del paseo del Espolón y el Banco de España de la antigua plaza de San Esteban (hoy plaza de las Mujeres). Durante la Segunda República (1931 - 1936) se construyó el edificio del colegio de la Arboleda, siguiendo el modelo utilizado en las escuelas construidas en toda España durante este periodo. 

Plaza de Mariano Granados, puertas de la Dehesa y paseo del Espolón. Principios del siglo XX


sábado, 6 de julio de 2024

FIN DE AÑO


Un tuit se preguntaba: "¿Qué fecha marca el auténtico fin de año para un docente? ¿El 31 de diciembre o el 30 de junio?". Estos días de julio, de calor, de nostalgia y de emociones agitadas, no me quito de la cabeza esas preguntas. Y recuerdo una escena que presencié hace unos años en un bar de un barrio de Madrid: unos maestros brindaban con champán celebrando el fin de curso. Parecía Nochevieja, pero era finales de junio. Al día siguiente algunos se examinaban en la oposición, pero daba igual. Tenían algo que celebrar. Era un día especial.

Junio marca el final de un curso escolar, pero, para los docentes, es también el final de un ciclo, el antes y el después de una porción de nuestra vida. Casi todos los enseñantes medimos nuestra existencia en cursos escolares, no en años naturales. “¿Dónde estaba yo aquel curso?", "¿Te acuerdas de aquella compañera del curso 2021/22?", "El curso de la pandemia fue el 2019/20...", "Llevo treinta cursos en la docencia". Es el curso escolar nuestra unidad de medida del tiempo, no el año astronómico.

Nuestro calendario comienza el 1 de septiembre y termina el 30 de junio. El primero de septiembre es nuestro Año Nuevo y los días en torno a San Juan son nuestra particular Nochevieja. Los dos meses de julio y agosto son un impasse, un tiempo en el que muchas cosas de nuestra vida están en stand by, en el que lo viejo ha terminado y lo nuevo aún no ha comenzado. Son vacaciones, sí. Largas vacaciones, de hecho. Pero también es tiempo para pensar, para tomar decisiones, para marcar nuevos retos, nuevos propósitos. Es tiempo para trazar nuevos rumbos.

El final de junio es el momento de las despedidas, de decir adiós a compañeros, a alumnos, a una rutina, a un horario que nos ha acompañado los nueve meses anteriores. Y todo sabiendo que en septiembre un nuevo ciclo comenzará, algunas cosas seguirán igual, pero otras muchas cambiarán. En algunos casos, el nuevo curso nos llevará a un nuevo centro, a una nueva ciudad. Todo será nuevo. Habrá que empezar otra vez. En otros, permaneceremos en el mismo lugar, pero con nuevos compañeros, nuevos alumnos, nuevas rutinas. Todo será parecido, pero nunca igual. Quien estuvo a tu lado el curso anterior puede continuar... O quizá no. Aparecerán nuevos retos, nuevas amenazas, nuevas ilusiones, nuevos sueños. Por eso el final de curso es momento de incertidumbre, de inquietud. Algunos, incluso, se juegan estos días su futuro en unas terribles oposiciones que añaden más duda, más nervios.

Y aprovechando el torbellino de cambios, de emociones, de gente que viene y va, tomamos decisiones, marcamos trayectos y establecemos objetivos. En estos primeros días de julio, no pocos intentamos poner nuestra mente en orden, hacer balance de lo hecho y valorar lo que queda por hacer y lo que está por venir. Y no me refiero sólo a nuestra vida laboral, sino a nuestra vida personal, a nuestro presente y nuestro futuro. Lo que muchos hacen en diciembre, los docentes lo hacemos en junio. ¿Qué necesidad tengo de esto? ¿Me compensa todo aquello? ¿Quiero seguir así? Porque llegará septiembre. Llegará septiembre y tendremos un nuevo comienzo.

Y en nuestra diminuta e insignificante ciudad de Soria, estos desenlaces se ven magnificados por la explosión de las fiestas de San Juan. Es el estallido de euforia desenfrenada que remata de forma implacable y contundente el curso escolar, unos momentos en los que todo se mezcla en un desorden estremecedor que nos pone patas arriba. Cuando acaban los festejos, todo ha terminado ya, todo se ha cumplido y la calma súbita envuelta en una nostalgia difícil de comprender lo inunda todo. Y como resultado, los primeros días de julio son días lánguidos, grises, tristes porque hay que asimilar lo que ha ocurrido, bueno y malo, en los días y en los meses anteriores. Todo son recuerdos, todo evoca momentos pasados y emociones sentidas. 

Hace unos días, cuando salía del instituto por última vez mandé un mensaje de WhatsApp lleno de emoción contenida: "Creo que nunca me voy a acostumbrar a los finales de curso." Luego vinieron las fiestas, el trajín, los vaivenes y el desorden. Y, después, las decisiones, la calma y el orden. El año ha terminado. En septiembre volverá a comenzar y traerá nuevas oportunidades. Pero nada será igual.



Luna sobre el cielo de Valonsadero (Soria), 16 de junio de 2024